1.
Estoy empezando a limitar mi vida social a
eventos estrictamente necesarios, casi sólo los familiares y de ellos los ineludibles,
pues eso de ser vidente, sanador y demás tiene sus desventajas al momento de
tratar de llevar una vida normal.
Me
suele pasar: llego invitado a un festejo y en lugar de relajarme, platicar tonteras
o escuchar los chismes familiares recientes,
termino respondiendo preguntas sobre dónde
dejé mi cartera? aprobaré mi examen de matemáticas? el carro usado que quiero
comprar tiene fallas? de qué color ves mi aura? me conviene cambiarme de
trabajo? qué hago para calmar a mi vecina?... o el clásico: puedes poner tu mano en mi pierna para
quitarme el dolor?
Con
Santeros y Babalowos las cosas empeoran: te
acuerdas del oddu que habla de la reencarnación? será que mi ahijado me mintió?
el amarre de amor lleva naranja? para rayar un ladrillo es lo mismo usar punzón que chuchillo? me lees el vaso de esta
veladora? el nombre lo anoto en papel estraza con lápiz o carbón? en el baño de
hierbas puedo sustituir bledo blanco por romero? se debe quitar el veneno a la
víbora antes de hacerla jabón?
2.
Llegamos
a una comida donde estarían unos tíos de mi esposa que viven en el sur del
país: después de años de casados aún no conozco a toda su familia y me incumbía
porque él ha escrito varios libros. Entramos al espacioso departamento y sin
darme tiempo de terminar de saludar, una prima de mi esposa me tomó del brazo y
me llevó a la cocina.
–
necesito que platiques con mi madre o con lo que queda de ella – ordenó tras darle un trago a una cerveza – hace años un
fantasma la posesionó y se ha vuelto
insoportable y cabrona y cruel y manipuladora y mala y…
–
¿de dónde sacas que sufrió una posesión? – la paré.
–
se le nota: no nos trata como antes y…
–
no digas cosas a la ligera – la regañé.
–
toda la familia sabe que eres brujo –
me interrumpió mientras otra hermana, también cerveza en mano, se unía a la
plática – así que supongo que sabrás qué hacer con ella… un exorcismo, algo…
–
nos preocupa qué pasará con sus bienes al morir – agregó la llegada.
–
no soy brujo – le aclaré sintiendo
sed de ver tanta cerveza.
–
necesitamos saber si ya hizo testamento – me ignoró la otra.
–
vaya, se trata de eso – levanté los ojos hacia el techo.
–
somos sus hijas, tenemos derecho – se justificó, más las desdeñé, cogí una
cerveza, salí de la cocina, me senté a lado de su madre (hermana de otra tía) y
conversamos hasta que nos llamaron a comer.
Al
despedirnos las dos hermanas se me quedaron viendo en espera de que les
informara sobre su petición, más no las tomé en cuenta.
–
ambas estaban sorprendidas de que hubieras platicado tantas horas con mi tía – me
dijo mi esposa ya en el auto.
–
es muy simpática.
–
¿dijo algo de lo que desean saber? – preguntó.
–
ya sabes que la gente me confiesa todo sin que yo pregunte: la señora tiene ya
hecho un testamento – me reí – pero dice que sus hijas son unas buitres y que por eso finge estar loca.
–
¿no que estaba posesionada? – me inquirió.
–
por su ambición no saben diferenciar nada – señalé – lo malo fue que no pude
charlar con el escritor.
3.
En
una cena de navidad, en la vieja pero bien conservada casa de unos tíos maternos,
apenas y llegué una prima se acercó con un
caballito de tequila en la mano (ingenuo pensé que era la bienvenida), me
tomó de la mano, me llevó hacia un rincón de la sala, se sentó a mi lado, le dio
un sorbo y dijo: me urge que me digas si
mi jefe piensa correrme.
Tras
veinte minutos se fue (más borracha, pero tranquila, sobre su futuro laboral). Iba
a levantarme cuando llegó su hija adolescente, me regresó al sillón, me miró y
dijo: tío, creo que Paco anda con “otra”,
así que lo terminé: dame una receta para que regrese conmigo.
Cuando
pude entrar al comedor la cena había iniciado, me senté a lado de mi esposa y
en silencio para no llamar la atención, más apenas había dado un bocado al
bacalao que ella había preparado, mi tío exclamó:
–
llegó mi brujo preferido… mira, me
invitaron a participar en una quiniela del SuperBowl
y con tus poderes sobrenaturales
la quiero ganar: con el premio daré el enganche de un auto al que ya le eché el ojo.
