14 de abril de 2023

El cáncer

 


1.
¿Seguirán vivos? — cuestionó mi esposa.
—Ya no me acordaba de aquella anécdota — tuve que reconocer.
 
2.
Mi amigo Cutberto Enríquez me invitó a dar una plática sobre brujería y temas afines, con motivo de su proyecto interesantísimo “ExpoBrujas”, el cual estaba presentando en la “Fundación fertilizando el esfuerzo”, allá por el sur de la ciudad de México.
 
Llegamos con tiempo no solo para recorrer su exposición, sino para saludar con calma algunas de las amistades y familiares, algunos llegados de provincia, que acudirían aquella agradable tarde de sábado.
 
Una vez en la Fundación, recorrimos la “ExpoBrujas” y constaté que Cutberto, como buen antropólogo, sabe lo que hace y lo que investiga, pues las alas estaban llenan de conocimiento y coherencia a través de todas las muestras de arte de diferentes culturas con las que ejemplificaba el manejo de la brujería.
 
Una vez terminado el recorrido pasamos a la planta baja donde expuse algunos ejemplos de cómo existe la brujería en la vida cotidiana en este país, tras lo cual Cutberto nos invitó varias cervezas artesanales.
 
Convivimos largamente intercambiando opiniones ante la mirada curiosa de los comensales de la mesa vecina, gente que nunca dejó de ponernos atención a cualquier cosa que comentáramos.
 
Un par de horas después, ante el cierre de la Fundación, ya entrada la noche, entre familiares y amigos decidimos armar una parranda que seguiríamos en un famoso restaurante cerca de mi casa.
 
Intentamos pagar la cuenta, pero Cutberto avisó que estaba cubierta, así que, tras despedirnos y agradecer el gran detalle, nos encaminamos hacia la salida, y como es mi costumbre, dejando que el grupo se adelantara, más cuando mi esposa y yo nos disponíamos a alcanzarlos, una pareja, de las varias personas que estaban en la mesa contigua, nos alcanzó.
 
3.
—Necesito hablar contigo — exigió una mujer de cabello claro, piel blanca, ojos verdes, facciones refinadas, alhajas, buena ropa, pero con una terrible de expresión de amargura en su rostro.
 
Detrás de ella se colocó un hombre, también de facciones delicadas, igual, blanco, pero con llamativa ropa holgada.
 
La forma en que la mujer pidió, en realidad exigió, llamó la atención de mi grupo de amigos, sobre todo de mi esposa. Crucé mirada con todos, eché un vistazo hacia el cielo y avisé.
 
—Dime, tenemos unos cuantos minutos.
 
4.
—¡Mi esposo y yo tenemos cáncer y la medicina alópata no nos está dando resultados! — exclamó — ¿tú puedes curarnos?
—El cáncer es un tema complicado, mucha gente no lo entiende, pero tiene que ver con…
—N,o cabrón, no me vuelvas a decir lo que ya muchos pendejos me han dicho… — me interrumpió manoteando en mi cara.
—Alma, por favor, ya has hecho antes esto y… — intervino el esposo, más ella lo ignoró.
—Todos ustedes son unos pendejos — vociferó apuntando hacia mi rostro con el dedo índice — yo no quiero explicaciones ni razones de cómo surge, requiero soluciones y necesito saber si tú lo curas o conoces a alguien que lo cure.
—Alma, por favor — repitió el hombre tomándola del brazo para alejarla de mí.
 
La mujer dio un manotazo para zafarse y se encaminó hacia la mesa, el hombre me miró pidiendo comprensión, pero luego rechazó con un ademán cualquier cosa que fuera yo a decir y fue tras ella.
 
5.
Mi esposa me tomó de la mano, sabedora que en este jodido país no puedes dar pretextos a situaciones donde una mujer acuse a un hombre cualquier pendejada, cualquiera, y me llevó hacía donde nuestras amistades nos esperaban.
 
Ya reunidos propusimos usar el transporte público, no solo para aprovechar la hora, la noche estaba avanzada, sino porque nos dejaría a un par de calles del lugar que habíamos sugerido.
 
Sí, aquello se convirtió en una parranda con detalles, entre los asistentes, que bien valdrían otra entrada (¿verdad Paulo?), y terminó en una agradable cena donde, al terminar, todos salimos satisfechos y cada quien rumbo a su casa.
 
5.
A la mañana siguiente, con cierta resaca que de inmediato curé con suero oral, una recomendación que un amigo paramédico me dio, y mientras desayunábamos, mi esposa observó.
 
—Estás muy pensativo.
—Sí… no entiendo — confesé — la mujer que nos interceptó anoche no me dejó decirle que yo conozco personas que curan el sida, el cáncer y demás pendejadas propias de conflictos en el alma.
 
Ella levantó los hombros y continuó desayunando… la imité.
 
6.
Hace unos días me acordé de la anécdota y, en otro desayuno en casa, un domingo, mi esposa planteó.
 
¿Seguirán vivos? — planteó y recordé el suceso.