1.
La llamada llegó al celular de mi esposa al medio día, el pasado martes
12 de diciembre. Afligida, apenas colgó me llamó para compartir la noticia: su
amiga M había muerto.
Tenían más de 25 años de conocerse. Muchas historias podrían contarse
sobre su amistad, pero son cuestiones personales que no vienen al caso ya que el
tema de esta entrada es otro.
2.
El sábado 9 de diciembre mi
esposa se había visto con M para desayunar y estaba sorprendida: bajó 15 kilos,
estaba demacrada y sus reacciones eran lentas. Al ser cuestionada por su salud le
contestó:
- sigo asustada por el temblor.
- deberías ir al médico – indicó
mi esposa.
- ya fui… al que está a la vuelta
de mi casa… dijo que no tengo nada.
- por qué no te curas de espanto?
– le sugirió.
- yo no creo en esas cosas.
- el que no creas no significa
que no te puedan ayudar…
- me preocupó que a mi hijo le
pasara algo - dijo y rompió en llanto.
- te entiendo, pero ya sabes que tu
hijo está bien – dijo mi esposa tras dejarla llorar unos minutos – aquello pasó
hace tres meses y debes soltar la
angustia que tienes atorada.
Dos horas después se despedían. Mi
esposa se quedó preocupada por la salud de M pues apenas y probó el desayuno.
El lunes 11 la hospitalizaron y falleció al siguiente día.
3.
El 12 de diciembre se festeja a
la Virgen de Guadalupe. No soy guadalupano: raro para una raza que nace con creencias
programadas en su genética, pero en el velorio de M, realizado en su casa y en
la más pura tradición indígena (ella era de Oaxaca), pensé: “extraño día para
morir”, aunque no sé si esa fecha tuviera algún significado.
4.
El viernes 15 de diciembre mi
esposa fue a cenar con su amiga C: una abogada divorciada, inteligente, de
carácter fuerte y con un buen puesto en el gobierno. Llegaron al restaurant,
pidieron vino tinto y mientras se actualizaban de noticias, mi esposa vio a C
“diferente” y se lo comentó.
- pues… - C sollozó – estoy
asustada.
- te pasó algo?
- no… bueno sí: vivo aterrada desde
el terremoto de septiembre.
- de verdad? – se sorprendió mi
esposa – tú, famosa por tener un carácter fuerte que asusta a hombres y
mujeres?
- sí – aceptó y el resto de la
velada C narró cómo cambió su vida desde el temblor, lo que le permitió
percibir que su amiga se había convertido en una mujer sumisa, débil, insegura,
asustada y hasta sensible.
- deberías ver a alguien para que
te cure de espanto – le sugirió una
hora después y mientras de despedían.
- sí, ya le llamaré a mi amigo babalowo
parta que “me cure” – dijo C.
- los babalowos no saben curar de
espanto – se quejó mi esosa tras soltar una carcajada.
- te mando un whats para sacar cita con tu marido – dijo
por compromiso.
Se despidieron y mientras C se
encaminaba a su auto de manera torpe (me comentó mi esposa más tarde), sólo
pudo definirla como “muerta en vida”.
5.
El sábado 16 de diciembre por la
mañana sonó el teléfono de casa, era mi amiga poeta F.
- hola, tanto tiempo! - exclamé.
- buenos días – respondió.
- cómo estás? – pregunté pues no
sabía de ella desde hacía meses.
- mal – soltó sin más.
- y eso? – cuestioné temiendo me
confirmara lo que imaginé.
- mi padre murió en septiembre –
respondió quebrándosele la voz.
- falleció durante el terremoto?!
– interrogué mientras recordaba su figura: un hombre simpático, dicharachero,
culto y fuerte que a sus 80 años todavía salía a la calle para realizar algunos
mandados.
- sí… no… casi – no pudo
explicarme por el llanto.
- tranquilízate para que puedas
explicarme.
- ya… - se recompuso – no, ese 19
de septiembre salió a la calle para hacer varios pagos y el terremoto lo agarró
saliendo del banco… contó cuando comenzó a
moverse todo la gente corrió, una mujer no se fijó y de un empujón lo mandó
al suelo, pero él pensó que el edificio se había caído y que el golpe era el
techo que lo había aplastado… un joven lo ayudó a levantarse, le reclamó a la
mujer su imprudencia pero ella no le tomó importancia, ni siquiera le pidió una
disculpa.
- vaya – dije.
- la caída le lastimó la pierna
derecha, así que como pudo caminó hasta que llegó al departamento, marcó varias
veces a mi teléfono para saber si estaba bien, pero cuando nos desalojaron
olvidé mi celular sobre el escritorio, así que no pudo hablar conmigo. Cuando regresamos
por nuestras cosas ya alguien se lo había robado.
- cabrones – me quejé.
- así que entre la hora del
temblor y lo difícil que fue regresar a mi casa por la falta de transporte, me
dio la noche: al llegar lo encontré sentado en la sala llorando desde quien
sabe qué hora.
- vaya – repetí mientras ella
gimoteaba.
- desde ese día mi padre nunca
fue el mismo: se mantenía callado, dejó de salir a la calle y cualquier ruido
extraño lo sobresaltaba… hasta que a finales del mismo septiembre le dio un
infarto.
- vaya – dije.
- lo descubrir al regresar del
trabajo por la noche… estaba sentado en el mismo sillón donde lo encontré
llorando el día del temblor… si hubieras visto cuanto desconcierto había en su
rostro.
- por qué no nos llamaste para
acompañarte en el velorio?
- te digo que me robaron mi
teléfono – señaló – hasta que ayer me encontré a T saliendo del cine y le pedí
tu número.
6.
Ese mismo sábado 16 llegamos por la tarde a casa de una amiga Chamán, con
el objeto de pedirle le diera luz al alma de M. Dada la amistad con mi esposa, ella fue la que hizo la
solicitud, sin embargo, mientras ella hacía oración y pintaba signos en el
suelo sucedieron dos cosas:
la primera, ella corroboró lo que le comenté sobre la salud de M: tuvo
un infarto el 19 de septiembre por el susto, mismo que nadie detectó y después
propició el segundo que la llevó a la muerte,
la segunda, la Chamán interrumpió el paso a la luz e informó que no
podía lucificar a M pues aún no tomaba conciencia de su muerte.
- será porque apenas murió? – preguntó mi esposa un rato después,
mientras buscábamos un lugar para comer.
- no creo: mi padre falleció un martes, el sábado vine a pedirle luz
para su alma y se la dio sin cuestionar nada – expliqué – prácticamente es el
mismo número de días entre las dos muertes.
- pero tú eres tú, por eso lo
hicieron – señaló - que ves con videncia?
- nada – señalé – ya sabes que no me gusta investigar ni cuestionar lo
que hacen los Chamanes.
- ya nos lo dirán después…