25 de marzo de 2019

Entrevista con una agente literario para publicar mi libro


1.
No estaba planeado, pero de último minuto fuimos a comer a “Casa Toño”, un restaurant cercano a mi casa, y como siempre hacemos en cada visita, entramos a la cafetería/librería “R. Porrúa” para la sobremesa.

Esperando nuestras bebidas atrajo mi atención una pareja femenina sentada frente a nosotros: de un lado de la mesa estaba una elegante joven, mientras que del otro una mujer regordeta, en fachas, despeinada y con neuróticos ademanes.

Cruzaron algunas frases hasta que la rolliza señora explicó que no se podía quedar más tiempo porque tenía un compromiso (entrar a comer al restaurant de donde habíamos salido, constaté al seguirla con la mirada luego de que salió), así que la joven la tranquilizó diciéndole que ya tenía sus datos y en la semana su jefa la contactaría.

2.
– no es tan vieja – comenté a mi esposa – más bien se la chupó la bruja.
– … ¿pero escuchaste lo que conversaban? – intervino mi hija.
– no – respondí.
– la joven busca escritores y estaban hablando de la posibilidad de publicar el libro de la señora.
– no es señora – insistí – será señorita.
– lo que sea – dijo mi hija – ¿quieres que le diga que platique contigo?
– no, ¿para qué?
– ¡para publicar tu libro! – exclamó.
– no vale la pena – aseguré – y si quisiera hablar con ella no necesito andes de entrometida – señalé y solté una carcajada.
– deberías probar – intervino mi esposa – no pierdes nada.
– conozco cómo funciona “R. Porrúa”: tú pagas todo, ellos ponen el renombre de la editorial, sus contactos para “promover” el libro y aparte debes darles un porcentaje de la venta de cada ejemplar.
– eso suena bien – dijo mi hija.
– que noooo – repetí alargando las palabras para zanjar el tema – piden mucho dinero… y sorpresa: nada tiene que ver con la auténtica “Librería Porrúa Hermanos” que tantas maravillas literarias han publicado.
– voy a pedirle que venga a platicar contigo.
– ¡me carga la bruja que espantaba a mi abuela en las madrugadas!... te lo voy a demostrar – avisé cuando la joven se puso de pie.
– ¿disculpa, trabajas aquí? – dije al tiempo que mi esposa y mi hija se levantaban para dejarnos conversar a solas.
– sí, mucho gusto, me llamo Dolores – dijo extendiéndome la mano.


3.
Lo que debía ser una plática de 15 minutos sobre la propuesta editorial, se convirtió en una confesión personal que duró una hora: inició con la presentación de “R. Porrúa”, sus objetivos y demás que ella aderezó con fotos de su teléfono mostrando las “exitosas” promociones de sus autores: en ellas se veían multitudes alrededor de no sé quién, eventos que parecían más la inauguración de un antro que la presentación de un libro; al final mostró imágenes del lugar donde estábamos y en el que se percibí unas cuantas personas si comparamos los gentíos de las otras.

– es raro – dije bebiendo de mi café y ofreciéndole de las galletas que compramos para acompañarlo, mismas que rechazó con una sonrisa y sin perder la postura – no me he enterado de presentaciones aquí.
– las hacemos seguido – se jactó.
– ¿son entre semana?
– exacto – presumió.
– no te había visto antes… y venimos seguido – bebí de mi café.
– vengo de lunes a viernes – aclaró y siguió hablando de cifras del mundo editorial hasta que, aburrido, recité mis datos sobre los promedios de lectura y no tuvo más remedio que cambiar de tema: supo que no podría con mi opinión sobre los desastrosos niveles de lectura en méxico.

Pasaron los minutos mientras mi videncia comenzó a buscar respuesta a la consulta de una lectora del blog, hasta que sonó la palabra “bulímica”: fue cuando puse atención a su nombre, Dolores, y descubrí que me estaba contando su vida.

– me es difícil hablar de esto… no sé quién eres, ni te conozco, pero me inspiras confianza: nací en el norte del país, aquí vivo sola… me estoy abriendo camino en esta ciudad donde no puedes confiar en nadie… en mi soledad enfrenté la bulimia, sin que mis padres sepan hasta la fecha todo lo que he sufrido – ignoró un mensaje en su celular.
– vaya – solté y di un sorbo a mi café.
– los jóvenes son el futuro de este país – dijo Dolores cual slogan televisivo y mientras rechazaba en su celular una llamada entrante – así que escribí un libro sobre mi experiencia sobre la bulimia.
– vaya – repetí y desistí de ofrecer galletas: vi la perfección del lápiz labial, el delicado collar sobre su cuello, su blusa roja debajo de un traje sastre azul marino y pensé “pobre mujer”.
– está terminado – anunció tras decir algo que no atendí y agregó – me falta juntar el dinero para que “R. Porrúa” lo publique*.

