27 de septiembre de 2020

Los pájaros de la cervecería


1.

Era sábado al medio día y me encontraba en el Tianguis Cultural del Chopo conversando con Gerardo Austria (científico y escritor) y Miguel Tajobase (músico y productor). Rafael Catana se acercó y tras los saludos de rigor me hizo una pregunta que me descontroló.

 

– ¿qué estás escribiendo?

– de momento nada – confesé – ni estoy publicando en ningún lado.

– ¿y eso? – insistió…

– no he tenido tiempo – me sinceré de nuevo.

– ese es el pretexto más falso que te he escuchado decir – dijo Rafael tras soltar una de sus características risotadas.

– es la verdad – insistí.

– te voy a demostrar que la falta de tiempo no te justifica: una hoja se escribe en media hora, si te limitas a escribir una al día en un año tienes 365 cuartillas, lo que equivale a una novela, mínimo dos libros de cuentos e incluso tres de poesía – y agregó sin dar pie a discusiones – así que deja de inventar excusas.

 

No tuve argumentos para debatirle, así que bajo aquella premisa escribí mi segunda novela (“En el camino”), en unos seis meses y comencé a colaborar en dos revistas. Al poco, Catana me hizo un par de entrevistas sobre mi obra literaria en su legendario programa de radio “Pueblo de patinetas” y seguí publicando donde se me diera un espacio.

 

2.

Rafael Catana es un artista sin cuya presencia el méxico sonoro y literario no sería el que conocemos: compositor, músico, poeta, integrante del Infrarrealismo, promotor cultural, fundador del movimiento Rupestre, incansable bromista y eterno solidario: si bien se le señala como retratista de la realidad, yo lo defino como un consumado autor.

 

Acerca de él se ha escrito ya en este blog*, y si bien se le conoce sobre todo por su faceta como músico, esta vez abordaré su carrera como escritor por la publicación de su libro “Los pájaros de la cervecería” (una bella coedición entre “Ediciones sin fin” y “La zorra vuelve al gallinero”), el cual tuvo su proceso de creación, irónico, alejado de la anécdota con la que inicia esta entrada.

 

3.

Hablar de poesía en méxico se convierte en algo surrealista: es un género que muchos califican para minorías, aunque este país ha producido una considerable cantidad de poetas que han conseguido grabar su nombre en los anaqueles de la literatura universal, algo que Rafael podría alcanzar en breve si mantiene constante la publicación de sus textos.

 

La afirmación anterior no es gratuita y su currícula lo demuestra: a “Los pájaros de la cervecería” le antecede su poemario “Salón Brasil”, colaboró en las antologías “Perros habitados por las voces del desierto”, “Palabra nueva (Poesía chicana)”, participando también en prestigiadas revistas mexicanas (Casa del tiempo) y europeas (Mensuel 25).

 

Por si lo anterior no fuera suficiente, las letras de sus seis discos como solista están cercanas a ser poesía pura (aunque él no está muy de acuerdo con esto e insiste en llamarlas canciones), de aquí que no es arriesgado afirmar que su producción literaria es más que basta (Bob Dylan dixit).

 

4.

¿Qué caracteriza a Rafael Catana como poeta y qué encontraremos en su nuevo libro?

 

Las dos preguntas tienen la misma respuesta, al igual que todos los caminos llevan a Roma: una lírica precisa cuya universalidad impacta, contundente, en las entrañas del lector, odas producto de un agudo observador de un entorno interpretado bajo un matiz único.

 

Viajero perseverante no solo por su requerida presencia en todos los espacios culturales del país, sino por su imposibilidad de quedarse quieto, sus poemas son a su vez trazos autobiográficos plasmados por 20 años entre su ir y venir bordeando la realidad, metiéndose en esas vísceras y saliendo de ellas con el alma transformada tras las emociones provocadas por los claros/oscuros de sus etéricas vivencias.

 

Por si no fuera suficiente ese rompimiento del equilibrio dinámico de la existencia que el escritor consigue, cada frase plasmada en el poemario conlleva una cadencia que no deja indiferente, mueve, sacude y cuestiona sin tregua: ¿subes o bajas? ¿tienes o falta? ¿vas o vienes? ¿aquí o allá? … ¿vives o mueres?

