17 de septiembre de 2020

Fragmento de Mi vida con los muertos

 
En el cementerio*
 
Ciudad de México 

1.
No suelo ir a velatorios, mucho menos a entierros. Mis amigos y algunos familiares no suelen entenderlo, aunque les he explicado los motivos. Por lo mismo, mis ausencias en esos trances luctuosos han creado fisuras con varios de ellos.
 
Así, fuimos al velorio de un tío de mi esposa, presencia que rompió mi acostumbrada negativa debido al agradecimiento que le tengo a uno de los hijos del difunto. Para poder ir me protegí antes, aunque regresando a casa tendría que hacerme algunos despojos más.
 
Expresamos nuestro pésame a la familia (vi el espíritu del difunto, parado frente a su féretro, incrédulo ante lo que estaba presenciando, pero decidí ignorarlo para no involucrarme en discusiones tratando de explicarle su nueva condición) y luego entramos en la cafetería, ubicada en un jardín con una bella fuente (¿el que decidió ponerla ahí sabrá  el significado del ruido del agua para los muertos?), a donde llegaron parientes y conocidos para saludarnos, como si fuéramos los dolientes.
 
Hubo un momento en que me aburrió la procesión de millonarios y políticos presuntuosos de mi familia política, y avisé a mi esposa de que iría a caminar entre las criptas para despejarme, aunque en realidad buscaba un déjà vu: el Panteón Francés (donde estábamos), similar al Panteón Español (lugar en el que descansan muchos de mis familiares). Ambos me remiten a mi niñez, cuando correteaba entre tumbas y lápidas, viendo fantasmas, mientras los adultos lloraban a nuestros antepasados.
 
2.
Salí del sagrario, atravesé el jardín de la entrada, crucé la calzada y al azar me metí al oscuro pasillo que punteaban dos mausoleos: del lado izquierdo, uno en honor a la familia Dugès, y, enfrente, otro para los Bourdieu. Apenas me introduje, la luz de los faroles desapareció, así que comencé a guiarme por la intensa luminosidad de la luna de octubre al tiempo que el ruido aledaño disminuía, imponiéndose el hermoso y denso silencio que caracteriza a los panteones.
 
Habituado al brillo lunar, identifiqué tumbas al ras del suelo, mausoleos, gabinetes, torres, bulbos, monumentos, arcos, capillas, kioscos, templos, pétreas falsas, obeliscos y todos los estilos imaginables. Encontré fosas abiertas y, como cuando era niño, me dieron ganas de acostarme dentro de una, pero, a diferencia de aquel chico al que no le importaba ensuciarse con tierra, polvo o lodo, de hacerlo esa noche, tendría que explicar el estado desastroso en que quedaría mi ropa, por lo que deseché la idea.
 
Contemplé los accesorios con los que se adornan los sepulcros: cruces, lápidas, ángeles, libros, vírgenes, mascotas, cristos y gárgolas con alas y colmillos inmensos que, a la luz del día, seguro asustarían. Seguí hasta llegar a una plazuela rodeada de estatuas, con un gran pirul en medio, y me debatía sobre hacia dónde llevar mis pasos cuando alguien habló a mis espaldas.
 
Una voz, esa voz, la típica voz de un desencarnado, el tono con el que hablan, con debilidad, usando frases cortas, emitiéndolas con lentitud y sin emoción.
 
—¿Tienes un cigarro? —dijo.
 
Mierda, carajo, chingado.
 
No había considerado que meterme entre las criptas podría llevarme a conversar con un desencarnado; si ya me cansa escuchar las quejas de los vivos, cuantimás oír los lamentos de los otros... Y para joderla más, era una ella.
 
—No fumo —volteé y no vi a nadie, escruté entre las sombras y tardé en localizarla: estaba sentada en los escalones de un mausoleo, impasible (¿de qué otra manera podría estar un muerto?). Esperé a que se acercara, mas no se movió—. Además, como si pudieras hacerlo —dije caminando hacia ella.
—Si tuvieses un cigarrillo, lo haría… Sabes que podemos.
—Fumar hace daño —dije sentándome a su lado mientras agudizaba mi videncia para definir sus facciones.
—No seas irónico —se quejó.
—Soy sincero —aclaré, descubriendo que, para ser una desencarnada, era guapa.
—Podrías pedir uno a los que vinieron contigo —sugirió.
—Si voy a buscarlo, no te garantizo que vuelva —advertí. La seguí observando y me intrigó su expresión incierta.
—Mejor quédate un rato —pidió—; hace tiempo que no converso con nadie.
—¿Y eso? —cuestioné armándome de paciencia ante su lenta forma de hablar—. ¿Acaso no platicas con tus vecinos muertos?
—No puedo moverme. —Señaló hacia una esquina.
 
Me levanté, activé la lámpara de mi celular y lo vi: era un durmiente; supuse qué hacía ahí, pero de todos modos revisé alrededor del sepulcro y lo confirmé tras encontrar cinco más.
 
—Por eso no se acercan. Unos tienen miedo, y a otros les da lo mismo.
—Ustedes no tienen emociones —aclaré—, recuerdan que las tuvieron y aún creen sentirlas.
—Lo que sea. —Me observó y dijo—: ¿Los quitarías?
—Cuéntame qué pasó…
 
 
* Fragmento de mi nuevo libro “Mi vida con los muertos”, disponible en Amazon https://www.amazon.com/-/es/Alfredo-Garc%C3%ADa/dp/B088LB6W45/ref=sr_1_1?__mk_es_US=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&keywords=mi+vida+con+los+muertos&qid=1592342722&sr=8-1

2 comentarios:

Urbóreas dijo...

Fascinante!

Me he comprado el libro. Es taaaan raro encontrar a alguien que escriba sobre sus experiencias! Vengo saturada de "teóricos" que son muy valientes para sentar cátedra haciendo ensaladas de citas de terceros, pero nunca cuentan nada de sí mismos, porque parece que no tienen vida con eso que estudian, solo teorías. O tal vez es que no quieren exponerse, sino permanecer a resguardo de su apariencia. Y es que no hay nada más revelador de una persona, que sus vivencias y cómo las cuenta. Para bien y para mal.

Muchas gracias y por favor, no dejes de escribir sobre estos temas. Llegué a tu blog buscando en google algún dato "vívido" sobre Olokun, pero no esperaba encontrar un lugar donde se habla tanto de los muertos, algo con lo que lidio a mi manera. (No estoy iniciada por nadie (al menos, nadie de carne y hueso) en nada)

Saludos

ujule rachid dijo...

hola UrBoreas... gracias por la compra y gracias por pasearte por el blog: como verás se han ido espaciando ciertas temáticas a consecuencia de la falta de solidaridad de la gente.. y así seguiré dejando de escribir ciertos textos: fue mucha la ingratitud, amenazas, intento de robos del blog, acoso sexual y hasta brujerías... saludos...