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27 de marzo de 2024

La Bruja (parte 2)

 


para Clara Gillman: felicidades
también por La casa de 
Rovodorovsky teatro


6.
A Sur la conocimos…
 
Era una noche bochornosa pese a que no había llovido. Salimos de la casa de mi padrino donde habíamos hecho varias obras para minimizar un problema que mi esposa tenía en su trabajo. Se había ofrecido menga a Eleggua y Oggun, junto con otras machacas, razón por la que debíamos dejar los restos del ebboe en la esquina de una calle oscura.
 
La zona colindaba con la Facultad de Estudios Superiores donde estudié la universidad, así que no me costó trabajo salir de la colonia Impulsora, donde vivía el Bablowo, encontrar la manera de cruzar la Avenida Central (dado que la recorre por completo la línea B del metro) y meterme en la Campestre donde estaba seguro encontraríamos el lugar ideal.
 
Recorrimos varias calles buscando dos situaciones: una, que no hubiera alguna de las violentas pandillas que pululan en la zona, y dos, obviamente, la esquina adecuada.
 
Como siempre, en cuanto encontramos el escenario ideal, me puse de acuerdo con mi esposa: me bajaría del auto, ella se pondría al volante, yo sacaría las bolsas de la cajuela, las dejaría en la esquina, en cuanto volviera ella arrancaría rumbo a la Avenida Central y de ahí directo hasta el aeropuerto donde yo volvería a conducir.
 
Y tal cual cumplí con el protocolo, salvo que al bajarme del coche y un par de metros antes de llegar a la pared donde dejaría los costales, el faro fundido que me ampararía de las miradas indiscretas se encendió al mismo tiempo que escuché una voz infantil a la vuelta de la esquina.
 
—Hola…
—Hola — respondí el saludo sin dejar de hacer lo mío. Me disponía a regresar cuando frente a mí apareció una niña dando pasos cortitos, a la que calculé 10 años. Toda su ropa era blanca, incluyendo los zapatos, vestido que me recordó a los que he visto en alguna primera comunión.
 
Ni que decir que verla sola, a esa hora y en un lugar solitario me preocupó. La escudriñé y se veía como una chiquilla común y corriente hasta que un calosfrío recorrió mi espalda y entonces supe que no lo era.
 
—Parece que tienes prisa…
—La tenía, pero ahora la situación ha cambiado. ¿Qué haces aquí?
—Te estaba esperando para poder cenar — explicó señalando con un leve cabeceo las bolsas.
—¿Y tus padres?
—Por ahí.
—¿Dónde?
—No lo entenderías — dijo mientras a sus espaldas se formaban pequeños remolinos.
—¿Me estás retando? — cuestioné.
—No es necesario, tampoco a ella — miró por encima de mi hombro.
 
Volteé y vi a mi esposa bajando del auto para llegar hasta donde estaba conversando con la desconocida.
 
—Ya viene — avisó.
—¿Qué sucede? — preguntó cuando se paró a mi lado — nos estamos exponiendo a…
—Hola Gabs — la saludó.
—Mierda, ¿de dónde la conoces? — cuestioné a la desconocida girando para ver a mi esposa, luego volteé a buscar a la niña y me encontré con una bellísima mujer caminando hacia ella para tomarla de las manos.
—Mi niña hermosa, tantas vidas sin vernos — la saludó.
—Hola* — respondió el saludo sin ocultar la emoción.
—¿Me pueden explicar de qué se trata todo esto? — protesté, a lo cual la mujer colocó su mano derecha sobre mi pecho y me presento, a manera de imágenes, en unos segundos, la historia ancestral entre ella y mi esposa. Luego la volvió a tomar de la mano en el momento en el que una patrulla de la tenebrosa y temible policía del Estado de México pasó frente a nosotros ignorándonos.
—¿Entonces tú eres…?
—La Bruja de los Vientos del Sur, somos cuatro hermanas… supongo sabrás quiénes son las otras.
—Norte, Este y Oeste, obvio — respondí.
—Cada hechizo que haga todo ser humano y lo deje en una esquina, dependiendo en cual, alguna de nosotras se presenta para comer algo de él — explicó sin dejar de mirar a mi esposa los ojos.
 
Observé la orilla de la cuadra donde estábamos parados y sin mayor complicación supe que era la que apuntaba hacia el Sur.
 
—Así que puedes llamarme Sur — ofreció.
—¿Si eres la bruja que dices, cómo se hace para darte una ofrenda y que resuelvas? — la provoqué.
—A mí no se me pide, yo doy.
—Eso es una contradicción.
—No lo es. A nosotras no se nos hace lo que ustedes llaman oración ni se nos rinden cultos, ni adoración, mucho menos sacrificios. No somos sobornables como los dioses Yorubay otras deidades paganas más. Solo damos lo necesita a quien lo merece.
—Entonces es por capricho — ironicé — deja de hacerte la interesante y mejor contéstame: ¿tú nos trajiste aquí?
—No, eso sí sería un capricho. Pocos saben que cuando se hace una obra espiritual y se señala que los restos van a una esquina, nos están invocando a cualquiera de las cuatro. Somos el viento y recorremos todo el planeta, así que podemos escuchar cuando alguien va tirar brujería, esperamos y luego nos acercamos a comer. Siendo viento escuché los latidos de su corazón — señaló a mi esposa — la reconocí y decidí venir a esperarla… encontrarme con ustedes.
—Ella, ustedes… — sonreí — no entiendo, ustedes no precisan de…
—Es una manera de decir quiénes somos y lo que hacemos — me interrumpió — volvamos al principio, ustedes dejan una ofrenda, la cogemos y nos encargamos que les llegue la solución que necesitan.
—Sigo sin comprender, los restos son para algún Orisha, el Muerto, los Señores de la noche, las Aye…
—Es lo mismo, los humanos han creado escalones para elevar o humillar deidades, seres, demonios o entidades, pero no se dan cuenta que todos somos uno — me interrumpió, tomó mi mano y una vez más me mostró imágenes.
—Así que Dios no existe — me reí al cabo.
—No el que aseguran que creó este planeta y a su raza, hay algo más… pero no te hagas ideas, analiza lo que te compartí y con los años llega a esa conclusión, solo razonando lo comprenderás.
—Es asombrosa, ¿verdad? — señaló mi esposa — bueno, siempre lo fue.
—Vaya que sí — acepté.
—Hora de comerme tus problemas — dijo soltando a mi esposa y detrás de ella nuevamente se formaron pequeños torbellinos.
 
