11 de febrero de 2025

Talismán de Cuervo Negro (final)




7.
Ya en la calle señaló un reluciente Versa color rojo. Cruzamos la avenida Porfirio Díaz ella usaba el control para abrir las portezuelas. Subimos.
 
—No está muy lejos — avisó incómoda por mi silencio.
—Te dije que conozco el rumbo. A un par de calles de la iglesia de Tlacoquemecatl está un restaurante llamado “El hostal de los quesos”.
—Sí, lo conozco es riquísimo, pero muy caro.
—¿Ya viste algo? — preguntó — ya sabes, por lo de tu videncia.
—Anjá.
—¿Y?, ¿está complicado? — preguntó, pero como no le contesté insistió en el tema de romper el silencio — ¿es difícil ser Muertero?
—Ya no lo es — respondí y solté una carcajada — estoy prejubilado — aclaré y reí de nuevo mientras el espíritu de su madre, inexpresiva, nos observaba en el asiento trasero.
—Algo así explicaste en tu blog, creo — dudó — pero, ¿por qué aceptaste atenderme?
—Aún no eres mi paciente — aclaré.
—Entonces lo diré de otra manera, ¿por qué accediste a verme?
—Lo expliqué un poco en un texto reciente que publiqué llamado “Almas gemelas”… o algo así.
—¡Claro!, lo haces para conseguir anécdotas que puedas publicar en tu blog. Seré famosa — se jactó mientras se estacionaba frente a una inmensa casa, con rejas alrededor y una gran escalinata que seguramente me cansaría subir si hubiera decidido entrar.
—No creo — dije y salí del coche.
 
8.
Susana bajó para alcanzarme, me rebasó, uso un mando para desactivar una alarma, metió la llave, abrió la verja e hizo una innecesaria reverencia para invitarme a pasar, mas la ignoré y me quedé mirando hacia la fachada, específicamente hacia una habitación ubicada en el costado derecho, al tercer piso, mientras la anciana pasaba a mi lado.
 
Susana me observó extrañada y luego dirigió su mirada hacia el mismo lugar en el momento en que las cortinas se movían.
 
—¡Viste, se movieron! — exclamó — esa era la recámara de mi abuelo… y como puedes ver sigue ahí — señaló y comenzó a subir los peldaños, lo que aproveché para pintar una pequeña patipemba, en uno de los pilares de la verja, con la cascarilla que siempre cargo para emergencias.
 
Al ver que no me movía se regresó mirándome confundida.
 
—¿Qué sucede?
—Te felicito, ahora eres dueña de una casa embrujada. Podrías obtener dinero rentándola a quienes les gustan los retos de aguantar travesuras de espíritus chocarreros toda una noche — dije y comencé a caminar rumbo a la Avenida Coyacán para buscar un taxi.
—Oye, no te vayas, debes sacar a los fantasmas — más la ignoré, lo que la hizo gritar — ¡eres un cobarde!
 
Aquello me crispó, así que volví sobre mis pasos y me planté frente a ella.
 
—No necesitabas haber dejado a tu madre sin oxígeno durante dos días para que se muriera: con o sin él ella iba a morir dos días después de que lo hiciste — dije mirándola con dureza — así estaba escrito, era su destino fallecer ese día — señalé apuntando a su rostro con mi dedo índice, lo que la hizo retroceder — lo peor es que si hubieras esperado, la muerte de tu madre hubiera roto la maldición de esta casa, que ella obtuvo también dejando que tu abuelo muriera. Así que esta casa carga con dos maldiciones.
 
Susana enmudeció.
 