 

5.

Libro ineludible en todos los sentidos, ya sea para quienes conocen el trabajo de Rafael como músico, o para quienes valoran la auténtica poesía, y para demostrarles que vale la pena conseguirlo, les dejo la siguiente anécdota:

 

Tras batallar un poco lo adquirí en la obligada librería “La Torre de Lulio”, mas luego de leerlo cometí un error: conversando en una tertulia con Elissa, también poeta, destaqué que por si no fuera suficiente su belleza lírica, Catana rompía con los paradigmas de la puntuación, tema que le atrajo, y luego de insistir, me convenció de prestárselo prometiendo regresarlo en breve… algo que no hizo: dejó de contestar mis mails, el teléfono y al final me bloqueó en whatsapp.

 

Así que si ven el libro no duden: cómprenlo, pero nunca lo presten.

 

6.

A manera de posdata: me emociona que Catana y yo tengamos nuevos libros publicados, él con “Los pájaros de la cervecería” y yo con “Mi vida con los muertos”… ya saben, uno que es cursi.

 

* https://basurerodealmas.blogspot.com/2012/10/la–fiesta–del–fin–del–milenio.html

https://basurerodealmas.blogspot.com/2014/11/es–lo–malo–de–los–libros–18–mi–vida–con_19.html

https://basurerodealmas.blogspot.com/2015/09/rupestre–el–libro.html


17 de septiembre de 2020

Fragmento de Mi vida con los muertos

 
En el cementerio*
 
Ciudad de México 

1.
No suelo ir a velatorios, mucho menos a entierros. Mis amigos y algunos familiares no suelen entenderlo, aunque les he explicado los motivos. Por lo mismo, mis ausencias en esos trances luctuosos han creado fisuras con varios de ellos.
 
Así, fuimos al velorio de un tío de mi esposa, presencia que rompió mi acostumbrada negativa debido al agradecimiento que le tengo a uno de los hijos del difunto. Para poder ir me protegí antes, aunque regresando a casa tendría que hacerme algunos despojos más.
 
Expresamos nuestro pésame a la familia (vi el espíritu del difunto, parado frente a su féretro, incrédulo ante lo que estaba presenciando, pero decidí ignorarlo para no involucrarme en discusiones tratando de explicarle su nueva condición) y luego entramos en la cafetería, ubicada en un jardín con una bella fuente (¿el que decidió ponerla ahí sabrá  el significado del ruido del agua para los muertos?), a donde llegaron parientes y conocidos para saludarnos, como si fuéramos los dolientes.
 
Hubo un momento en que me aburrió la procesión de millonarios y políticos presuntuosos de mi familia política, y avisé a mi esposa de que iría a caminar entre las criptas para despejarme, aunque en realidad buscaba un déjà vu: el Panteón Francés (donde estábamos), similar al Panteón Español (lugar en el que descansan muchos de mis familiares). Ambos me remiten a mi niñez, cuando correteaba entre tumbas y lápidas, viendo fantasmas, mientras los adultos lloraban a nuestros antepasados.
 
2.
Salí del sagrario, atravesé el jardín de la entrada, crucé la calzada y al azar me metí al oscuro pasillo que punteaban dos mausoleos: del lado izquierdo, uno en honor a la familia Dugès, y, enfrente, otro para los Bourdieu. Apenas me introduje, la luz de los faroles desapareció, así que comencé a guiarme por la intensa luminosidad de la luna de octubre al tiempo que el ruido aledaño disminuía, imponiéndose el hermoso y denso silencio que caracteriza a los panteones.
 
Habituado al brillo lunar, identifiqué tumbas al ras del suelo, mausoleos, gabinetes, torres, bulbos, monumentos, arcos, capillas, kioscos, templos, pétreas falsas, obeliscos y todos los estilos imaginables. Encontré fosas abiertas y, como cuando era niño, me dieron ganas de acostarme dentro de una, pero, a diferencia de aquel chico al que no le importaba ensuciarse con tierra, polvo o lodo, de hacerlo esa noche, tendría que explicar el estado desastroso en que quedaría mi ropa, por lo que deseché la idea.
 
