22 de octubre de 2012

La fiesta del fin del milenio


1.
Por ahí de 1999 el extraordinario músico mexicano Rafael Catana decidió organizar una fiesta por el fin del milenio y pensó que la mejor manera de recibir al temido año 2000 era con un festejo a todo lo que se diera posible… y lo hizo…


2.
En mi trabajo nos “acuartelaron” a todos los responsables de los sistemas durante 2 días y nos advirtieron que había una solicitud de establecer acciones de seguridad informática a nivel nacional, pues se estaba previniendo que el famoso cambio de fechas no contemplado en el código binario de Microsoft de su DOS, le diera al traste a toda la información disponible en todos lados y por ello se había instrumentado un plan de contingencia para prevenir un caos computacional… horror con las mentiras: yo sabía que no pasaría nada pero nos estaban amenazando para seguir al pié de la letra toda esa andanada de sandeces, así que esa presión me llevó a mi instrumentar mi plan de contingencia: respaldar dos juegos de mi sistema en discos compactos, y uno guardarlo en mi escritorio y otro debajo de mi cama… y después lo único a lo que me dediqué fue a esperar que Rafael Catana me diera la dirección del lugar donde sería el gran acontecimiento: no podía aportarles más ayuda que mi presencia con mis ganas de divertirme…

Llegó la dirección de la fiesta por teléfono en voz de Ignacio, junto con la petición de que yo llevara mi auto porque pensaba llevar a Patricia (su novia); la fiesta sería en el sur de la ciudad y el frío ya se dejaba sentir sobre el de efe porque obviamente estábamos ya en el mes de diciembre…

Todo pintaba bien, sobre todo porque el lugar en donde sería la celebración era una casa que se estaba usando para la filmación de un film mexicano que nunca supe con qué nombre se estrenó… pero eso no era lo bueno, lo mejor, dijo Catana, es que también estarían algunos de los actores, entre ellos una guapa actriz que ya no recuerdo su nombre (puff qué emoción)…

Así que ahí íbamos en mi auto, dando algunos traguitos a una botella de ron que yo educadamente había comprado para no llegar con las manos vacías y escuchando a Talking Heads… llegamos relativamente rápido: Ignacio siempre fue un vago y de inmediato ubicó en dónde estaba el lugar, una inmensa casa que por el tamaño de las paredes dejaba ver que el dueño no era afecto a las visitas, pero que para esa ocasión había dejado un gran portón abierto para que los visitantes entraran y salieran a su antojo… o al menos eso creía porque apenas introduje el carro y dos tipos armados y mal encarados hicieron su aparición, pidieron bajara los cristales para observarnos y solicitaron nuestros nombres, mismos que fueron cotejados en una lista y de inmediato esto provocó un sorpresivo cambio de expresión que se transformó en amabilidad…

Entramos…

Nunca me imaginé estar en una gran fiesta con varias fiestas: una, afuera del gran caserón construido hermosamente con piedra de cantera, había una inmensa fogata ante la cual muchas personas conversaban, comían, tomaban tragos o simplemente fumaban… optamos por entrar y descubrimos la otra fiesta: adentro docenas de personas hacía lo mismo, pero aparte de ello algunas bailaban al ritmo que tocaba un grupo de entre cuyas gentes vi rostros familiares, esa era la idea: cualquiera que quisiera podía subir a un pequeño escenario y pedir el instrumento que deseara para unirse al grupo a tocar ya que la condición era que la música no se detuviera toda la noche… y lo mejor: no importaba que no supieras interpretar dos notas seguidas… y la siguiente fiesta, de alguna manera más privada, se daba en las camas de cada una de las recámaras de la casa…

Pero antes que nada y después de todo salió a nuestro paso Rafael Catana para darnos la bienvenida, abrazarnos, quitarnos nuestra botella de ron (no sin antes ver que ya había sido saqueada a sorbitos casi hasta la mitad) y de paso señalarnos que era el único momento en que se acercaría como anfitrión, pues el resto era problema de nosotros: señaló la cocina donde había bastante comida y abundante trago y desapareció tras una guapa mujer que al pasar a nuestro lado le alborotó el cabello con un sensual movimiento de manos…

Obvio que entramos a la cocina con la intención primero de cenar y después de servirnos un trago, pero apenas y veíamos la oferta de comida la misma chica entró tras nuestros pasos, tomó un plato y me preguntó que deseaba comer… señalé algunos bocadillos, mismos que también puso con cierta coquetería en el plato (será posible servir alimentos con sensualidad?), y después procedió a prepararme una cuba sin ni siquiera preguntarme si me gustaba el ron… me dio el vaso, me miró a los ojos, sonrió y salió de la habitación…

Ignacio soltó una carcajada pero Patricia apenas y sonrió… ellos prepararon sus platos y sus bebidas y salimos, pero casi al momento me encontré con Gustavo: un extraño tipo que se dedicaba a conseguir insólitos libros en librerías ubicadas en cualquier parte del mundo (mismos que después revendía), y que al verme de inmediato me gritó: “ya te tengo tu encargo”, así que dejé que mi pareja de amigos siguiera su camino para yo dedicarme a lo que siempre tenía que hacer con Gustavo: la negociación del precio del encargo “Rastros de carmín (una historia secreta del siglo XX)” de ese genio de la crítica cultural llamado Greil Marcus… pero el trato se hizo rápido pues cuando el tenedor de libros estaba tomado solía vender sus adquisiciones casi a precios de risa, y en ese momento él ya estaba algo borracho…

