La muerte está muy activa: pasó
inadvertido el fallecimiento de Huberto Batis a los 84 años, (el pasado 22 de
agosto), ingratitud que es comprensible en la radio y la televisión, más no
para la prensa escrita y ni mucho menos en ese sector de la sociedad mexicana
que presume de saber escribir, leer… y pensar.
Nacido en Jalisco en 1934, escribió
14 libros, publicó infinidad de artículos y abrió las puertas al libertinaje intelectual en el conservador
medio cultural mexicano, al participar en publicaciones como la Revista Mexicana de Literatura, Cuadernos
del Viento, Plural, Revista de Bellas Artes, Confabulario, Revista de la
Universidad de México y Siempre!, mismos que impregnó de irreverencia y en
los que coló a escritores emergentes que modificaron la forma de ver a este
país, como Malva Flores, Guillermo Sheridan, Juan Tovar, Naief Yehya, Gustavo
García, Juan Villoro, Rocío Barrionuevo, Rogelio Villarreal, Xavier Velasco, Pura
López, Enrique Serna, Lulú Uruchurtu y Guillermo Fadanelli.
Escritor, fotógrafo, ensayista, locutor,
editor y catedrático, recibió en 2010 la
Medalla de Oro de Bellas Artes, es considerado el representante de la “Generación
de Medio Siglo” y sus méritos lo colocan a la altura de autores como Julieta
Campos, Álvaro Mutis, Sergio Pitol, Rosario Castellanos, Juan García Ponce,
Alfonso Reyes, Jorge Ibargüengoitia y Sergio Galindo.
Gran orador y conversador, poseía
una biblioteca con casi 50,000 libros a los que no cualquiera accedía: solo sus
cercanos e incluía a nóveles autores que para él tenían futuro; perdió amigos por
sus explosiones coléricas, pero sobre todo se llenó de enemigos por su desfachatez
(como Octavio Paz y Enrique Krauze), al grado que el gobierno retiró su
publicidad en las publicaciones donde colaboraba.
Conocí a Huberto en las veladas
que organizábamos los colaboradores del periódico “Generación” en la hoy
inexistente librería “Austria”, ubicada en Paseo de la Reforma, donde solían
llegar escritores y periodistas del periódico “El Universal”. En esas tertulias
yo solía mantener una actitud discreta, no por su fama de ogro, sino porque era un placer escuchar sus disertaciones sobre
cultura.
Estuve a punto de entregarle uno
de mis textos buscando su opinión (pese a que sabía era un crítico implacable y
mordaz), pero no hubo oportunidad: cuando Alejandro Jiménez renunció a
“Generación”, tras las mezquinas intrigas de Carlos Martínez Rentería, también me
fui: una parte por solidaridad con Alejandro, pero principalmente porque la vulgar
egolatría etílica de Carlos era irritante (ahí dejé de ver a Huberto).
Batis es reconocido por dirigir
magistralmente el suplemento cultural “Sábado” del periódico Unomásuno, entre el
año 1984 y el 2000, pero también por su insolencia que le valió entre otras
cosas recibir amenazas de censura y ser expulsado de la UNAM por su iracundo carácter.
Su objetivo al dirigir “Sábado”
era difundir el conocimiento, el cual
debía ser masivo pues creía que la cultura tenía que estar en manos de todos (y
no sólo en los que pudieran pagarla), para cambia al país. Por lo mismo exhibía
la pequeñez intelectual de creadores ególatras, la mediocridad del mundo
académico y la hipocresía en el medio cultural.
Antes de conocerle y hasta que lo
obligaron a renunciar (Batis señaló que “el
jefe de prensa de Salinas de Gortari … acabó con “Sábado” diciendo que era una
porquería pornográfica y cochina”), su lectura era obligatoria entre mis amigos
escritores, músicos, pintores y militantes de izquierda (sus páginas nos
hicieron críticos del establishment cultural),
con quienes me reunía en algún café o cantina para comentar su contenido o
tratar de localizar las sugerencias de sus columnistas.
Huberto es toda una referencia
por la manera de abordar la vida cultural, literaria, científica, social y política
del país, pero también por las incontables anécdotas que
protagonizó, como la que cuenta Alberto Ruy Sánchez sucedió en la UNAM: una
maestra interrumpió su clase tras haberle robado media hora de su tiempo, él la
insultó de tal forma que ella se desmayó, la tomó de los pies, la sacó a
rastras y siguió su exposición.
Hay otra que
él mismo narra: “escribí una nota
sobre De perfil, la novela de José Agustín, y Luis Spota, que no sé por
qué razón lo odiaba, la publicó en el suplemento y la ilustró con un burro de
perfil, lo que indignó mucho a José Agustín. En casi todos los libros aparezco
lleno de insultos, hecho famoso por ese burro que publicó Spota, del que ni
siquiera fui yo el responsable”.
Una pérdida irreparable para
méxico, equiparable a la del escritor Carlos Fuentes, deceso que aunque discreto
(en parte porque el propio Batis no buscó fama ni reflectores), nos deja su insurrecta
herencia en expresiones culturales de las que millones no conocen su origen:
Huberto Batis.