28 de septiembre de 2022

El Curandero Felipe y el libro Muertero


1.
Me gusta ir a las tertulias que organiza Clarissa en su casa: una Santera hija de Oshun, espiritista y extraordinaria vidente, ya que, si bien asisten otros iniciados en Osha y Palo, también invita a personas que con otro tipo de iniciaciones y dones, a quienes al igual que a mi esposa y a mi, no nos interesa abordar temas religiosos o espirituales.
 
Hay un cierto hartazgo no solo en el medio de las religiones neopaganas sobre la actitud de ciertos religiosos, sino también los pacientes, sobre todo los ahijados, que llega un momento en que cansa compartir experiencias donde el factor común es la mezquindad.
 
Clarisa opina lo mismo, por ello es que en contadas ocasiones realiza ceremonias, toques de tambor o iniciaciones en su casa: para ello tiene un gran terreno en las faldas en el Volcán Ajusco, donde incluso pasa un río, indispensable para ciertas obras.
 
Aquel sábado nos convocó a una comida en donde, extrañamente, la mayoría de los asistentes nos eran desconocidos. Mi esposa congenió de inmediato con una Espiritualista mientras yo lo hice con un Mayombero, mi práctica religiosa favorita.
 
Tras la comida en el jardín de su casa, luego de varios tragos y la amenaza de lluvia, Clarissa nos invitó a entrar a su casa a tomar el postre. Conforme transcurrió la tarde varios invitados se retiraron hasta que quedamos un grupo 7 personas: la dueña de la casa, un Santero, una Curandera, dos espiritualistas y nosotros.
 
2.
—He terminado de leer “Muertero” — avisó Clarisa alzando un poco la voz para que todos le pusieran atención, al tiempo que dejaba el ejemplar sobre la mesa de centro de su espaciosa sala — y debo decirte que me ha gustado bastante. Te felicito.
—Gracias.
—¿Eres escritor? — interrogó la Curandera.
—Sí — se me adelantó Clarissa — ha publicado montones de textos en periódicos y revistas, tiene cuatro blogs, participa en programas de radio y ha escrito seis libros, aunque los dos últimos están dedicados a temas espirituales — señaló, pero de inmediato aclaró — en realidad sobre muerterismo y demás.
—Interesante — dijo el Santero, más estaba claro que mi amiga era la que quería dirigir la conversación.
—Me gusta mucho cuando escribes mensa más allá de lo que dicen tus palabras: tu libro está lleno de simbolismos que estoy segura pocos entienden — señaló luego agregó dirigiéndose a todos — este libro podría ser uno de consulta para todos aquellos que quieran enfrentarse a un desencarnado.
—Gracias, eres la primera persona que se da cuenta de que son dos libros en uno — acepté — con Mi vida con los muertos un amigo me dijo lo mismo que tú, tiene muchos simbolismos, pero no entró al detalle de los secretos que se esconden… será que es agnóstico — señalé, solté una carcajada y los demás rieron también.
—Muy interesante, pero explícame: ¿por qué publicaste la versión corta de “Muertero”? — me interrogó dejando claro que usando su videncia había varias historias detrás del libro.
—Si sabes que hay otra versión entonces sabrás los motivos — señalé.
—Felipe no me deja ver — aclaró y después procedió a explicar que se trataba de un famoso Curandero que aparte de sus dones, siendo mi tío, me dio mis primeras enseñanzas espirituales.
 
Y aquello me hizo reír.
 
3.
—No voy a violentar la posición de Felipe, si no me deja ver no lo veré — aclaró — pero tú puedes explicarme… explicarnos.
—Es que precisamente fue Felipe quien me hizo cambiar el concepto original del libro cuando había terminado la primera versión, tras hacerme algunos comentarios, así que tenía dos opciones: lo modificaba o lo reducía… y opté por quitarle unas 60 páginas y cambiar el final.
—¿Por qué’? — insistió.
—En los dos últimos renglones de la página 138, en un texto titulado “Albercas”, está la respuesta.
 
Clarissa me miró con un dejo de reprobación, esperaba otra respuesta o más detalles.
 
—Nunca digas “NO” a Felipe — decidí terminar con el tema — y no porque se enoje y haya una represalia, se le debe hacer caso simplemente porque tiene razón.
—Seguramente podrías contar más anécdotas alrededor del libro — inquirió mi amiga.
—Muchas.
 
4.
—¿Qué harás con la versión original? — me cuestionó la Santera dejando claro que la plática no estaba cerca de terminar.
—Nada… ahí se quedará… incluso, ahora que lo mencionas, no estoy seguro de haber guardado una copia del archivo — respondí alzando los hombros, pero decidí reiterar — las aproximadas 60 páginas que quedaron fuera, y el cambio del final no alteran la esencia del libro: se trata principalmente de opiniones personales sobre el uso de dones y en general sobre como interactúa el mundo de los muertos con los vivos.
—Es importante que la gente lo conozca — intervino una de las Espiritualistas.
—¿Hay mucha diferencia entre los dos finales? — terció la otra Espiritualista llena de curiosidad.
—¿Sobre qué tratan las dos líneas que dices están en la página 138? —cuestionó el Santero.
—Con permiso — avisé, me estiré, tomé el libro, busqué la cita y leí en voz alta: “Curioso, aunque obvio: terminado aquel pensamiento, la agradable risa de mi tío resonó discreta a mis espaldas”, más aquello generó más dudas entre los presentes, dada la expresión que se dibujó en sus rostros, excepto en el de Clarissa.
—Ya entendí — exclamó y soltó una carcajada dejando claro que había usado su videncia con autorización de Felipe, quien a mis espaldas soldó una suave risita — tu tío sabía que al final volverías a practicar la religión.
 
