14 de mayo de 2014

Es lo malo de los libros 14



1.
D es mi amigo desde hace tres décadas, aunque nuestra amistad está siempre “sostenida por alfileres” por su irregular carácter, lo que hace que en ocasiones le tome sana distancia para evitar encontronazos de los más variados tipos y por las más extrañas razones que a veces se posesionan de su mente… pero cuando se lo propone, también puede ser buen amigo y hacer de una velada un rato agradable…

Lo dejé de ver durante años por motivos meramente de horarios y distancias, sin embargo, nos rencontramos cuando entró a trabajar al mismo lugar que yo… y como siempre seguimos con la intermitencia…

2.
D siempre fue objeto de préstamo de libros de mi parte: no sólo porque invariablemente me los regresaba, sino porque sabe disfrutar de la lectura, principalmente textos sobre música…

Así como le compartí hace años los libros escritos por Bill Wayman, Patti Smith y John Densmore, lo mismo sucedió con las recientes memorias publicadas por conflictivos músicos como "La autobiografía" de Eric Clapton y con “Life”, las ruidosas confesiones de Keith Richards que en realidad no ofrecieron las escandalosas revelaciones que se esperaban…

Pero fue éste último préstamo el que me deparó una desagradable experiencia, no por D, sino por H: un compañero de ambos…

H me fue presentado por D con el pretexto de que sabía de música… y si bien es cierto que no puedo discutírselo, debo reconocer que además conoce de cine, de libros raros (siempre le agradeceré el préstamo de “Word Virus: The William Burroughs Reader“), me compartía discos y por si fuera poco es un tipo bastante simpático, ocurrente y con una tortuosa vida por detrás que le permite contar interesantes experiencias de una forma exageradamente divertida…

El asunto es que hace unos meses D me pidió prestado “Life” de Keith Richards, misma que me regresó en perfecto estado de salud dos semanas después, pero por desgracia lo hizo en el instante en que H pasaba frente a su escritorio…

Según me enteré después H vio en su momento a D leyendo el libro, lo que provocó que se lo pidiera prestado cuando lo terminara… más D le aclaró que era mío y que la solicitud ello debería tratarla directamente conmigo…

Así que en cuanto vio la perversa y malsana oportunidad aquella mañana, H la aprovechó… y como buen caballero que soy (en eso de disimular la mala gana), se lo facilité…

Pasó una semana, luego dos, posteriormente tres… y después la afable actitud que H siempre mostraba desapareció, limitándose a lejanos saludos con algún ademán… y eso me preocupó: no por la posibilidad de perder un amigo al que estimo bastante: el problema era el riesgo de terminar diciendo “otro libro más que me roban”…

Puse en marcha el “plan B” y la agarré en contra de D echándole en cara de que por impertinente había tenido que prestarlo y con la posibilidad de no verlo de vuelta… procedí al amenazante requerimiento: “más te vale que le recuerdes que me debe un libro”…

D lo hizo y una semana después H me lo regresó, pero sin mirarme a los ojos… eso sí: me dio las gracias por el préstamo y se alejó… yo dejé caer pesadamente el texto de Keith Richards donde estaba sentado D…

 
- ves lo que provocas? – le solté al tiempo que señalaba la gran mancha oscura que abarcaba el borde delantero del libro y que se extendía hasta la portada: una fotografía en blanco y negro del rostro de Keith Richards, cuya mitad había adquirido una tonalidad ocre…
- qué poca madre – exclamó D al tiempo que lo tomaba y abría para ver hasta dónde se extendía el ultraje, posiblemente proveniente de una taza de café (o refresco de cola?)…
- eso pasa por regresarme libros frente a tus amigos – me quejé – aún y cuando sabes que no acostumbro prestarlos, mucho menos los caros…
- también es tu amigo – trató de revirar apenado, pero su aclaración sonó bastante débil…
- lo malo no es tu imprudencia – seguí quejándome – lo peor es que ni siquiera fue capaz de disculparse por esta marranada…
- eso sí – me dio la razón, abrió uno de los cajones de su escritorio, sacó una bolsa, metió el libro y lo colocó cerca de mí con delicadeza…
- demasiado tarde – le dije refiriéndome a su exagerada actitud, solté una carcajada, tomé el libro y lo puse sobre la silla vacía que estaba a mi lado izquierdo y miré a los ojos a D en espera de que dijera algo…
- me apena mucho todo esto - balbuceó – realmente fue mi culpa…

Conforme pasaron los siguientes días la actitud de H fue regresando a la normalidad, las bromas surgieron de nuevo, siguió compartiéndome música y hasta me prestó al citado William Burroughs… sin embargo, siempre quedé esperando que me contara en qué momento de su lectura a Keith Richards se le ocurrió pedirle una taza de café…

3.
En una ocasión le facilité a D un libro de Lawrence Ferlinghetti (a quien injustamente se le ha traducido poco al español), pero al momento de regresármelo, durante una comida con unos conocidos, no sólo habló pestes del autor, sino que en su perorata incluyó descalificativos a otros escritores como Kerouac, Cassady, Leary y Burroughs… el propio Ginsberg fue acusado innecesariamente de mariqueta y hasta Bukowski, que no tenía nada que ver con ellos, resultó mancillado

