25 de mayo de 2025
Aviso urgente
Sé que ustedes estaban esperando la segunda parte
de la entrada “El demonio en el espejo”, pero debido a la pérdida de personas
mayores, violencia descontrolada, jóvenes deprimidos, incremento en el consumo
de drogas y alcohol, accidentes, y la delincuencia desatada incluyendo los
altos mandos del país, es importante advertirles que estas desgracias seguirán.
18 de mayo de 2025
El demonio en el espejo
1.
—Hola… — escuché un inseguro saludo al otro lado de la línea.
El número desde el que me llamaban no lo tenía registrado en mis contactos, pero “algo” me dijo debía contestar.
—… ¿cómo estás?, ¿todo bien con ustedes?
Interrogó la voz con más seguridad y ello me permitió saber de quién se trataba: Maura*.
—Bien, gracias.
—¿Estás ocupado?
—No, estaba leyendo: mi esposa fue al panteón a dejarle unas flores a su madre, así que ando tonteando en lo que regresa.
—¿A su madre?... ¿ustedes no le…?
Ante su cuestionamiento opté por el silencio y de inmediato se dio cuenta que no debía entrometerse en esos asuntos.
—Raro que no hayas ido al cementerio. Sobre todo al Francés, que tanto “te gusta”.
—Iban a ir... ya sabes, así que paso.
—Entonces voy a sacarte del aburrimiento: te tengo un caso delicado.
—Me haces sentir importante, como Felix Castor, el exorcista free lance protagonista de las tétricas novelas de Mike Carey.
—¿Quién?, ¿cómo?
—Olvídalo.
—Este caso es serio. No conozco a la afectada, me llegó… no sé, por obra y gracia del Espíritu santo…
—Ya, Maura, no te pongas diabólica sólo porque acaba de morir el demoniaco Papa Francisco… ¿qué quieres?
—Secuestraron a la hija de una mujer y queremos que nos ayudes a encontrarla. Tiene trece años y lleva poco más de dos semanas desaparecida.
—Bien, mándame una foto, la más reciente que tengas y te aviso lo que vea.
—Mejor nos reunimos para que ella te platique los detalles. Viene conmigo en un uber. Llegaremos a tu casa en 10 minutos.
—¡No la traigas aquí! — advertí.
—Está bien. Entonces nos vemos en quince minutos en la cafetería “Village Café” que tanto te gusta, la que está frente al Parque Hundido.
—Tampoco: las dueñas lo convirtieron en “pet friendly”, como si supieran qué quiere decir eso. Así que ahora el lugar está lleno de pulgas y caca con perros cogiendo debajo de las mesas mientras sus solteronas dueñas los ven con envidia — protesté — mejor nos vemos en 20 minutos en la cafetería Vips que está sobre avenida Patriotismo.
—Es pésima — se quejó.
—Por lo mismo: así no nos quedamos mucho tiempo.
—Oye, estás muy amable conmigo, ¿debería preocuparme?
—Si leyeras mi blog entenderías que he descubierto que uno de los sinónimos de la palabra “resignación” es paciencia.
—No entiendo…
—Mejor — respondí y corté la llamada.
2.
Entré a la habitación donde trabajamos espiritual y recordé que Vips era una cadena de cafeterías/restaurantes cuya fama en la actualidad obedecía a que sus alimentos y bebidas eran pésimos.
Un par de décadas atrás tenían tres ventajas: la calidad de sus alimentos era buena, la atención era rápida y prácticamente había uno en cada esquina de la ciudad, pero con los años se fue perdiendo esa virtud al tiempo que surgieron fuertes competidores que le fueron robando la clientela.
Abrí la alacena, saqué tres frascos y cogí una gorra, fui a la cocina, dejé todo sobre la mesa: de uno de ellos saqué polvo blanco y con el dedo índice pinté una cruz en mi cabeza (de sien a sien y de nuca a frente), de otro saqué polvo amarillo y pinté, con el mismo dedo, unos signos en la suela de mis tenis… del tercero saqué polvo café, el más importante: pierde rumbo, espolvoreé por dentro la gorra y me la puse.
Hice una oración y guardé todo excepto el frasco con el polvo café, mientras concluía que no me molestaba entrar en una de las cafeterías Vips, pero hay gente que no las soporta, así que, tras muchos años de no visitarlas me serviría para ponerme al día con su servicio.
