22.
Fui invitado por el
Centro de Estudios y Experimentación de Obras Públicas, organismo del gobierno
español, para dar varios cursos durante una semana en Colombia, Bolivia y
Chile: toda una travesía…
En aquella época una
hermosa mujer de extraños ojos color amarillo prometió alcanzarme en Santiago
para hacer de mi viaje algo inolvidable (y cumplió su palabra)…
Pero antes de eso y
tras un pequeño contratiempo en materia de salud, llegué desde Bolivia a
Santiago de Chile (el último destino antes de emprender el regreso a mi país),
prácticamente en camilla y directo a un hospital donde irónicamente fui dado de
alta en pocas horas si se toma en cuenta el estado comatoso en el que ingresé…
Tras una visita a
una farmacia para completar la prescripción médica, finalmente arribé al hotel
con incertidumbre por mis malestares, sin embargo, la posterior llegada de la
esperada belleza hizo que todo el asunto se recompusiera bastante…
Una vez acomodados
en suelo chileno nos organizamos de la siguiente manera: mientras yo estaría en
el papel de instructor, ella se daría gusto visitando los museos del centro de
la ciudad, y dado que el hotel se encontraba ubicado en la céntrica Avenida
Bernardo O'Higgins, tendríamos varios puntos céntricos para vernos al medio día
para compartir la hora de la comida…
Todo transcurrió sin
contratiempos: nos levantábamos temprano, desayunábamos juntos, ella se iba a
caminar y yo a dictar cátedra, nos veíamos al medio día durante hora y media
para volver después ella a sus andanzas museográficas y yo a terminar mis
sesiones académicas… en cuanto se escondía el sol nos poníamos a disfrutar de
la noche, conociendo excelentes lugares como el restaurant El Mesón de la
Patagonia y el famoso Club de Jazz de Santiago…
El asunto fue que
terminó el maratón académico, asistí a una formal entrega de reconocimientos
ante los organizadores, recibí un par de exquisitos regalos por parte de la
complicada (pero a su vez increíblemente eficiente) Tatiana y cuando volteamos
a ella y a mí y nos quedaban dos días libres, mismos que aprovechamos al máximo
pese a que era un mes de junio y el invierno había entrado a Chile con intensa
lluvia y exagerado frío…
Dentro de nuestras
idas y venidas llegamos a un mall (vulgarmente conocido en mexiquito como
centro comercial) llamado plaza “El Trébol”, en donde nos metimos a una
bellísima librería llamada “Antártica” y pasamos las horas viendo libros y
finalmente comprando algunos que resultaron una maravilla, entre ellos uno del
polémico Alberto Fuget: no sólo por la desconocida edición sino también por el
económico precio… ese mismo día ella me regaló un par de cds que descubrimos en
otra tienda y que posteriormente recibieron la tinta de un romántico poema que
ella me dedicó…
Posteriormente ella también emprendió el regreso y cuando nos vimos al siguiente día para ir a cenar, sacó de su bolso un libro que compró en el aeropuerto… me platicó que debido a que llegó muy temprano a la terminal aérea, se metió a una librería y se encontró con varios textos, entre ellos una rarísima edición del libro “Casandra” de la filósofa y ensayista alemana Christa Wolf, cuya reciente traducción al español estaba siendo exageradamente cacareada en el medio literario chileno…
Así que hizo la
adquisición para tener qué leer durante el vuelo… sin embargo, una vez en el
avión, me confesó, le entró la melancolía y sin más consiguió una pluma con una
de las azafatas, tomó el libro de Christa y antes emprender el vuelo se puso a
escribir en todos los espacios que las hojas impresas le permitían el texto más
apasionado que una mujer me haya dedicado…
Entre mis risas de
siempre por sus inigualables ocurrencias, tomó el libro y me lo entregó a
manera de regalo al tiempo que me decía: “es tuyo… finalmente todo lo que está
ahí lo escribí para ti”…
Me quedé más que
emocionado con el texto en mis manos, viendo su portada (una serie de nubes
iluminadas por un potente relámpago) y después revisando la información sobre
la sobria edición: lo había publicado la editorial Cuarto propio... pero lo
principal: aguantándome las ganas de empezar a leerle en ese momento…
Sin embargo, ahí no
terminó todo ya que sacó de una bolsa de plástico un par de libros que también
me entregó y cuyas portadas de inmediato revisé: “La noche del Aguafiestas”,
una novela del cubano Antón Arrufat (quien en aquella época todavía disfrutaba
de las consecuencias – principalmente fama - de haber ganado el Premio Nacional
de Literatura de Cuba), regalo que me dejó gratamente sorprendido por su
exquisito gusto al escogerlo…
El otro era “El
orgullo del Espíritu” de Rosemary Altea, el cual debo reconocerlo me dejó
extrañado: la escritora es entre otras cosas médium y por la particular
historia de su lejana vida (por aquello de que es inglesa), siempre me ha
llevado a tomar mis precauciones con respecto a sus propuestas…
Revisé de nuevo la
portada y al leer la sinopsis descubrí que era recomendado por el psiquiatra
Brian Weiss (a quién a su vez ya le había leído varios textos)… levanté la
vista y ante mi mirada de extrañeza ella levantó los hombros y torció
sensualmente los labios con una discreta sonrisa, gesto ante el cual no me
quedó más remedio que darle al libro el beneficio de la duda…
Finalmente ella puso
su mano derecha sobre el libro de Christa Wolf y agregó: “no me importa que
seas de los que no les gusta que rayen los libros… no tenía otra opción si
quería dejar constancia de lo que me estabas provocando en ese momento”… a lo
que le respondí que ante tan emotivo obsequio no podría de ninguna manera
cuestionarle el atrevimiento de haberlo mancillado con su letra…
Y desde entonces
conservo cuidadosamente el texto en mi envidiado librero… incluso cuando
después de tantos años me sigo cruzando con esos ojos de iris tono amarillo,
uso esos instantes como pretexto para releer una vez más aquellas palabras
agregadas en un libro…
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