15 de octubre de 2013

Es lo malo de los libros 10



1.
A K lo conocía desde hacía muchos años, quizá unos 14… no trabajamos juntos en ese periodo, pero sí tuvimos algunos intercambios laborales que resultaron políticamente educados… sin embargo, él ya tenía desde entonces muy mala fama como jefe… si a cualquier persona que hubiera trabajado con él se le pedía opinión sobre su comportamiento, las respuestas siempre coincidían: era un hijo de puta…

En aquel entonces no es que dudara de aquella afirmación, pero en mi limitado trato con él nunca había tenido ninguna queja… claro, hasta que me lo impusieron como jefe…

Yo no podría caer en la ratificación popular del impreciso origen materno de K… en realidad sería muy barato definirlo con una o dos malas palabras, así que me limitaré a darle la razón a quienes plantearon esa generalizada opinión sobre él…

Ante esta situación tuve que poner en práctica mi vieja filosofía cuando se trata de lidiar con personas complicadas: cuál es el colmo de una víbora? echarse en el lomo a un alacrán… así que tras un par de lisérgicos encontronazos, bien astuto él y muy discreto yo, establecimos una equilibrada relación en la que K me pedía un trabajo, yo se lo entregaba… y a cambio ninguno se metía (al menos abiertamente) con el otro…

Haciendo de lado lo anterior, y si se tratara de echarle en cara algo, lo acusaría principalmente de ser un cabrón mentiroso…

2.
K presumía de tener sus buenos ratos… momentos en los que él bajaba la guardia (siempre estaba a la defensiva con todo aquel ser vivo que tuviera 2, 4, 6 o más patas), y teniendo público ante el cual pudiera ejercer de bufón, solía decir en voz alta que no entendía por qué la gente me temía…

- sus jefes anteriores siempre se me han acercado para decirme que le tienen miedo a este cabrón (y me señalaba con cierto desdén)…
- quizá lo hacen porque realmente no me conocen – le respondía con mucha propiedad – si pudieran ver en el fondo de mi alma cómo soy verdaderamente, lo que en realidad deberían tenerme es pavor…

También en esos lapsus ante sus fans presumía de conocerme más que a nadie, cosa que también se lo dejaba creer hasta que en una ocasión le demostré que estaba equivocado:

- te mandé llamar – me dijo mirando de reojo a Y, la cual estaba sentada a mi lado izquierdo – porque necesito hablar contigo, pero antes te quiero pedir que lo que te diga lo tomes con calma para que no me salgas con uno de tus exabruptos…
- a tus órdenes – le dije sin poder reprimir un bostezo…
- se trata de A – soltó según él con tiento, pero yo claramente detecté una orgásmica malicia en el tono con que lo dijo – por instrucciones del jefazo se incluirá un par de sus textos en tu publicación… como sé que te cae mal, y conociéndote, seguramente esto te enojará mucho y…
- me temo que estás equivocado – le interrumpí en medio de otro bostezo – y con lo que acabas de decir me queda claro que no me conoces…
- cómo??!! – exclamó – no te molesta?
- no – le dije – al contrario: creo que su participación le dará más diversidad al contenido de la revista…
- suena muy interesante lo que dices – se animó a decir Y después de escucharme…
- ves como no me conoces? – me reí de K – ni por asomo…
- bueno, entonces dale una correción de estilo a los textos e incorpóralos – dijo K a manera de venganza mientras me entregaba el par de folios… 


Por otro lado, K se jactaba de tener dones ocultistas como poder “leer” el aura de las personas, lo que le permitía saber cuáles eran las reacciones que provocaba en los demás cuando “les decía sus cosas, o les mentía o trataba de manipularlos”, lo que nos llevó a darnos algunos choques esotéricos sin decirnos palabra alguna…

Y ya entrados en gastos con eso de sus confesiones, K hacía muy seguido una que me ponía telúrico: alardeaba de no haber leído un sólo libro desde hacía más de 40 años…

3.
Una nublada mañana llegó hasta mi escritorio, me saludó mientras solicitaba no sé-qué-informe y tomó el libro de Rafael Bernal que yo había decidido releer: El complot mongol*, simuló hojearlo (después comprendí por qué me había dado esa impresión), lo regresó a su sitio sin decir nada y se fue a su oficina…

4.
En alguna ocasión estábamos la indefinible R, el soluble E y yo en la oficina de K…

No recuerdo el motivo, pero R sacó a la plática un libro que yo le había prestado hacía unas semanas y que según ella afirmaba estaba por terminar… y sin más me hizo algunos comentarios sobre la trama, cosa que provocó en E su sonrisa estúpida cuando de hablar sobre cultura se trata, pero en K, contrario a sus otros jactanciosos momentos, le hizo permanecer en silencio…

Y aquello también me llamó la atención…

5.
Fue una posterior conversación con R, también frente a K, que él se descaró en eso de sus silencios ante temas literarios…