-
no soy brujo – aclaré - no me gusta el futbol.
–
es el americano, pero no importa: con
tu magia conseguiré la plata – aclaró
provocando la risa de los comensales.
–
no veo la tv – insistí y seguí cenando – no sé de quiénes me hablas.
–
¡absurdo! – exclamó un sobrino recién estrenado en la adolescencia – nadie
puede vivir sin ver televisión.
–
nosotros sí – intervino mi esposa tratando de cambiar el tema.
–
tampoco afecta si la ves o no – insistió sacando una hoja con los nombres de
los equipos – ¿quién ganará?
4.
–
debes platicar con ella – ordenó mi tía
L cuando traté de entrar al baño de su casa a donde habíamos llegado esa noche para
celebrar el cumpleaños de su nieta – pregúntale dónde están las alhajas – se
refirió a la leyenda familiar de las joyas de la Emperatriz Carlota de la que
su bisabuela fue dama de compañía y que dicen la gobernante le regaló.
Me
le quedé viendo y traté de explicarle que antes necesitaba atender una
necesidad fisiológica, pero me había tapando
la puerta y no se le veían intensiones de moverse.
–
debo mear – advertí bailando sobre mis pies.
–
óyeme bien brujito: vas hablar con ese
espanto de arpía – amenazó.
Pensé
en buscar el wc del segundo piso, pero concluí que ante esa actitud no teníamos
nada que hacer ahí, así que di media vuelta y caminé, ella me siguió
insistiendo en contactar a la fantasma,
atravesé el jardín, salí y oriné sobre la llanta de su auto último modelo:
comenzó a reclamar a gritos y mi esposa salió a la calle a ver qué sucedía. Terminé, le sonreí, la invité a cenar, subimos
al auto y nos fuimos.
En
el trayecto le expliqué lo sucedido y le avisé que nunca contactaría a la
bisabuela.
5.
–
vente para acá, güey – dijo R, cuba en mano, pasando su brazo sobre mis hombros
y dejando claro que deseaba privacidad. Mi esposa sonrió y fue a buscar a sus
amigas, de una de las cuales celebrábamos su cumpleaños ese diciembre y de
quien el borracho era su esposo.
–
¿ahora qué hiciste? – pregunté ya estando solos.
–
mi vieja está embarazada – dijo.
–
¡felicidades! – comenté.
–
no, güey – aclaró – mi esposa no: la novia que tengo en el trabajo.
–
cabrón – señalé.
–
le dije que tiene que abortar, pero no quiere.
–
¿y? – pregunté imaginado lo que vendría.
–
necesito que me digas qué hierba debe tomar para provocarle un aborto… con eso
de que eres brujo y no sé qué madres más.
–
no soy brujo… pero además dices que no abortará – le recordé.
–
entonces hazle un trabajito para
convencerla.
–
no – avisé – hay cosas que no hago, por ética, pero en especial no me meto en
abortos.
–
pero soy tu amigo – trató de
presionarme tras vaciar su vaso.
–
tú y yo no somos amigos – aclaré – eres el esposo de una amiga de mi esposa, y
al igual que los maridos de las demás, nunca me han aceptado…
–
no seas diabólico – me interrumpió – dime cómo le hago: no puedo permitir que
esa puta y sus pendejadas destruyan mi matrimonio.
–
… y aunque fuéramos amigos, no lo haría – rematé y pese a que yo esperaba otra
reacción, se puso a llorar – habla con tu esposa – sugerí y lo tome del brazo,
de esa manera tan discreta de tocar que me enseñó un Curandero para convencer a
la gente de cualquier cosa.
–
pinche brujo culero – dijo entre
lágrimas en el momento en que entró a la cocina K (su esposa), quién al verlo
en crisis se asustó.
–
¿qué te sucede mi amor? – preguntó, le quitó el vaso de las manos, lo colocó
sobre la tarja y me acusó de algo con
la mirada.
Levanté
los hombros, salí de la cocina, busqué a mi esposa en el jardín y le dije al
oído que era hora de partir. Volteó a verme extrañada, pero por mi expresión se
dio cuenta que algo estaba por
suceder.
Empezamos
a despedirnos, pero mientras la hermana de K traía nuestros abrigos, se escuchó
romperse un cristal y el grito: “¡¿qué
estás diciendo?!”: demasiado tarde para evitar presenciar en el escándalo.