3.
Coincidí con Maura y otra mujer en la entrada. Pedí a la recepcionista una mesa en un rincón “lejos de los ventanales y de la entrada”.
—¿Por qué tanto misterio? — preguntó Maura luego de darme un abrazo y un beso en la mejilla a manera de saludo.
—Porque andan “siguiéndola” — respondí señalando a su acompañante con un cabeceo.
—Te presento a Cristina — dijo y la mujer me extendió la mano, sin embargo, no se la estreché.
—Mucho gusto. No se tome a mal que no le responda el saludo, pero…
—No le gusta el contacto físico con la gente — intervino Maura y noté malicia en sus palabras.
—Pero ustedes se besaron y se abrazaron.
—Voy a usar mis dones con usted eso — dije mientras improvisaba una explicación — y su astral puede contaminarlos y complicar la consulta.
La mujer me miró con incredulidad y levantó los hombros, lo cual me dejó claro que aquel desplante era hipocresía pura. Tomé nota y recé otra oración para que “nadie” descubriera dónde estábamos.
4.
Llegó la mesera, colocó un mantelito de papel frente a cada uno y se disponía a irse cuando la detuve.
—Para mí va a ser un café negro y un pastel de tres chocolates.
Ellas pidieron también café y pastelillos, sobre los cuales no manifesté interés en opinar, entretenido por observar a la mujer.
—¿Así que me están vigilando? — soltó Cristina con una voz chillona.
—Ha hecho “mucho ruido” buscando a su hija — dije.
—Si usted tiene hijos, seguro lo entenderá: estaría haciendo lo mismo… o quizá no tanto, porque usted es vidente y seguro ya la habría encontrado.
—¿Dónde desapareció su hija? — pregunté tratando de evitar a saber qué diablos, porque había algo en la mujer que no me gustaba. La mesera llegó con nuestro servicio en el momento en que descubrí que la mujer me desagradaba.
5.
Cristina era robusta, con un cuerpo que desbordaba en curvas excesivas y una piel que vibraba con cada movimiento. Vestía prendas coloridas y un tanto ajustadas que resaltaban su sobrepeso, mas su actitud era de alguien que no parecía preocuparle la opinión ajena.
No era solo su aspecto físico lo que la hacía destacar, sino su carácter: a leguas se notaba que era imprudente, poseedora de una lengua afilada y con capacidad para expresar su opinión sin filtros. Cuando algo no le gustaba, seguro lo decía abiertamente.
Si bien algunos como yo encontrarían su actitud irritante, otros quizá la admiraban por su sinceridad y por tener claro lo que buscaba: encontrar a su hija con vida.
6.
—Vivimos en Nuevo León y…
—Cristina: yo no pregunté dónde vives ni tu lugar de origen. Está claro que vienes de allá por el tono con el que hablas. Yo quiero saber exactamente en dónde se esfumó tu hija — comencé a tutearla.
—No lo distraigas, ya está usando su videncia. Así se trabaja en los ambientes esotéricos — explicó Maura, cuya palabra “esotéricos” estuvo a punto de provocarme un ataque de risa.
—En la colonia Héroes de Capellanía. Mi niña regresaba de la secundaria en la noche y según los testigos que presenciaron su secuestro, una camioneta se detuvo de golpe, bajaron dos tipos, la obligaron a subir y se fueron con rumbo desconocido — insistió en contar sobre temas que no pregunté.
—Ese es un barrio peligroso.
—Es una colonia humilde — me corrigió belicosa.
Me quedé observándola y ella también me miró, aunque con actitud retadora. Tomé el primer sorbo a mi taza de café y me agradó su sabor.
—Está por terminar la secundaria. Tiene excelentes calificaciones. Mi padre, su abuelo, es viudo... bueno, mi madre murió hace años y él vive con otra mujer, pero le prometió que, si terminaba con buen promedio la secundaria, le pagaría el bachillerato en una escuela particular.
—... — guardé silencio, no sólo porque yo no la había pedido mayor información sobre su hija, sino porque Cristina estaba tratando de manipularme.
—Cualquier cosa más que quieras saber sobre dónde y cómo se la llevaron, está en el expediente — avisó ante mi indiferencia, sacando de un gran bolso de piel un folder repleto de papeles, el cual puso frente a mí — aunque no entiendo por qué tendrías que hacerme preguntas si Maura me dijo que eras vidente y todo lo sabes.
