27 de marzo de 2024

La Bruja (parte 2)

 


para Clara Gillman: felicidades
también por La casa de 
Rovodorovsky teatro


6.
A Sur la conocimos…
 
Era una noche bochornosa pese a que no había llovido. Salimos de la casa de mi padrino donde habíamos hecho varias obras para minimizar un problema que mi esposa tenía en su trabajo. Se había ofrecido menga a Eleggua y Oggun, junto con otras machacas, razón por la que debíamos dejar los restos del ebboe en la esquina de una calle oscura.
 
La zona colindaba con la Facultad de Estudios Superiores donde estudié la universidad, así que no me costó trabajo salir de la colonia Impulsora, donde vivía el Bablowo, encontrar la manera de cruzar la Avenida Central (dado que la recorre por completo la línea B del metro) y meterme en la Campestre donde estaba seguro encontraríamos el lugar ideal.
 
Recorrimos varias calles buscando dos situaciones: una, que no hubiera alguna de las violentas pandillas que pululan en la zona, y dos, obviamente, la esquina adecuada.
 
Como siempre, en cuanto encontramos el escenario ideal, me puse de acuerdo con mi esposa: me bajaría del auto, ella se pondría al volante, yo sacaría las bolsas de la cajuela, las dejaría en la esquina, en cuanto volviera ella arrancaría rumbo a la Avenida Central y de ahí directo hasta el aeropuerto donde yo volvería a conducir.
 
Y tal cual cumplí con el protocolo, salvo que al bajarme del coche y un par de metros antes de llegar a la pared donde dejaría los costales, el faro fundido que me ampararía de las miradas indiscretas se encendió al mismo tiempo que escuché una voz infantil a la vuelta de la esquina.
 
—Hola…
—Hola — respondí el saludo sin dejar de hacer lo mío. Me disponía a regresar cuando frente a mí apareció una niña dando pasos cortitos, a la que calculé 10 años. Toda su ropa era blanca, incluyendo los zapatos, vestido que me recordó a los que he visto en alguna primera comunión.
 
Ni que decir que verla sola, a esa hora y en un lugar solitario me preocupó. La escudriñé y se veía como una chiquilla común y corriente hasta que un calosfrío recorrió mi espalda y entonces supe que no lo era.
 
—Parece que tienes prisa…
—La tenía, pero ahora la situación ha cambiado. ¿Qué haces aquí?
—Te estaba esperando para poder cenar — explicó señalando con un leve cabeceo las bolsas.
—¿Y tus padres?
—Por ahí.
—¿Dónde?
—No lo entenderías — dijo mientras a sus espaldas se formaban pequeños remolinos.
—¿Me estás retando? — cuestioné.
—No es necesario, tampoco a ella — miró por encima de mi hombro.
 
Volteé y vi a mi esposa bajando del auto para llegar hasta donde estaba conversando con la desconocida.
 
—Ya viene — avisó.
—¿Qué sucede? — preguntó cuando se paró a mi lado — nos estamos exponiendo a…
—Hola Gabs — la saludó.
—Mierda, ¿de dónde la conoces? — cuestioné a la desconocida girando para ver a mi esposa, luego volteé a buscar a la niña y me encontré con una bellísima mujer caminando hacia ella para tomarla de las manos.
—Mi niña hermosa, tantas vidas sin vernos — la saludó.
—Hola* — respondió el saludo sin ocultar la emoción.
—¿Me pueden explicar de qué se trata todo esto? — protesté, a lo cual la mujer colocó su mano derecha sobre mi pecho y me presento, a manera de imágenes, en unos segundos, la historia ancestral entre ella y mi esposa. Luego la volvió a tomar de la mano en el momento en el que una patrulla de la tenebrosa y temible policía del Estado de México pasó frente a nosotros ignorándonos.
—¿Entonces tú eres…?
—La Bruja de los Vientos del Sur, somos cuatro hermanas… supongo sabrás quiénes son las otras.
—Norte, Este y Oeste, obvio — respondí.
—Cada hechizo que haga todo ser humano y lo deje en una esquina, dependiendo en cual, alguna de nosotras se presenta para comer algo de él — explicó sin dejar de mirar a mi esposa los ojos.
 
Observé la orilla de la cuadra donde estábamos parados y sin mayor complicación supe que era la que apuntaba hacia el Sur.
 
—Así que puedes llamarme Sur — ofreció.
—¿Si eres la bruja que dices, cómo se hace para darte una ofrenda y que resuelvas? — la provoqué.
—A mí no se me pide, yo doy.
—Eso es una contradicción.
—No lo es. A nosotras no se nos hace lo que ustedes llaman oración ni se nos rinden cultos, ni adoración, mucho menos sacrificios. No somos sobornables como los dioses Yorubay otras deidades paganas más. Solo damos lo necesita a quien lo merece.
—Entonces es por capricho — ironicé — deja de hacerte la interesante y mejor contéstame: ¿tú nos trajiste aquí?
—No, eso sí sería un capricho. Pocos saben que cuando se hace una obra espiritual y se señala que los restos van a una esquina, nos están invocando a cualquiera de las cuatro. Somos el viento y recorremos todo el planeta, así que podemos escuchar cuando alguien va tirar brujería, esperamos y luego nos acercamos a comer. Siendo viento escuché los latidos de su corazón — señaló a mi esposa — la reconocí y decidí venir a esperarla… encontrarme con ustedes.
—Ella, ustedes… — sonreí — no entiendo, ustedes no precisan de…
—Es una manera de decir quiénes somos y lo que hacemos — me interrumpió — volvamos al principio, ustedes dejan una ofrenda, la cogemos y nos encargamos que les llegue la solución que necesitan.
—Sigo sin comprender, los restos son para algún Orisha, el Muerto, los Señores de la noche, las Aye…
—Es lo mismo, los humanos han creado escalones para elevar o humillar deidades, seres, demonios o entidades, pero no se dan cuenta que todos somos uno — me interrumpió, tomó mi mano y una vez más me mostró imágenes.
—Así que Dios no existe — me reí al cabo.
—No el que aseguran que creó este planeta y a su raza, hay algo más… pero no te hagas ideas, analiza lo que te compartí y con los años llega a esa conclusión, solo razonando lo comprenderás.
—Es asombrosa, ¿verdad? — señaló mi esposa — bueno, siempre lo fue.
—Vaya que sí — acepté.
—Hora de comerme tus problemas — dijo soltando a mi esposa y detrás de ella nuevamente se formaron pequeños torbellinos.
 
