21 de marzo de 2018

Y si los muertos volvieran encarnados?



Alguien abre un portal dimensional a través del cual los espíritus que permanecen en el limbo en encarnan mezclándose con los vivos y hundiendo la ciudad hacia el inframundo azteca (formado por pirámides y templos para honrar a la muerte), cuya existencia se mantiene intacta tras ser sepultadas por construcciones que los conquistadores españoles edificaron creyendo que con ello borrarían de la historia la cultura mexica. 

Lo anterior podría sonar disparatado, pero no lo es pues en la vida real, por ejemplo, el ocultista Aleister Crowley abrió en 1917 un portal a través del cual ingresaron a nuestra dimensión planetaria todo tipo de seres y donde la llegada de desencarnados fue lo de menos.

Más volviendo a primer párrafo, esa premisa forma parte del nuevo libro de Bernardo Esquinca (quien conocí el año pasado en una tertulia literaria y resultó bastante accesible), titulado “Inframundo”.

La novela parte de las profecías perdidas de Blas Botello, astrólogo de Hernán Cortés, que tras 5 siglos se hacen realidad con una lucha entre vivos y muertos de la que derivan subtramas como las librerías de viejo, el underground del Centro de la ciudad, viajes en el tiempo y leyendas que por momentos son más atractivas que el tema central, haciendo que la maestría literaria de Bernardo mostrada en “la zaga Casasola”), se esfume y haga que la historia naufrague sin llegar a ningún lado.

Son varias las debilidades de “Inframundo”, como al abordar fenómenos relacionados con la presencia de desencarnados en el entorno de los vivos, que si bien son novedosos para los que no conozcan el tema, la manera de plantearlos quedan en ocurrencias carentes de credibilidad.

Escasean los recursos literarios a lo largo del libro, destreza mostrada en obras anteriores, pero que esta vez se ven limitados al grado de que su narrativa toca los terrenos insulsos y por momentos lleva a preguntar: ¿estamos leyendo al Bernardo Esquinca que conocemos?

Redundan ya en su estilo temas delicados como la misoginia, donde las mujeres tienen un papel secundario, son débiles, maltratadas, violadas y asesinadas, lo mismo sucede con la política: si bien la novela “Carne de ataúd” critica al abuso del poder, aquí los señalamientos son blandengues y usar la restauración de la estatua de Carlos IV (El Caballito), para denunciar la corrupción mexicana queda en una infantil metáfora.

Otra reincidencia es la impunidad con la que triunfa el mal, así como el derrotismo con el que vive que el personaje central: no porque el lector busque finales felices, sino porque ya bastante mezquino es el méxico cotidiano como para que le paguemos a un escritor para recordárnoslo.

Quizá lo más lamentable (e innecesario), es que al final del libro el autor agregue un texto explicando que como Casasola quedó atrapado en el méxico del año 1542, tras viajar en el tiempo, buscará en subsiguientes obras la manera de regresarlo al presente: en serio?

Una propuesta interesante que para desgracia de sus lectores se queda en mero intento (pareciera que lo escribió presionado por su editorial), más no es que “Inframundo” sea malo, pero comparándolo con el grueso de su obra es un retroceso en la carrera de su autor.

Bernardo Esquinca, Inframundo, Editorial Almadía, 232 páginas, 2017

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