8.
Conocido
en la milicia como “El gran artillero”, el espiritista Felipe Ángeles fue ante
todo un militar fiel, primero defendiendo al dictador Porfirio Díaz, y luego a
lado de Francisco I. Madero. Su lealtad no le permitía tomar decisiones, de ahí
que se prestara a las traiciones de Madero contra el mártir Ricardo Flores
Magón, así como a Emiliano Zapata y Pascual Orozco.
Un
ejemplo de la sumisión se lee en "La noche de Ángeles" (Premio Diana
Novedades), escrito por el también espiritista de Ignacio Solares, cuando
Felipe advierte a Madero sobre la desconfianza que le inspira el futuro
golpista Victoriano Huerta, a lo que responde: “es muy grave la acusación que hace, señor general … si Huerta estuviera coludido con los
sublevados se hubiera unido a ellos desde el inicio de la insurrección. Además,
quiero decirle que tengo la palabra de honor del general Huerta de su fidelidad
a mi gobierno”.
Felipe
era un cristiano sensible con aires quijotescos y grandes dotes espiritistas,
gracias a lo cual no fue asesinado con Madero tras ser apresados juntos: se le perdonó
la vida por su prestigio militar (y la ayuda de los espíritus), más se le
exilió como diplomático a Europa de donde regresaría para unirse a los
revolución constitucionalista donde consiguió grandes victorias hasta que fue
arrestado y fusilado.
Ángeles
fue otro espiritista que apostó por la creencia de que se pretendía mejorar al
pueblo mexicano con la revolución mexicana. La dualidad de frío militar y sus
creencias espirituales lo llevan a confesar a Solares:
“Quizás es en el
campo de batalla en donde más he sentido... presentido eso que llamamos Dios. Y
que, cómo decírselo, no tiene remedio: mordí el anzuelo y al intentar huir de
Él, sólo consigo encajármelo más”.
Pese a todo su formación
militar solía imponérsele, lo cual se aprecia en la revelación que hace a
Ignacio tras ganar una dura batalla:
“Lo confieso sin rubor: veía en el colmo del
regocijo el aniquilamiento de las fuerzas huertistas. Como si no se tratara de
hombres sino de meras marionetas … Porque con todo el egoísmo y la inhumanidad
que ello implica, miraba la guerra bajo un punto de vista puramente artístico,
de la obra maestra por fin realizada”.
Es
justo mencionar que Solares es indulgente con Felipe, ya que sus
cuestionamientos están marcados por la benevolencia, incluso dándole
posibilidades de justificar la fe ciega que sentía por Madero, pero de las
sesiones espiritistas también se evidencian sus diferencias, pues mientras Ángeles
muere como víctima de su propia fe, Madero muere como mártir: tiroteado por la
espalda, tal como actuó en vida: a traición.
9.
Solares
inicia el libro apelando a los tiempos marcados por el mundo espírita azteca,
los cuales simbolizaban la entrada al mundo de los muertos en una canoa y a
través de un nebuloso río:
"Y el golpe del remo fue como una paletada en
el vacío. El viento frenaba la barca. Quizá tan sólo habían tenido la ilusión
de avanzar y permanecían en el mismo punto inicial, soportando inutilemente el
frío y la ansiedad. Cuando una noche así se desata y sus mil cadenas baten
sobre la tierra es preferible resignarse a la inmovilidad, dejar de suponer, de
planear, de soñar. Olvidarse"…
Páginas
más adelante Solares aclara a Felipe en dónde está:
"Mire, ya no estamos tan lejos, un poco menos
lejos que al principio, ¿no le parece. Ángeles entrevió la sonrisa macabra -¿la
falta de luz?- del barquero llenándole por un instante las mejillas consumidas
y apergaminadas, revelando las encías sin dientes"…
Ignacio
sabe que en el espiritismo azteca un muerto nunca llega sólo ni por su propia
mano - guiando “la barca” - a la tierra de los muertos: siembre entra llevado
por la propia muerte (haciendo referencia al griego Caronte), y personificando
el estatus moral, la importancia espiritual, del recién fallecido, pero Solares
señalaría más adelante que en vida:
“Casi prefería no dormir. Siempre los mismos
cadáveres, los mismos campos desolados, la misma angustia en el estómago al
despertar, que le impedía tragar bocado”.
En
las confesiones de Ángeles siempre ronda la presencia de Madero, reconociendo
que sus intentos de establecer contacto espiritista con su líder se vieron
siempre frustrados, y quizá por ello se dice que el regreso de Felipe a méxico fue
buscando la muerte para reunirse con su guía espiritual: “¿acaso será que su muerte fue una especie de suicidio inducido por el
propio Madero?”, cuestiona Solares.
El
final del texto sigue jugando con los planos espacio/tiempo aztecas:
"Aún necesita un corazón, general, un sol que
se incendie ante usted, un llano seco y desolado para sembrarlo de planes de
batallas y esperanzas. Hay un montón de muertos que esperan que les cierre los
ojos y les descubra la última mirada vehemente, porque de otra manera nadie les
va a cerrar los ojos, como a usted nade se los cerró … ¿A qué regresa a méxico …
enfermo y casi vencido de antemano? Hay un pensamiento suyo que quizá lo
explique, general, y que plasmó en su diario durante su insufrible exilio:
"sólo en méxico puedo reencontrarme con Madero"…
Pocos
conocen la entrañable relación que ambos tenían, y son contados los que saben
la anécdota de que días antes de morir Francisco le regaló a Felipe todos sus
libros sobre espiritismo y que éste los leyó de principio a fin: es en estos
detalles donde dilucidamos las profundas relaciones espirituales que se puede
establecer entre las personas que profesan las mismas creencias.
No
es de extrañar, entonces, que Ángeles señale a Solares: “Los míos son males de la tristeza”, así como tampoco cuando le
comparte la respuesta que le dio al coronal Bautista, encargado de llevarlo al
paredón donde será fusilado, cuando le ofreció dejarlo escapar… a huir con él,
a lo que Ángeles le responde: “Hay citas
a las que uno no puede faltar”.
10.
Hubo
otros personajes de la historia mexicana que practicaron el espiritismo, como Miguel
Alemán Valdés, Benito Juárez García y Manuel Ávila Camacho o el ortodoxo
Plutarco Elías Calles (todos ellos también presidentes), pero el caso más
extraordinario de una particular espiritualidad es el testimonio que da el
propio Felipe Ángeles en el libro, previo a la famosa “Batalla de Zacatecas”,
el cual a la media noche sorprende al legendario Pancho Villa hincado y con los
brazos en forma de cruz, mientras rezaba mirado hacia el cielo: "Diosito mío, ayúdame a ganar esta batalla".
Ignacio Solares, La noche de Ángeles, 208 páginas,
Tusquets editores, 2016
* los textos entrecomillados son
párrafos tomados del libro "La noche de Ángeles".
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