El velo de Oshún (1)

1.
—Le agradezco mucho que haya accedido a
consultarme — dijo el hombre cuyo físico y forma de vestir evidenciaban
demasiado tiempo invertido en los detalles, sin embargo, por más esmero en
verse pulcro, su rostro manifestaba absoluta amargura, incluso pese a su
juventud.
—Podríamos habernos visto en una
cafetería, pero cuando mi sobrina intervino para que me reuniera contigo, creyó
que mejor sitio sería su departamento.
—Isabel y yo somos grandes amigos, desde
la universidad…
—Necesito que te sientes enfrente de mí —
lo interrumpí a propósito para que le quedara claro que yo llevaría la
iniciativa para todo — así que lo mejor será movernos hacia una mesa cuadrada
para que la Bruja de los Vientos del Oeste nos ayude a develar “el velo de
Oshún”.
2.
Isabel es hija de mi prima Rosalba, una
inquieta joven que había heredado la inteligencia de su madre, lo cual le había
facilitado estudiar leyes, profesión que le estaba permitiendo ascender
socialmente al grado de que ya se había independizado de la casa materna y
vivía en un pequeño, pero cómodo departamento en la colonia Juárez, aledaña a
los vibrantes excesos que disponen barrios como “la Roma” y “la Condesa”.
Me gustaba su vivienda, pero más disfrutaba
conversar con ella, porque pese a la diferencia entre su edad y la mía,
podíamos conectarnos con facilidad sobre cualquier tema.
Rosalba fue la que me habló del mal
amoroso que padecía su hija, sin embargo, cuando le propuso consultarse conmigo
para saber por qué habían terminado, le respondió que lo haría “hasta que
estuviera preparada para escuchar la verdad”, sin embargo, de eso habían pasado
dos años y no se hablaba del tema, excepto cuando yo la molestaba con ello (con
lo poco que, por respeto, había visto con mi videncia).
Más allá de eso, tengo amigos que me han
contado que mantienen excelente relación con sus exparejas, al grado de que
alguno incluso convive con el esposo de una de ellas, algo que no me cabe en la
cabeza. Lo mismo me cuestionaba sobre Isabel: ¿cómo podía mantener contacto con
el hombre que le destrozó su vida?
La respuesta la obtuve apenas hacía una
semana, cuando me pidió que consultara a Fabián, el exnovio, a quien le di una
primera revisión con clarividencia. Quería ayudarlo simplemente porque ella
seguía enamorada de él, así que acepté sin dudar.
3.
—¿Necesitas algo, tío?, ¿una vela, un
incienso, un vaso con agua?, tengo un cuarzo violeta que…
—¿Para qué querría yo un trozo de
mineral? — la interrumpí mirándola divertido.
—Mi tía usa esos objetos cuando consulta
con el tarot a mí madre — se excusó haciendo referencia a mi esposa.
—Sí, pero los utiliza como parte de un
ritual para tirar las cartas. Y aquí no habrá ninguna baraja.
—Entiendo — dijo a manera de innecesaria
disculpa — entonces, ¿nada?
—Sólo trae una vela.
—¿Color?
—Vaya, estás preparada. Amarilla, con
cerillos de madera, y abre una ventana.
—¿Qué es eso de la Bruja de los Vientos
del Oeste? — interrogó Fabián.
—No seas indiscreto — advirtió Isabel en
el momento en que volvía con la vela.
—Enciéndela, ya sabes cómo hacerlo — le
pedí — pero primero abre un poco la ventana.
La dejó entreabierta, se paró a mi lado,
raspó un cerillo en un costado de la caja, hizo unos signos sobre la candelilla,
lo acercó al pabilo y al encender la flama de inmediato se empequeñeció. Estaba
a punto de apagarse cuando acerqué la mano y al instante encendió por completo.
—¿Eso qué fue? — interrogó Isabel.
—“Alguien” no quiere que se haga la
consulta.
—Me refiero a que ¿cómo conseguiste que solo
con poner la mano cerca la vela no se apagara? — señaló.
—No es asunto tuyo — respondí y me reí.
—Bien, ¡qué me importa! — exclamó y rio también.
—Bromita. Lo del fuego es herencia de mi
padre. Tenía la virtud de leer velas encendidas. También hacía cosas con el
agua.
—No tenía idea de que él era brujo.
—Él tampoco lo sabía.
—Si necesitas algo más, estaré en mi
recámara — nos avisó
—No, quédate aquí, sólo siéntate al otro
extremo de la mesa — indiqué.
—Pensé que la consulta sería personal…
—Tú y Fabián fueron novios en la
universidad, bueeeh, más que eso…
—¡Tío!, esas son… intimidades — protestó
avergonzada.
—… y no se casaron porque sin que ninguno
de los dos lo entendiera, un día terminaron y a las pocas semanas él se enlazó
con la que ahora es su esposa.
—Tío, deja de hablar sobre esos temas —
pidió ella de nuevo.
—Y aunque no lo creas, la consulta
servirá para que entiendan muchas cosas de su frustrada relación — les advertí.
Saqué mi teléfono, envié un mensaje a mi
esposa y luego me puse a leer un mensaje que me había enviado Kinga Głyk, a
través de Instagram, ante la sorpresa de Isabel y Fabián. Permanecieron un
silencio, mirándome por unos cinco minutos, mientras le respondía. Mi sobrina
se removió impaciente en la silla y cuando iba decir algo, una leve corriente
de aire entró por la ventana y apagó la vela. Sonreí e incliné la cabeza a
manera de reverencia.