Así siguió, contándome durante varios minutos más, hasta que pareció darse cuenta de su error y confirmé lo que yo hacía frente a ella: perder el tiempo, así que dejó de lado las confidencias y regresó al papel de la buscadora de talentos.

– sobre el tema económico, el contrato que firmas y demás, ya te lo platicará mi coordinadora – avisó – ella conoce de esos temas – y completando el discurso**, agregó entre risas – yo soy la head hunter.
– vaya – reprimí un bostezo.
– “R. Porrúa” busca escritores que aporten algo a la sociedad, una experiencia que auxilie al prójimo y para ello tenemos como ejemplo a su director. Se puso de pie, fue hacia un librero y regresó con un texto: “El iluminador de almas” – Arturo quiere textos que ayuden a la superación personal, que den algo a la juventud – avisó – ¿tienes terminado tu libro?
– sí… – di otro trago a mi café.
– ¿has publicado algo más? – siguió retomando el hilo para borrar de mi atención sus confesiones.
– sí, publiqué cuatro libros de manera independiente, textos en revistas, periódicos, compilaciones en la UNAM y di entrevistas de radio y tv.
– eso nos da una ventaja – fingió.
– mi libro gustará a Arturo: soy vidente, muertero y mi texto trata sobre cómo los muertos viven entre nosotros y de qué manera intervienen en nuestra vida – Dolores palideció, abrió los ojos y quedó muda.
eso ha de ser muy difícil – atinó a decir.
– sí, pero tiene sus beneficios: tengo el don desde niño… puedo ver el futuro y por ello te garantizo que tu libro tendrá éxito – tras lo cual su rostro se congeló, hizo algunos comentarios, me pidió mi número y yo por molestar solicite el suyo. Nos despedimos con su promesa de que su jefa me llamaría para otra entrevista, me besó en la mejilla y se alejó.

– ¿y? – preguntó mi hija una vez que Dolores salió apresurada de la librería y ella y mi esposa regresaron a la mesa.
– te dije: no me hagas perder el tiempo con pendejadas.

4.
Obvio no recibí la llamada telefónica de la jefa de Dolores: la gente se siente en desventaja tras desnudar su alma.

* cuando más adelante Dolores menciona: “solo me falta juntar el dinero necesario para que “R. Porrúa” lo publique”, me reitera en qué consiste el proyecto de la editorial.
** la inversión que debe hacer un escritor en 2018 para que le publiquen un tiraje de mil ejemplares, con la versión en ebook, equivale a $200,000 (unos 10,000 dólares).

14 de marzo de 2019

Un perro para Oggun



1.
Un viernes de octubre mi padrino de Mano de Orunla pidió lo acompañara al templo de una vieja Curandera por si le surgía alguna inquietud de las obras que se le harían: siendo también Curandero podría aclararle sus dudas con facilidad.

Así que ahí estábamos, prestos para hacer las obras que limpiaran su Templo Espiritual de brujerías y obstáculos que le había plantado su hermano, otro Curandero que se consumía de envidia por el éxito de su hermana.

Llegamos al mismo tiempo que AR, otro ahijado, a quien se había enviado al Mercado de Sonora a comprar cascarilla, pólvora, dos gallos colorados, oti, oñi, epo, habanos y un cachorro, además de recoger el Eleggua y el caldero de Oggun de mi padrino.

Al tiempo que AR bajaba el material, se me encomendó dibujar una patipemba con Zarabanda a la entrada del Templo: primero con cascarilla y luego la calqué con fula y esperé a que cortara una llamada para que la revisara. Aprobada, solicitó agregara una flecha de doble punta en la parte superior y una ñoca envolviéndola, luego me pidió encenderla de espaldas.

Terminamos, el Babalowo me llevó aparte, explicó los símbolos extra y ordenó entráramos al Templo, señaló unas sillas y se fue con la Curandera al Santuario (supuse), donde se encerraron durante casi una hora.

