1.
Me lo contó el propio
Babalowo*, hijo de Eleggua, al que rara vez vi trabajar religión, aunque era asiduo
a toques de tambor, sin aparentes ahijados, escurridizo, tramposo, nómada
permanente y simpático por naturaleza.
Conforme lo traté
(pese a que era muy desconfiado), me contó algunas de sus aventuras gracias
a las cuales pude ir armando un panorama de su vida, sobre todo a raíz de la
siguiente anécdota.
2.
Durante uno de
sus viajes por el interior del país (o lo que es lo mismo: en una de sus huidas
de la ciudad por motivos poco claros, pero que obviamente remiten a un tramposo hijo de
Eleggua), terminó viviendo un año en el estado de Michoacán, en una comunidad costeña
cercana a la turística Playa Azul, donde las actividades ilícitas no se diferencian
de las legales.
En esos rumbos conoció
a un gallero con quien estableció amistad y al paso de las semanas, gracias a
su labia, consiguió le develara los misterios detrás de las peleas de
gallos, su crianza, las quinielas y hasta los secretos para que ganaran sin que se notara la
trampa, más lo que no sabía el apostador es que era Babalowo y un bribón.
Al principio el
gallero llevaba al religioso a peleas reglamentadas en Palenques para que se familiarizara
con el ambiente, pero después lo
adentró en el mundo de las Galleras ilegales, donde se jugaban grandes
cantidades de dinero provenientes del narco y en las que las inconformidades
entre los galleros o los apostadores se zanjaban machete en mano o balazos.
Finalmente, el
gallero le fió un par de gallos a su aprendiz (que él le liquidó conforme le
fueron dando a ganar dinero) y lo recomendó para que fuera aceptado en el
círculo de combates clandestinos de la región.
Lo que nunca
imaginaron ambos es que verían enfrentados sus gallos en una pelea donde
tuvieron que hacer uso de sus respectivas mañas, pues estaba de por medio su
vida si perdían, ya que los dos principales narcos locales (rivales), habían apostado
mucho a sus referidas aves.
3.
Contó el hijo de
Eleggua que una calurosa noche los ánimos estaban caldeados en una Gallera prohibida, por la presencia de narcos, acompañados por bellas mujeres y protegidos
por sus sicarios, la asistencia de vecinos del pueblo, de aficionados de
comunidades aledañas y hasta de extranjeros, quienes bebían alcohol y consumían
drogas a mansalva.
– 500 mil pesos
al rojo – dijo un narco mirando burlón a su rival.
– voy al cenizo –
aceptó el otro, reto a partir de la cual, y durante los siguientes 15 minutos,
desataron las apuestas mientras las boletas cambiaban de mano entre los
asistentes.
– también 15 mil
al colorado – dijo alguien más entre las gradas.
– pago – respondió
una escotada mujer, desbordando grotesca sensualidad, sentada filas abajo.
4.
– le manda un
mensaje el patrón: más le vale que el
cenizo gane – le dijo al Babalowo uno de los sicarios del narco que apostó
a su favor, dejando ver la pistola que llevaba a la cintura, y al parecer lo
mismo hizo uno de los matones del traficante contrario con su amigo.
Ambos cruzaron
miradas de lejos, confirmando el religioso que en ese momento la amistad no
existía y la noche terminaría mal. Como fuera, él había preparado a su animal
la noche anterior:
Le inyectó calcio y vitamina para que aguantara la
riña, limó el pico para dejarlo filoso y preparó las navajas que irían en el espolón…
antes de dormirse el Babalowo recordó las mañas que el gallero le había
enseñado y supuso que las usaría contra él: la que más le preocupaba era
ponerle cocaína al gallo en el pico, y aunque fueran amigos, no estaba
dispuesto a dejarse ganar, así que se levantó, encendió una vela y habló con
Eleggua, pero algo lo inquietaba así que tiró el epkuele.
5.
La concurrencia
guardó silencio, el juez dio la señal – me contó el hijo de Eleggua – los
dueños de los animales los soltaron, el público empezó a gritar y los gallos
volaron por los aires buscando la muerte del otro. Durante minutos se hicieron
daño, hasta que el juez pidió los contuvieran para limpiar las navajas, quitar
la sangre y recoger la plumas caídas.
Como se estila,
el gallero tomó por la cabeza a su animal, le sopló aguardiente para
refrescarlo y cubrió las heridas con tierra. El Babalowo ni siquiera volteó a
ver si hacía la trampa de la cocaína, pues él ya tenía su plan: hizo una mezcla
de ceniza con aché de santo y discreto cubrió las lesiones del gallo, lo
sopleteó con aguardiente, palmeó sus alas y le sopló iyersun en el pico, le
jaló el cuello y luego lo pellizco para enfurecerlo: el animal se irguió en
segundos y sus plumas se encresparon coincidiendo con el aviso para continuar.
Los dos hombres soltaron
a los animales, el del hijo de Eleggua dio unos cuantos pasos y calló al suelo,
pero sin poner el pico en el suelo (que se toma como señal de rendición), al
tiempo que el de su amigo volaba por los aires, más instantes antes de caer
sobre su enemigo esté se movió, levantó las patas y con la navaja le rebanó el
cuello.
6.
Los asistentes
celebraban el resultado (o se quejaban, según el caso), mientras el Babalowo
reanimaba a su gallo y hacía cuentas de los beneficios económicos por la
victoria, más sus pensamientos fueron interrumpidos por un niño (ocasional
recadero de su amigo), quien jalándolo de la camisa le entregó un trozo de papel
y se alejó.
Lo desdobló y
leyó la palabra “huye”, identificó la
letra, recordó que la noche anterior la cadena había arrojado Okana Kakuin y le
quedó claro que ya fuera que su gallo hubiese ganado o perdido la pelea, su
vida estaba peligro. También recordó que la consulta cerró con Ojuani Otura,
así que en lugar de quedarse a cobrar las apuestas, se escabulló y salió de la
comunidad jurando no volver.
7.
– encontré el número de teléfono del gallero en unos papeles – me confió el hijo de Eleggua tras
aquello, durante un toque de tambor en honor a Shangó, y luego de haber
convivido en la mesa de Babalowos – me ha entrado la curiosidad de si aún se acuerdan de mi en Playa Azul.
– ¿y?
– le marqué pero no
contestó – dijo confuso, colocándose ante la silla donde me
encontraba acabando mi platillo – no sé si no quiso o ya no puede hacerlo – se me quedó viendo y agregó – dicen que eres
buen vidente, quizá podrías...
– no – me adelanté
a su petición – mejor acepta el regalo que te dio Ojuani Otura ese día y no
tientes más a la suerte – me levanté, le entregué mi plato sin
terminar (su impertinencia me quitó el hambre) y me fui.
* a partir de hoy se publicarán gradualmente los últimos
textos sobre osha e ifa que escribí y quedaron rezagados en mi pc.