—¿Dónde la conociste? — pregunté a mi amiga, irritado, sin mirar siquiera el legajo de papeles.
—Yo estaba llorando afuera de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y Maura se acercó para saber qué me sucedía— se entrometió Cristina — fui a que me explicaran por qué no han enviado una recomendación al Programa Especial de Personas Desaparecidas de Nuevo León, pero solo me dieron evasivas y me mandaron a las oficinas de Periférico…
—Iba caminado por avenida Universidad cuando la vi, me contó su caso y le dije que podías ayudarla a saber el paradero de su hija — intervino Maura.
—Cristina, ¿has consultado a otras personas con dones para saber sobre tu niña? — pregunté y probé el pastel, cuyo sabor también me gustó.
—No… — dijo con voz apenas audible.
—Hola… — escuché un inseguro saludo al otro lado de la línea.
El número desde el que me llamaban no lo tenía registrado en mis contactos, pero “algo” me dijo debía contestar.
—… ¿cómo estás?, ¿todo bien con ustedes?
Interrogó la voz con más seguridad y ello me permitió saber de quién se trataba: Maura*.
—Bien, gracias.
—¿Estás ocupado?
—No, estaba leyendo: mi esposa fue al panteón a dejarle unas flores a su madre, así que ando tonteando en lo que regresa.
—¿A su madre?... ¿ustedes no le…?
Ante su cuestionamiento opté por el silencio y de inmediato se dio cuenta que no debía entrometerse en esos asuntos.
—Raro que no hayas ido al cementerio. Sobre todo al Francés, que tanto “te gusta”.
—Iban a ir... ya sabes, así que paso.
—Entonces voy a sacarte del aburrimiento: te tengo un caso delicado.
—Me haces sentir importante, como Felix Castor, el exorcista free lance protagonista de las tétricas novelas de Mike Carey.
—¿Quién?, ¿cómo?
—Olvídalo.
—Este caso es serio. No conozco a la afectada, me llegó… no sé, por obra y gracia del Espíritu santo…
—Ya, Maura, no te pongas diabólica sólo porque acaba de morir el demoniaco Papa Francisco… ¿qué quieres?
—Secuestraron a la hija de una mujer y queremos que nos ayudes a encontrarla. Tiene trece años y lleva poco más de dos semanas desaparecida.
—Bien, mándame una foto, la más reciente que tengas y te aviso lo que vea.
—Mejor nos reunimos para que ella te platique los detalles. Viene conmigo en un uber. Llegaremos a tu casa en 10 minutos.
—¡No la traigas aquí! — advertí.
—Está bien. Entonces nos vemos en quince minutos en la cafetería “Village Café” que tanto te gusta, la que está frente al Parque Hundido.
—Tampoco: las dueñas lo convirtieron en “pet friendly”, como si supieran qué quiere decir eso. Así que ahora el lugar está lleno de pulgas y caca con perros cogiendo debajo de las mesas mientras sus solteronas dueñas los ven con envidia — protesté — mejor nos vemos en 20 minutos en la cafetería Vips que está sobre avenida Patriotismo.
—Es pésima — se quejó.
—Por lo mismo: así no nos quedamos mucho tiempo.
—Oye, estás muy amable conmigo, ¿debería preocuparme?
—Si leyeras mi blog entenderías que he descubierto que uno de los sinónimos de la palabra “resignación” es paciencia.
—No entiendo…
—Mejor — respondí y corté la llamada.
2.
Entré a la habitación donde trabajamos espiritual y recordé que Vips era una cadena de cafeterías/restaurantes cuya fama en la actualidad obedecía a que sus alimentos y bebidas eran pésimos.
Un par de décadas atrás tenían tres ventajas: la calidad de sus alimentos era buena, la atención era rápida y prácticamente había uno en cada esquina de la ciudad, pero con los años se fue perdiendo esa virtud al tiempo que surgieron fuertes competidores que le fueron robando la clientela.