Mientras esperábamos, AR organizó el material con la exactitud que exigía mi padrino. Pasados unos minutos un gemido del cachorro llamó su atención: soltó un lastimero “pobrecito”, abrió la caja, lo sacó, lo colocó entre sus brazos (¡era café y los perros de Oggun son negros!) y comenzó a mecerlo, quizá como entrenamiento de lo que serán sus hijos, porque si hay algo que hacen los mexicanos es tratar a los canes igual que a los humanos, incluso a veces mejor.

2.
AR coronó Santo a punta de asaltos cometidos en su tiempo libre como representante de la ley (quizá por ello me incomodaba): era hijo de Oggun, alto, fornido y con grandes manos que le fueron de utilidad trabajando como agente secreto de la policía política; su rostro inspiraba miedo, pero en contraparte tenía una cursi debilidad por los perros.

3.
Esa noche asumió una actitud tan patética que me puse a tontear con mi celular tratando de ignorar el placer que le provocaba que el cachorro le relamiera las manos, ni oír el tono lelo con el que le hablaba ni ver cuando le dio agua en un vaso que previo lavó a conciencia. Lo peor: cuando lo puso en el suelo se tumbó a su lado a imitar sus volteretas, incluyendo las veces que exigió mi atención con un “mira”, “fíjate” o “ve”, para certificar las estupideces que ambos animales hacían.

– a darle – ordenó mi padrino al volver y la primera parte de las obras me las encomendó: sarayeyé a la Curandera, él ofrendó los gallos (para eso era precavido: sabía que de hacerlo nosotros lo acusáramos con Elaggua de sus tropelías) y AR mantuvo su actitud ñoña hasta que el perro, aburrido de sus idioteces, se durmió en sus brazos.

Ya atendido le dio obi, respondió con Eyeife y le encendió una vela, tras lo cual pidió a AR preparara al cachorro (siendo cuatro platas implicaba sopletearlo con aguardiente y preparar un triángulo de coco con pimienta y corojo): el frío del otí lo sobresaltó, recibió en el hocico el coco y al instante lo escupió, así que mi padrino lo regañó por no apretárselo y ordenó meterle otro trozo.

Prensado el hocico, hundiendo el pulgar en el cogote para que no lo tragara e inmovilizando sus 4 patas, AR lo suspendió sobre el caldero de Oggun, mi padrino tomó su cuchillo, rezó, hundió con destreza la punta en la vena yugular externa, el perro lanzó un quejido, comenzó a forcejear, respirando con dificultad y conforme la sangre caía sobre palos, tierras y otás, su lucha fue aflojando hasta quedar inmóvil: durante todo el proceso AR lloró.

Al terminar el Babalowo le arrebató al perro, lo puso en el suelo, le cercenó la cabeza de un tajo, le puso sal y corojo por donde la cortó, la chupó y la metió al caldero, abrió el cuerpo en canal también con un solo corte, lo dejó al frente y encendió otra vela. Tras sazonarlo tiró coco y Oggun dio Okana, preguntó si con multa para AR eto y cantó Alafia.

Quedamos en silencio, viendo las velas consumirse lentamente, hasta que mi padrino dio por terminadas las obras. Recogimos y limpiamos mientras echaba los gallos y el perro en una bolsa (obvio, sin la cabeza), se despidió de la Curandera, recibió el pago, prometió que en tres días iría alguien a recoger su caldero, tomó a su Eleggua y salimos del templo.

4.
– ¿te pones a chillar mientras le damos de comer a Oggun? – le gritó ya en la calle.
– mire padrino… – quiso justificarse, más no lo dejó hablar.
– no puedes cuestionar la ofrenda que pidió el propio Orisha para salvar la vida de la Curandera…
– es que los perritos… – insistió, pero lo interrumpió.
perritos pura mierda – gritó – puedes provocar que Oggun nos cargue con un osogbo de la chingada por andar haciendo esas pendejadas – y agregó furioso – por si no fuera suficiente, trajiste un perro café, cabrón, ¡color café!...
– pero… – insistió en defenderse, mas no se le permitió.
– …¡a Oggun se le inmolan perros negros… agradece que lo recibió de ese color! – vociferó – te suspendo 3 meses: no te paras en mi Ilé, te prohíbo trabajar religión y cuando se cumplan me buscas para que le pagues un chivo a Eleggua y dos perros negros a Oggun que tú mismo le vas a sacrificar – arrojó la bolsa a sus pies, le exigió tirar su contenido en cuatro esquinas, dio vuelta y subió a su coche.

