para rosa
maría y xenia
1.
La mujer se acomodó con
arrogancia en el sillón. Se me quedó viendo, se le ofreció café, pidió agua. Siguió
observándome y luego recorrió con mirada despectiva las paredes de la sala llenas
de libros.
2.
Sara llegó recomendada por una paciente a la que meses atrás quitamos
un amarre de amor que la traía azorada. En un principio me negué a recibirla,
pero cuando argumentó que era su familiar, concretamente hermana de su recién
fallecida madre, terminó por convencerme.
Ni que decir que en cuanto su tía me llamó por teléfono para agendar una cita, apenas y escuché su
erosionante tonillo al pronunciar cada palabra, me arrepentí de haber aceptado.
3.
Mi esposa regresó con el vaso, se
lo entregó, le sonrió (por mi expresión sabía que la consulta sería difícil), y
se sentó a mi lado. Abrí mis manos en señal de que si ya estaba ahí, debía
contarnos su problema.
– en mi casa asustan – mezcló drama y jactancia, cómo si aquello la hiciera especial.
– ¿en serio? – bostecé.
– espantan – recalcó ante mi
indiferencia.
– ¿cómo lo sabe? – preguntó mi
esposa tras percibir mi hastío.
– vivo con mi marido, dos hijos
adolescentes, mi suegro, ya viudo, y…
4.
Mientras más estudio el destino, lo depuración de karmas, la esclavitud
espiritual y la mezquindad humana, más me aburre recibir pacientes, sobre todo
en casa (aunque resulta más práctico al dar por terminada una consulta si algo
me incomoda): oír excusas para no reconocer culpas confirma mi teoría de que
somos responsables de lo que nos sucede, y por eso, la solución depende de
nosotros, sin apelar a la presencia de una deidad o energías raras.
Sara confirmaba mi teoría, pues antes de casarse tuvo varios abortos,
le era infiel a su esposo, maltrataba a su suegro y se desatendía de sus hijos
adolescentes: él estaba a punto de caer en las drogas y ella de salir
embarazada. Sentí breve pena por ella... muy efímera.
5.
– ¿y luego… qué? – cuestioné tras
oír el soso retrato de su vida familiar.
– hemos vivido situaciones feas,
como despertarnos con rasguños o mordidas, ver cosas que vuelan, escuchar azote de puertas y ventanas, sufrir la pérdida de
objetos de valor, ser empujados para rodar por las escaleras… además, mi pobre taquito vive asustado, tiene ojeras, no
come ni duerme, ya ni ladra y cada semana está más flaco: es el que más me inquieta
– dijo con un puchero.
– ¿taquito? – ¿por qué a los mexicanos les gustan los apodos estúpidos
para sus mascotas – ¿le puso el nombre de un platillo tradicional a un perro?
– sí, pero mi pequeñín solo aúlla
y… – quiso ignorarme, mas lo impedí.
– ¡un perro llamado “taco”! – me
burlé de que un animal fuera lo que más le preocupara; me levanté y fui a la
cocina por un té. Supongo que se quejó de mi comentario, porque al regresar se fingía
indignada.
– ¿está segura que son desencarnados?
– insistió mi mujer mientras yo clavaba mi mirada en uno de los libreros,
tratando de averiguar en dónde estaba “Desgarradura”, de uno de mis filósofos
favoritos: Emil Cioran.
– he leído el blog y sus descripciones coinciden.
– ¿hace cuánto la rentan? – la
interrumpí de nuevo.
– vamos a cumplir un año – dijo
extrañada – ¿cómo sabe que…?
– ¿cuándo comenzaron las
agresiones y “eso”? – la corté una vez más.
– a los dos meses de llegar – señaló
– ¿por qué hace esas preguntas?
– ¿Mónica le dijo que soy vidente?
– me armé de paciencia – interrogo para establecer puentes: cuando la gente me responde, viajo en sus pensamientos, testigos de lo que realmente sucede, y voy
más allá de lo que usted pudiera contarme… veo el origen del problema.
– ¿entonces ya sabe que son espíritus
chocarreros? – dijo con sorna.
– no son fantasmas – advertí.
6.
Analicé qué me irritaba de Sara,
a quien calculé unos 48 años: en principio pensé que era su simpleza, luego concluí
que aparte de su perversión canina, me crispaba su olor mezcla de perfume y
motel: usó con su esposo vernos para encontrarse antes con su amante, lo cual a
mi qué carajos me importaba, sí, pero el acabose llegó tras el pataleo de una
de las tortugas que tenemos como protecciones contra brujería, queja por el escándalo que terminó por hacerla vomitiva.
– ¿por qué son así esos bichos? – despreció – chapotean y escandalizan, asshh… Mónica
tiene unas y no entiendo cómo las
soportan.