Abrí la alacena, saqué tres frascos y cogí una gorra, fui a la cocina, dejé todo sobre la mesa: de uno de ellos saqué polvo blanco y con el dedo índice pinté una cruz en mi cabeza (de sien a sien y de nuca a frente), de otro saqué polvo amarillo y pinté, con el mismo dedo, unos signos en la suela de mis tenis… del tercero saqué polvo café, el más importante: pierde rumbo, espolvoreé por dentro la gorra y me la puse.
Hice una oración y guardé todo excepto el frasco con el polvo café, mientras concluía que no me molestaba entrar en una de las cafeterías Vips, pero hay gente que no las soporta, así que, tras muchos años de no visitarlas me serviría para ponerme al día con su servicio.
3.
Coincidí con Maura y otra mujer en la entrada. Pedí a la recepcionista una mesa en un rincón “lejos de los ventanales y de la entrada”.
—¿Por qué tanto misterio? — preguntó Maura luego de darme un abrazo y un beso en la mejilla a manera de saludo.
—Porque andan “siguiéndola” — respondí señalando a su acompañante con un cabeceo.
—Te presento a Cristina — dijo y la mujer me extendió la mano, sin embargo, no se la estreché.
—Mucho gusto. No se tome a mal que no le responda el saludo, pero…
—No le gusta el contacto físico con la gente — intervino Maura y noté malicia en sus palabras.
—Pero ustedes se besaron y se abrazaron.
—Voy a usar mis dones con usted eso — dije mientras improvisaba una explicación — y su astral puede contaminarlos y complicar la consulta.
La mujer me miró con incredulidad y levantó los hombros, lo cual me dejó claro que aquel desplante era hipocresía pura. Tomé nota y recé otra oración para que “nadie” descubriera dónde estábamos.
4.
Llegó la mesera, colocó un mantelito de papel frente a cada uno y se disponía a irse cuando la detuve.
—Para mí va a ser un café negro y un pastel de tres chocolates.
Ellas pidieron también café y pastelillos, sobre los cuales no manifesté interés en opinar, entretenido por observar a la mujer.
—¿Así que me están vigilando? — soltó Cristina con una voz chillona.
—Ha hecho “mucho ruido” buscando a su hija — dije.
—Si usted tiene hijos, seguro lo entenderá: estaría haciendo lo mismo… o quizá no tanto, porque usted es vidente y seguro ya la habría encontrado.
—¿Dónde desapareció su hija? — pregunté tratando de evitar a saber qué diablos, porque había algo en la mujer que no me gustaba. La mesera llegó con nuestro servicio en el momento en que descubrí que la mujer me desagradaba.
5.
Cristina era robusta, con un cuerpo que desbordaba en curvas excesivas y una piel que vibraba con cada movimiento. Vestía prendas coloridas y un tanto ajustadas que resaltaban su sobrepeso, mas su actitud era de alguien que no parecía preocuparle la opinión ajena.
No era solo su aspecto físico lo que la hacía destacar, sino su carácter: a leguas se notaba que era imprudente, poseedora de una lengua afilada y con capacidad para expresar su opinión sin filtros. Cuando algo no le gustaba, seguro lo decía abiertamente.
Si bien algunos como yo encontrarían su actitud irritante, otros quizá la admiraban por su sinceridad y por tener claro lo que buscaba: encontrar a su hija con vida.
6.
—Vivimos en Nuevo León y…
—Cristina: yo no pregunté dónde vives ni tu lugar de origen. Está claro que vienes de allá por el tono con el que hablas. Yo quiero saber exactamente en dónde se esfumó tu hija — comencé a tutearla.
—No lo distraigas, ya está usando su videncia. Así se trabaja en los ambientes esotéricos — explicó Maura, cuya palabra “esotéricos” estuvo a punto de provocarme un ataque de risa.
—En la colonia Héroes de Capellanía. Mi niña regresaba de la secundaria en la noche y según los testigos que presenciaron su secuestro, una camioneta se detuvo de golpe, bajaron dos tipos, la obligaron a subir y se fueron con rumbo desconocido — insistió en contar sobre temas que no pregunté.
—Ese es un barrio peligroso.
—Es una colonia humilde — me corrigió belicosa.
Me quedé observándola y ella también me miró, aunque con actitud retadora. Tomé el primer sorbo a mi taza de café y me agradó su sabor.
—Está por terminar la secundaria. Tiene excelentes calificaciones. Mi padre, su abuelo, es viudo... bueno, mi madre murió hace años y él vive con otra mujer, pero le prometió que, si terminaba con buen promedio la secundaria, le pagaría el bachillerato en una escuela particular.
