1.
Hace muchos años, en una violenta
comunidad de la costa del Golfo de méxico, secuestraron a la hija de un traficante
de maderas tropicales y le exigieron un rescate, a lo cual respondió sin mayor apuro: no tengo dinero. En las negociaciones con
los captores, el hombre mantuvo su negativa hasta que uno de sus hermanos
intervino y afirmó que él pagaría.
Esa zona es un semillero de sicarios,
secuestradores, policías, abigeatos, narcos, soldados, guerrilleros (y hasta
extraterrestres, dicen), donde la gente se mata a consecuencia de su ancestral ignorancia:
es uno de los lugares más violentos del país que genera mujeres y hombres que se han
esparcido en todo lugar donde se requieran los servicios de un asesino a sueldo.
Así, el tío costeó el rescate, la
sobrina regresó al hogar paterno y todo volvió a su normalidad hasta que el ídolo de la familia comenzó a indagar
sobre la identidad de los secuestradores: al pie del atrio de su iglesia el
cura del pueblo se lo reveló (tras prometerle no buscar venganza).
El ser humano propone y Dios
dispone, pero que llegó el Diablo y dijo
a los raptores (dirigidos por un viejo exmilitar venido a ladrón que tenía
asolada la región), sobre las indagaciones y el tío fue visto como “un peligro”.
Tras semanas de rumores todo terminó frente a un estanquillo del pueblo: se
encontraron el anciano y el tío, cruzaron miradas con las que cada uno
manifestó sus sentimientos, sacaron sus armas, el criminal lo hizo más rápido y
le vació la carga de su pistola en el pecho.
Como se estila por allá la
familia juró venganza, el verdugo huyó y se escondió en la zona de la Huasteca,
pero quizá añorando cocoteros, mariscos, vacas y plagios, murió a los pocos
meses de un infarto al tiempo que una de las hijas del héroe asesinado dejó de dirigirle la palabra al hermano de su padre
y juró odiarlo con fervor el resto de su vida.
2.
Con al paso de las décadas, y la jactancia
que le da ser médico (trabaja en un hospital privado de renombre en la capital
del país), aquella hija vuelve regularmente a su pueblo para dar consultas médicas
gratuitas, lo que le ha granjeado gran simpatía entre sus coterráneos.
En una de esas visitas, a sus
familiares se les ocurrió la idea de “celebrar” (sic) un aniversario especial por la
muerte del heroico jefe de familia,
para lo cual se organizaron (comandados, obvio, por la rencorosa hija), para
juntar dinero (que incluyó comprometer a los pacientes de la doctora a realizar
donaciones), suma que superó el salario anual de muchos trabajadores agrícolas
locales y que se invertiría en pagar misa, comida, regalos, y obviamente, mucho
trago.
3.
Cuando me enteré de la historia
del secuestro me enfrasqué en una discusión con el esposo de la doctora (lo llamaré C), quien
defendía la impertinencia de su suegro por irrumpir en los karmas de una familia
que debía haber perdido a su hija, justificaba el rencor de su mujer hacia su
tío y rechazaba mis explicaciones para sacarlo de su error.
Nunca llegamos a nada, pero como
me ha sucedido en otras ocasiones, cuando dar la vida por alguien en un hecho
violento para muchos es acto heroico
(aunque para mí una estupidez), opté por compadecer la corta perspectiva que
posee la gente sobre esa mala pasada llamada destino.
4.
Tiempo después surgió otra disputa
con C tras reiterar su justificación para celebrar el aniversario luctuoso, más
ante mis argumentos su respuesta era: “son costumbres”.
- costumbres mis güevos – me quejé una tarde – gastar ese dineral por
un ignorante que dio su vida por quien tenía marcado morir, dejando a una mujer
y a sus hijos en la orfandad, es de pendejos.
- son costumbres – repitió C nervioso ante mi enojo.
- se le llama “cambio de cabezas” – señalé.
- no sé de qué cabezas hablas, pero las tradiciones se celebran.
- son mamadas – reiteré – los muertos, muertos están… no saben si el
señor ya reencarnó y con esa celebración le van a conflictuar el presente.
- no te entiendo – se defendió con una irritante sonrisa.
- que son pendejadas, pues – reiteré – sobre todo organizar festejos
con dinero ajeno.
- son costumbres – repitió – tú porque vives en ciudad y…
- ojalá conocieras las verdaderas costumbres mortuarias que se dan en
otros lugares del país y donde se les trata con respeto… nada de gastar dinero
a lo pendejo: hasta entonces entenderías lo que es ofrendar verdaderamente a
los muertos.
- son costumbres… viejas usanzas.
- a veces celebrar a la muerte es invocarla – advertí.
Fueron discusiones cada que nos
encontrábamos, conforme se acercaba la fecha del festejo, en las que él repetía
lo que costaría (imaginando la borrachera de varios días que se pondría), y
lo bien que se la pasaría hasta que llegó el día, pidió vacaciones en su
trabajo y se largó a mediados de junio de este 2018.
5.
H (quiropráctica y conocida de
ambos), me interceptó a la entrada del Mercado de Sonora un domingo por la
mañana. Tras saludarme preguntó por C, le dije que andaba celebrando al muerto.
- ya te enteraste? – preguntó con
tiento.
- de? – indagué.
- mataron a una de sus sobrinas.
- en méxico mueren cientos al día
por la violencia - la cuestioné - cómo supiste?
- por el apellido – aclaró – era
candidata local a no sé qué en las elecciones de este julio… mi hijo lo vio en el
noticiero de televisión…
- ni idea, no veo la tv y aún no
leo los diarios - reconocí.
- luego lo comentamos – avisó y se
alejó ensimismada.
Navegué en internet por mi
celular buscando la noticia: en efecto, era su sobrina, nieta del célebre héroe familiar, asesinada a puñaladas por
un asesino solitario al salir de su casa rumbo a un acto de campaña (curiosamente
la tarde anterior al festejo).
En un pasajero acto de
solidaridad pensé en llamarlo por teléfono para darle el pésame, pero reconocí
que no me aguantaría las ganas de recordarle que a los muertos se les debe
dejar en paz, que en ocasiones celebrarlos son pendejadas… así que desistí.
6.
Días después del sepelio, cuando C
regresó a la ciudad y coincidimos en una tienda de autoservicio, me contó que
toda la comida, bebida y recuerdos para el aniversario luctuoso se usó para atender a los cientos de dolientes que llegaron a dar el pésame por la
muerte de la joven: “porque darles de
comer, tomar y un regalito durante un velorio, es una costumbre”, afirmó.
5 comentarios:
Iboru iboya ibosise..
Esperando estés muy bien, al igual que los Tuyos Hermano.
Interesante, como siempre, tu vivencia.
Si hicieramos más caso a los consejos y advertencias.
Recuerdo a Mafalda de Quino, decía en una de sus publicaciones: EL HOMBRE ES UN ANIMAL DE COSTUMBRES... o, por costumbre el hombre es un animal (???).
Un abrazo Hermano.
Cuídate y cuida a los tuyos.
Saludos.
saludos mpangui... creo que en realidad el ser humano es un vulgar animal, jajajaja,... suerte y gracias por escribir, un abrazo...
Buenas noches. Atrapada por sus historias. Lo acabo de encontrar, y me gustó. Lo sigo, ojalá muchas personas tomaran los consejos en serio. Iboru Iboya Ibosheshe.
hola melanie... gracias por escribir, saludos...
Muy buena lectura gracias por compartir sus notas. Saludos!!
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