Una vergüenza lo que sucede en la UNAM
Soy egresado de
la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), institución académica
llamada popularmente “La máxima casa de estudios” del país, y considerada una
de las mejores de América Latina, insisto, dicen.
Acerca de haber
estudiado en la UNAM, existe un insoportable chauvinismo que suelo comparar con
el delirio futbolero: sus egresados exacerban hasta la náusea el emblema universitario
con mil y un pretextos, mismos que no enlistaré, ciñéndome al fanatismo con que
rigen su vida, sin cortar el cordón umbilical que los liga a una etapa de su
vida (ser estudiante), a algo que dio mucho, sí, sobre todo a nivel
intelectual, pero que ya fue, es pasado.
Me iré un poco atrás
para poder entrar al tema, en concreto a mi época universitaria, donde me di
gusto comprando ediciones, a un precio regalado, de libros que no siempre tenían
que ver con mi carrera y sí sobre temas que uno ni se imagina.
Sobre aquellas
adquisiciones han pasado muchos años, pero destacan los clásicos rusos que la
UNAM editaba, y que vendía en las librerías que tenían montadas en todas las
facultades, y que me abrieron los ojos hacia una corriente literaria cuya
riqueza es infinita.
Así, conservo “Un
héroe de nuestro tiempo” de Mijail Lermontov, “La hija del capitán” de
Alexander Pushkin, “Pequeña antología de cuatro poetas rusos” de Tatiana
Bubnova y el necesario "Los señores Golovliov" de Saltikov-Schedrín,
lecturas que cambiaron mi forma de vincularme con las letras, y a los que sólo
pondría un pero: su calidad de
impresión.
Sigamos: la
Dirección de Literatura, encargada del programa editorial de la UNAM, fue
creada el 3 de marzo de 1986, como parte del proceso de una reestructuración
que luego se convirtió en la actual Coordinación
de Difusión Cultural.
Tras varios años,
la Dirección de Literatura mantiene su plausible labor, pero bajo una
perspectiva anacrónica, traza que de no corregirse seguirá beneficiando sólo “a
los amigos”. Me explico: su servidor recibe desde hace años, vía mail, boletines
sobre noticias de literatura, tanto de editoriales, revistas e instituciones
educativas. Mi última inscripción fue, precisamente, al boletín de la UNAM.
Gracias a ello descubrí
que sus ediciones, en libros y revistas, como la serie “Material de Lectura” o
la revista “Punto de partida”, no han cambiado de material ni de diseño desde
hace más de 40 años. Algunos pensarán que lo importante es el contenido, pero a
esto le sigue algo más grave: pone de manifiesto la vigencia del amiguismo
discrecional con el que se promueve autores como inve$tigadore$, académico$ e
instructore$ de tallere$, con $u$ re$pectivo$ beneficio$.
Esos amigos, por
desgracia, se han enquistado institucionalmente y han generado cofradías donde se
publican unos a los otros, como AnaMari Gomís, Vicente Quirarte, Beatriz
Espejo, Mauricio Beuchot, Margo Glantz, Guillermo Sheridan, Vicente Quirarte,
Elsa Cross, o los nuevos protegidos: Alberto Chimal, Silvia Eugenia Castillero
o Adrián Curiel.
Veamos al caso de
Elsa Cross: ¿la conocen? ¿han oído su nombre con la familiaridad que Octavio
Paz, Rosario Castellanos, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Elena Poniatowska, Juan
Villoro, Amparo Dávila o Sergio Pitol?
Pues se trata de una académica, que
aparte de poeta, ve su “trabajo” eternamente publicado, dirige talleres,
obtiene becas y recibe un premio tras otro.
Siendo objetivos,
y en tiempos de crisis económica, sobre todo por el desprecio del actual
gobierno a la cultura, sabemos que no hay presupuesto para ampliar la cobertura
cultural, sí, pero ¿cuántas becas, premios y salarios de la UNAM podrían canalizarse
en democratizar su línea editorial (desapolillando ese innecesario paraíso),
para hacer frente, por ejemplo, a los monopolios literarios como “Editorial Planeta”,
“Penguin Random House” y “Editorial Santillana”, tal como ha hecho la
editorial, también mexicana, “Fondo de cultura económica”?
Ante esta inmundicia
amiguera es injusto que la UNAM clame por la falta de espacios para promover la
lectura y se queje del desinterés por la literatura, cuando ellos son parte del
problema y reproducen, con escalofriante fidelidad, lo que ocurre en cualquier
oficina de gobierno e iniciativa privada, donde el favoritismo, el amiguismo,
chantajes, intercambios sexuales, nepotismo, patronato y la amenaza están por
encima de la calidad y la honestidad.
Siempre lo he
dicho y con lo que sucede en la UNAM se confirma: un libro, obra de teatro, cd,
escultura, invento y pintura expuestos en una marquesina no están ahí porque
calidad, sino por a saber por qué pactos en lo oscurito.
Así, vale la pena
preguntarse: ¿cuántas verdaderas obras de arte han quedado en el anonimato por
esta perversa manera de anteponer el interés personal y/o las bajas pasiones a
cualquier decisión? o quizá haya algo peor: ¿lo que en la actualidad llamamos “cultura”,
en méxico, concretamente en la UNAM, podría ser diferente si no hubiera alguien empeñado en tenernos hundidos en
la ignorancia, a costa de tener en un pedestal a “los grandes amigos”?
Una vergüenza lo
que sucede en la UNAM, en general, y en la Dirección de Literatura, en
particular… una cortedad que salta a simple vista, y por lo mismo, alguien debe
corregir. ¿Acaso el actual director de la Coordinación de Difusión Cultural, el
ególatra-maniaco Jorge Volpi, se atrevería a poner en orden? Ya demostró
que no: ahora sus amigos son los nuevos preferidos tal como ha sucedido con las
anteriores administraciones.
Sí, una
vergüenza.
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