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7.
Ya en la calle señaló un reluciente Versa color
rojo. Cruzamos la avenida Porfirio Díaz ella usaba el control para abrir las
portezuelas. Subimos.
—No está muy lejos — avisó incómoda por mi silencio.
—Te dije que conozco el rumbo. A un par de calles
de la iglesia de Tlacoquemecatl está un restaurante llamado “El hostal de los
quesos”.
—Sí, lo conozco es riquísimo, pero muy caro.
—¿Ya viste algo? — preguntó — ya sabes, por lo de
tu videncia.
—Anjá.
—¿Y?, ¿está complicado? — preguntó, pero como no le
contesté insistió en el tema de romper el silencio — ¿es difícil ser Muertero?
—Ya no lo es — respondí y solté una carcajada —
estoy prejubilado — aclaré y reí de nuevo mientras el espíritu de su madre,
inexpresiva, nos observaba en el asiento trasero.
—Algo así explicaste en tu blog, creo — dudó —
pero, ¿por qué aceptaste atenderme?
—Aún no eres mi paciente — aclaré.
—Entonces lo diré de otra manera, ¿por qué
accediste a verme?
—Lo expliqué un poco en un texto reciente que
publiqué llamado “Almas gemelas”… o algo así.
—¡Claro!, lo haces para conseguir anécdotas que
puedas publicar en tu blog. Seré famosa — se jactó mientras se estacionaba
frente a una inmensa casa, con rejas alrededor y una gran escalinata que
seguramente me cansaría subir si hubiera decidido entrar.
—No creo — dije y salí del coche.
8.
Susana bajó para alcanzarme, me rebasó, uso un
mando para desactivar una alarma, metió la llave, abrió la verja e hizo una
innecesaria reverencia para invitarme a pasar, mas la ignoré y me quedé mirando
hacia la fachada, específicamente hacia una habitación ubicada en el costado
derecho, al tercer piso, mientras la anciana pasaba a mi lado.
Susana me observó extrañada y luego dirigió su
mirada hacia el mismo lugar en el momento en que las cortinas se movían.
—¡Viste, se movieron! — exclamó — esa era la
recámara de mi abuelo… y como puedes ver sigue ahí — señaló y comenzó a subir
los peldaños, lo que aproveché para pintar una pequeña patipemba, en uno de los
pilares de la verja, con la cascarilla que siempre cargo para emergencias.
Al ver que no me movía se regresó mirándome
confundida.
—¿Qué sucede?
—Te felicito, ahora eres dueña de una casa
embrujada. Podrías obtener dinero rentándola a quienes les gustan los retos de
aguantar travesuras de espíritus chocarreros toda una noche — dije y comencé a
caminar rumbo a la Avenida Coyacán para buscar un taxi.
—Oye, no te vayas, debes sacar a los fantasmas —
más la ignoré, lo que la hizo gritar — ¡eres un cobarde!
Aquello me crispó, así que volví sobre mis pasos y
me planté frente a ella.
—No necesitabas haber dejado a tu madre sin oxígeno
durante dos días para que se muriera: con o sin él ella iba a morir dos días
después de que lo hiciste — dije mirándola con dureza — así estaba escrito, era
su destino fallecer ese día — señalé apuntando a su rostro con mi dedo índice,
lo que la hizo retroceder — lo peor es que si hubieras esperado, la muerte de
tu madre hubiera roto la maldición de esta casa, que ella obtuvo también
dejando que tu abuelo muriera. Así que esta casa carga con dos maldiciones.
Susana enmudeció.
—Tú no te consultaste con una tarotista, ellas no
entregan talismanes de Cuervo Negro. Ese te lo dio la tercera bruja a la que
quisiste contratar para limpiar tu casa. Pero al igual que las otras no
aceptaron porque odian a aquellos que matan a sus madres.
—¡No sabes nada!