Se dirigió a una de las bolsas, como si supiera en dónde buscar, la abrió sacó, la cabeza del chivo ofrendado a Eleggua y comenzó a morderlo como si se tratara de una manzana, provocándome náusea.
 
—No te preocupes, mi niña bella, yo me encargo que tu jefe deje de acosarte — presumió al tempo que tras de ella se formaba un remolino más grande que se levantó y con furia enfiló hacia el cielo.
 
Saqué mi teléfono para ver la hora: llevábamos casi 30 minutos y me quedó claro que cada quien debíamos seguir nuestro camino.
 
—Sí, deben irse — dijo Sur como si hubiera leído mis pensamientos.
—Lo recordé todo, como si hubiera sucedido la semana pasada — dijo mi esposa emocionada y con lágrimas en los ojos.
—En realidad pasaron siglos.
—Deberías publicar en tu blog sobre nuestro reencuentro — sugirió mi esposa.
—Hazlo — aprobó la bruja.
—No creo, estoy harto de que la gente me pregunte si lo que escribo es verdad.
—¿Desde cuándo te importa lo que opinen los demás? — me cuestionó Sur.
—Desde mañana — respondí y solté una carcajada.
—Escríbelo — insistió y levante los hombros.
 
Dudé por unos instantes.
 
—Te voy a contar algo… Sur, me dijiste que te puedo llamar así: hace poco comía con unas amigas y amigos… se supone amigos, compañeros de mi trabajo con niveles directivos… jefes, pues, pero ojo con esto: todos solteros o divorciados.
—Te entiendo… — dijo la bruja.
—Ellos hablaban de viajes, dinero, perfumes, autos, joyas, propiedades y docenas de pendejadas más. No había manera de callarlos. Dado que estoy acostumbrado a sus verborreas, me quedé en silencio. En algún momento una de ellas, ya de la tercera edad, volteó a verme cuestionando si yo tenía algo que decir, y como respuesta levanté los hombros.
—Ya sé por dónde fueron los caminos de la conversación — dijo Sur.
—No importa, te lo contaré — avisé — luego uno de ellos, abogado, volteó a verme con suspicacia.
—Siempre lo he dicho, “tus amigos” son unos cabrones — intervino mi esposa.
—Tal cual, es correcto — le di la razón — así que los barrí a todos con la mirada y dije: pues no, yo no tengo dinero para gastar en pendejadas, pero soy millonario en dos cosas, una, estoy casado con una mujer maravillosa, y dos, tengo innumerables experiencias en el mundo espiritual que me ponen encima de mucha gente, tenga o no dinero. Obviamente todos se quedaron callados y con la mirada clavada en sus platos.
—Escríbelo — insistió sobre aquel encuentro (¿reencuentro?) y de nuevo levante los hombros.
 
Sur sonrió, abrió los brazos y nos entregamos a ella, recibiéndonos con sinceridad, como si nos conociéramos desde siempre, aunque no era mi caso, creo. Nos vio subir al auto y vimos cómo volvía a ser una niña mientras esperaba a que nos alejáramos.
 
—Cuéntame, ¿de dónde la conoces? — pedí a mi esposa mientras me estacionaba para entrar a un restaurante y cenar.
—De mi reencarnación romaní. Ni siquiera me acordaba de esa vida pasada — dijo aún emocionada por el reencuentro.
—Ya, entiendo, por eso en tu cuadro espiritual tienes una gitana, tiras cartas, rompes maldiciones, conoces de hierbas, interpretas símbolos y eres buena con los hechizos.
—…
 
7.
—Eso de intentar renunciar al mundo espiritual fue una broma de mal gusto de tu parte — dijo tras escuchar los últimos eventos de mi vida.
—Sabes bien qué hubo detrás de esa decisión.
—Entonces lo entiendes. No te explicaré por qué debes cumplir con tu misión.
—Lo volveré a intentar.
—¿Renunciar?
—Claro.
—Deberías ser más paciente contigo. Ve, soy eterna y no me quejo de ello…
—¿Los interrumpo? — escuché la voz de mi esposa.
 
Sur se puso de pie y de un salto llegó hasta ella para abrazarla y colmarla de besos, cambiando en un instante su representación de anciana por el de la hermosa mujer que era. Luego volvió al bote en el que estaba sentada.
 
—Siéntate aquí a mi lado, mi niña bella — señaló el bote donde había estado el papá de Sonia, la tomó de la mano y al igual que a mi le pidió la pusiera al tanto sobre lo acontecido los últimos tres años, mientras a nuestro alrededor se hacían pequeñas tolvaneras cuyo polvo nunca nos cayó encima.

(continuará)

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