1.
La historia de H sería extraña a
los ojos de un practicante de la religión que se les ocurra, pues desde la
perspectiva de una creencia, su “fe” se debate peligrosamente entre la línea
que separa el dogma del fanatismo.
Nos conocimos en un Templo Espiritual
buscando respuestas a nuestros respectivos problemas, pasamos de pacientes a
aprendices y después a iniciarnos como Curanderos, luego a Paleros y Santeros (resultó
hijo de Ogun), y hasta donde me enteré se juró como Babalowo en la corriente (¿eso
existe?) de Wande Abimbola.
H como Curandero era bueno y
durante años lo demostró, primero ante nuestro padrino, luego cuando recibió
“su bendición” para trabajar por su cuenta, pero sin renunciar al templo. Tenía
un pueblo nutrido hasta que mezcló Curanderismo y Santería, revoltijo que si
bien le hizo perder pacientes, también le llevó a granjearse nuevos feligreses y
hasta tener un programa de radio.
Los dos admitíamos que los
caminos de la evolución espiritual no tienen banderas, pero sus inventos rompían
las fronteras espirituales y carecían de coherencia: analizando sus mezclas vi
que nada tenían que ver con energía Curandera y de Osha, aunque ambas manejaran
elementos de la naturaleza.
Un ejemplo: cierta noche en que
llegué a su Templo él estaba terminando un amarre con un pescado murciélago, mas
al terminar la obra hizo pasar a la paciente ante Oshun para realizar otra
ligadura de amor con un nabo que consideré innecesaria.
2.
Tras aquello marqué distancias de
su obra espiritual, pero respetando la amistad que nos unía, hasta que ante la
proximidad del tercer aniversario de su Templo me pidió tocara El Caracol: un
ceremonial prehispánico que se practica para dar por iniciadas las festividades
de un Santuario, solicitud que acepté, llegando temprano ese día para
participar en las obras previas a la celebración.
Saludamos a los Curanderos y
Chamanes conocidos, nos presentaron a los desconocidos (y a algunos Santeros),
nos purificamos en el primer patio del Templo (usando incienso, mirra, alumbre,
copal y hierbas), e invocamos a nuestros Guerreros indígenas para efectuar el
protocolo que nos “obliga”, entre otras cosas, a crear un círculo de protección
para el recinto y los asistentes durante la celebración.
Luego vinieron los disparates: H cumplió
con las ofrendas para Ahuiateteo, Ixtlilton, Mictlantecuhtli, Coatlicue,
Yacatecuhtli, Quetzalcóatl y Xiuhtecuhtli, pero incluyó atenciones a Supay, María
Sabina, Hela, Sejmet, Pachita, Kali y otras entidades que no forman parte de
nuestra guía espiritual, pero apenas y entramos al segundo patio…
3.
… carajo.
4.
… había un altar con ofrendas para
Oggun (con plátanos verdes, aguardiente, jutía, manteca de cacao y corojo, melones,
pescado ahumado, tabaco, maíz tostado, ñame y mucha nuez de kola) y fruta para
los demás Orishas, lo que me llevó a cruzar miradas con mi esposa y ponernos
alerta pues aquello no sería un festejo de Curanderos y podrían surgir
problemas.
Nos quedamos al margen viendo a
los demás rendir honores a las deidades Yoruba: algunos asistentes entendían
qué hacía esa ofrenda ahí y los Santeros asumieron una actitud más relajada al
sentirse en su ambiente. Al tiempo
que todo ello sucedía, H explicó:
- en mí Templo conviven Deidades y Orishas: todos son dioses y ellos nos escuchan… ustedes son bienvenidos y estarán
cobijados por ellos desde su llegada y hasta que lleguen a sus respectivos
hogares – y ante el silencio general, agregó – siendo todos los dioses
festejados, no habrá pleitos ni recelos.
Y así siguió. Nuestro padrino aún
no llegaba y comprendí que H tenía su misma tendencia a mezclar religiones por su
ignorancia y falta de entendimiento del mundo espiritual.
Chamanes y Curanderos subimos al
Sagrario del Templo (esta vez fue imposible que los Santeros participaran: era
un asunto de Espiritualistas), para los últimos rituales, entre ellos desangrar la "Corona Crística", limpiarnos con una gallina negra, destazarla y meter sus trozos
en cuatro bolsas de tela negra, junto con otros objetos y de las que fui el responsable de salir a la calle a dejarlas
en las cuatro esquinas.
5.
Cuando los Chamanes y Curanderos regresamos
al primer patio, en la calle ya había gran cantidad de feligreses pidiendo a los Santeros abrieran la puerta: unos con ofrendas,
y otros con dos y cuatro patas, puestos a entregarlas a las entidades o
deidades para quienes tuvieran agradecimientos.
H me pidió sonar el Caracol para dar
entrada de un grupo de percusionistas y danzantes: cumplí solemne con el ritual
durante varios minutos, después los indígenas tocaron y bailaron ritmos
prehispánicos para las deidades, se depositaron las ofrendas y mi amigo inició “La
Cátedra”, que duró casi dos horas, luego invitó a todos pasar al segundo patio
para que un grupo de tamboreros tocara a los Orishas.