Contemplé los accesorios con los que se adornan los sepulcros: cruces, lápidas, ángeles, libros, vírgenes, mascotas, cristos y gárgolas con alas y colmillos inmensos que, a la luz del día, seguro asustarían. Seguí hasta llegar a una plazuela rodeada de estatuas, con un gran pirul en medio, y me debatía sobre hacia dónde llevar mis pasos cuando alguien habló a mis espaldas.
 
Una voz, esa voz, la típica voz de un desencarnado, el tono con el que hablan, con debilidad, usando frases cortas, emitiéndolas con lentitud y sin emoción.
 
—¿Tienes un cigarro? —dijo.
 
Mierda, carajo, chingado.
 
No había considerado que meterme entre las criptas podría llevarme a conversar con un desencarnado; si ya me cansa escuchar las quejas de los vivos, cuantimás oír los lamentos de los otros... Y para joderla más, era una ella.
 
—No fumo —volteé y no vi a nadie, escruté entre las sombras y tardé en localizarla: estaba sentada en los escalones de un mausoleo, impasible (¿de qué otra manera podría estar un muerto?). Esperé a que se acercara, mas no se movió—. Además, como si pudieras hacerlo —dije caminando hacia ella.
—Si tuvieses un cigarrillo, lo haría… Sabes que podemos.
—Fumar hace daño —dije sentándome a su lado mientras agudizaba mi videncia para definir sus facciones.
—No seas irónico —se quejó.
—Soy sincero —aclaré, descubriendo que, para ser una desencarnada, era guapa.
—Podrías pedir uno a los que vinieron contigo —sugirió.
—Si voy a buscarlo, no te garantizo que vuelva —advertí. La seguí observando y me intrigó su expresión incierta.
—Mejor quédate un rato —pidió—; hace tiempo que no converso con nadie.
—¿Y eso? —cuestioné armándome de paciencia ante su lenta forma de hablar—. ¿Acaso no platicas con tus vecinos muertos?
—No puedo moverme. —Señaló hacia una esquina.
 
Me levanté, activé la lámpara de mi celular y lo vi: era un durmiente; supuse qué hacía ahí, pero de todos modos revisé alrededor del sepulcro y lo confirmé tras encontrar cinco más.
 
—Por eso no se acercan. Unos tienen miedo, y a otros les da lo mismo.
—Ustedes no tienen emociones —aclaré—, recuerdan que las tuvieron y aún creen sentirlas.
—Lo que sea. —Me observó y dijo—: ¿Los quitarías?
—Cuéntame qué pasó…
 
 
* Fragmento de mi nuevo libro “Mi vida con los muertos”, disponible en Amazon https://www.amazon.com/-/es/Alfredo-Garc%C3%ADa/dp/B088LB6W45/ref=sr_1_1?__mk_es_US=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&keywords=mi+vida+con+los+muertos&qid=1592342722&sr=8-1

9 de septiembre de 2020

Mezquindad


Tendría unos 12 años de edad cuando comencé a ver cine noir de los años 40s y 50s del siglo pasado: las películas eran proyectadas a partir de las 11 de la noche por tres diferentes canales de televisión, así que la oferta era variada y atractiva.

Recuerdo que mi padre bajaba en la madrugada a la sala para regañarme por mis desvelos, sin comprender mi obsesión por ver "La casa en la sombra", “El halcón maltés”, “La noche del cazador”, “El ciudadano Kane”, "Sendas torcidas", “Distinto amanecer”, “Pacto de sangre”, “Sed de mal”, “Perdición”, “El tercer hombre”, “La jungla de asfalto” o “Sombras del Mal”, sin embargo, pese a mis explicaciones, nunca dejó de hostigarme con el tema.

No dejé el cine negro, y quizá ello sea el origen de mi preferencia por la literatura negra, mas no se piense que ello es una consecuencia de traumáticas experiencias de la niñez, no, literatura, música o cine tienen un secreto que ayuda a entender la vida: desnudan la naturaleza humana, desmenuzan la mezquindad y ello se percibe de manera cotidiana en nuestro entorno: por eso se le llama “noir”, porque pone en evidencia que los seres humanos son oscuros, desde el peatón con el que nos cruzamos casualmente, hasta en quienes se inician en una religión, se convierten en líderes sociales o brillan como deportistas.