—Gracias Oeste — dije en voz baja, apagué
mi celular y me levanté para cerrar la venta, sin embargo, de pronto, me quedó
claro que debía dejarla abierta. Volví a mi silla —ahora sí, Fabián, cuéntame
qué necesitas de mí.
4.
—… y muchas veces, desde la boda, me he
preguntado qué diablos hago con esa mujer — terminó su explicación.
—Tu esposa está iniciada en la Santería —
informé.
—Sí, un poco. A mi “esas cosas” no me
gustan...
—Haces bien: no te metas en problemas si
no te llaman — intervine.
—A ella nada más le entregaron la Mano de
Orunla, pero atiende con dedicación a sus “Guerreros” cada lunes.
—Se supone que es hija de Oshún — avisé.
—Sí, dice que es una diosa que le complace todo lo que le pide — comentó sin entender el
gran problema en que lo habían metido.
—Por lo que veo con mi videncia, ella se
inició en la Osha un mes antes de que la conocieras, en una fiesta a la que te
invitaron vecinos tuyos.
—eeeh, sí, así es.
—¿Ya vas entendiendo? — pregunté a
Isabel.
—Aún no.
—Ya lo harás y te asustarás — advertí —
sígueme contando.
—Hace unas dos semanas estaba viendo la
televisión en la sala de la casa con, con… hasta es desagradable decir su
nombre.
—Esperanza — dijo Isabel.
—Sí, y no sé cómo volteo, la veo y me
pareció una mujer grotesca…
—Es horrible — intervino mi sobrina.
—Sí, pero la vi más fea que de costumbre.
—¿En qué trabajas? — cambié de tema para
su desconcierto.
—En el departamento jurídico de una
empresa que distribuye cosméticos de origen suizo.
—Y supongo que, por el giro, habrá muchas
mujeres trabajando contigo, ¿alguna guapa que te atraiga?
—No. Sí, o sea, hay mujeres guapas, pero
ninguna me atrae. Creo — pareció dudar.
—¿Sí o no?
—Hay una compañera, no es que me guste,
pero… o sea, comenzamos a ser buenos amigos, creo. Es agradable.
—Él solo tiene ojos para Esperanza — se
quejó Isabel.
—¿Aún no entiendes?
—¡Tío, ella…! — exclamó tras titubear
unos instantes.
—Calladita, por favor — la miré con
severidad.
—No comprendo — se quejó Fabián.
—¿Algo más que quieras contarme o ya te
explico por qué tu vida es una monumental cagástrofe?
—Sólo que… bueno, a veces tengo
pesadillas donde veo a Esperanza con su cara horrible, que me sigue a todos
lados.
5.
—Isabel, todos en la familia reconocemos
que eres guapa e inteligente — dije mirando a mi sobrina — y supongo que
también sabes que lo eres, por eso llevas años preguntándote qué diablos le vio
Fabián a ese esperpento, como diría el poeta Ramón del Valle-Inclán, para
dejarte y casarse con ella, sobre todo porque es una mujer que con trabajos
terminó la secundaria y que en sociedad no es que brille por sus modales.
—Sí, tío.
—Fabián, tú tampoco terminas de
entenderlo.
—Pueees no, pero tampoco es que me lo
cuestionara seriamente hasta que sucedió lo del sillón.
—Te debo decir que Esperanza te hizo
brujería para que dejaras a Isabel y te casaras con ella. Se le llama “amarre
de amor” o “endulzamiento”, porque se realiza con miel, entre otras cosas, y lo
hizo con Oshún, una deidad de la Santería especialista en estos temas. Así que
todo lo que has vivido es por culpa de ella.
—¿Es culpa de Oshún? — cuestionó Isabel.
—Es culpa de Esperanza por querer tener a
la fuerza a un hombre con el que no le correspondía compartir su vida. A simple
vista también es responsabilidad de Oshún, por prestarse a este tipo de
infamias, sin embargo, con esta Orisha las cosas no son nunca lo que parecen.
—Sí, es posible, yo nunca estuve
enamorado de Esperanza, pero no he tenido el carácter para alejarme de ella…
—¡Pinche vieja!, me robó al amor de mi
vida con brujerías — exclamó Isabel, más de inmediato se arrepintió al
descubrir que con aquellas evidenciaba que aún estaba enamorada de Fabián.
—No entiendo, ¿la diosa que sirvió para hacer ese amarre
no es mala?
—Oshún tiene un código de ética extraño,
el más raro de todas las deidades de la Santería — comencé mi explicación —
ella se presta para unir parejas, pero cualquier Santero o Babalowo debe
advertir a quien lo pide que Oshún lo acepta siempre y cuando trate bien a la víctima, en todos los sentidos. Y por lo
que veo con videncia, Esperanza te maltrata.
—Sí, en el plano sentimental y hasta
sexual se comporta con indiferencia. Solo le interesa mi dinero.
—¡Pinche vieja! — exclamó de nuevo mi
sobrina.
—Pero hay una complicación más grave. Te
hicieron un amarre de amor — avisé mirando a los ojos a Fabián.
—Tío, eso ya lo explicaste…
—No, trae encima otro. Fue su compañera
de la oficina, la que Fabián dice que solo son buenos amigos, pero es
agradable.
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