Se dirigió a una de las bolsas, como si supiera en dónde buscar, la abrió sacó, la cabeza del chivo ofrendado a Eleggua y comenzó a morderlo como si se tratara de una manzana, provocándome náusea.
 
—No te preocupes, mi niña bella, yo me encargo que tu jefe deje de acosarte — presumió al tempo que tras de ella se formaba un remolino más grande que se levantó y con furia enfiló hacia el cielo.
 
Saqué mi teléfono para ver la hora: llevábamos casi 30 minutos y me quedó claro que cada quien debíamos seguir nuestro camino.
 
—Sí, deben irse — dijo Sur como si hubiera leído mis pensamientos.
—Lo recordé todo, como si hubiera sucedido la semana pasada — dijo mi esposa emocionada y con lágrimas en los ojos.
—En realidad pasaron siglos.
—Deberías publicar en tu blog sobre nuestro reencuentro — sugirió mi esposa.
—Hazlo — aprobó la bruja.
—No creo, estoy harto de que la gente me pregunte si lo que escribo es verdad.
—¿Desde cuándo te importa lo que opinen los demás? — me cuestionó Sur.
—Desde mañana — respondí y solté una carcajada.
—Escríbelo — insistió y levante los hombros.
 
Dudé por unos instantes.
 
—Te voy a contar algo… Sur, me dijiste que te puedo llamar así: hace poco comía con unas amigas y amigos… se supone amigos, compañeros de mi trabajo con niveles directivos… jefes, pues, pero ojo con esto: todos solteros o divorciados.
—Te entiendo… — dijo la bruja.
—Ellos hablaban de viajes, dinero, perfumes, autos, joyas, propiedades y docenas de pendejadas más. No había manera de callarlos. Dado que estoy acostumbrado a sus verborreas, me quedé en silencio. En algún momento una de ellas, ya de la tercera edad, volteó a verme cuestionando si yo tenía algo que decir, y como respuesta levanté los hombros.
—Ya sé por dónde fueron los caminos de la conversación — dijo Sur.
—No importa, te lo contaré — avisé — luego uno de ellos, abogado, volteó a verme con suspicacia.
—Siempre lo he dicho, “tus amigos” son unos cabrones — intervino mi esposa.
—Tal cual, es correcto — le di la razón — así que los barrí a todos con la mirada y dije: pues no, yo no tengo dinero para gastar en pendejadas, pero soy millonario en dos cosas, una, estoy casado con una mujer maravillosa, y dos, tengo innumerables experiencias en el mundo espiritual que me ponen encima de mucha gente, tenga o no dinero. Obviamente todos se quedaron callados y con la mirada clavada en sus platos.
—Escríbelo — insistió sobre aquel encuentro (¿reencuentro?) y de nuevo levante los hombros.
 
Sur sonrió, abrió los brazos y nos entregamos a ella, recibiéndonos con sinceridad, como si nos conociéramos desde siempre, aunque no era mi caso, creo. Nos vio subir al auto y vimos cómo volvía a ser una niña mientras esperaba a que nos alejáramos.
 
—Cuéntame, ¿de dónde la conoces? — pedí a mi esposa mientras me estacionaba para entrar a un restaurante y cenar.
—De mi reencarnación romaní. Ni siquiera me acordaba de esa vida pasada — dijo aún emocionada por el reencuentro.
—Ya, entiendo, por eso en tu cuadro espiritual tienes una gitana, tiras cartas, rompes maldiciones, conoces de hierbas, interpretas símbolos y eres buena con los hechizos.
—…
 
7.
—Eso de intentar renunciar al mundo espiritual fue una broma de mal gusto de tu parte — dijo tras escuchar los últimos eventos de mi vida.
—Sabes bien qué hubo detrás de esa decisión.
—Entonces lo entiendes. No te explicaré por qué debes cumplir con tu misión.
—Lo volveré a intentar.
—¿Renunciar?
—Claro.
—Deberías ser más paciente contigo. Ve, soy eterna y no me quejo de ello…
—¿Los interrumpo? — escuché la voz de mi esposa.
 
Sur se puso de pie y de un salto llegó hasta ella para abrazarla y colmarla de besos, cambiando en un instante su representación de anciana por el de la hermosa mujer que era. Luego volvió al bote en el que estaba sentada.
 