– se ponen nerviosas ante personas
nefastas – aclaré.
– pero huelen feo… – insistió.
– hay gente que hiede y no le
importa: va por la calle, o visitando casas, como si la humanidad tuviera la
obligación de aguantar su peste intima… esa que delata traiciones – solté, pero ignoró la indirecta.
– prefiero los perros, porque…
– ¿usted trabaja?
– no, mi esposo nos mantiene de
todo – presumió ajustándose, ufana, el cuello de su saco.
– también al holgazán de su taco – agregué – porque si hay un
vividor en su casa es ese animal por el que usted sufre más que por su familia.
– me hace compañía – justificó su
existencia, entrelazó las manos y juntó las rodillas – mis esposo labora todo
el día, mis hijos, ya sabe, los jóvenes siempre de fiesta, mi suegro con
demencia senil y…
– las tortugas son útiles – interrumpí
– previenen de energías negativas, su agua sirve para limpiar casas, si se hace
con precaución se usa para baños de despojo, el polvo de su concha se combina
para hacer antídotos contra venenos… los perros solo ladran, tragan, mueven la
cola y cagan: ¿ver cómo lo hace le da sentido a su vida?
7.
– Mónica dijo que ustedes son muerteros – volvió
al tema de los fenómenos en su vivienda – corren espantos, limpian casas embrujadas y…
– no son fantasmas – reiteré y me
quedó claro que no mencionaría nada de su hermana muerta.
– siento su presencia – insistió –
he visto programas por cable donde…
– percibe energías negativas, sí,
mas no ve sombras: si fueran muertos tendría uno pegado a sus espaldas y ya me
estaría retando o haciendo “bromas pesadas” sobre usted – exageré.
– pero…
– es una casa vieja y la rentaron
por barata – dijo mi esposa – pero no preguntaron sobre su pasado, ni curiosearon
con los vecinos por los anteriores inquilinos – agregó.
– pero… – insistió, pero no la
dejé hablar.
– si hubieran investigado sabrían
que nadie dura más de seis meses ahí, precisamente porque a sus ocupantes
los agreden.
– pero… – quiso defender su
decisión de vivir ahí.
– hay una habitación en la planta
baja que les provoca miedo, y por eso decidieron no meter al abuelo, como
tenían planeado – dije tras beber de mi té – la usan como bodega, pero ahí está
el origen de todo.
– ¿cómo sabe tanto? – me
cuestionó.
– ya le dije: soy vidente.
– pero… – reclamó.
– quienes los molestan no son lo
que usted llama “fantasmas” – insistí y bostecé otra vez – se trata de algo
peor...
– ¡es Satanás! – exclamó presa del
pánico tras mi interrupción, más temerosa de sus pecados que por el peligro que ello significara.
– son entes oscuros, seres de
bajo astral – traté me entendiera – entran y salen a través de un portal
dimensional que está en el cuarto al que tanto temen.
8.
– no puedo ayudarla – rompí el
silencio en el que Sara se hundió.
– ¡pero usted es brujo! – señaló angustiada.
– no soy brujo, señora… más
respeto – protesté – esos son temas de ocultistas, no de curanderos como
nosotros.
– no entiendo eso de “entes
oscuros” – trató de engatusarme…
– existen desde siempre: los
egipcios los llaman “apep”; los aztecas, “tzitzimime”; los babilonios, “alû”; los
judíos, “shedim”; los hindúes, “asuras”, aunque por sus creencias – señalé un
crucifijo de oro, regalo de un amante – ustedes los conocen como “demonios”.
– ¡Dios mío! – se santiguó – ¿qué
hacemos para sacarlos y cerrar esa puerta rara? … ¿podríamos usar agua de
tortuga para limpiar la casa?
– váyanse a vivir a otro lado –
advertí.
9.
Por media hora mi esposa le explicó
qué son las ciencias ocultas, reiteró la urgencia de mudarse, advirtió del
peligro que corrían si persistían en seguir ahí, sugirió adquirir una turmalina
negra de grande y ponerla al centro de esa habitación, así como cianita azul para
cada integrante de la familia a manera de protección.
Sara se despidió y me negué a
recibir el pago por la consulta. Se fue sin haber tocado el vaso con agua, sin la
soberbia con la que llegó y sin levantar la vista ni siquiera para despreciar
de nuevo mis libros.
10.
– podrías haberla recomendado con
Bruria – se refirió mi esposa a nuestra amiga wicca, famosa por su eficacia en
temas ocultistas.
– pude, pero me estoy volviendo práctico: vino para que le salvara el
culo a su perro, pero no soy veterinario.
– ¿por qué los regañas cuando te
dicen “brujo”? – cambió de tema.
– por joder.