Reconozco
que adquirí La ciudad de los ojos
invisibles, de Armando Vega-Gil, con cierto recelo: su anterior lectura, Picnic en la Fosa Común, me resultó
irritante, aunque esa es una de las características de su obra literaria y musical:
la provocación.
Vega-Gil
(Ciudad de méxico, 1955), no provoca indiferencia: columnista, antropólogo, narrador,
locutor, poeta, fotógrafo, músico y director de cine, se ha ganado un lugar en
la clase culta mexicana y en la
contradictoria cultura popular.
Su
currículum es extenso en el medio literario (ha publicado 30 libros y ganó el “Premio
Nacional de Cuento San Luis Potosí”) y en el ambiente musical (con el grupo
Botellita de Jerez): si algo puede decirse de su obra es que la descubra recibirá
un bofetón de realidad por su personal manera de diseccionar a la sociedad mexicana.
Sobre
escribir Vega revela que es una fuente de trabajo: “la escritura es un oficio, yo escribo desde los quince años (…) es lo
mismo ser músico y escritor”, pero se queja: “mis libros son de bajo perfil, salen con 3 o 4 mil ejemplares. Diario
íntimo de un guacarróquer es el que ha
tenido mayor éxito y está agotado, pero no quieren reeditarlo. Ahora sólo se
buscan las novedades editoriales, los libros se vuelven efímeros”.
“La
ciudad de los ojos invisibles” resulta de “seis
años de un cuento al mes. He sido muy puntual en ello y se trata de múltiples
colaboraciones que he hecho y he ido juntando para construir un universo de
historias que tienen en común el tener como telón de fondo la ciudad de méxico”.
El título es “porque andamos por las
calles con dificultad para ver a los otros, somos como sombras (…) son cuentos
sobre hechos reales, imaginados, historias mías, de mis amigos (…) de todo”.
Se
justifica: “soy un cazador de historias
de la ciudad, siempre estoy ventaneando. Los escritores somos como cazadores de
mariposas, traemos nuestra red y, si vemos una que anda volando, la atrapamos y
la tenemos guardada hasta escribirla y soltarla de nuevo”.
Lo
anterior lo plasma en La ciudad de los
ojos invisibles y sus historias cargadas de amor, rabia, burla, ironía,
crudeza, crítica, ruptura e insidia que alterna con sentencias, aforismos y filosofía.
Cuando se le pregunta si este país fuera un libro,
qué título tendría? Armando confiesa:
“El
Botín de los malditos”. Así, con este texto su reputación literaria se consolida
(aunque a estas alturas no lo necesite), a través de una narrativa precisa, aplicando
una acertada economía de palabras, describiendo sobriamente escenarios y
creando protagonistas de carne y hueso.
Vega-Gil
no se limita a retratar violencia, pobreza, hacinamiento, tráfico, contaminación,
corrupción, desamor ni desempleo: ya los conocemos, de paso nos recuerda que por
debajo de esos males existen historias a las que nos hemos hecho insensibles
por pelear cada centímetro dentro de las entrañas del monstruo urbano,
anécdotas con las que advierte que nos estamos olvidando de algunas cosas como vivir.
Armando
Vega-Gil, La ciudad de los ojos invisibles, 276 páginas, Ediciones B, 2011
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