AR buscó mi mirada, sonó el claxon, le espeté un “pendejo” y subí al auto.

5 de marzo de 2019

Marialioncera





La mezcla de religión Yoruba con otras creencias espirituales en américa latina sigue manifestándose con éxito en la literatura, tal como lo vimos con los libros: “Santería” del argentino Leonardo Oyola”, “Padrino” de la cubana Teresa Dovalpage y “Corazón sicario” del mexicano Gibrán Valle.

El más reciente lo tenemos con Juan Carlos Méndez Guédez (Venezuela, 1967), considerado un prodigio, autor de una veintena de textos, Doctor en Literatura Hispanoamericana y ganador de galardones como el Premio Internacional Ciudad de Barbastro por “Tal vez la lluvia”.

“La ola detenida” (su nuevo libro), le ha dado gran popularidad en Venezuela pese a que el autor lleva 20 años viviendo en España. Al texto se le pueden reconocer muchas virtudes literarias, mas tiene un defecto que si bien no lo demerita, sí permite cuestionar su ideología.

El libro narra la historia de Magdalena Yaracuy, una investigadora que combina el uso de armas con Santería y Espiritismo (es devota de María Lionza), “una bruja”, en palabras del autor, quien debe localizar a la hija de un importante político español, lo que la obliga a regresar a una Venezuela de la que huyó años atrás por conflictos existenciales.

A lo anterior se debe agregar que la personalidad de la protagonista (llena de virtudes y defectos, como cualquier persona), la hace real y creíble gracias a la destreza y fluidez narrativa de Guédez, quien además alterna hechos recientes con una trama bien elaborada cuya inserción consigue de forma natural y sin dar lugar a controversias.

Juan Carlos señala que Magdalena Yaracuy “contempla el mundo e intenta descifrarlo, sabía que era importante procurar un tono directo en el que las acciones también tuviesen protagonismo … tenían que pasar cosas y en ciertos momentos el lector debía sentir que el personaje estaba en una lucha contra el tiempo para salvar a la muchacha desaparecida en Caracas y también para salvarse a sí misma”.

Para los versados en Santería y Espiritismo, en las páginas encontrarán referencias a estas prácticas, información nada despreciable a la que si algún ocioso le dedicara tiempo, podría sacar un breve manual porque el autor deja claro que sabe de lo que escribe.

El este sentido dice que es agnóstico, pero: “de niño y adolescente, una parte de mi mundo estuvo muy vinculada al espiritismo marialioncero. Fui muchas veces a su montaña sagrada: Sorte. Participé de sus ritos, de sus ensalmos, adoré sus humildes altares en los que había ofrendas sencillas como frutas, panes, leche, velas”… y agrega: “el rechazo a María Lionza tiene un matiz importante; nadie cree, pero luego los encuentras haciendo su consulta con un brujo, por si acaso”.

Estamos ante una novela sólida, apasionante y balanceada donde a Guédez se le escapa nostalgia por su niñez vivida en Caracas, mas también deja salir su personalidad apátrida (como muchos autores latinos seducidos por la fama banal en España), en la que aflora el desprecio por sus coterráneos al “pintarlos” como delincuentes, abusivos, asesinos, violentos, corruptos y envilecidos caníbales dispuestos a destruir al prójimo sin otra razón que no sea el odio.

Al igual que la actual España, añorando su papel de conquistador de la indiada latinoamericana, Guédez no se limita a criticar a su país en voz de los personajes, sino que en cada entrevista denosta al presidente Nicolás Maduro, señalando que: “la locura caudillista y militarista ha dejado un país en ruinas. Venezuela vive un triste apocalipsis ... la sargentada devoró la riqueza, esparció el odio, armó a la delincuencia y ahora reprime con saña”.

Añade: “mi relación con Venezuela es de mucho dolor ... es una realidad terrible la que vive Venezuela, y se va deteriorando día a día. Todos los males posibles se han congregado en ahí”, acusa que: “Venezuela es una escenificación estalinista o fascista”, y se jacta: “en España vivo feliz”.

“La ola detenida” es una excelente novela, un vigoroso ejercicio de literatura que refresca al género negro, pero no es apta para aquellos que cuenten con una ideología y rechazan a los autores que tras conseguir el éxito en otro país, miran con soberbia y por encima del hombro sus raíces.

Juan Carlos Méndez Guédez, La ola detenida, 320 págs. Editorial Harpercollins, 2018