R me preguntó, reconociendo su extrañeza, sobre por qué tenía sobre mi escritorio un libro de John Katzenbach…

- me gusta como escribe – tuve que confesar – después de haber leído “El psicoanalista” me quedé enganchado con su estilo literario…
- pero a ti no te gusta ese tipo de escritores – señaló – o al menos es la impresión que tenía de ti…
- no mucho – acepté - pero desde que editorial Anagrama vende sus libros a inalcanzable precio de oro, he dejado de comprarlos… lo que me ha llevado a diversificar mis consumos literarios si es que quiero seguir leyendo…
- pero a ti no te gustaban esos libros – recalcó R…
- depende: después de renegar de Anagrama descubrí el gusto por la novela negra – aclararé – y si bien los libros de John Katzenbach no son precisamente de ese género, sí retoma algunos recursos literarios que lo alejan de ser un vulgar creador de best sellers…
- de qué trata “El psicoanalista”? – preguntó R interesada…
- mejor te lo presto – ofrecí – porque si en este momento te lo explico, nuestro jefe se va a quedar dormido…

K sonrió y sin que nadie se le pidiera, comenzó su ridícula explicación…

- es que a mi no me gusta leer – se jactó por millonésima vez, y señalándonos a R y a mi dijo - yo leo a través de ustedes…
- cómo es eso? – preguntó intrigada R mientras se jalaba los bordes de su vestido por centésima vez para cubrirse las piernas…
- sí, a mi no me gusta leer: tengo más de 40 años de no abrir un libro… prácticamente el último que cogí fue uno que consulté para hacer mi tesis de licenciatura…
- y entonces? –siguió la cuestionadora R…
- pues yo leo a través de ustedes, porque cuando hablan de literatura los escucho y con eso ya sé de que tratan sus libros… me los memorizo y cuando es necesario, ya sea en alguna reunión familiar, en un evento social o para impresionar al jefe suelto algún comentario de los que me hicieron antes – y agregó con orgullo - y así me hago pasar como una persona culta…
- lo más irónico es que no solemos conversar mucho sobre libros frente a ti – me burlé de su técnica - así que no creo que tengas mucho qué decir acerca del tema…
- sí, pero tampoco es que yo necesite hablar muy seguido de libros – se defendió – con lo que les escuche de vez en cuando es suficiente…
- muy bien R – me dirigí hacia ella en tono burlón - la próxima vez que quieras conversar sobre literatura, te invito a tomar un café y podremos hacerlo sin que nos roben nuestras leídas
- es una táctica que he usado desde siempre – dijo K ignorándome y ante el silencio de R – me ha dado buenos resultados…

Rafael Bernal               John Katzenbach

- y por qué no te gusta la lectura? – lo cuestioné agregando con ironía – leer no duele…
- nunca me ha llamado la atención: leí lo que me correspondía en la universidad… lo demás ya es asunto de gente como ustedes – comentó al tiempo que nos señalaba…
- pues a partir de ahora deja de confiarte – le advertí – al menos desconfía de mí: te dejaré con la duda de si lo que explique sobre un libro es cierto o si lo estaré inventado… por ejemplo, qué tal si digo que la novela “Cien años de soledad” trata sobre una monja voyeur…
- nunca me ha fallado – presumió K tratando de alejarse de la desconocida (para él) temática del libro de Gabriel García Márquez – además de que es una tradición familiar robarse las lecturas…
- cómo? – exclamó R sorprendida…
- sí, mi hija hace lo mismo – presumió mientras se ponía de pie, se quitaba el saco, lo colocaba sobre el perchero y regresaba a su sillón: su eterno tic – y le ha servido para impresionar a uno que otro galán cuando es necesario…
- es una tradición en tu familia robarse “las lecturas” de los demás? – le pregunté provocando que R abriera los exageradamente los ojos ante lo que yo mismo reconocí era un comentario agresivo…
- funciona – repitió K con incomodidad mientras alisaba su corbata…
- puede ser… – dije tratando de suavizar la situación…
- tengo que ir al área administrativa a dejar unos documentos – pretextó de pronto R al tiempo que se ponía de pie, restiraba obsesivamente su vestido para cubrirse las piernas y desaparecía…

Una vez que nos quedamos solos, K y yo intercambiamos miradas en silencio: la de él asumiendo de nuevo la del jefe… la mía, como siempre, la del eterno cínico…

- siempre hay situaciones peores que no leer – soltó con un tono que no supe identificar si era de justificación o de vulgar reto…
- así es – respondí mientras me ponía de pie – como hacer promesas que no se piensan cumplir…

Volvimos a intercambiar duras miradas hasta que la de él se suavizó… solté una carcajada…

Le dije antes de salir de su oficina:

- me voy: ya casi es hora de comer y tengo mucho que leer…

* en mi opinión la mejor novela noir mexicana de todos los tiempos…

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