Las razones eran muchas: su saturada presencia
en la prensa musical me daba desconfianza, el que cante en un idioma diferente
al suyo me generaba suspicacia y su exagerada pose de rockero estilizado (copiando al guitarrista Lance Lopez), me
parecía fingida, ¿pero esos argumentos no eran prejuiciosos y podrían impedirme
reconocer su versatilidad?
La oportunidad llegó con “Graffire”,
publicado en 2016, el cual me agradó por la destreza que mostraba este madrileño
de 34 años que dejaba patente la influencia de músicos como Gary Moore, Steve
Vai, Santana, Rick Parfitt, y por supuesto, Stevie Ray Vaughan y Lance Lopez.
Tras oír el resto de su discografía
constaté que Salán tenía algunas virtudes, como lo demuestra en el CD “Madrid-Texas”,
aunque por momentos asomaba la sombra por la que durante años me mantuvo alejado,
algo no terminaba por encajar, no le di mayor escucha a sus discos y sólo regresé
un par de veces a “Graffire”.
En 2018 lanza “Live In Madrid”, en el que deja
mucho que desear en calidad, ejecución, originalidad y honestidad musical: el CD-DVD pone sobre la mesa los defectos y
carencias que pudiera tener un guitarrista ególatra que piensa que su música es
única (y que acaba de descubrir el blues eléctrico), cuando lo que ofrece es un proyecto débil, repetitivo y banal.
Destaca en primer lugar su deficiencia como
cantante (bien ocultados en el estudio de grabación): no tiene voz y ello se
nota en su carencia de rango vocal, potencia y tesitura: todas las canciones
las entona igual, en la misma modulación y tras dos temas aburre.
Si bien es un buen ejecutante, sus solos están
llenos de lugares comunes, con la misma pirotecnia, riffs y técnica escuchados desde
que se inventó la guitarra eléctrica: sé que tiene mérito tratar de imitar a
Gary Moore, George Thorogood, Billy Gibbons y Angus Young, pero copiar sus requintos
(a los que sólo les cambia el ritmo), es una tomada de pelo.
El grupo de base se limita acompañarlo para
que dé rienda suelta a su ego, sonando fríos y como mero “adorno” (curioso que
los tres tengan una imagen de aburridos empleados de mostrador que contrastan
con el “look salvaje” de Salán), a lo que deberían agregarse los arreglos
musicales forzados que caracterizan sus presentaciones en vivo.
El audio y video son deficientes y reflejan
las obsesiones de Jorge: el sonido es en exceso compacto y habla de su manía
controladora, el volumen de la guitarra y la voz está por encima de los demás
instrumentos, las cámaras se limitan a enfocar sus poses de macho alfa, el
público indiferente y apretado (se grabó en la Sala Changó de Chamberí, ante
unas 700 personas) y el repertorio alterna canciones propias con excesivos covers que ningún favor le hacen a los originales.
En suma: “Live In Madrid” es irritante, sólo para fans
de Jorge Salán, sugerido para aquellos con gustos nada exigentes… o para
neófitos musicales.
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