Claro que a primera vista eso no tenía nada de malo: ninguno de ellos es parte de mi familia como para que me preocupara el que se les ofendiera, el detalle fue que D empezó a cuestionar que algunas de mis lecturas incluyeran a ese tipo de autores, argumentando que “esos tipos no tuvieran ya nada que ofrecernos en términos de una identidad, mientras me olvidaba de Saramago, Rulfo, Mistral, Vargas Llosa y Galeano”… de hecho, aseguró, que Octavio Paz era el mejor escritor que ha tenido la lengua española…

Pero al escupir su monólogo D cometió el error de hacerlo frente a tres amigos que nos acompañaban, lo que hizo que se diera más valor al momento de ser mordaz con algunos comentarios… y digo error porque para bien o para mal, cuando se trata de discutir conmigo, la presencia de gente alrededor marca una considerable diferencia…

Yo le escuché entretenido… o lo que es lo mismo: con una sonrisa mientras ocasionalmente daba un trago a mi cerveza y él, en algún punto, arremetía una y otra vez en contra de lo que calificaba como “mis devaluados gustos literarios”…

Una vez que D terminó mostró satisfacción por su perorata, mientras que la audiencia estaba a la espera de que mi respuesta fuera algún irónico comentario en contra de toda la justificación que esgrimió para defender la (incuestionada) presencia de autores latinoamericanos en su biblioteca personal, y en consecuencia, de la ausencia de escritores beat en sus gustos literarios… pero me limité a contestarle entre risas…


- en eso de tus gustos literarios tienes razón en rechazar aquellos escritores desde cuyas venas no se desangra américa latina – dije parafraseando a Galeano – porque no tienen obligación de hacerlo… así que para evitarte tanto conflicto existencial no te vuelvo prestar libros…

Las carcajadas de todos no se hicieron esperar y la única reacción que pudo ofrecer mi amigo fue una expresión de desconcierto en su rostro…
  
4.
Semanas después D me llamó por teléfono…

- buen día – dijo con extraña solemnidad…
- buen día – le respondí con el mismo tono…
- necesito pedirte un favor – soltó sin más preámbulo…
- dime – le respondí…
- mi esposa tiene que hacer un trabajo sobre historia para su maestría… y escogió uno de los temas más complicados que te puedas imaginar…
- sobre la guerrilla mexicana de los años 90s? – me aventuré adivinar…
- no tanto - aclaró – pero de todos modos causa alergia: se trata sobre la guerra cristera…
- pues sí – estuve de acuerdo con D – todavía es un tema irritante para muchos, sobre todo para la iglesia católica mexicana…
- así que el favor consiste en pedirte que me prestes un libro sobre aquella época de nuestra historia… claro, si es que tienes alguno…
- sí, tengo varios – le dije y tras reflexionar le comenté – pero estoy pensando en uno en especial que le podrá servir: mañana te lo traigo…
- gracias – dijo…
- no me lo agradezcas, lo hago por tu esposa, que ya bastante tiene con aguantarte todos los días: a ti jamás vuelvo a prestarte nada…
- gracias – repitió y colgamos…

Al día siguiente llegué a la oficina con el libro “Movimiento Cristero: Una pluralidad desconocida”, de Alicia Puente Lutteroth… cuando ya había transcurrido parte de la mañana, llamé por teléfono a D para decirle que tenía el libro para su esposa y me avisó que subiría a recogerlo…

Unas tres semanas después me llamó para preguntarme si podía pasar a verme, le dije que sí pensando que quizá querría (cómo hacen muchos), contarme las penas que acongojan su alma…

Pero me equivoqué: apenas y subió me regresó el libro de Alicia Puente envuelto cuidadosamente en una bolsa de color negro…

- una disculpa por la tardanza, pero le gustó tanto a mi esposa el tema que decidió leerlo completo…
- no te preocupes…
- y te lo traje escondido para que nadie sepa de qué se trata – aclaró...
- no era necesario: en realidad la gente de este piso no suele leer ni su horóscopo – le dije haciendo referencia a mis vecinos – puedo dejar mi cartera, mi teléfono celular o hasta un lápiz y desaparecerán en minutos… pero los libros reciben de los ladrones sólo desprecio…
- tienes razón, pero aparte te lo traje a tu lugar… ya sabes: para que a nadie te lo pida prestado - dijo haciendo alusión a las memorias de Keith Richards…
- haces bien – comenté reconociendo su inteligencia – el libro de Alicia Puente ya está descatalogado… es prácticamente inconseguible…

Comentamos algunas cosas más y finalmente regresó a su escritorio… seguimos viéndonos e incluso comemos frecuentemente, sin embargo, mantengo mi palabra de no prestarle más libros…

2 comentarios:

Fundacion Alpanna dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Fundacion Alpanna dijo...
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