—Siéntate aquí a mi lado, mi niña bella — señaló el bote donde había estado el papá de Sonia, la tomó de la mano y al igual que a mi le pidió la pusiera al tanto sobre lo acontecido los últimos tres años, mientras a nuestro alrededor se hacían pequeñas tolvaneras cuyo polvo nunca nos cayó encima.

(continuará)

16 de marzo de 2024

La Bruja (parte 1)

 


para Clara Gillman: felicidades
por la publicación de tu libro
 
1.
—No me gusta venir sola al Mercado de Sonora… mucho menos en domingo: está saturado de Santeros y Babalowos que se sienten Orisha en la tierra — se quejó mi esposa al otro lado de la línea.
—Qué te digo, ya sabes que ella pide que los hombres no se acerquen a sus cosas.
—Espero que aparezca.
—Cuando avisa en un sueño es porque lo hará.
—Ya voy de regreso — avisó.
 
Una hora después estaba de vuelta, subió directamente al cuarto de servicio, dejó las compras y fue hasta entonces que entró a la casa.
 
2.
El miércoles de la siguiente semana no hubo tanto tráfico como otros días, así que tras salir del trabajo llegué rápido a mi casa, justo en el momento en que mi esposa me mandó un mensaje avisando que tenía un asunto urgente en su oficina y que volvería un poco tarde, lo que me daba tiempo de avanzar con “Bajar es lo peor”, la novela de Mariana Manríquez que no había terminado de atraparme, pero de la que deseaba conocer el final.
 
Me acomodé en el sillón luego de servirme un vaso de jugo, mas apenas abrí el libro sonó mi celular (sí, parece maldición ver interrumpidas mis lecturas de esa manera). Vi el identificador, era Martha.
 
—Te tengo un caso urgente — avisó sin saludar.
—Todos dicen lo mismo, pero nada lo es, así que no me jodas — protesté.
—Este sí, estaba a punto de llegar a mi casa y recordé que tenía que hacer unos pagos de mis tarjetas de crédito, así que me metí a una plaza comercial donde encontré a una mujer llorando, le pregunté qué sucedía, contó que su padre salió de su casa en la mañana y no había vuelto.
—Dile que vaya al Ministerio Público a denunciar la desaparición. Eres abogada y podrás asesorarla en el trámite.
—El señor padece demencia senil — agregó.
—Martha, la semana pasada me escribió un tipo por facebook diciendo que unos narcos habían “levantado” a su hermano desde hacía tres meses y no conseguían encontrarlo. Dijo que tenía la certeza de que estaba muerto, pero quería que yo hallara su cadáver para darle su cristiana sepultura. ¿Es en serio?
—Sí, pero…
—Ayer una mujer me envió también un mail contándome que el perrito de su hija se extravió en un mercado. Me pidió lo encontrara porque toda la familia estaba muy triste. ¿De verdad, usar dones espirituales para encontrar a un jodido perro?
—Oye…
—No me molestes con esos temas, ya no pienso atenderlos: no pertenezco a la liga de superhéroes de Marvel como para andarle salvando el culo a medio mundo…
—La hija está aquí, conmigo, echa un mar de lágrimas. Ya recorrimos varias calles y no lo encontramos. Le dije que eres vidente y la ayudarlas ya que…
 
No terminé de escuchar lo que decía porque una tétrica carcajada opacó su voz, haciéndome cambiar de inmediato de opinión.
 
—¿Dónde sucedió?
—En Santa Fe.
—Carajo, ¿quieres que vaya hasta allá para buscarlo? — fingí quejarme.
—Ella teme que algo malo le haya sucedido.
—Ya, ya, eres como todo mundo: hago una pregunta, no la responden y se ponen a desvariar. Mándame tu ubicación.
 
Luego de colgar marque al celular de mi esposa.
 
—¿Cómo vas con tu emergencia?
—Voy… — me respondió sin mucho ánimo.
—Más vale que te apures, hoy la veremos.
—No estoy segura de terminar — quiso explicar, pero la interrumpí.
—Ya sabes que no está a discusión — informé — tienes unas dos horas para terminar, venir a la casa, recoger el paquete y alcanzarme en Santa Fe.
—¿Qué vas hacer allá?
—A buscar a un viejito que se perdió — avisé y luego reí.
 
Miré con melancolía “Bajar es lo peor” cuando entró el mensaje del sitio donde estaba Martha.
 
—Mierda, las barrancas de Colonia Totolapa, ¿no podían haber escogido un peor lugar? — protesté en voz alta.
 
3.
Cuando subí a mi auto ya había oscurecido, lo que me dejó claro que la búsqueda se prolongaría hasta la madrugada. Programé google maps para encontrar la ruta más rápida, luego recibí una llamada de mi amiga.
 
—¿Vas a tardar?
—El localizador marca 40 minutos, así que váyanse a tomar un café y no se desesperen, sobre todo para que no estés molestado con eso de que “¿por dónde vienes?” — dije y corté la llamada.
 
Fueron 10 minutos más por el exceso de tráfico, tardanza que incluyó dos llamadas de Martha que no contesté. Cuando llegué efectivamente ambas estaban en la esquina con sendos vasos de café.
 
—Súbanse — pedí apenas me detuve frente a ellas.
—Hola — me besó Martha en la mejilla — mira, ella es…
—Deja la vida social para otra reencarnación — la paré y me dirigí a la mujer — ¿traes una foto de tu padre, aunque sea una selfie?
—Sí, de hace dos semanas… estamos celebrando su cumpleaños — comenzó a hurgar en su teléfono.
—Martha, vas a manejar y tú harás de copiloto — avisé antes de bajarme.
 
