21.
En
aquella época el grupo mexicano de blues Real de Catorce estaba viviendo su
mejor apogeo como proyecto musical independiente, antes de que se masificara y
se convirtiera en un conjunto con cientos de miles de seguidores a lo largo de
todo el país… habrá de reconocerlo: pese a que en su momento gozaron de gran
fama que incluso alcanzó tintes internacionales, como banda nunca traicionaron
los ideales con los que decidieron comenzar a tocar su música…
Cierto
sábado en la noche estábamos mi amiga T (directora de cine y escritora) y yo
tomándonos unas cervezas cerca del Foro Cultural Alicia, donde precisamente se
presentaría Real de Catorce, en espera de que la horas se hicieran menos largas
y mientras tocaban las dos bandas teloneras… y en esa cantina, sin más,
hicieron su aparición los cuatro integrantes del grupo, quienes al reconocernos
(principalmente a T, vieja conocida de ellos), tomaron unas sillas y se
sentaron con nosotros…
Según
mis cálculos faltaban poco más de una hora para que llegara su turno, así que
ahí estaban José Cruz (cantante), Rafael Ochoa (bajista), José Iglesias
(guitarrista) y Fernando Abrego (baterista), conviviendo con nosotros y sin
haberlo planeado ninguno de los seis presentes…
Tampoco
es que fuera novedad: yo ya los conocía a todos e incluso en otras ocasiones me
había tomado unos tragos con alguno de ellos, aunque en realidad nunca con
todos juntos… y sin embargo no por ello podía presumir que fuéramos grandes
amigos…
El
lugar donde estábamos era pequeño pero agradable: se le podría llamar cantina,
aunque en realidad se trataba un acogedor bar (cuya fama y por la colonia en
que se encuentra ubicado, forma ya parte de varios libros en los que los
aferrados compilan lo que se ha mal llamado “cultura popular urbana”), y cuyo
dueño era un hombre ya mayor, vestido eterna y pulcramente de traje y corbata,
que no se despegaba de la caja registradora… contaba con algunas mesas en donde
cabían cómodamente 4 personas, pero lo más atractivo era su espaciosa barra de
madera finamente labrada, desde la cual se podían observar todas las botellas
de los más variados licores con los que se embriagaban los asiduos visitantes…
el detalle que más me agradaba era que la iluminación era por demás tenue, lo
que le daba cierto aire de intimidad al ambiente…
A
mi lado derecho se sentó José Iglesias (uno de los mejores guitarristas de
blues que ha tenido México y que posteriormente moriría de manera temprana, ya
alejado de Real de Catorce, no por el cáncer contra el que luchaba desde hacía
largo tiempo, sino de un inesperado infarto)… en el extremo izquierdo estaba T
y frente a nosotros se acomodaron los demás músicos… de inmediato pidió cada quien su respectiva bebida e iniciamos una agradable conversación…
José
Iglesias tomó el libro que yo había dejado sobre la mesa (como siempre: para
que no lo fuera a olvidar o se me extraviara en algún descuido) y leyó en voz
alta el nombre del autor y el título: “Justo Esteban Estevanell… Santiago: 39
grados sobre 0” y que era una edición bastante rústica, como todas las que
publican las editoriales cubanas, que anteponen la calidad del contenido al de
la presentación… pasó sus páginas con relativo interés…
Intrigado
José Cruz, de todos sabido un lector empedernido (en aquel entonces ya rondaba
por su cabeza terminar su primer libro de poesía que extrañamente aún tardó
muchos años en decidirse a publicar), se lo pidió, comenzó a hojearlo primero y
finalmente se concentró en leerlo olvidándose de todos los que estábamos ahí
presentes…
Entre
los demás intercambiamos algunas opiniones sobre la situación de la escena
cultural independiente en el Distrito Federal, sobre la cual todos se mostraron
bastante optimistas… en algún momento la aguerrida mánager del grupo (tenía una
fama de feroz cuando se trataba principalmente de tocar temas relacionados con