—... — guardé silencio, no sólo porque yo no la había pedido mayor información sobre su hija, sino porque Cristina estaba tratando de manipularme.
—Cualquier cosa más que quieras saber sobre dónde y cómo se la llevaron, está en el expediente — avisó ante mi indiferencia, sacando de un gran bolso de piel un folder repleto de papeles, el cual puso frente a mí — aunque no entiendo por qué tendrías que hacerme preguntas si Maura me dijo que eras vidente y todo lo sabes.
—¿Dónde la conociste? — pregunté a mi amiga, irritado, sin mirar siquiera el legajo de papeles.
—Yo estaba llorando afuera de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y Maura se acercó para saber qué me sucedía— se entrometió Cristina — fui a que me explicaran por qué no han enviado una recomendación al Programa Especial de Personas Desaparecidas de Nuevo León, pero solo me dieron evasivas y me mandaron a las oficinas de Periférico…
—Iba caminado por avenida Universidad cuando la vi, me contó su caso y le dije que podías ayudarla a saber el paradero de su hija — intervino Maura.
—Cristina, ¿has consultado a otras personas con dones para saber sobre tu niña? — pregunté y probé el pastel, cuyo sabor también me gustó.
—No… — dijo con voz apenas audible.
5 de mayo de 2025
Los fantasmas temen al agua
1.
Seguramente los lectores recordarán a Caronte, el barquero del inframundo, personaje de la mitología griega cuyo entorno es fascinante, no tanto porque tenga presencia en las leyendas que tratan de explicar a los dioses y los orígenes del mundo: tiene que ver con la creencia de que los muertos no podían cruzar los ríos que separaban al mundo de los vivos del de los muertos: Estigia, Cocito, Aqueronte y Flegetonte.
Para los griegos esas afluentes marcaban los límites entre la vida y la muerte, además de actuar como guardianes que impedían que los espíritus malignos crucen, en realidad para que no volvieran, al mundo de los vivos, así que Caronte se encargaba de transportar las almas al Hades, el inframundo (previo pago de una moneda de plata), donde serían juzgadas para determinar el sitio donde descansarían.
Es por eso que Caronte tenía tanto trabajo: no era simplemente que esas almas no pudieran entrar al agua, sino que, se creía, en el fondo existían entidades oscuras que se alimentaban de ellas, por lo que, si eran atrapadas, les impediría alcanzar el anhelado reposo espiritual.
Esa es una buena explicación para entender el origen de por qué los desencarnados tienen a relación amor/odio con cualquier cuerpo de agua, ya sean pozos, ríos, lagunas, cenotes, mar y océanos:
—Por un lado, los muertos caen bajo un tipo de encantamiento por el sonido que provocan, por ejemplo, las fuentes, bebederos, surtidores, pilas, grifos y corrientes de origen diverso son los sitios donde les gusta pasar el tiempo.
—Por el otro, partiendo de la idea de que el líquido marca la diferencia entre la vida y la muerte, en muchas culturas se considera que los cuerpos de agua son puertas hacia otras dimensiones (como el caso de los cenotes, considerados portales al Xibalbá, inframundo para los mayas), lo que puede hacer que para los espíritus que no han encontrado la paz, represente un viaje incierto.
Existen entidades que tienen una función similar a la de Caronte, sobre las cuales recomiendo leer, como es el caso de la diosa Hela de la mitología nórdica, el dios Mictlantecuhtli para los mexicas, el dios Yama paras los hindús y la diosa Wangmu en las tradiciones chinas.
2.
Los estudiosos dirán que los fantasmas son entidades etéreas, lo que significa que no tienen una forma física sólida. Se cree que el agua puede interferir con su naturaleza, pues al entrar en contacto con ella, podrían perder su forma, impidiendo no solo que se manifiesten plenamente (su forma, lo que caracteriza a ciertos espíritus, como los llamados “chocarreros” o eggun oscuros), sino que además nunca recuperarían su energía. En el extremo, simplemente pueden desvanecerse (como una bocanada de humo de tabaco).
Esto suena coherente, pero más allá de mitos y leyendas ancestrales, el mundo espiritual maneja otros conceptos muy interesantes sobre el tema.