Una vez en nuestros asientos la mujer comenzó a gimotear, la ignoré y me concentré en observar la fotografía del viejo por varios minutos, hasta que Martha me sacó de concentración.
 
—¿Qué haremos?
—Te meterás por las calles que te iré diciendo, y tú vas a dejar de llorar: necesito que las dos se queden en silencio, ¿nos entendemos?
—Me dices a qué hora empezamos — dijo mi amiga mientras la mujer se limitó a mover afirmativamente la cabeza.
 
Observé por varios minutos más la fotografía y me acomodé en el asiento como si fuera a dormir. Y sí, estaba a punto de hacerlo, como parte del uso de la videncia, cuando la misma carcajada me espabiló.
 
—En lugar de reírte dime en dónde — gruñí.
—¿Qué dices? — me cuestionó Martha.
—Ve derecho hasta llegar a la avenida llena de tráfico, darás vuelta a la izquierda y seguirás unas 20 calles recta hasta que encuentres una sin alumbrado público, ahí das vuelta a la derecha y continúas hasta que te avise.
 
Mi amiga siguió las instrucciones y tal como previne el avance fue lento, lo que nos hizo invertir más de media hora en llegar a la oscura avenida.
 
—No se te olvide ese Oxxo que acabamos de pasar — señalé golpeando levemente con los nudillos la ventanilla izquierda.
—¿Me meto aquí? — me cuestionó en cuanto la encontramos.
—Anjá — gruñí.
 —Esta zona es peligrosa. Aquí ni las patrullas entran — advirtió la mujer, más la ignoré.
 
Seguimos en silencio hasta que el asfalto se convirtió en terracería y el alumbrado solo lo proporcionaba ocasionales focos que algunas casas tenían en sus puertas.
 
—No ha dicho cuánto va a cobrar por encontrar a mi padre — preguntó, más por cuestionar los rumbos en los que nos estábamos metiendo que por realmente querer saberlo. Seguí en silencio.
 
Continuamos avanzando hasta que vislumbré algunos puntos iluminados tenuemente. Eran lámparas y fogatas. Habíamos llegado.
 
—Detén el auto — pedí luego de avanzar varios metros.
—¿Aquí?, ¡estás loco! — exclamó Martha.
—Sí, tal como te lo estoy diciendo.
—Oiga, estos lugares son peligros — se quejó la hija.
—Si quieres encontrar a tu padre nos vamos a detener en este lugar. Deben quitarse alhajas junto con sus teléfonos celulares. Todo, con sus bolsos de mano, lo van a poner debajo de los asientos.
—¿Vamos a bajar y nos meteremos en la penumbra? — cuestionó alarmada mi amiga — ¿y si mientras caminamos alguien viene y abre el carro?, se van a robar todo.
—Buena palabra, penumbra, muy sexy — dije y bajé del auto.
 
Mientras ellas se despojaban de sus lujos me senté sobre el cofre y envié nuestra ubicación a mi esposa, al tiempo que le previne que pese a que el rumbo era feo, no corría peligro.
 
—Ya seee — respondió.
 
Cuando bajaron Martha se me quedó viendo y luego me encaró.
 
—¿Y tú, porque no dejaste tus cosas de valor? — me cuestionó.
—Aquí te pueden desvalijar el auto — secundó la mujer.
—Caminemos — fue mi respuesta.
—Solo porque se trata de ti y porque salvaste la vida de mi hija confiaré en lo que dices, pues a cualquier otro cabrón que saliera con tanto misterio lo mando a la chingada — se quejó haciéndome reír.
—Debes creer en mis demonios sumerios — pedí con tono burlón.
—Tiene usted un carácter… amargo — intervino la hija del viejo.
 
Me detuve, di media vuelta, me planté frente a ella y la miré con dureza.
 
—Amargoso es poco — acepté.
—Dilo como es, tiene un temperamento de la chingada — terció Martha.
—Estoy trabajando. Si estuviéramos cenando  o en un bar te aseguro que te dolería la quijada de tanto reírte con mis ocurrencias.
—En eso tiene razón, Sonia — así me enteré del nombre de la mujer — cuando se lo propone es divertido.
 
Me reí de aquello, di media vuelta y seguí caminando. Avanzamos  mientras indigentes de todas las edades pasaban a nuestro lado ignorándonos.
 
Llegamos al campamento construido con tiendas de campaña, techos de lona, carpas y viviendas improvisadas con los más diversos materiales. Apestaba a orines y mierda. Me acerqué a una mujer que llevaba a un recién nacido en brazos y le pregunté por la llegada de un anciano ese día y que seguro andaría deambulando por ahí.
 
—Muy simpático, rete platicador — fue lo primero que dijo — debe andar por allá, después de la segunda fogata busque un toldo rojo — informó. Todo iba bien.
 
4.
Llegamos al sitio donde el viejo conversaba con una mujer entrada en años, cuyo cabello enmarañado impedía verle el rostro, ambos sentados en botes de plástico a manera de sillas, por lo que no se dio cuenta de la llegada de su hija hasta que se paró frente a él.
 
—¡Papá! — gritó con una mezcla de regaño y felicidad contenida mientras me mantenía unos 4 metros de distancia del reencuentro.
—Hijita, mira, te presento a mi nueva amiga, me ha estado cuidando y contando historias sobre México que no conocía — dijo sin tener claro que había estado extraviado todo el día.
 
