En el primero de varios mails,
una mujer explicó las señales de la presencia de un tesoro en un terreno de sus
abuelos paternos, localizado en la localidad de Rancho Seco, en la ciudad de
Celaya. Dio los detalles y me propuso hacer trato con el muerto para
desenterrarlo.
Me negué explicando que nunca me
he implicado en el rescate de tesoros, pese a las jugosas ofertas, no por miedo
a los muertos, sino a los vivos y su ambición. Señalé detalles que avisaban de
peligro, aun cuando se hiciera cabalmente el pacto con el guardián, y reiteré
que ya la manera en que solicitaba mi participación dejaba clara la avaricia.
“No es por las bajas pasiones de los involucrados – expliqué ante su
insistencia – sino la codicia de los
vecinos… Celaya es uno de los lugares más violentos del país, cualquier intento
de desenterrarlo llevará más riesgos de lo que represente pactar con un
desencarnado”.
La mujer (llamada P), se resignó
a no contar conmigo, pero pidió seguir en contacto para las dudas que le
generara la participación de otros intermediarios, sobre todo con la intensión
de que no trataran de engañarla. Le dije que podía escribirme las veces que
quisiera.
En otro mail avisó que contactó
con una Curandera, quien se ofreció de mediadora para el desentierro, mas llamó
mi atención que el muerto demandó un balde lleno de tierra de donde estaba el
tesoro, llevarlo un panteón y verterlo sobre una tumba, dio el nombre y
ubicación (P debería enterrar también una alhaja), así como llenar otro cubo,
llevarlo a la zona del tesoro y vaciarlo en el mismo lugar.
Le previne del gravísimo error y
de la imprudencia de ambas de permitir tal estupidez con tal de hacerse de la fortuna.
Guardó silencio hasta que informó que fue desenterrada, la Espiritualista se
llevó su parte, los vecinos no se enteraron y se mudaría a la ciudad de León a
montar un restaurante. Noté burla en su mail, insinuando que el perdedor fui
yo. No respondí y dejó de escribir.
Meses después recibí un correo de
una mujer, oriunda de Celaya, rogando por una cita. Use mi videncia y me quedó
claro el origen de la petición, más había un detalle: no “vi” a P, así que la
cité en una cafetería del centro de la ciudad, a media semana, y a una hora en
la que el tráfico se complica: recibo tantas amenazas por mi blog que si algo
me ha de pasar, que les cueste trabajo huir.
Arribé puntual al café “Freims”, en
la colonia Condesa, con su mezcla de galería de arte y librería. Escogí una
mesa ante la barra para quedar a la vista de testigos ante cualquier situación.
Llegó puntual. Aún y cuando la mujer estrenaba ropas, tenía un pésimo gusto
para la moda. La acompañaba un joven con mezcla de enojo y frustración. En
cuanto los tuve enfrente supe que el tema sería P.
– cuando leí en su blog que era
santero y curandero me lo imaginaba moreno, lleno de collares y esas cosas – dijo tras las
presentaciones y luego de pedir bebidas.
– ya vio que no – ignoré su
racista comentario.
– usted tuvo contacto con mi
hermana por el tema de un tesoro.
– obviemos esa parte – pedí.
– la Curandera cumplió y la
fortuna se desenterró…
– los felicito – dije tras dar un
trago a mi exquisito café chiapaneco.
– a los 9 días mi hermana cayó
enferma – señaló mientras el joven ingería en silencio un jugo de frutas y me
escrutaba con descaro – y al poco murió sin que a los médicos les quedara claro
el motivo.
– vaya, a los 9 días – comenté.
– ¿tiene algo de especial? – me
cuestionó.
– continúe – pedí – ya llegaremos
a ese punto.
– al velorio llegó la Curandera –
carraspeó – me dijo que el muerto incumplió su palabra y era el responsable de la
muerte. Señaló que no veía su alma, pero ya me lo explicaría todo luego que
pasaran “9 lunas”.
– vaya – exclamé – 9, 9, 9… el
número de los muertos.
– ¿qué es eso de “aunque no viera
el alma de mi hermana”? – cuestionó.
– ¿ella le contó algo más? – la
ignoré.
– nada… desapareció – señaló – los
rumores en el pueblo decían que la secuestraron para quitarle la parte que le
pagó P, pero no se confirmó, y nosotros – hizo referencia a ella y al joven –
no vimos nada raro ni hemos recibido amenazas.
– vaya… – repetí.
– ¿qué quiso decir la Curandera con
“aunque no viera el alma”?
– ¿por qué no veía el alma de mi
madre? – habló finalmente el joven.
– dijo algo más en la funeraria –
agregó ella – “mientras no aparezca su
alma, de nada servirá que den cristiana sepultura”.
– creo que ya saben lo que hizo
la Curandera – pedí otro café – y que el muerto pidió llevar tierra de un lugar
a otro y el entierro de una alhaja.
– necesito me responda si lo que
dijo la Bruja es cierto – exigió – eso de que no se ve el alma de mi hermana,
¿importa?