—Tú no te consultaste con una tarotista, ellas no entregan talismanes de Cuervo Negro. Ese te lo dio la tercera bruja a la que quisiste contratar para limpiar tu casa. Pero al igual que las otras no aceptaron porque odian a aquellos que matan a sus madres.
—¡No sabes nada!
—Además, ese amuleto está mal preparado, te engañaron: el auténtico lleva una verdadera pata de cuervo o un cráneo. Si ese talismán sirviera, yo no podría haber hablado con tu madre ni ella me hubiera contado sobre los crímenes. ¡Lo usaste creyendo que podrías bloquear mi videncia!
—Ya verás cómo consigo quien corra a esos fantasmas vejetes y la voy a vender — vocifero la mujer.
—Lo dudo, aparte de los desencarnados enojados contigo, tu madre porque la mataste y tu abuelo porque fuiste cómplice de ella para matarlo, las tres brujas te maldijeron por asesina, al igual que a la casa.
—¡Cabrón! — aulló.
 
Le di la espalda, comencé a caminar, pero un sonido metálico me hizo detenerme, di media vuelta, vi a la mujer apuntándome con una pistola y a su madre, detrás de ella, sonriendo burlona.
 
9.
Llegué a la cafetería “Village Café” cuando ya estaba anocheciendo. Solicité una mesa dentro. Pedí un café americano y decidí esperar, mas pronto me aburrí de ver las paredes color mamey que de sobra conocía, así que me levanté para tomar al azar una revista del mostrador de donde puedes coger hasta libros para pasar el rato.
 
Volví a mi silla y vi la portada: “The Paris Review”, correspondiente al mes de noviembre de 2024, su número 250, la cual anunciaba, entre otros temas, un ensayo de Hanif Kureishi titulado “El arte de la ficción”.
 
Aquello me emocionó, sin embargo, no avancé mucho en mi lectura porque mi esposa llegó, así que atraje la atención de la mesera y pedí para ella un café latte macchiato.
 
Luego de exponer cómo había sido la jornada en nuestros respectivos trabajos, ella tomó “The Paris Review”, vio la portada y sonrió al descubrir el nombre de Kureishi. Comentamos otros temas más hasta que recordé mi sueño de la noche anterior y se lo compartí.
 
—Tal cual sucedió.
—Fue una especie de emboscada.
—Cierto, por eso cuento la anécdota de que así fue cómo mataron a María Sabina… bueno, no la asesinaron de esa manera, pero en un sueño recibió un balazo y a partir de ahí su salud se quebró hasta que falleció.
—Si no ha sido porque “alguien” pateó la cama para despertarte, se hubiera convertido en una pesadilla… y lo hubieran conseguido— dijo — ¿ya has visto quién te protegió.
—No, pero ya lo investigaré, lo mismo sobre quién quiso dispararme.
 
Un pitido me avisó que había entrado un mail. Mi esposa retomó “The Paris Review” y comenzó a leer el texto de Kureishi mientras yo abría mi buzón en mí celular, pero cuando solté una carcajada lo dejó de lado.
 
—¿Qué sucede? — interrogó.
—Me llegó un correo electrónico de una tal Susana.
—¡¿Es la misma cuenta de correo de tu sueño?! — preguntó asustada.
—No.
—¿Y qué quiere?
—No lo sé ni pienso averiguarlo — respondí al tiempo que lo enviaba a la papelera de reciclaje.
 
10.

—No recuerdo el nombre de la bruja que hacía excelentes talismanes de Cuervo Negro — señaló mi esposa.
—Dorina Sevilla ­— aclaré terminando mi rebanada de pastel de zanahoria.
—Algo me decía que tenía que ver con España — dijo soltó una carcajada y agregó — llamarlos “Talismán de Cuervo negro” es incorrecto, no todos los cuervos son de ese color.
—Tienes razón, pero ese es el secreto de Dorina — señalé — aunque la gente crea que todos los cuervos son negros, ella sabe qué color de pajarraco usar para confeccionarlos de manera correcta. ¿Quieres otra rebanada de pastel de zanahoria?
—Sí, para que me expliques cómo te enseñó Dorina a hacer un talismán de Cuervo Negro.
 


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