Sonia asintió con la cabeza mientras evitaba que las lágrimas se desbordaran por la emoción y el susto, aunque por otro lado no pudo ocultar el asco que le provocaba la poca higiene de la vieja, rechazo que a ella no pareció importarle y lo demostró al no levantar la vista para conocer a la hija del anciano.
 
—Dejé mi bolso en el auto, así que no tengo dinero para compensarle lo que hizo — quiso congraciarse Sonia, mas para cortar con esa situación que podía tornarse incómoda me acerqué y puse mi mano sobre su hombro.
 
—Tú y Martha regresen a mi auto y vayan al Soriana que está detrás del Oxxo a comprar comida para esta gente.
—Son muchos — protestó.
—Para lo que te alcance, pan y leche son baratos. Algunas gelatinas para los niños. Con eso me pagarás haber encontrado a tu padre — propuse —y no se preocupen, la gente de por aquí ya las vio, están seguras.
—Vamos — dijo Martha haciendo sonar las llaves de mi coche — ¿y tú?
—Aquí las espero mientras llega mi esposa.
 
Sonia levantó los hombros y cogió a su padre del brazo seguido por Martha, quien, conociéndome, me lanzó una mirada llena de suspicacia. Una vez que se alejaron, me acerqué a la mujer.
 
—Hola Sur — la saludé ofreciéndole mis brazos.
 
5.
—¿Te da pena que sepan que me conoces? — protestó abrazándome.
—No, pero sería demasiado obvio si siquiera lo insinúo… podría dar pie a malos pensamientos.
—Lo sé, solo te estoy molestando — señaló sentándose con dificultad.
—No necesitas fingir conmigo que eres una anciana — me burlé.
—Déjame divertirme un rato — dijo y soltó una de sus tétricas carcajadas.
—Por cierto, deberías buscar maneras menos complicadas para vernos.
—¿Cómo cuál? — me miró divertida.
—Podríamos comportarnos como gente normal… no sé, irnos a tomar un café y…
—No “soy gente” — me interrumpió — soy la Bruja de los Vientos del Sur y conmigo todo es complicado.
—Nomás decía — levanté los hombros para fingir resignación.
—¿Cómo estás? — preguntó.
—Pueees… — dije arrastrando las letras antes de ponerla al día sobre los últimos acontecimientos de mi existencia.
 
*
Mercado de Sonora, es la plaza más importante en México donde se vende todo tipo de productos esotéricos.

21 de julio de 2023

La Narcosatánica, la serie de HBO


 

“La Narcosatánica” es una serie recién estrenada en la plataforma HBO, la cual documenta el caso de Sara María Aldrete Villareal, conocida como Sara Aldrete, acusada y condenada por el homicidio de trece personas en Matamoros, además de estar vinculada a un grupo de narcos encabezados por Adolfo de Jesús Constanzo, practicantes del Palo Mayombe, bajo el cual realizaron múltiples sacrificios humanos.
 
Sobre el mal llamado culto de “Los narcosatánicos” ya se ha escrito antes en este blog, a lo que cabría agregar diversas investigaciones como el documental “La Historia detrás del Mito: Sara Aldrete y los Narcosatanicos", películas, “Perdita Durango” y “Borderland: Al otro lado de la frontera”, podcast, “Laura Sánchez Ley, Expediente Narcosatánico”, discos, “Las ultrasónicas — Yo fui una adolescente terrosátanica”, libros, “Miguel Bonasso — El Hombre que sabía morir” y “Jorge Mejía — Satanismo y sectas narcosatánicas en México”, incluyendo una autobiografía publicada por la propia Sara Aldrete: “Me dicen la narcosatánica”.
 
Cuando se trata de libros y películas, siempre leo entrevistas a los escritores y directores para conocer el entorno en el que desarrollan sus proyectos. Para el caso de la directora de “La Narcosatánica”, Patricia Martínez, hice lo mismo, lo cual me permitió adelantar el 50% de la desilusión sobre el documental, pues en sus declaraciones sobre como desarrolló la filmación dejó claro que apostó a un tema del que hay suficiente información ya tratada por la prensa, aunque sin abordar la parte espiritual ni qué sucedió tras el asesinato y arresto de los narcotraficantes.
 
El restante 50% de la desilusión llegó tras ver la serie dividida en tres capítulos de una hora de duración, pues “La Narcosatánica” no aporta nada nuevo al tema no solo por reciclar material audiovisual, hemerográfico y entrevistas a los participantes en la investigación policiaca, harto conocido, sino porque permite a Sara Aldrete reiterar su bien estructurado discurso, donde alega ser inocente, luego de repetirlo los 33 años que lleva en prisión.
 
Obviamente que para quienes no conocen los sucesos, la serie los dejará “impresionados”, sin embargo, vale la pena destacar lo siguiente:
 
1. El tema aún padece el halo de censura y ocultamiento de muchos aspectos que involucraron a políticos, artistas y policías, quienes aún siguen vivos, muchos de ellos activos, dado que los sucesos se desarrollaron en el no tan lejano año de 1989, mismo que el documental no logra sacudirse.
 
2. Si bien la serie aburre por no contar nada nuevo, existe otra manera de verlo y es identificando las contradicciones en las que incurren la policía norteamericana y la mexicana, encargadas de dar cacería a los Mayomberos, durante las entrevistas, pero sobre todo las incoherencias en la versión que cuenta Sara Aldrete sobre los hechos.
 
