seablue y ujulerachid,
administradores de este blog, quieren desear a todos los lectores felices
fiestas de fin de año, y aprovechando, compartimos una interesante reflexión del escritor
dave barry sobre la época decembrina: “una vez más, llegamos a la temporada navideña, una época
profundamente religiosa que cada uno de nosotros celebra, a su manera, yendo al
centro comercial de su elección”. Nos leemos en enero.
1.
Decidí que aquella tarde sólo sonaría
reggae en la casa, así que opté por Yerberos, Ganja y Rastrillos (mexicanos), y
por The Slackers, The Sunvizors, Mo'Kalamity y Bob Marley; destaparía un Myer’s
Rum (que un ahijado me regaló), y prepararía bocadillos. Iba a iniciar dando play a “Married Girl” cuando se abrió la
puerta y vi entrar a mi esposa afligida.
– y ahora? – pregunté (había ido a comer
con unas amigas y pensé que tardaría en volver).
– mataron a L y V – dijo conmocionada.
2.
– no se sabe mucho – señaló tras sentarse
en un sillón.
– cuándo fue? – pregunté.
– antier… salió en el periódico – sacó uno de
su bolso, me lo extendió, pero dudé pues no me gusta la nota roja: veo los reportajes, mi videncia vuela y ve cómo sucedió todo… lo sostuve sin intensión de abrirlo.
– luego – avisé.
– acostúmbrate – avisó – M va a venir:
quiere que le digas qué sucedió.
– naaá – anuncié – sabes muy bien que no me
gustan los muertos.
– eres muertero: ves muertos, hablas con muertos,
trabajas con muertos y hasta espantas
muertos.
– no me refiero a desencarnados, sino a
cadáveres: el primero lo vi a los 7 años cuando mis primos me llevaron a ver el
cuerpo de un tipo apuñalado en la esquina de la calle donde vivíamos…
– pero se trata de L y V – me interrumpió –
las conocíamos.
– desde entonces procuro no verlos – seguí argumentando
– a veces no hay remedio, como cuando murió mi padre, más me sigue incomodando.
– pero… – quiso agregar cuando sonó el
timbre.
3.
M entró tras abrirle la puerta, me saludó (lívida)
y se dirigió al sillón donde antes yo estaba sentado: los tres quedamos en
silencio.
– ya te dijo? – preguntó al cabo tras ver
el periódico en la mesa.
– sí – acepté y me adelanté a cualquier
petición – una pena.
– necesito que me digas qué… – soltó.
– olvídalo! – señalé y me puse de pie.
– pero… – trató de convencerme, más la
corté de tajo.
– no, tú eres espiritualista… y una
bastante buena – aclaré – no me pidas hacer cosas que no me gustan: ya mi
esposa se enteró de mis razones.
– primero escúchame… – insistió.
– absolutamente no – me aferré.
– me deben un favor… – soltó con frialdad mirándonos
– y en el mundo espiritual los favores son cuestión de honor.
La miré con furia: eso era un chantaje y se
lo hice saber, más se limitó a verme en silencio. Mi muerto quiso intervenir,
pero era innecesario: era nuestra amiga,
el suyo era violento y aquello no terminaría bien.
– no quería llegar a esto – se disculpó.
– ya lo hiciste – me serví un ron sin
ofrecerle a ella y regresé al sillón.
– te pido que me escuches – pidió y me
resigné.
4.
– la ventaja, como dije, es que mi hermano es
el responsable de investigar este crimen, así que “podremos” entrar.
– eso es legal? – cuestioné.
– si ves al asesino lo será, porque
aparecerás como un asesor de la
policía que ayudó a que lo atraparan.
– qué le dirás a robocop? – me burlé de su pariente – que un brujo entrará a casa de las muertas, usará su videncia y verá qué
pasó?
– sólo irán ustedes – aclaró señalándonos.
– a mi esposa no la metas en esto! – le
advertí tajante.
– yo no puedo entrar – avisó M.
– si no fuera suficiente que tu hermano no
me soporta y dice que no cree en las mamadas de videntes, tendré que aguantar
sus burlas y caminar entre cadáveres!?
– ya se los llevaron – me ignoró.
– … voy a “ver” lo que sucedió! – me quejé.
– te puedo asegurar que en el fondo a mi
hermano le interesa tu opinión… necesita una pista para aclarar los asesinatos;
pero si me dejas terminar de explicarte entenderás por qué te necesito ahí –
avisó.
5.
– y somos 9… éramos – corrigió luego de
contar esa parte de su vida que hasta entonces no conocíamos.
– oye, a mí no me importa lo que hagas con
tu espiritualidad – solté – pero cómo te metiste a esas prácticas tan… oscuras?
– eso es asunto mío.
– no, hemos ido a tus cátedras, bajas a tus
guías para nosotros, vamos a tu templo y ahora me sales conque eres discípula
de Darth Vadder?