dinero), hizo su aparición y sin más les soltó un escueto “en 10 minutos” y
desapareció…
El
cantante colocó el libro sobre la mesa con delicadeza, mismo que a su vez
Rafael tomó para examinarlo y al tiempo que T decía haciendo alusión a mi
persona: “cada uno debería de ponerle en ese libro una dedicatoria para mi
amigo”…
José
Cruz me volteó a ver entre sorprendido y conteniendo algo parecido a una
indignación, esperando que yo hiciera algún comentario sobre el ultraje que
estaba a punto de cometerse contra la integridad del texto… ella agregó para
tratar de justificar su sugerencia: “es un gran admirador de ustedes”… también
Fernando volteó a verme con curiosidad…
Rafael
dijo “lo sabemos – exageró - siempre lo vemos en nuestros conciertos”… yo
agregué, por decir algo: “sí, tengo todos sus discos… cada uno con sus
respectivas dedicatorias”, y sin avisar José Iglesias tomó el libro, sacó una
pluma y escribió algo, sin fijarse al igual que los demás, en la segunda
página… Fernando hizo lo mismo que Rafael…
Finalmente
José Cruz redactó lo suyo, me lo regresó, le dio un beso a T y se despidió de
mi con un movimiento de cabeza (seguiría indignado del agravio al libro por las
dedicatorias?)… Rafael, el otro José y Fernando (quien de paso colocó un
billete sobre la mesa), hicieron lo mismo con T, a mi me estrecharon la mano y
se encaminaron a dar su recital…
T
y yo nos quedamos en silencio mientras ella tomaba mi libro, veía la fotografía
de Justo Esteban Estevanell en la contraportada y posteriormente dio inicio a
la lectura de las dedicatorias… en algún momento me volteó a ver mientras abría
exageradamente los ojos y tras dudar un poco, se animó a cuestionarme:
-
estos que se acaban de ir son cuatro y escribieron con tinta negra, pero acá en
tu libro, en la primera hoja, tienes otras dos dedicatorias escritas en inglés
y en color azul… de quién son?... acaso conoces al autor del libro?... el
cubano te hizo una dedicatoria en inglés?
-
no… bueno… – dudé un poco ante tantas preguntas – esa dedicatoria de letras
grandes me la escribió Jimmy Cliff…
-
qué dices??!!! – exclamó sorprendida y saltando sobre su asiento – estuviste
con Jimmy Cliff?
-
pues… sí - acepté…
-
cómo?... cuándo?!!!
-
platiqué un rato con él – le confié – después de su concierto – aunque no le
conté sobre el contexto de mi depresivo y suicida estado de ánimo que me llevó
a dicho evento y por lo cual, como ha sucedido varias veces en mi vida, salvé
la vida…
-
eres un cabrón lleno de suerte: mi amigo Javier trató de hacerle una entrevista
para el periódico La Jornada y simplemente no pudo…
-
pues… no sé: antes de que terminara su presentación me encontré con Iván, que
está tocando con la banda de reggae Rastrillos y comenzamos a platicar mientras
caminábamos hacia al escenario… y nos seguimos hasta la parte de atrás: nadie
del personal de vigilancia nos detuvo… Jimmy Cliff terminó de tocar y al bajar
por las escaleras nos cruzamos, me saludó de mano y sin más me preguntó si me
había gustado… así empezó la plática…
-
y la otra dedicatoria? – me inquirió T…
-
de una de sus coristas – dije entre risas – una bellísima negra que me dejó con
la boca abierta por su hermosura…
-
cabrón – repitió a manera de queja feminista mientras releía la sencilla
dedicatoria del músico - Jimmy Cliff!!!! carajo: el único digno sucesor que ha
tenido Bob Marley!!!
T
me regresó el libro sin que yo hiciera nada por revisar las dedicatorias de los
integrantes de Real de Catorce… pedimos más cervezas y ninguno de los dos
propuso ir a presenciar el concierto… por el contrario, mi amiga, tras un par
de minutos de extraño silencio, me encaró y en algo cercano a una exigencia me
dijo:
-
cuéntame de qué conversaste con Jimmy Cliff…
Con sus artículos uno no solo aprende de la vida, sino también de muy buena música y gracias a YouTube, esta al alcance de todos, felicidades
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