Seguí consumiendo cine noir, y hasta la fecha tengo grabadas escenas de sus nuevos subgéneros (incluidos ya en el ahora mal llamado cine independiente), películas que se han convertido en clásicas como “Drugstore cowboy”, de Gus Van Sant, donde le preguntan a Matt Dilon por qué consume drogas y responde: “para tomar decisiones difíciles en la vida, como ponerme los zapatos todas las mañanas”.

“Reservoir dogs”, de Quentin Tarantino, también tiene lo suyo, donde Michael Madsen corta una oreja al policía al que está torturando, la sostiene entre sus dedos y comienza a hablarle: cada que la veo sufro un imparable ataque de risa. “Angel-A”, de Luc Besson, tiene sus genialidades, como cuando Jamel Debbouze está por suicidarse arrojándose al río Sena y se le adelanta con las mismas intenciones un ángel interpretado por Rie Rasmussen, a la cual rescata para darle tremenda regañada.

Hay más films dignos de citar, pero “En realidad nunca estuviste aquí”, de Lynne Ramsay, protagonizada por Joaquin Phoenix, tiene varias escenas de las que se complica escoger alguna para etiquetar como la mejor, aunque yo señalaría como bellamente poética la masacre que emprende el protagonista, martillo en mano, para restablecer su particular visión sobre el orden moral.

El último film noir que me cimbró fue “Galveston”, y aunque podría justificarlo por la lectura, años antes, de la novela del mismo nombre (escrita por Nic Pizzolatto), dirigido por Mélanie Laurent, en el cual supo retratar la esencia de un libro donde la maldad humana es la premisa que pretende, equívocamente, imponerse al sentido de la vida.

Palabras más o menos, “Galveston” narra la huida de un sicario, Roy, enfermo terminal (el impasible actor Ben Foster) que vuelve a su ciudad natal tras ser traicionado por su jefe, y donde planea su venganza, mas en su camino se encontrará con una prostituta sin rumbo, Raquel (la multifacética actriz Elle Fanning), de la mano de su hija, Tiffany, quienes le dan un nuevo sentido a su vida.

Respetuosa del libro, la película mantiene el espíritu de “no hay final feliz”, pero es esa sentencia la que nos hace preguntar quién necesita happy end: ¿la joven Raquel, asesinada porque no conoce otro modo de vida que prostituirse, o Roy, que pese al cáncer no solo se reencuentra con Tiffany, a quien aparte de aclararle su pasado, y tras dejarla en estado comatoso por las confesiones sobre la muerte de su madre, y su vano intento de salvarla, sale de la habitación del hotel donde conversan a enfrentar la llegada del huracán Katrina?

Vida noir pura, y para aquellos que no quieran entenderla, los que insisten en no encontrar el sentido de la existencia y culpan a los demás de sus desgracias, sin aceptar su parte de responsabilidad, entonces no comprenderán la mezquindad humana anidada en el propio corazón. 

El film demuestra lo anterior colocándonos sin compasión frente a un espejo, lo que le hace más que recomendable para quienes practican la honestidad como modo de vida.

4 de septiembre de 2020

Textos triunfador y con mención honorífica

 Me llamo Raquel, y soy una muerta

Por Manely Hernández Valdez
(Texto ganador del concurso)

Desde que tengo uso de razón, siempre he podido ver, e incluso, hablar con muertos y espíritus de toda índole: desde niños pequeños en un drenaje de mi antigua casa pidiéndome ayuda para buscar a sus padres, personas accidentadas, personas llorando en las escaleras de los hospitales, hasta un muerto llamado Ndoki que me manoseaba y golpeaba, pero en sí, quien más tiempo ha estado conmigo y quien de alguna manera se volvió parte de mí, fue una mujer que me encontró en una estación de autobuses en la ciudad de México… que al día de hoy está a mi derecha leyendo como les contaré esta historia…

Era el año 2012, yo estaba recién graduada de la secundaria y contaba con 15 años de edad, era una tarde del mes de junio; me encontraba en la ciudad de México por motivos muy fuertes ya que mi padre (Q.E.P.D) estaba muy grave de salud. literalmente al borde de la muerte. y ese día tenía que regresar a mi ciudad de origen para presentar examen en la facultad de enfermería.

