para Clara Gillman: felicidades
por la publicación de tu libro
—No me gusta venir sola al Mercado de Sonora… mucho menos en domingo: está saturado de Santeros y Babalowos que se sienten Orisha en la tierra — se quejó mi esposa al otro lado de la línea.
—Qué te digo, ya sabes que ella pide que los hombres no se acerquen a sus cosas.
—Espero que aparezca.
—Cuando avisa en un sueño es porque lo hará.
—Ya voy de regreso — avisó.
El miércoles de la siguiente semana no hubo tanto tráfico como otros días, así que tras salir del trabajo llegué rápido a mi casa, justo en el momento en que mi esposa me mandó un mensaje avisando que tenía un asunto urgente en su oficina y que volvería un poco tarde, lo que me daba tiempo de avanzar con “Bajar es lo peor”, la novela de Mariana Manríquez que no había terminado de atraparme, pero de la que deseaba conocer el final.
—Todos dicen lo mismo, pero nada lo es, así que no me jodas — protesté.
—Este sí, estaba a punto de llegar a mi casa y recordé que tenía que hacer unos pagos de mis tarjetas de crédito, así que me metí a una plaza comercial donde encontré a una mujer llorando, le pregunté qué sucedía, contó que su padre salió de su casa en la mañana y no había vuelto.
—Dile que vaya al Ministerio Público a denunciar la desaparición. Eres abogada y podrás asesorarla en el trámite.
—El señor padece demencia senil — agregó.
—Martha, la semana pasada me escribió un tipo por facebook diciendo que unos narcos habían “levantado” a su hermano desde hacía tres meses y no conseguían encontrarlo. Dijo que tenía la certeza de que estaba muerto, pero quería que yo hallara su cadáver para darle su cristiana sepultura. ¿Es en serio?
—Sí, pero…
—Ayer una mujer me envió también un mail contándome que el perrito de su hija se extravió en un mercado. Me pidió lo encontrara porque toda la familia estaba muy triste. ¿De verdad, usar dones espirituales para encontrar a un jodido perro?
—Oye…
—No me molestes con esos temas, ya no pienso atenderlos: no pertenezco a la liga de superhéroes de Marvel como para andarle salvando el culo a medio mundo…
—La hija está aquí, conmigo, echa un mar de lágrimas. Ya recorrimos varias calles y no lo encontramos. Le dije que eres vidente y la ayudarlas ya que…
—En Santa Fe.
—Carajo, ¿quieres que vaya hasta allá para buscarlo? — fingí quejarme.
—Ella teme que algo malo le haya sucedido.
—Ya, ya, eres como todo mundo: hago una pregunta, no la responden y se ponen a desvariar. Mándame tu ubicación.
—Voy… — me respondió sin mucho ánimo.
—Más vale que te apures, hoy la veremos.
—No estoy segura de terminar — quiso explicar, pero la interrumpí.
—Ya sabes que no está a discusión — informé — tienes unas dos horas para terminar, venir a la casa, recoger el paquete y alcanzarme en Santa Fe.
—¿Qué vas hacer allá?
—A buscar a un viejito que se perdió — avisé y luego reí.
Cuando subí a mi auto ya había oscurecido, lo que me dejó claro que la búsqueda se prolongaría hasta la madrugada. Programé google maps para encontrar la ruta más rápida, luego recibí una llamada de mi amiga.
—El localizador marca 40 minutos, así que váyanse a tomar un café y no se desesperen, sobre todo para que no estés molestado con eso de que “¿por dónde vienes?” — dije y corté la llamada.
—Hola — me besó Martha en la mejilla — mira, ella es…
—Deja la vida social para otra reencarnación — la paré y me dirigí a la mujer — ¿traes una foto de tu padre, aunque sea una selfie?
—Sí, de hace dos semanas… estamos celebrando su cumpleaños — comenzó a hurgar en su teléfono.
—Martha, vas a manejar y tú harás de copiloto — avisé antes de bajarme.