Concluí que explicárselo sería difícil
por desconocer el tema, pero tampoco pretendían entenderlo: creían tener un
problema, y de ser cierto, querían respuestas, así que me limité a asentir con
la cabeza.
– quiero que el alma de mi madre
regrese para tener a quien irle a llorar al panteón – exigió el joven.
– con la videncia viajo en planos
alternos a nuestra realidad – me sinceré – veo el pasado, presente o futuro, en
el aspecto físico o espíritu, en cualquier lado, por decirlo así… y no la percibo.
– el cura de mi pueblo dice que
sólo existe el cielo, el infierno y el purgatorio – insistió la mujer.
– no es tan sencillo meterse por
esos rumbos – insistí.
– claro que lo es – señaló sacando
de su bolso una pañoleta y dejándola caer frente a mí: por el ruido se trataba
de monedas, use la videncia y vi que eran del tesoro rescatado – la queremos de
vuelta.
Ello me indignó, estuve a punto
de levantarme e irme, pero vi que daría pie a insistencias a cuya negativa
debía afrontar de una vez.
– no está – advertí empujando el
pañolón de regreso – y no exhiban dinero así: esta ciudad es peligrosa.
– en la vida todo se puede – reiteró
ella señalando la plata.
– sí, pero no es un tema de “la
vida real”, donde todo tiene un precio, es del más allá… y “allá” el dinero no sirve
– expliqué – le previne a P que no aceptara mover las tierras ni entregar su
alhaja, con eso dio poder al muerto para hacer un intercambio de almas.
– ¿intercambio de almas? – interrumpió
el joven.
– tu madre se vendió por dinero,
disfruten de la herencia y rehagan su vida: nadie los molestará con
extorsiones… es parte de las trampas del muerto tras morir P: no dejar “pistas”
de lo que hizo.
– si fuera cierto, no habrían
secuestrado a la Curandera – dijo la mujer.
– ella también hizo pactos con el
muerto… por su cuenta – avisé.
– vámonos – ordenó el adolescente
– te dije que hablar con este güey
era perder el tiempo – se levantó y salió de la cafetería, indignado.
– dejen de buscar – advertí – tengan
cuidado con los charlatanes, sobre todo con Espiritistas que ofrezcan hablar
con ella: nadie la encontrará.
– usted sabe algo – trató de
generar confianza – dígamelo y le prometo convencer a mis sobrino de que…
– no lo entenderían – la
interrumpí.
– trataré…
– ¿cree en la reencarnación?
– el padrecito de mi pueblo dice
que no existe – señaló.
– ese cura está pendejo, igual
que la mayoría de los padrecitos –
dije con fastidio – ve, le advertí que no lo razonaría.
– termine… – pidió.
– si ha leído mi blog, como dice,
debería saber que por la forma de morir hay plazos para reencarnar: si es
natural, 25 años de los nuestros… por accidente, 50… y a manos de otro, hasta
100…
– no comprendo.
– en mi web explico que morimos y
renacemos, a veces, en un mismo linaje, por eso en una familia las historias se
repiten: es un castigo.
– pero…
– si usted cree en el Dios que presume el pinche curita de su
pueblo, debe saber que ÉL nos creó,
por lo tanto, somos de su propiedad y existen dos cosas que le encabronan: el
asesinato y el suicidio.
– no entiendo que tiene que ver
una cosa con la otra – confesó.
– lo que hizo su hermana fue
“suicidio espiritual”, vender su alma por dinero… y cuando su Dios se enoja hace lo primero que tiene
a la mano.
– ¿de qué habla? – me interrogó,
extrañada.
– la reencarnación.
– pero…
– otro de los escenarios, algo
poco común pero que sucede, es volver a nacer sin cumplir los tres plazos.
– pero…
– el alma de su hermana
reencarnará en la niña de la que usted tiene dos meses de embarazo.
– ¿cómo lo sabe?
– soy vidente…
– entonces es un premio, porque
tendré su dinero y con él podré darle…
– un mal uso: ya dio una señal de
su proceder como millonaria al ofrecer un pago para transgredir los designios
de su Dios – me burlé – antes de
volver a nacer P, usted ya habrá despilfarrado la herencia.
Estaba conmocionada, pero por
suerte (para ellos, pues mi paciencia en ese momento ya estaba agotada), su
sobrino la apuró con un “tía” desde la entrada, y no tuvo más remedio que terminar
la plática.
– ¿podría anotarme su número de
teléfono?
– no… y no lo tome a mal, pero no
puedo pasarme las horas en una llamada aclarando temas que se me da mejor
escribir… ya tiene mi mail: siempre respondo.
No dijo más, preguntó por mis
honorarios y rechacé un pago. Recogió la pañoleta con las monedas, dejó un billete
sobre la mesa para pagar las bebidas y me miró agobiada, sin entender qué podía
hacer para compensar que un día se despertó y ya era millonaria.
Alcé los hombros, dándole a
entender que no había más. Asintió y se fue. Terminé mi café pensando sobre el
error de ambos: querían saber por qué no se veía el alma de P, pero nunca
preguntaron dónde estaba. Me levanté y fui a la sección de libros a revisar las
novedades de las editoriales independientes que, solidarios, distribuye la
cafetería.