Estaba en la Central esperando con mi hermano el autobús pero antes de abordar noté que mi maleta se había abierto, así que me agaché para cerrarla de nuevo y de la nada escuché una voz femenina que decía mi nombre.

-Manely, debes dejar descansar a tu papá, ya no hay nada que hacer.
Levanté la mirada cuando de repente veo a una mujer de pie, con una falda blanca y una blusa azul, no pasaba de 42 años, con piel morena y cabello negro.
-Mira Manely, se te vendrá un dolor inmenso en el alma, pero no debes llorar pues él está sufriendo mucho, dile a tu mamá que deben dejarlo ir, y por tu examen no te preocupes pues serás una de las primeras de esa dichosa lista - exclamó la mujer en un tono que parecía que ella era cubana y pude sentir como sostuvo mi mano.

Me asusté y me hice hacia atrás, se me asomaron las lágrimas por los ojos y el corazón se me aceleró de una manera más de sorpresa que de miedo.

-¿Quién eres y cómo es que sabes eso de mí?
-Me presento, me llamo Raquel y sí, soy una muerta… no estás pensando mal. Quiero ayudarte, y de alguna manera orientarte en el camino que te espera. No me tengas miedo, si quisiera hacerte daño desde que te vi te hubiera atormentado ¿no crees?
Literalmente sentí como mi estómago se hacía nudo.
-¿Por qué me quieres ayudar?
-Con el tiempo te lo diré, por ahora pídele ayuda y sabiduría a los Orishas para sobrellevar todo lo que se viene, tienes un carácter terrible y debes aprender a manejarlo, pero tomará mucho tiempo.
-¿ori..qué?- respondí. En esa época yo era católica y no conocía nada sobre los Orishas ni sobre la Regla de osha.
-Con el tiempo aprenderás, por ahora súbete al autobús y si aceptas mi ayuda, solo di mi nombre en voz baja y descuida, solo tú puedes verme y oírme.

Después de decirme eso volteé para tomar mi autobús y ella ya no estaba, mi cabeza dio vueltas y varias noches no podía dormir pensando qué carajo pasó. 

Una semana después decidí llamarla como me dijo y ahí estaba, podía verla como si viera a una persona normal: su falda larga y blanca, su camisa azul mezclilla, su cabello largo y lacio en color negro, podía sentir sus uñas largas en color blanco y escuchaba el sonido de sus sandalias blancas, podía notar que algo le había pasado y estaba decidida a averiguar.

-Creo que seremos buenas amigas. Mira yo no quiero dañarte, yo en vida fui una santera, prometí en vida a mi madre Yemaya ayudar a una persona quien lo necesitará de verdad, tú eres muy ingenua y a la vez muy sensible, pero muy buena, y aunque no sea de mucho mi ayuda siempre estará para ti.
-Ok, acepto Raquel- le respondí- pero cuéntame de ti y de tu hijo.
Ella suspiro, sus ojos se nublaron y comenzó a hablar con su voz chillona y costeña.
-Yo vengo de La Habana, soy la mediana de 7 hijos, comencé a trabajar desde los 9 años y a la edad de 13 años me casé con un hombre que prometió sacarme de la miseria a mí y a mis hermanos, pero solo abusaba de mí y me daba golpes, cuando cumplí 16 años decidí huir pues estaba embarazada de ese hombre y quería salvar a mi bebe de ese infierno, tomé el poco dinero que tenía y me largué de ahí, pocos meses después en la ciudad donde me escondí y conocí a quien sería mi esposo y padre de corazón de mi hijo. Pero 3 años después de que mi hijo nació fuimos a un mercado en la ciudad de México y me lo robaron de mis brazos… me volví loca y por años busque a mi hijo por medio de santeros y consultando, sin embargo, un día por fin logré encontrarlo después de 20 años de búsqueda, es un muchacho tan idéntico a mí-carraspeó y sollozó- pero él vivía en una casa demasiado lujosa con unos padres que lo amaban, no podía hacerle daño diciéndole que ellos no eran sus papás, lo bendije a lo lejos y me di la vuelta…

A ese punto yo estaba tan sorprendida y conmovida que no sabía que decir.