– cada quien busca el modo de evolucionar –
se escudó – ve tu caso: de Curandero te hiciste Espiritualista, luego Mayombero,
Santero y ahora...
– ya! – la corté y traté de serenarme – así
que piensas que el asesinato tuvo que ver con lo que ustedes hacían y no por ser
ella prestamista?
– no sé – señaló – créeme: no me puedo
involucrar, formo parte de ese círculo de 9 sacerdotisas y mientras no sepa qué
sucedió, estoy en…
– párale! – la corté – me vale madre tu
club de Harry Potter…
– hay detalles extraños – continuó – en la
casa había dinero que el asesino no tocó, la puerta no fue forzada: señal de
que ambas lo conocían y lo dejaron entrar, no hubo violencia sexual y lo raro
es que…
– fueron tres – la interrumpí.
– comenzaste a ver? – exclamó – no debes hacerlo aquí: es en la casa…
– eres una jodida loca!! – le grité.
6.
El auto de M se detuvo en una esquina:
habíamos llegado a la colonia Escandón tras convenir mi participación si mi
esposa no se involucraba.
– no puedo acercarme más… ya te expliqué – tomó
su celular, marcó a su hermano y al poco él apareció del lado de su portezuela:
M bajó el cristal, a ella la saludó y conmigo se limitó a un movimiento de cabeza.
– me vas a meter en problemas – se quejó –
y más si tu amiguito hace alguna tontería allá dentro.
– no te preocupes: sabe cómo hacerse invisible – dijo ambigua.
– vamos – ordenó tras resoplar.
Bajé del coche, lo seguí y al caminar sentí
una punzada en mi estómago. Llegamos frente a un gran portón, el hermano de M
hizo una señal a un uniformado (refiriéndose a mí), se rieron, mi muerto se
presentó pero le indiqué que el escarmiento lo dejará para después: le pedí fuera
por delante para cualquier sorpresa. Ingresamos.
Ya en el patio vi que todas las
habitaciones estaban a oscuras y sentí escalofrío. Era un viejo caserón de dos
pisos muy deteriorado. Me quedé en el umbral mientras robocop decía que a ambas las apuñalaron: a “la mujer en el baño, a la hija en la cocina y luego fueron colocadas
sobre la cama de la madre en extraña posición”. Los policías entraron,
encendieron las luces y los seguí.
Recorrimos la planta baja (en el baño y la cocina
las manchas de sangre de las víctimas comenzaba a oxidarse), subimos y en la
entrada de la recámara descubrí a L y
V abrazadas: apenas me vieron comenzaron a narrar, entre gritos y lloriqueos, lo
sucedido.
7.
Volvimos al auto en silencio. Una vez
frente a M la náusea que me provocó ver (y escuchar) los detalles, me jugaron
una mala pasada y vomité.
– olía feo, verdad? – se burló robocop cuando terminé – le llamamos
“olor a muerte”: estuvieron ahí dos días hasta que una compañera del trabajo,
extrañada por su ausencia, vino, trató de entrar y...
Me subí al auto y lo ignoré. Pedí a M nos
largáramos de ahí, más su hermano no pensaba lo mismo.
– suelta: quién fue? – me preguntó
exasperado.
– no sé… no pude ver nada.
– me imaginé que saldrías con esa mamada… valiente
tu brujito – dijo, se despidió de M, dio
un manotazo en el toldo y se alejó. Lo observé y pedí a mi muerto le diera una
lección. Hicimos el trayecto en silencio.
8.
Al llegar me bajé del auto, M descendió pero
me planté frente a ella dejándole claro que no iba a permitirle entrar a mi
casa.
– fueron tres hombres – repetí y guardé
para mi la conversación que tuve con ellas – nada relacionado con su negocio
usurero.
– tiene que ver con nuestras ceremonias? –
me cuestionó.
– ella se dedicaba a otras cosas esotéricas de las que ustedes no sabían.
– y quién fue? – me cuestionó – por qué no
le dijiste a mi hermano?
– no diré más! – avisé y agregué – te he
respondido lo que te interesaba, de lo demás no vi nada… con esto está pagado “el favor” – y le advertí – no
vuelvas a cruzarte en mi camino!
– podrías convertirte en consultor esotérico de la policía –
aventuró.
– vete a la chingada – le grité y me alejé.
Mi esposa observó la conversación desde el
balcón de la sala. Abrí la puerta, me dirigí a la ducha y me bañé para quitarme
el olor a muertas; me cambié de ropa, fui a la sala, me serví un ron y quedé en
silencio: mi mujer me observó y supo que esa noche no se enteraría de lo
sucedido. Apuré mi trago, me serví otro y de nuevo sentí la amenaza del vómito.
– no volveré a platicar con desencarnados –
me prometí.