3. Para quienes conocimos el caso por la prensa de la época (yo estaba por concluir mis estudios universitarios), siguen existiendo las mismas preguntas de siempre: ¿quién mató a Adolfo de Jesús Constanzo?, ¿por qué se insiste en el discurso de que el Mayombero prefería morir antes de caer preso?, ¿quién era el interesado en que falleciera durante la balacera?, ¿qué sucedió con Constanzo tras morir?
 
4. Si ve el documental con la perspectiva de encontrar discrepancias, entonces la audiencia sacará su muy personal conclusión sobre si Sara Aldrete es culpable o inocente, juicio del que me reservaré mi opinión.
 
5. El encarcelamiento de “La Narcosatánica”, a quien se le ha negado la libertad por cuestiones de salud (el documental no lo dice, pero ella señaló en una entrevista a un periódico que padece cáncer), ¿es abuso de poder o una medida de protección?
 
Destaca un aspecto que, como se ha señalado en otros documentales, fue determinante para la caída de Adolfo de Jesús y sus narcosatánicos: luego exhumar docenas de cuerpos de personas sacrificadas en un rancho en Matamoros, un comandante llega acompañado por alguien, a quien solo se le señala como brujo, para que explique el significado de los altares y calderos llenos de huesos humanos, mismo que propone incendiar todo para destruir la protección (el Nfumbe), de Constanzo, quema que efectivamente surte efecto.
 
Reitero, “La Narcosatánica” es un documental aburrido que se puede volver interesante solo si se ve más allá de lo que Patricia Martínez pretende transmitir visualmente, pues en esta ocasión la famosa frase “una imagen dice más que mil palabras” queda obsoleta por las contradicciones en las que incurren todos los entrevistados.
 
Así, mi recomendación es verlo en una de esas tardes de domingo en la que por lo regular los seres humanos no le encuentran sentido a su vida.

14 de abril de 2023

El cáncer

 


1.
¿Seguirán vivos? — cuestionó mi esposa.
—Ya no me acordaba de aquella anécdota — tuve que reconocer.
 
2.
Mi amigo Cutberto Enríquez me invitó a dar una plática sobre brujería y temas afines, con motivo de su proyecto interesantísimo “ExpoBrujas”, el cual estaba presentando en la “Fundación fertilizando el esfuerzo”, allá por el sur de la ciudad de México.
 
Llegamos con tiempo no solo para recorrer su exposición, sino para saludar con calma algunas de las amistades y familiares, algunos llegados de provincia, que acudirían aquella agradable tarde de sábado.
 
Una vez en la Fundación, recorrimos la “ExpoBrujas” y constaté que Cutberto, como buen antropólogo, sabe lo que hace y lo que investiga, pues las alas estaban llenan de conocimiento y coherencia a través de todas las muestras de arte de diferentes culturas con las que ejemplificaba el manejo de la brujería.
 
Una vez terminado el recorrido pasamos a la planta baja donde expuse algunos ejemplos de cómo existe la brujería en la vida cotidiana en este país, tras lo cual Cutberto nos invitó varias cervezas artesanales.
 
Convivimos largamente intercambiando opiniones ante la mirada curiosa de los comensales de la mesa vecina, gente que nunca dejó de ponernos atención a cualquier cosa que comentáramos.
 
Un par de horas después, ante el cierre de la Fundación, ya entrada la noche, entre familiares y amigos decidimos armar una parranda que seguiríamos en un famoso restaurante cerca de mi casa.
 
Intentamos pagar la cuenta, pero Cutberto avisó que estaba cubierta, así que, tras despedirnos y agradecer el gran detalle, nos encaminamos hacia la salida, y como es mi costumbre, dejando que el grupo se adelantara, más cuando mi esposa y yo nos disponíamos a alcanzarlos, una pareja, de las varias personas que estaban en la mesa contigua, nos alcanzó.
 
3.
—Necesito hablar contigo — exigió una mujer de cabello claro, piel blanca, ojos verdes, facciones refinadas, alhajas, buena ropa, pero con una terrible de expresión de amargura en su rostro.
 
Detrás de ella se colocó un hombre, también de facciones delicadas, igual, blanco, pero con llamativa ropa holgada.
 
La forma en que la mujer pidió, en realidad exigió, llamó la atención de mi grupo de amigos, sobre todo de mi esposa. Crucé mirada con todos, eché un vistazo hacia el cielo y avisé.
 
—Dime, tenemos unos cuantos minutos.
 
4.
—¡Mi esposo y yo tenemos cáncer y la medicina alópata no nos está dando resultados! — exclamó — ¿tú puedes curarnos?
—El cáncer es un tema complicado, mucha gente no lo entiende, pero tiene que ver con…
—N,o cabrón, no me vuelvas a decir lo que ya muchos pendejos me han dicho… — me interrumpió manoteando en mi cara.
—Alma, por favor, ya has hecho antes esto y… — intervino el esposo, más ella lo ignoró.
—Todos ustedes son unos pendejos — vociferó apuntando hacia mi rostro con el dedo índice — yo no quiero explicaciones ni razones de cómo surge, requiero soluciones y necesito saber si tú lo curas o conoces a alguien que lo cure.
—Alma, por favor — repitió el hombre tomándola del brazo para alejarla de mí.
 
La mujer dio un manotazo para zafarse y se encaminó hacia la mesa, el hombre me miró pidiendo comprensión, pero luego rechazó con un ademán cualquier cosa que fuera yo a decir y fue tras ella.
 