-Vaya, si que has sufrido…
-Sí- contestó ella- este es el trato Manely: yo te ayudaré y estaré años hasta que un día una persona que te amé mucho llegue, y cuando conozcas a un buen religioso que te oriente, pues una muerta como yo no podrá coronarte, jajajaja -rió de manera sarcástica- cuando llegue ese día partiré. Estaremos un largo rato juntas, pues pasaran mil cosas en tu vida: creerás conocer al amor de tu vida, creerás saber qué es lo que quieres y creerás que quieres morir, sé que puedes ver quién se morirá y quién se casará, quién se embarazará y que pasará en 10 años, eres una bruja natural. Te ayudaré a desarrollar esos dones que tu ángel de la guarda te dio.
-Veremos qué pasa, por ahora si necesitas algo solo dime ¿ok?
-Gracias, por ahora solo necesito que seas fuerte. Tu papá se irá muy pronto y no quiere que llores. Ah y otra cosa, debes cuidarte mucho la mano derecha siempre.

Desde esa fecha al día de hoy mi padre murió como ella me dijo, al día de hoy conocí a un hombre que me golpeaba, trate de matarme varias veces y me dejaron plantada una semana antes de mi boda, como ella me dijo que pasaría… sin embargo, también apareció en mi vida ese religioso que me ha orientado y otro religioso que como ella me dijo un día, sería un gran amigo y un segundo padrino para mí.

Muchos muertos me han seguido, me han pedido ayuda e incluso me han atormentado, pero de todos, Raquel fue el parteaguas de mi vida. Hoy en día con 23 años siendo una aleya y esperando recibir mano de Orunla he terminado esta anécdota, donde narro como un muerto puede convertirse en un guardián, como un muerto puede ayudarte y también donde no todos los muertos son malos y por algo se cruzan en nuestro camino, como Raquel, quien me encontró en una central camionera y hoy 13 de agosto del 2020 está aquí, a mi derecha, burlándose de cómo no puedo teclear con mi meñique derecho roto…

Entre el Muerto y los Sueños
por Francisco Alzamora
(Texto con mención honorífica)
  
Tengo un muerto que me dice las cosas. Bueno, no me lo dice todo, pero sí me dice cosas que han de venir y me guía en cuanto a los acontecimientos de importancia en mi vida. Y cuando no me dice nada, siempre me quedan los sueños, que con particularidades dictadas como si por acceso al inconsciente colectivo de Jung, me convencen cada día que existe para todos un enchufe a la corriente de la vida espiritual sea cual sea.

Desde niño me crié con el ámbito de los espíritus a mi alrededor. Esto no es decir que mi familia estaba inmiscuida en cosas ocultas. Es más bien decir que no falta el latino que no haya vivido en el realismo mágico de Márquez o Allende como si no fuera el pan de cada día. Los cuentos de brujas, duendes (casi siempre descritos como blancos con ojos azules y dentadura afilada) y de espíritus que rondaban por doquier, me intrigaban al mismo son que me asustaban. Quizá por eso me mantuve a distancia de todo aquello, aunque admito que la intriga me impulsó a palpar las aguas espirituales con el tarot cuando cursaba estudios en la universidad. Para todas las apariencias aquellas excursiones no eran más que un relajo, un vacilón juvenil bajo la excusa de "party trick." Pero los sueños nunca faltaron.

A fin de cuentas, y luego de un trámite circundante (después se los cuento), terminé reconociendo aquel enchufe espiritual que llevaba por dentro y que había evadido por tantos años. Todo empezó con el planteamiento de los temas de sueños cuando como niño me arraigaba a las faldas de mi mamá mientras ella y las tías comentaban de esto y lo otro.

"Imagínate," decía una, "Anoche soñé con fulana de tal, y la vi vestida de novia en blanco."

"¿Como vá hacer?" pregunta mi madre, "Eso de soñar con novia dicen que es muerte."

Y después de los predecibles "Ay oyes" y los "Vea Usted", el hilo de la conversación se deshacía en bochinches cotidianos. Pero siempre surgía. Una y otra vez, entre la interpretación del dormir imaginando, entre cifras de lotería ---el muerto en vida es 90--- y el no sé qué es 43, siempre, siempre se reiteraba escurridiza pero implacable: Novia en blanco es muerte.