—Te meterás por las calles que te iré diciendo, y tú vas a dejar de llorar: necesito que las dos se queden en silencio, ¿nos entendemos?
—Me dices a qué hora empezamos — dijo mi amiga mientras la mujer se limitó a mover afirmativamente la cabeza.
—¿Qué dices? — me cuestionó Martha.
—Ve derecho hasta llegar a la avenida llena de tráfico, darás vuelta a la izquierda y seguirás unas 20 calles recta hasta que encuentres una sin alumbrado público, ahí das vuelta a la derecha y continúas hasta que te avise.
—¿Me meto aquí? — me cuestionó en cuanto la encontramos.
—Anjá — gruñí.
—Esta zona es peligrosa. Aquí ni las patrullas entran — advirtió la mujer, más la ignoré.
—¿Aquí?, ¡estás loco! — exclamó Martha.
—Sí, tal como te lo estoy diciendo.
—Oiga, estos lugares son peligros — se quejó la hija.
—Si quieres encontrar a tu padre nos vamos a detener en este lugar. Deben quitarse alhajas junto con sus teléfonos celulares. Todo, con sus bolsos de mano, lo van a poner debajo de los asientos.
—¿Vamos a bajar y nos meteremos en la penumbra? — cuestionó alarmada mi amiga — ¿y si mientras caminamos alguien viene y abre el carro?, se van a robar todo.
—Buena palabra, penumbra, muy sexy — dije y bajé del auto.
—Aquí te pueden desvalijar el auto — secundó la mujer.
—Caminemos — fue mi respuesta.
—Solo porque se trata de ti y porque salvaste la vida de mi hija confiaré en lo que dices, pues a cualquier otro cabrón que saliera con tanto misterio lo mando a la chingada — se quejó haciéndome reír.
—Debes creer en mis demonios sumerios — pedí con tono burlón.
—Tiene usted un carácter… amargo — intervino la hija del viejo.
—Dilo como es, tiene un temperamento de la chingada — terció Martha.
—Estoy trabajando. Si estuviéramos cenando o en un bar te aseguro que te dolería la quijada de tanto reírte con mis ocurrencias.
—En eso tiene razón, Sonia — así me enteré del nombre de la mujer — cuando se lo propone es divertido.
Llegamos al sitio donde el viejo conversaba con una mujer entrada en años, cuyo cabello enmarañado impedía verle el rostro, ambos sentados en botes de plástico a manera de sillas, por lo que no se dio cuenta de la llegada de su hija hasta que se paró frente a él.
—Hijita, mira, te presento a mi nueva amiga, me ha estado cuidando y contando historias sobre México que no conocía — dijo sin tener claro que había estado extraviado todo el día.
—Son muchos — protestó.
—Para lo que te alcance, pan y leche son baratos. Algunas gelatinas para los niños. Con eso me pagarás haber encontrado a tu padre — propuse —y no se preocupen, la gente de por aquí ya las vio, están seguras.
—Vamos — dijo Martha haciendo sonar las llaves de mi coche — ¿y tú?
—Aquí las espero mientras llega mi esposa.
—¿Te da pena que sepan que me conoces? — protestó abrazándome.
—No, pero sería demasiado obvio si siquiera lo insinúo… podría dar pie a malos pensamientos.
—Lo sé, solo te estoy molestando — señaló sentándose con dificultad.
—No necesitas fingir conmigo que eres una anciana — me burlé.
—Déjame divertirme un rato — dijo y soltó una de sus tétricas carcajadas.
—Por cierto, deberías buscar maneras menos complicadas para vernos.
—¿Cómo cuál? — me miró divertida.
—Podríamos comportarnos como gente normal… no sé, irnos a tomar un café y…
—No “soy gente” — me interrumpió — soy la Bruja de los Vientos del Sur y conmigo todo es complicado.
—Nomás decía — levanté los hombros para fingir resignación.
—¿Cómo estás? — preguntó.
—Pueees… — dije arrastrando las letras antes de ponerla al día sobre los últimos acontecimientos de mi existencia.
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