Terminé de cenar, apuré el contenido de mi vaso y fui a guardar la preciada joya a mi auto para evitar cualquier eventualidad etílica… regresé en busca de otra cuba y para mi sorpresa en la cocina estaba la misma chica que me había servido de cenar: estaba terminando de prepararse su bebida, me vio, le dio un pequeño sorbo a su vaso y nuevamente con un movimiento lleno de coquetería me lo entregó: era apenas mi segundo trago y nuevamente había sido servido por ella… salió de la cocina y yo seguí sus pasos, pero no siguiéndola sino en busca de que el baterista o el bajista del grupo que estaba tocando me cediera su instrumento para unirme al sabroso jam que estaban haciendo sobre una rola de Santana…

Pero en el camino nuevamente me interceptó Gustavo para llevarme a un rincón y presentarme no sólo a su bellísima acompañante francesa (quien ostentaba en la mano izquierda "Historia nocturna", del italiano Carlo Ginzburg), sino para abrir también una maleta que tenía tirada sobre el piso llena de los más increíbles libros: me olvidé de la chica-preparadora-de-mis-cubas y del posible jam con el grupo…

Tras media hora cerré un nuevo trato y me convertí en una persona con otro libro nuevo bajo el brazo… fui feliz con mi vaso vacío de nuevo hacia la cocina pero me encontré muy sonriente a Patricia conversando con otra chica (la actriz), pero apenas y me vio se puso seria, la artista se dio cuenta y salió pensando quizá que mi amiga y yo teníamos algún pendiente por aclarar…

- ¿Quieres una cuba? – me preguntó Patricia…

- No es mala idea – le respondí…

- Pues es una lástima, porque el ron se terminó – soltó burlona – si quieres ahí hay una botella de tequila del corriente - dijo dándome la espalda y saliendo de la cocina sin decir más…

Me reí, revisé las botellas y descubrí que debajo de una mesa había varias botellas de un ron fabricado en el Caribe, me preparé un trago y salí nuevamente rumbo hacia donde tocaba el grupo… me senté en un largo sillón frente a ellos y decidí olvidarme del jam: mejor dejarlos que continuaran con ese sabroso blues que estaban interpretando… Rafael Catana se sentó junto a mí y me ofreció una guitarra… decliné… pero mi vecino (un desconocido) aceptó, se colgó la guitarra y subió al escenario para hacer el ridículo: no sabía tocar, pero ante el complot que significaba el fin del mundo ante el fin del milenio, todo estaba permitido, y hasta recibió etílicos y mareados aplausos…

Mientras del otro lado de la casi-mansión y a través de los pasillos que daban hacia las recámaras, parejas iban y venían después de terminar su fiesta privada, algunas, o a punto de comenzar la suya, las otras… yo opté por salir de la casa ante el grotesco sonido que salía de la guitarra…

Greil Marcus

Deambulé por los jardines con mi vaso en la mano y mi libro nuevo en la otra mientras pensaba si habría en algún lugar otro tipo de fiesta, quizá alguna más privada y puede que hasta de tipo “escabroso”: con esas gentes y en ese medio nada se sabe y todo puede pasar… lo que sí me percaté es que discretos se asomaban algunos hombres vestidos de paisano que portaban larguísimos machetes en la cintura: eran otros de los cuidadores de la casa… me acerqué a la fogata para ver sus gigantes y anaranjadas llamas con la punta amarilla, casi al mismo tiempo en que mi cuba se terminaba de evaporar… pero al poco se acercó un tipo con una botella de ron en un mano y un refresco en la otra para ofrecerme un trago… obvio que lo acepté…

Seguí con la terapia de consumir mi cuba con pequeños tragos mientras miraba el fuego, hasta que una sensual voz me dijo casi al oído un “hola”… voltee y descubrí a mi lado a la chica-preparadora-de-cubas… le regresé su “hola” con otro igual, me miró a los ojos, dio una calada más y antes de vaciar sus pulmones me ofreció un gigantesco cigarro de marihuana, mismo al que decliné con educación y cuyo rechazo hizo que la antes-chica-preparadora-de-cubas transformara su mirada sensual en una cercana al desprecio contra mí, se diera media vuelta y se alejara sin decir nada… pero… en el camino se encontró con Patricia, la cual se dirigía hacia donde yo estaba parado, le entregó el cigarro de marihuana y mi amiga lo aceptó gustosa… y no la volví a ver ni a recibir cubas-llenas-de-coquetería el resto de la noche…

Patricia se paró a mi lado con una extraña mirada, fumó largamente en silencio y al final me ofreció el cigarrillo: lo rechacé también, se rio y se lo entregó a una pareja que pasaba cerca de nosotros… nos quedamos mirando la fogata… en silencio… la vi un par de veces de reojo y vi una vaciedad bastante extraña en sus ojos… pero seguimos en silencio hasta que apareció Ignacio detrás de nosotros, la tomó por la cintura, la besó y viéndome también raro, me dijo:

- ¡Ya te vi galanteando con mi novia! – y soltó una carcajada…

- Estás bien pendejo – le dije…

(aunque días después aparentemente ella sí usó su galantería con mi entrañable – por aquello de que ya murió - amigo Jorge en una confusa situación que provocó que Ignacio y Patricia se liaran a golpes dentro del auto de ésta, y que a su vez llevó a que él aceptara como reconciliación irse a vivir con ella a su nebulosa casa llena de fantasmas, propuesta que ella le hacía insistentemente desde hacía meses pero que él rechazaba… vaya con esa otra fiesta del fin del milenio, aunque esta vez en casa de un amigo norteamericano, que también dio muchas anécdotas y que entre otras cosas me permitió conocer a un extraño pero simpático italiano llamado Vittorino que se ganaba la vida vendiendo ropa de piel que traficaba desde áfrica)…

La mirada de Patricia cambió y dio señales de vida de nuevo, los tres nos reímos y ella comenzó a bailar sensualmente ante él hasta que tomándolo de la mano lo jaló hacia la casa, supongo que a bailar con el pegajoso ritmo de Bob Marley que estaba tocando la improvisada banda…

Seguí con mi trago hasta que un joven se acercó discretamente con un cigarro de marihuana, mismo que fumaba con impaciencia… cuando sus pulmones se hartaron de almacenar tanto humo verde, me lo ofreció… una vez más lo rechacé… levantó la mirada, se plantó retador ante mí y me dijo con rabia:

- A una mujer nunca se le dice que “no”, cabrón (haciendo alusión, yo entendí, a la negativa que le di a la preparadora de cubas-llenas-de-coquetería)…

Me le quedé viendo, terminé mi cuba de un solo trago, arrojé el vaso lejos y me disponía a adelantarme en eso de soltar los golpes (y a punto de romper mi regla de no ser yo quien soltara el primero si se trataba de pelear), cuando uno de los tipos vestido de paisano puso una botella de mezcal entre el fumador-de-hierba y yo… él volteó a verlo furioso, pero lo primero que encontró su mirada fue el machete, abrió exageradamente los ojos, bajó la vista, dio media vuelta y se alejó asustado… yo acepté la botella de mezcal, la descorché (estaba nueva), le di un largo trago y se la acerqué al paisano, pero este la rechazó... los dos nos quedamos en silencio viendo la fogata hasta que él se dio media vuelta y se fue sin decir nada… seguí bebiendo del pico la botella hasta que regresaron Ignacio y Patricia… ella me quitó la botella y bebió de ella, después se la pasó a mi amigo y también le dio un largo trago y después nos dedicamos a conversar durante un buen rato mientras ellos fumaban tabaco…

Patricia sugirió entrar a la casa… se supone que los tres nos dirigíamos hacia allá pero por alguna razón volteé hacia el firmamento y vi la difícil señal de que en breve comenzaría a clarear el día… y me sentí cansado… Ignacio y Patricia se detuvieron, voltearon a verme y de pronto los tres sin decirlo coincidíamos en el cansancio…

Saqué las llaves de mi auto y se la entregué a Patricia (Ignacio no manejaba), al mismo tiempo que Catana se asomaba por la puerta de la casa y levantando orgulloso un bajo repetía mi nombre y me hacía señas para que entrara a la casa y me uniera al grupo… le hice una señal con el dedo medio y me reí, Ignacio y Patricia voltearon a ver a Rafael y levantaron los hombres en solidaridad conmigo… me di media vuelta y me encaminé hacia mi auto seguido por mis amigos…

Le entregué a Patricia las llaves…

3.
Una vez que me acomodé en el asiento trasero, arrojé el segundo libro adquirido encima del primero y le pedí a Ignacio un cigarrillo…

- Tú no fumas – protestó Patricia, pero la mirada de Ignacio hizo que mejor se enfocara a encender el auto…

Al tiempo mi amigo me entregó el cigarrillo y yo le di la botella de mezcal… el auto se puso en movimiento e iniciamos un discreto descenso por empinadas calles de la boscosa zona donde estaba la casa… íbamos en silencio mientras en el estéreo ese prodigio llamado Peter Murphy cantaba "Cuts you up" hasta que Patricia se volteó y me preguntó por qué iba tan callado…

- Pienso - le dije…

- ¿Se puede saber en qué? – inquirió ella…

Dudé en la respuesta… reflexioné una vez más sobre las computadoras y en un número 2000 de neón gigante… me reí y le dije:

- En que ojalá en unos días el año 2000 termine con muchas cosas…

Ella levantó los hombros y siguió manejando, Ignacio tomó un trago de mezcal y yo pedí otro cigarrillo mientras terriblemente el cielo comenzó a clarear y mi cuerpo comenzó a temblar en algo parecido a espasmos vampíricos: no soporto ver el amanecer…

1 comentario:

Anónimo dijo...

ssssssssssssssssssssssssssssss¡¡