Y nada pues. Otro cuento más entre señoras de su casa los sábados por la tarde mientras los maridos se tomaban sus escoceses y sus Cuba libre entre trancazos de ficha sobre la mesa de dominó. Así crecí hasta que un día soñé con una novia en blanco.

No fue nada del otro mundo. Soñé que estaba parado afuera de la puerta de una iglesia. Aún la veo clarita. La iglesia blanca con dos escalones de cemento a la entrada. El césped verde. El sol brillante. Todos están dentro de la capilla menos yo, que por equis motivo estaba como estatua al lado de entrada. Y de no sé dónde se aparece la novia vestida de blanco de pie a cabeza. La veo y no la conozco. Se las puedo describir con su cabello castaño oscuro como si fuera mi amiga del alma. Pero no lo es. Es una extraña. Y a pesar de eso en su camino hacia dentro se detiene justo en frente de mí. Y con su ramillete de flores blancas pausa y me mira detenidamente. La mirada me sujeta diciéndome sin palabras: veme. Hasta que la veo y la reconozco por quien es. Y así como si nada prosigue su camino nupcial.

A los dos días mi pareja me llama por teléfono desde otra ciudad para contarme la noticia. Mi suegra había fallecido a tempranas horas de la madrugada.

A través de los años he concretado que la novia en blanco suele aparecerse en mis sueños cuando la muerte está próxima. Es decir que alguien en mí alrededor está por fallecer en pocos días. Y me lo explico así: no es que la novia en blanco significa muerte universalmente. Es que el sueño me llega de donde sea y el idioma que aprendí sin darme cuenta relaciona la novia con la muerte. No lo he confirmado, pero tengo el presentimiento que cada uno comprende sus visiones a su manera.

Pero sea como sea, hay veces que el anuncio de una muerte repentina no nos sirve de mucho. Hay veces es mejor prepararse para el golpe. Y es aquí donde entra mi muerto. Le digo muerto por enseñanza, pero igual podría decirle espíritu, guía, maestro. No sé. Todos serían propios. Pero me gusta muerto porque es una forma de recordarme que sí existió de carne y hueso aunque haya sido hace cientos de años. (Este tema para otro día).

Para ir al grano, mi muerto me dice cosas con las que mejor puedo navegar la vida. Creo que mejor me anuncia que me dice. Ese fue el caso con mi papá. Por los últimos años de su vida, tuvimos que tomar la decisión de ubicar a mi padre en un asilo de ancianos ya que no podía valerse por si mismo. Todo proseguía bien hasta que tuvo un par de caídas de los cuales nunca se recuperó. La pandemia nos hacia las visitas imposibles, y el único que podía verlo (aunque siempre a distancia) era mi hermano. Y a pesar de las caídas y la pandemia, mi hermano nos reportaba el mejoramiento de mi papá casi semanalmente. Todo parecía ir de bueno en mejor. Y yo contento con las buenas noticias a pesar de que mi muerto me había dicho clarito, "Tu papá no pasa de dos meses."

Enojado por el atrevimiento, lo cuestioné, "¿Y tú quién eres para decir quien se muere o no? Tú no eres Dios."

"No. Dios es uno,” me contestó. “Yo solo te digo lo que se me permite."

Y con eso, desconecté. No quise saber más de muertes anunciadas hasta que una noche soñé con una amiga mía que no me dejaba evadirla. Es más, vestida con un traje sucio de seda y tul, se balanceaba sentada inexplicablemente sobre el manubrio de una antigua bicicleta que yo pedaleaba esforzado cuesta arriba mientras ella se fumaba un cigarrillo tranquilamente como para decirme: veme.

La mañana siguiente desperté desconcertado. Como de costumbre me preparé para otro día de trabajo pandémico desde la mesa del comedor repleto de papeles, bolígrafos y restos de dulces. Me serví mi taza de café y me senté ante la computadora. Pero no me acordé hasta que me llamó mi hermano para avisarme que mi papá acababa de fallecer: aquel traje sucio de seda y tul era un traje de novia.