—Además, ese amuleto está mal preparado, te
engañaron: el auténtico lleva una verdadera pata de cuervo o un cráneo. Si ese
talismán sirviera, yo no podría haber hablado con tu madre ni ella me hubiera
contado sobre los crímenes. ¡Lo usaste creyendo que podrías bloquear mi
videncia!
—Ya verás cómo consigo quien corra a esos fantasmas
vejetes y la voy a vender — vocifero la mujer.
—Lo dudo, aparte de los desencarnados enojados
contigo, tu madre porque la mataste y tu abuelo porque fuiste cómplice de ella
para matarlo, las tres brujas te maldijeron por asesina, al igual que a la
casa.
—¡Cabrón! — aulló.
Le di la espalda, comencé a caminar, pero un sonido
metálico me hizo detenerme, di media vuelta, vi a la mujer apuntándome con una
pistola y a su madre, detrás de ella, sonriendo burlona.
9.
Llegué a la cafetería “Village Café” cuando ya
estaba anocheciendo. Solicité una mesa dentro. Pedí un café americano y decidí
esperar, mas pronto me aburrí de ver las paredes color mamey que de sobra
conocía, así
que me levanté para tomar al azar una revista del mostrador de donde puedes
coger hasta libros para pasar el rato.
Volví a
mi silla y vi la portada: “The Paris Review”, correspondiente al mes de
noviembre de 2024, su número 250, la cual anunciaba, entre otros temas, un
ensayo de Hanif Kureishi titulado “El arte de la ficción”.
Aquello me emocionó, sin embargo, no avancé mucho
en mi lectura porque mi esposa llegó, así que atraje la atención de la mesera y
pedí para ella un café latte macchiato.
Luego de
exponer cómo había sido la jornada en nuestros respectivos trabajos, ella tomó “The Paris Review”,
vio la portada y sonrió al descubrir el nombre de Kureishi. Comentamos otros
temas más hasta que recordé mi sueño de la noche anterior y se lo compartí.
—Tal cual
sucedió.
—Fue una
especie de emboscada.
—Cierto, por
eso cuento la anécdota de que así fue cómo mataron a María Sabina… bueno, no la
asesinaron de esa manera, pero en un sueño recibió un balazo y a partir de ahí
su salud se quebró hasta que falleció.
—Si no ha
sido porque “alguien” pateó la cama para despertarte, se hubiera convertido en
una pesadilla… y lo hubieran conseguido— dijo — ¿ya has visto quién te
protegió.
—No, pero ya
lo investigaré, lo mismo sobre quién quiso dispararme.
Un pitido me
avisó que había entrado un mail. Mi esposa retomó “The Paris Review” y
comenzó a leer el texto de Kureishi mientras yo abría mi buzón en mí celular, pero cuando solté una carcajada lo dejó de lado.
—¿Qué
sucede? — interrogó.
—Me llegó un
correo electrónico de una tal Susana.
—¡¿Es la
misma cuenta de correo de tu sueño?! — preguntó asustada.
—No.
—¿Y qué
quiere?
—No lo sé ni
pienso averiguarlo — respondí al tiempo que lo enviaba a la papelera de
reciclaje.
10.
—No recuerdo
el nombre de la bruja que hacía excelentes talismanes de Cuervo Negro — señaló
mi esposa.
—Dorina
Sevilla — aclaré terminando mi rebanada de pastel de zanahoria.
—Algo me
decía que tenía que ver con España — dijo soltó una carcajada y agregó —
llamarlos “Talismán de Cuervo negro” es incorrecto, no todos los cuervos son de
ese color.
—Tienes
razón, pero ese es el secreto de Dorina — señalé — aunque la gente crea que todos
los cuervos son negros, ella sabe qué color de pajarraco usar para
confeccionarlos de manera correcta. ¿Quieres otra rebanada de pastel de
zanahoria?
—Sí, para que me expliques cómo te enseñó Dorina a hacer un talismán de Cuervo Negro.
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