30 de octubre de 2019

Dia de muertos





1.
La anciana está asustada, teme el reencuentro con el espíritu de su esposo: da la impresión que quiere ocultarse… porque eso hacen las personas, se la pasan escondiéndose la mayor parte de su vida.

El ambiente es asfixiante, no sólo por la falta de aire a consecuencia de las ventas cerradas (y el olor a viejo, a rancio), sino porque “algo” pugna por convencerme de salir de la casona (algo, aprovechando mi hartazgo de lidiar con muertos), y si no fuera suficiente la desesperación de la vieja no genera paciencia.

Mujeres…

2.
Cuántas como ella se la pasan ocultándose desde niñas: primero de los padres represores, luego de las grandes que abusan en la escuela, después de los novios que quieren apropiarse su intimidad, más tarde de los profesores que buscan culpables de sus traumas, posteriormente de las vecinas indiscretas y a continuación de sus jefes para no entregar un trabajo: todas huyen de algo.

Pero pronto todo cambia y lo que menos hacen es esconderse del hombre que les gusta: al contrario, encuentran la manera de no ser invisibles ante él… y cuando obtienen lo que buscaban (antes casi siempre casarse, porque en los tiempos que corren las necesidades son más inmediatas), ya que llevan una argolla en el dedo se ocultan de nuevo: de los demandantes hijos, de la suegra indiscreta, del esposo opresor en cualquier tontería… o para pasar tiempo con el amante.

3.
¿Y los hombres?, ja, los hombres son básicamente unos pendejos.

4.
Mientras oigo (sin escuchar) los sucesos paranormales que la centenaria mujer repite y la tienen aterrada, recorro de nuevo con la mirada la sala y descubro que ya me aprendí sus detalles… de las paredes: grietas, manchas, salitre, polvo… del mobiliario: cornisas, sillones, alfombra, mesitas, cortinas.

El hastío acosa a la impaciencia con la que me desperté esa mañana y descubro qué es lo que enrarece el ambiente: el inmenso y antiguo reloj de madera que rompe el silencio marcando obsesivo cada segundo. ¿Cómo es que la añeja moradora puede existir con el recordatorio de que su vida ya fue contada, de que avanza hacia el irremediable destino de enfrentarse a su marido?

En ese momento la hija de la anciana (una mujer bien vestida y enjoyada, cuyo atuendo contrasta con la decadencia de la casa, ya la que si tuviera que describir diría que ha sido “maltratada por la vida”), regresa con el vaso con agua que me había ofrecido minutos antes.

– disculpe – dice sentándose frente a mí y manteniendo la soberbia con la que me recibió – entró una llamada telefónica y ya sabe que los negocios son primero...
– no se preocupe – la tranquilizo, en realidad la interrumpo: la perorata de su progenitora me dejó aturdido.
– le contaré sobre las cosas raras que suceden en la casa – intenta retomar la conversación.
– no se preocupe – reitero antes de que me repita de lo que ya me enteré en su ausencia – mejor contésteme: ¿cuándo murió su madre?
– en diciembre del año pasado… se acerca su primer aniversario luctuoso – responde con un mohín y agrega fingiendo pesar – ¿por qué lo pregunta?
– lo que usted llama “cosas raras” en realidad son señales que el espíritu de su madre está aquí.
– ¿cómo? – se asusta.
– no se preocupe – repito por tercera vez la frase, recordando el pendiente que esta petulante tipa tiene conmigo desde hace un año y que al parecer a olvidado, mas contengo mi tirria – es normal… la gente se aferra tanto a la vida que no se da cuenta que ya murieron.
– pero… – su sonrisa se convierte en un gesto de preocupación.
– tiene solución – sigo para no tener que dar esa larga explicación que estoy cansado de repetir cada que me buscan para sacar de una casa el espíritu de un ser querido – es necesario darle luz al alma de su madre para que siga su camino, pero…
– ¿pero…? – ahora es ella la que me interrumpe, aterrada, así que aprovecho para beber el resto del agua del vaso – ¿pero qué? – agrega.
– … hoy es 31 de octubre, los antepasados ya andan cerca y el “Día de muertos”, junto con lo que ustedes llaman “Semana Santa”, son días en que el mundo espiritual NO trabaja, así que esperaremos nueve días para poder sacarla.
– ¿y mientras qué…? – quiere preguntar, borrando de tajo su insolencia, mientras se lleva la mano derecha al pecho buscando protegerse a saber de qué.
– … usted le colocará una ofrenda en el altar de sus muertitos: le prepara su comida favorita, le enciende una veladora y le pone inciensos de copal durante estos dos días: ella vendrá y estará con ustedes estos días antes de irse para siempre.
– ¿así nada más? – se asusta aún más – ¿corremos peligro mis hijos, mi esposo y yo por la presencia del fantasma?
– era su mamá, ¿no? – la cuestiono poniéndome de pie.
– sí, pero…
– ¿cómo va a creer que quien le dio la vida les hará daño? – la regaño sutilmente, aunque ¿cuántas mamás en vida intentan, y consiguen, matar a sus hijos? – regreso en nueve días para hacer las obras.