5.
Mi esposa me tomó de la mano, sabedora que en este jodido país no puedes dar pretextos a situaciones donde una mujer acuse a un hombre cualquier pendejada, cualquiera, y me llevó hacía donde nuestras amistades nos esperaban.
 
Ya reunidos propusimos usar el transporte público, no solo para aprovechar la hora, la noche estaba avanzada, sino porque nos dejaría a un par de calles del lugar que habíamos sugerido.
 
Sí, aquello se convirtió en una parranda con detalles, entre los asistentes, que bien valdrían otra entrada (¿verdad Paulo?), y terminó en una agradable cena donde, al terminar, todos salimos satisfechos y cada quien rumbo a su casa.
 
5.
A la mañana siguiente, con cierta resaca que de inmediato curé con suero oral, una recomendación que un amigo paramédico me dio, y mientras desayunábamos, mi esposa observó.
 
—Estás muy pensativo.
—Sí… no entiendo — confesé — la mujer que nos interceptó anoche no me dejó decirle que yo conozco personas que curan el sida, el cáncer y demás pendejadas propias de conflictos en el alma.
 
Ella levantó los hombros y continuó desayunando… la imité.
 
6.
Hace unos días me acordé de la anécdota y, en otro desayuno en casa, un domingo, mi esposa planteó.
 
¿Seguirán vivos? — planteó y recordé el suceso.

13 de febrero de 2023

La Casa de las Brujas (fragmento del libro Muertero)

 


Nota: La Casa de las Brujas se localiza en la esquina de las calles de Orizaba y Durango, en la colonia Roma. Su fachada recuerda los sombreros de las brujas y sus ventanas parecen ser ojos, de ahí su nombre. Es famosa no solo por los hechos sobrenaturales que ahí suceden, sino porque durante años Bárbara Guerrero, la Curandera conocida como “Pachita”, realizó ahí sus operaciones, motivo por lo que se dice que muchos desencarnados y demonios que quitó siguen atrapados entre sus paredes… pero ahí hay algo más.

 
El viejo intentó pagar mis servicios, pero rechacé el dinero informándole que no suelo cobrar hasta que he terminado, y solo si los resultados son completamente favorables (nunca faltan los inconvenientes, pese a que en principio todo se vea sencillo, lo que implicaría el uso de materiales extra que eleven el precio).
 
Solicité a Candra me entregara la mochila que había guardado en su cajuela, mas, al dármela, se acercó y me dijo al oído un «cuídate mucho» tan sincero que me provocó escalofrío, no solo por su carga de sensualidad, sino porque vi detrás de ella tres desencarnados pequeños producto de sendos abortos; les sonreí discretamente.
 
Acordé con Arturo que los policías aparecieran diez minutos después que yo, para no llamar la atención, me despedí y encaminé mis pasos hacia el jardín enlistando mentalmente el material que había llevado y repasando el procedimiento con la intención de tenerlo claro y organizarlo antes de las seis de la tarde, la hora del crepúsculo, el momento en que los muertos se debaten entre la permanencia y la posteridad entre los vivos.
 
Avanzando hacia el parque, una extraña incomodidad me invadió, misma que se incrementó al pasar ante La Casa de las Brujas, provocándome una leve sacudida espiritual: el indiscutible llamado a tocar la puerta, mas seguí con la expectativa de encontrar al fantasma para darle luz.
 
Entré al parque y lo descubrí concurrido, ya fueran chiquillos jugando, personas de la tercera edad acomodadas en las bancas y leyendo tranquilamente en el agradable clima otoñal, ciclistas sudando toxinas y pervertidos dejando que sus perros llenaran de mierda las áreas verdes.
 
Esa situación atrajo mi curiosidad: ¿acaso el jardín no estaba desierto por las apariciones del niño?, dudé, mas la presencia de tanta gente se la achaqué a la hora y dejé las interrogantes en segundo plano.
 
Levanté la vista y disfruté el intenso verde del follaje de los árboles y los arbustos, aspiré la frescura del ambiente, exhalé por completo el aire que contenían mis pulmones por lo que vendría, escogí el rincón más solitario, comencé a pintar una agitena sobre el suelo y en dirección al lugar donde el pequeño murió, la remarqué con pólvora y me senté en una banca con un habano encendido en espera de que, tan pronto saliera, acercaría su braza para encender la firma con la certeza de que, ante cualquier queja, los policías intervendrían a mi favor.
 
No tuve que esperar mucho tiempo: Jorgito surgió pasadas las 6, en el momento en que el parque comenzaba a quedarse vacío. Mas sucedió algo extraño: lejos de que el niño comenzara a recorrerlo con la típica actitud de los muertos de no saber qué hacen ahí, se encaminó directamente hacia donde estaba sentado y se detuvo ante mí.
 
Si bien ello podría parecer un chantaje, su mirada no imploraba piedad, sino ayuda, y esa actitud no era normal en mi relación con los muertos.
 
El niño echó un vistazo hacia donde fue embestido, usé la videncia y entonces entendí todo: si bien el atropello había sucedido, quien manejaba el auto que lo mató era Arturo, su abuelo, el mismo que pudo escapar sin ser visto gracias a la intensa lluvia que él justificó como la causante del accidente.
 
Regresé mi mirada hacia el desencarnado, asentí, cambié un par de trazos a la agitena, agregué más pólvora, el pequeño afirmó con un leve movimiento de cabeza y, al acercar la braza del puro, bajó los párpados para ocultar sus ojos carentes de vida.
 