El agua puede ser un símbolo de peligro para los fantasmas si la muerte de la persona está ligada a ahogamientos, naufragios, asesinato y otros eventos traumáticos ya que les recuerda su propia muerte o las circunstancias que los llevaron a convertirse en desencarnados.
Para muchas religiones el agua representa pureza y limpieza, por ello se usa para alejar a los desencarnados, ya sea con baños de hierbas, agua bendita, colocando ollas de barro con agua pigmentada de azul debajo de la cama de quien esté siendo acosado y mezclando agua con sal, alcohol o vinagre.
En algunos casos, por esta misma razón, ciertos Santeros y Babalowos realizan baños en un río antes de alguna ceremonia (a manera de purificación) o practican parlados para alejar egguns obsesores: saben que esa será la mejor forma en que no regresen a molestar a nadie.
Hay más versiones sobre el tema, pero uno a destacar es que los muertos no pueden ver su reflejo en el agua y eso les recuerda que han fallecido, provocándoles la pérdida de memoria de cómo fue que llegaron hasta ese punto. Lo mismo sucede con los espejos, aunque solo cuando la persona acaba de fallecer (por eso cuando un enfermo agoniza se deben cubrir con paños color negro).
3.
A diferencia de los seres humanos, que pueden cruzar ríos y lagos poco profundos o caminar en las orillas de las playas mojándose hasta la cintura, por no hablar de quienes los atraviesan nadando o simplemente usando un puente, los desencarnados no pueden hacerlo porque entre otras cosas no pueden pasar por encima, ni brincar ni mucho menos volar sobre el agua.
El agua efectivamente contiene entidades, pero ello no significa que sean malignos… ni benignos: es un elemento que aglutina “energía dinámica” cuyo efecto es la transformación de todo lo que toca, tanto a nivel externo (una presa, molinos, termoeléctricas, etc.), como interno (erosión, limpia, traslados, etc.).
Otra razón por la cual los fantasmas le temen es que están anclados a la tierra, así que caer en el agua podría evitar (dadas las corrientes entre ríos, mares y demás), que nunca más volvieran a tocar suelo. Este aspecto es interesante y quizá lo amplíe en otra entrada, y es que los espectros, al estar asociados al universo de los vivos, están:
—Ligados a lugares específicos y a la memoria de quienes los conocieron, lo que implicaría dejar el mundo que conocen y perder su vínculo con lo terrenal (viéndose este aspecto como el temor a la purificación y al olvido).
—Aún tienen asuntos pendientes que desean finiquitar, pese a que no saben cómo hacerlo, no tienes capacidad (forma física) o dependen de hechos fortuitos para poder intervenir (aunque sea de manera sutil).
—No están listos para aceptar la siguiente fase de su destino (sí, porque el destino pactado antes de nacer incluye lo que se haga en vida como encarnado y lo que se haga en muerte como desencarnado).
Si su existencia se encuentra en el estancamiento, entonces el agua, siempre en movimiento, podría deshacer ese estado de limbo en el que se encuentran, forzándolos a confrontar una transformación que rechazan al aferrarse a lo que fueron y no pensar en lo que podrían ser si reencarnan de nuevo: una vida mejor o peor (seamos realistas) a lo que experimentaron.
4.
Debemos recordar que uno de los peores castigos que un desencarnado puede padecer es ser encerrado en una botella y arrojado al mar, y eso tiene dos motivos muy poderosos: uno, que en el fondo de los océanos difícilmente alguien lo rescatará, y dos, en caso de que el envase se destruya por el tiempo, el desencarnado sería absorbido por el agua.
Esto es fundamental pues el agua se asocia comúnmente con la vida y la vitalidad (recordemos desde las teorías científicas como la de Charles Darwin hasta las religiosas que asignan al Yemayá la madre de todo lo que tenga vida), así que los desencarnados, al ser seres de muerte y baja vibración, se sienten amenazados por la energía opuesta que representa el agua.
Finalmente, algunos se preguntarán, si los desencarnados temen al agua, ¿por qué no se van cuando están recostados sobre una persona, al momento en que se da una ducha o entra al mar? porque están colgados del astral de su víctima, de ahí que aquellos que se dedican a la sanación, en cualquiera de sus variantes, además de agua, incluyan otros elementos durante el ceremonial para alejarlos.