5.
Me despido sin ofrecerle mi mano, salgo de la casa sin esperar a que me acompañe y al pasar a lado de la anciana, esperándome en la puerta, la veo más pálida de la que puede estar una muerta: ya me escuchó, ahora lo sabe… la ignoro.

Ya en mi auto, lejos del obsesivo tic–tac del reloj, me arrepiento de no haberle dicho que su padre también está con ellos, que él fue quien se llevó a su madre, no tanto para evitarle sufrir por el cáncer, sino para seguirle jodiendo la vida en el más allá, y que serán dos desencarnados a los que les daré camino.

Suelto una risita: me reconforta saber que con un cuento de fantasmas es suficiente para pasar un emocionante “Día de muertos”, conviviendo con la vieja, y lo mejor: el espíritu del esposo se enojará porque no recibió también atención especial y ya veremos la que arman los desencarnados.

– “Nunca escupas al cielo”… sobre todo tratándose de mi – sentencio en voz alta, recordando de nuevo la que me hizo la pedante mujer.


24 de octubre de 2019

La revolución de los desencarnados y 3


8.
Conocido en la milicia como “El gran artillero”, el espiritista Felipe Ángeles fue ante todo un militar fiel, primero defendiendo al dictador Porfirio Díaz, y luego a lado de Francisco I. Madero. Su lealtad no le permitía tomar decisiones, de ahí que se prestara a las traiciones de Madero contra el mártir Ricardo Flores Magón, así como a Emiliano Zapata y Pascual Orozco.

Un ejemplo de la sumisión se lee en "La noche de Ángeles" (Premio Diana Novedades), escrito por el también espiritista de Ignacio Solares, cuando Felipe advierte a Madero sobre la desconfianza que le inspira el futuro golpista Victoriano Huerta, a lo que responde: “es muy grave la acusación que hace, señor general … si Huerta estuviera coludido con los sublevados se hubiera unido a ellos desde el inicio de la insurrección. Además, quiero decirle que tengo la palabra de honor del general Huerta de su fidelidad a mi gobierno”.

Felipe era un cristiano sensible con aires quijotescos y grandes dotes espiritistas, gracias a lo cual no fue asesinado con Madero tras ser apresados juntos: se le perdonó la vida por su prestigio militar (y la ayuda de los espíritus), más se le exilió como diplomático a Europa de donde regresaría para unirse a los revolución constitucionalista donde consiguió grandes victorias hasta que fue arrestado y fusilado.

Ángeles fue otro espiritista que apostó por la creencia de que se pretendía mejorar al pueblo mexicano con la revolución mexicana. La dualidad de frío militar y sus creencias espirituales lo llevan a confesar a Solares:

“Quizás es en el campo de batalla en donde más he sentido... presentido eso que llamamos Dios. Y que, cómo decírselo, no tiene remedio: mordí el anzuelo y al intentar huir de Él, sólo consigo encajármelo más”.

Pese a todo su formación militar solía imponérsele, lo cual se aprecia en la revelación que hace a Ignacio tras ganar una dura batalla:

Lo confieso sin rubor: veía en el colmo del regocijo el aniquilamiento de las fuerzas huertistas. Como si no se tratara de hombres sino de meras marionetas … Porque con todo el egoísmo y la inhumanidad que ello implica, miraba la guerra bajo un punto de vista puramente artístico, de la obra maestra por fin realizada”.