5.
—¿Dónde podemos comprar tu libro? — interrogó el Santero.
—Sí, me interesa adquirir uno — secundó la Curandera.
—Yo también — avisó una Espiritualista — pero con dedicatoria.
—Creo que tengo algunos ejemplares en la cajuela de mi auto — avisé y me puse de pie para ir a buscarlos.

19 de septiembre de 2022

La transparencia de Yemayá

 


La Santería y el Palo Mayombe siempre ha estado presente de manera indirecta en la obra de Leonardo Padura (La Habana, octubre de 1955), al igual que otro escritor cubano, Pedro juan Gutiérrez, de ahí que sea un reincidente en este blog.
 
Padura es escritor, periodista y guionista, famoso por sus libros sobre el detective Mario Conde, la novela “El hombre que amaba a los perros”, los galardones recibidos por su obra, entre ellos el “Premio Princesa de Asturias de las Letras” y por la serie de tv “Cuatro estaciones en La Habana”: una adaptación de cuatro novelas sobre el investigador.
 
En “La transparencia del tiempo” rescata al detective y además aborda el tema de la Santería con una perspectiva interesante: desde “afuera”, en tercera persona y como causal de vicisitudes que afectan la vida de un grupo de individuos obsesionados por Yemayá, representada en una Virgen de Regla tallada en madera negra.
 
Sobre el tema religioso señala: “no puedes recibir ninguna deidad en la santería cubana si no estás bautizado en la iglesia católica. Eso es algo que a los curas los horroriza, pero no les queda más remedio que bautizar a la persona que se presenta. Aunque sepan que lo están bautizando para una ceremonia en la cual van a recibir a Yemayá”.
 
“La transparencia…” es una novela de ruptura del estilo de Padura, de la que advierte: “no creo en Dios, soy agnóstico”, y a partir de ahí sus personajes tienen un quiebre en muchos sentidos, como Bobby, un militante marxista que deja el comunismo, rompe ideológicamente con el castrismo, se declara homosexual, se inicia en la Santería y es el origen de un baño de sangre al que a Conde le toca poner fin.
 
La novela no gira alrededor de la usual vida del detective: resolviendo un caso mientras recorre las derruidas calles de La Habana, con sus habitantes desesperados, entre tragos de ron, sus amigos, su relación sentimental y esa necesidad de buscar una moneda que le permita (como millones de cubanos) meterse un bocado en el estómago.
 
Leonardo tampoco usa su estilo descriptivo, pese a que incursiona lúcidamente en una Cuba decadente de la que poco nos había hablado: utiliza el libro y a su personaje para plasmar sus conflictos existenciales relacionados con la inevitable cita de cumplir 60 años.
 
Sin embargo, Padura se da tiempo de presentar a los seguidores de Yemayá como fieles devotos que en ocasiones llegan a los límites del fanatismo puro, lo cual, guste o no a los practicantes de la Osha dentro y fuera de la isla, es una indiscutible realidad, por lo que en algún momento debió cuestionarse si su novela debió llamarse “La transparencia de Yemayá”.
 
Temas aparte, el tema principal de la “Transparencia del tiempo” es la edad, de ahí que durante las entrevistas para promover el libro mencionara: “hemos llegado a un punto, los 60 años, en el que somos demasiado viejos para reciclarnos en la Cuba presente y futura, pero demasiado jóvenes para morirnos” … “somos una generación abandonada los que rondamos los 60 años, los hijos se nos fueron. Y nos quedamos con nuestros padres nonagenarios, a los que tenemos que ayudar porque tienen unas pensiones de 10 dólares al mes”.
 
Y hace del detective esas ansias: “el lector se va a encontrar con un Conde que, a los 60 años, es más maduro, más sensible, con temor a sufrir heridas”. Ojalá ese aspecto hubiera quedado con una pincelada, pero la mitad del libro se va en manifestar terror a la vejez: “pudo haber sido perfectamente una novela policial de 250 páginas, que hubiera escrito en un año, pero no hubiera significado el reto que fue … creo que estoy, como el mismo Mario Conde, lamentando tener 60 años”.
 
Así de reiterativo el discurso sobre la edad, lo que permite darle razón de que pudo quedarse en 250 páginas y ser perfecta, ya que centrándonos en la trama policial y los interesantes apuntes que hace sobre la Santería (ese planteamiento de la ignorancia con que la gente se inicia en la religión es implacable), tendríamos otra gran novela del autor cubano, pero todo queda en un parco ejercicio literario.
 

Leonardo Padura, La transparencia del tiempo, 448 págs. Tusquets Editores, 2018