Saltó el fogonazo y aproveché la intensa nube de humo azul para tomar mi mochila y encaminarme a La Casa de las Brujas, luego de que mi cinismo al momento de enfrentar a muertos y vivos se impusiera.
 
Me coloqué a la entrada del legendario edificio, con su irritante mezcla de color verde militar y rosa apiñonado, seguí fumando el habano, lanzando el humo hacia la puerta a manera de soborno para que mis amigas me abrieran, lo cual sucedió a los pocos minutos.
 
Eché un vistazo y vi al par de ancianas vestidas de riguroso color negro, jalé varias veces humo del puro y lo arrojé de nuevo sobre ellas, pero sin mirarlas: necesitaría de varios minutos en su compañía para poder hacerlo sin que me cimbrara la nada de la muerte que reflejaban sus ojos. Lo recibieron, me ofrecieron esa mueca desgajada que solo los desencarnados saben dar y se hicieron a un lado para dejarme entrar.
 
Esperé en la estancia a que cerraran la puerta, pasaron frente a mí, como siempre, una al lado de la otra, las seguí y, tras varios pasos sobre el desgastado mosaico negro, café y blanco, llegamos al patio central, desde donde, al levantar la vista, se pueden contar los pisos que componen el inmenso edificio.
 
Me detuve por unos segundos ante la fuente (desde siempre, su diseño me ha parecido grotesco), bordeada eternamente con sus decrépitas palmeras, recordando cómo diez años atrás acudí a ellas solicitando su ayuda a sugerencia del espíritu del curandero Felipe.
 
La poca luz de la tarde desaparecía sin tregua, lo que daba al ya de por sí silencioso edificio un aspecto lúgubre, como si el tiempo nunca hubiese transcurrido. Sabía que el remodelado del lugar era permanente y sus habitaciones estaban rentadas a manera de departamentos. Sentí frío, comprendiendo con ello que en ese momento desfilaba ante mis sentidos el pasado, y, al igual que la primera vez que estuve ahí, el tiempo se había detenido.
 
Las desencarnadas tomaron hacia la derecha, y subimos un par de bloques de escaleras de cemento, la única parte externa del edificio que sigue a la espera de ser sustituida por mosaico. Caminamos por uno de los pasillos, circundado por esas paredes que son pintadas de blanco una y otra vez, mientras a nuestro paso salieron algunos de los entes que la legendaria curandera Pachita quitaba a sus fieles cuando ocasionalmente atendía ahí (engendros a los que nunca dio camino), pero nos ignoraron y seguimos avanzando hasta llegar a la puerta, la misma en la que, desde el otro lado, sellamos nuestro primer pacto.
 
Entramos.
 
Encendí el interruptor, y una débil bombilla iluminó la habitación, la cual seguía sin muebles, conservando la misma alacena desvencijada empotrada en uno de los muros, igual que hacía una década, pero con mayor cantidad de polvo acumulado; por instantes, me pareció más amplia. Dado que su piso era de madera, crujía ante mis pasos, mas no con los de ellas, quienes se acomodaron hasta el fondo y se limitaron a observarme. Busqué un plato (estoy seguro de que era el mismo que usé la vez pasada), saqué el frasco con pólvora, vertí sobre él un copito y me planté frente a las dos hermanas.
 
Intercambiamos miradas y enseguida informé el trabajo que había realizado minutos antes con Jorgito, a lo que respondieron asintiendo con la cabeza, haciendo patente que conocían la fatídica historia, aunque, de inmediato, percibí en los ojos de ambas la neutralidad de las muertas sabias, lo que significaba que sabían qué hacía yo ante ellas.
 
De cualquier modo, expuse la infamia de Arturo, no por haber provocado un accidente ni tratar de engañar al mundo espiritual contratándome con mentiras para darle camino a un desencarnado, sino por el cinismo de haber ocultado a su otra hija, desde hacía más de un año, que el niño que atropelló era su nieto. Les precisé que la pólvora era un regalo.
 
Asintieron de nuevo, así que acerqué la braza del habano, el fogonazo saltó y el cuarto se llenó de un repugnante olor. Abrí la ventana, con un poco de dificultad, dado el abandono al que estaba sometida, para que el aire circulara y evitar la náusea (sigo sin acostumbrarme a ese tufo); repetí la operación ocho veces: nueve en total.
 
Al concluir, les di el nombre completo de Arturo y pedí que hicieran lo necesario para que Candra no me buscara (incluso solicité le encontraran un novio guapo y con dinero): no quería malentendidos con ella, como ya me había sucedido con algunas pacientes que malinterpretaron mi compromiso y eficiencia para realizar mi trabajo espiritual con supuestas intenciones románticas. Dejé el puro sobre un cenicero, como una atención más hacia ellas, cerré la ventana, hice una reverencia, apagué la luz y salí.
 
Bajando las escaleras y sin venir a cuento, recordé la frase del escritor Robert Greene: «Los hombres son más prestos a devolver un agravio que un favor, porque la gratitud es una carga, y la venganza, un placer», aunque sus palabras no venían al caso, ya que las damas de negro no llevarían a cabo una venganza, sino un acto de justicia.
 
Por si esa dialéctica condición no fuera suficiente, al estar muertas podrían tomar la decisión que se les antojara para llevarla a cabo sin tener que preocuparse por las consecuencias, pues su existencia estaba más allá de cualquier «ley divina»: nunca serán señaladas, juzgadas ni sentenciadas de la misma manera en que se hace con los vivos.