Es justo mencionar que Solares es indulgente con Felipe, ya que sus cuestionamientos están marcados por la benevolencia, incluso dándole posibilidades de justificar la fe ciega que sentía por Madero, pero de las sesiones espiritistas también se evidencian sus diferencias, pues mientras Ángeles muere como víctima de su propia fe, Madero muere como mártir: tiroteado por la espalda, tal como actuó en vida: a traición.

9.
Solares inicia el libro apelando a los tiempos marcados por el mundo espírita azteca, los cuales simbolizaban la entrada al mundo de los muertos en una canoa y a través de un nebuloso río:

"Y el golpe del remo fue como una paletada en el vacío. El viento frenaba la barca. Quizá tan sólo habían tenido la ilusión de avanzar y permanecían en el mismo punto inicial, soportando inutilemente el frío y la ansiedad. Cuando una noche así se desata y sus mil cadenas baten sobre la tierra es preferible resignarse a la inmovilidad, dejar de suponer, de planear, de soñar. Olvidarse"…

Páginas más adelante Solares aclara a Felipe en dónde está:

"Mire, ya no estamos tan lejos, un poco menos lejos que al principio, ¿no le parece. Ángeles entrevió la sonrisa macabra -¿la falta de luz?- del barquero llenándole por un instante las mejillas consumidas y apergaminadas, revelando las encías sin dientes"…

Ignacio sabe que en el espiritismo azteca un muerto nunca llega sólo ni por su propia mano - guiando “la barca” - a la tierra de los muertos: siembre entra llevado por la propia muerte (haciendo referencia al griego Caronte), y personificando el estatus moral, la importancia espiritual, del recién fallecido, pero Solares señalaría más adelante que en vida:

Casi prefería no dormir. Siempre los mismos cadáveres, los mismos campos desolados, la misma angustia en el estómago al despertar, que le impedía tragar bocado”.

En las confesiones de Ángeles siempre ronda la presencia de Madero, reconociendo que sus intentos de establecer contacto espiritista con su líder se vieron siempre frustrados, y quizá por ello se dice que el regreso de Felipe a méxico fue buscando la muerte para reunirse con su guía espiritual: “¿acaso será que su muerte fue una especie de suicidio inducido por el propio Madero?”, cuestiona Solares.

El final del texto sigue jugando con los planos espacio/tiempo aztecas:

"Aún necesita un corazón, general, un sol que se incendie ante usted, un llano seco y desolado para sembrarlo de planes de batallas y esperanzas. Hay un montón de muertos que esperan que les cierre los ojos y les descubra la última mirada vehemente, porque de otra manera nadie les va a cerrar los ojos, como a usted nade se los cerró … ¿A qué regresa a méxico … enfermo y casi vencido de antemano? Hay un pensamiento suyo que quizá lo explique, general, y que plasmó en su diario durante su insufrible exilio: "sólo en méxico puedo reencontrarme con Madero"

Pocos conocen la entrañable relación que ambos tenían, y son contados los que saben la anécdota de que días antes de morir Francisco le regaló a Felipe todos sus libros sobre espiritismo y que éste los leyó de principio a fin: es en estos detalles donde dilucidamos las profundas relaciones espirituales que se puede establecer entre las personas que profesan las mismas creencias.

No es de extrañar, entonces, que Ángeles señale a Solares: “Los míos son males de la tristeza”, así como tampoco cuando le comparte la respuesta que le dio al coronal Bautista, encargado de llevarlo al paredón donde será fusilado, cuando le ofreció dejarlo escapar… a huir con él, a lo que Ángeles le responde: “Hay citas a las que uno no puede faltar”.

10.
Hubo otros personajes de la historia mexicana que practicaron el espiritismo, como Miguel Alemán Valdés, Benito Juárez García y Manuel Ávila Camacho o el ortodoxo Plutarco Elías Calles (todos ellos también presidentes), pero el caso más extraordinario de una particular espiritualidad es el testimonio que da el propio Felipe Ángeles en el libro, previo a la famosa “Batalla de Zacatecas”, el cual a la media noche sorprende al legendario Pancho Villa hincado y con los brazos en forma de cruz, mientras rezaba mirado hacia el cielo: "Diosito mío, ayúdame a ganar esta batalla".

Ignacio Solares, La noche de Ángeles, 208 páginas, Tusquets editores, 2016

* los textos entrecomillados son párrafos tomados del libro "La noche de Ángeles".