Al terminar el güiro H nos pidió
inmolar los animales: decliné y prudente no me cuestionó, mientras los demás Santeros
iniciaron con el sacrificio que a mi gusto, dada la cantidad, se convirtió en una masacre (de la que si bien tomé
fotos con mi celular, con el tiempo se perdieron).
6.
Lo que siguió fue un ramplón festejo
a la mexicana, alguien montó un sonido
durante la matanza y al terminar sonó música tropical: la gente empezó a brincotear
y devorar la comida y bebida que algunos feligreses aportaron.
H me pidió lo acompañará a
comprar cerveza y bolsas de hielo. Fuimos en mi auto, agregué un par de cajas
que pagué aparte, hicimos algunos comentarios que nada tenían que ver con la
mescolanza y volvimos. Minutos después, sin saber el origen, vi circular
botellas de ron. Al poco mis invitados llegaron, coincidiendo con mi padrino,
su mujer, hijos y unos Babalowos.
Fue así que me encontré
conviviendo entre Tarotistas, Reikisitas, Sanadores y demás practicantes que
solían consultarse con H, quienes se sumaron a la mezcla energética de
Curanderos, Chamanes, Santeros y Babalowos que pobló el festejo, aunque yo no
terminaba por sentirme a gusto.
7.
Conforme avanzaba la tarde la
esposa de H, una Curandera tramposa, mentirosa y promiscua (hija de Oshun),
comenzó a repartir dulces y juguetes entre los niños, a los que agregaba
cervezas si se trataba de adultos, todo lo cual decliné a recibir pues sabía de
sus artes brujeriles para endulzar a hombres y mujeres por igual. Al desechar
el juguete, se quejó:
- es para que se lo pongas a Eleggua… él quiere que
dejes salir tu niño interno y te
diviertas – todo acompañado con esa
lascivia que tanto me irritaba desde la primera vez que se me insinuó.
- pues que me disculpe Eshu –
avisé inclinándome al suelo para golpear tres veces con cierta parte del dedo
índice, un truco para avisarle a Eleggua que alguien está poniendo una trampa
en su nombre – pero hoy estamos celebrando a los depositarios de la vida en
tierras mexicas…
- tú te lo pierdes – dijo, regresó
el cacharro a la bolsa y se fue agitando sus caderas para repartir más brujería.
La observé de lejos y vi que
rebuscó demasiado en la bolsa tras llegar ante mi esposa, quien también rechazó
el juguete y ante lo que “la madrina” repitió la partida con exagerada coquetería.
8.
Llegó la noche y la música
tropical sonaba insistente: el pueblo comenzó a despedirse y el festejo se
concentró en el primer patio, ante las Deidades Prehispánicas, y principalmente
entre lo más allegados a H. Fuimos por más cervezas, acompañados por un par de sus
ahijados. Pagué otras dos cajas.
Ya de regreso al Templo, rumbo al
baño, me encontré con un Mayombero amigo mío (a saber a qué hora llegó),
plantado a lado de una tina que contenía hielo y las cervezas, así que opté por
quedarme a su lado y dejar de poner atención a tanto disparate.
Pasaron las horas, tomé varias
cervezas (en realidad fue mi Guía Espiritual, porque al llegar la hora de irnos
no estaba alcoholizado), mientras a veces mi esposa se aparecía, divertida,
observando el grupo de religiosos que se había formado a nuestro alrededor y
atento a las bromas de mi amigo.
Al rato se oyeron risotadas en el
segundo patio y varios fueron a buscar su motivo, descubriendo que el motivo
era un ahijado, que se creía galán, bailando sensualmente reggaeton sobre las piernas de otra ahijada de H, de
quien todos en su templo se burlaban por ser una solterona.
El escarnio por aquello me resultó
grotesco, así que terminé mi cerveza, avisé a mi esposa que era hora de huir, propuse
al Mayombero acercarlo a su casa (casi éramos vecinos), nos despedimos y
salimos dejando ese aniversario al
que no le vi pies ni cabeza.
En el trayecto mi amigo comentó
de una pelea a golpes entre Aleyos hijos de Oggun y Shangó, ahijados de H, a
las puertas del templo, lo cual no me extrañó pues algo tenía que provocar las burdas mezcolanzas de H.
9.
Las últimas veces que hablé con H
fue vía telefónica meses después: en la primera me quejé de las incongruencias
de Eleggua. No supe el motivo, pero a las pocas horas su programa de radio
versó sobre mi reclamo, done repitió mi posición ante los Orishas y me puso
como ejemplo de lo que NO debe hacer un Santero.
Ni que decir que en cuanto
terminó su transmisión le hice la segunda y última llamada para reclamar su
falta de respeto a la privacidad de nuestra conversación, esgrimió torpes
argumentos hasta que, “amistosos”, colgamos sin que él supiera que era la
última vez que cruzábamos palabra… y luego me enteré de esa iniciación como
Babalowo al estilo Wande Abimbola.