18 de mayo de 2025

El demonio en el espejo

 


1.
—Hola… — escuché un inseguro saludo al otro lado de la línea.
 
El número desde el que me llamaban no lo tenía registrado en mis contactos, pero “algo” me dijo debía contestar.
 
—… ¿cómo estás?, ¿todo bien con ustedes?
 
Interrogó la voz con más seguridad y ello me permitió saber de quién se trataba: Maura*.
 
—Bien, gracias.
—¿Estás ocupado?
—No, estaba leyendo: mi esposa fue al panteón a dejarle unas flores a su madre, así que ando tonteando en lo que regresa.
—¿A su madre?... ¿ustedes no le…?
 
Ante su cuestionamiento opté por el silencio y de inmediato se dio cuenta que no debía entrometerse en esos asuntos.
 
—Raro que no hayas ido al cementerio. Sobre todo al Francés, que tanto “te gusta”.
—Iban a ir... ya sabes, así que paso.
—Entonces voy a sacarte del aburrimiento: te tengo un caso delicado.
—Me haces sentir importante, como Felix Castor, el exorcista free lance protagonista de las tétricas novelas de Mike Carey.
—¿Quién?, ¿cómo?
—Olvídalo.
—Este caso es serio. No conozco a la afectada, me llegó… no sé, por obra y gracia del Espíritu santo…
—Ya, Maura, no te pongas diabólica sólo porque acaba de morir el demoniaco Papa Francisco… ¿qué quieres?
—Secuestraron a la hija de una mujer y queremos que nos ayudes a encontrarla. Tiene trece años y lleva poco más de dos semanas desaparecida.
—Bien, mándame una foto, la más reciente que tengas y te aviso lo que vea.
—Mejor nos reunimos para que ella te platique los detalles. Viene conmigo en un uber. Llegaremos a tu casa en 10 minutos.
—¡No la traigas aquí! — advertí.
—Está bien. Entonces nos vemos en quince minutos en la cafetería “Village Café” que tanto te gusta, la que está frente al Parque Hundido.
—Tampoco: las dueñas lo convirtieron en “pet friendly”, como si supieran qué quiere decir eso. Así que ahora el lugar está lleno de pulgas y caca con perros cogiendo debajo de las mesas mientras sus solteronas dueñas los ven con envidia — protesté — mejor nos vemos en 20 minutos en la cafetería Vips que está sobre avenida Patriotismo.
—Es pésima — se quejó.
—Por lo mismo: así no nos quedamos mucho tiempo.
—Oye, estás muy amable conmigo, ¿debería preocuparme?
—Si leyeras mi blog entenderías que he descubierto que uno de los sinónimos de la palabra “resignación” es paciencia.
—No entiendo…
—Mejor — respondí y corté la llamada.
 
2.
Entré a la habitación donde trabajamos espiritual y recordé que Vips era una cadena de cafeterías/restaurantes cuya fama en la actualidad obedecía a que sus alimentos y bebidas eran pésimos.
 
Un par de décadas atrás tenían tres ventajas: la calidad de sus alimentos era buena, la atención era rápida y prácticamente había uno en cada esquina de la ciudad, pero con los años se fue perdiendo esa virtud al tiempo que surgieron fuertes competidores que le fueron robando la clientela.
 
Abrí la alacena, saqué tres frascos y cogí una gorra, fui a la cocina, dejé todo sobre la mesa: de uno de ellos saqué polvo blanco y con el dedo índice pinté una cruz en mi cabeza (de sien a sien y de nuca a frente), de otro saqué polvo amarillo y pinté, con el mismo dedo, unos signos en la suela de mis tenis… del tercero saqué polvo café, el más importante: pierde rumbo, espolvoreé por dentro la gorra y me la puse.
 
Hice una oración y guardé todo excepto el frasco con el polvo café, mientras concluía que no me molestaba entrar en una de las cafeterías Vips, pero hay gente que no las soporta, así que, tras muchos años de no visitarlas me serviría para ponerme al día con su servicio.
 
3.
Coincidí con Maura y otra mujer en la entrada. Pedí a la recepcionista una mesa en un rincón “lejos de los ventanales y de la entrada”.
 
—¿Por qué tanto misterio? — preguntó Maura luego de darme un abrazo y un beso en la mejilla a manera de saludo.
—Porque andan “siguiéndola” — respondí señalando a su acompañante con un cabeceo.
—Te presento a Cristina — dijo y la mujer me extendió la mano, sin embargo, no se la estreché.
—Mucho gusto. No se tome a mal que no le responda el saludo, pero…
—No le gusta el contacto físico con la gente — intervino Maura y noté malicia en sus palabras.
—Pero ustedes se besaron y se abrazaron.
—Voy a usar mis dones con usted eso — dije mientras improvisaba una explicación — y su astral puede contaminarlos y complicar la consulta.
 
La mujer me miró con incredulidad y levantó los hombros, lo cual me dejó claro que aquel desplante era hipocresía pura. Tomé nota y recé otra oración para que “nadie” descubriera dónde estábamos.
 
4.
Llegó la mesera, colocó un mantelito de papel frente a cada uno y se disponía a irse cuando la detuve.
 
—Para mí va a ser un café negro y un pastel de tres chocolates.
 
Ellas pidieron también café y pastelillos, sobre los cuales no manifesté interés en opinar, entretenido por observar a la mujer.
 
—¿Así que me están vigilando? — soltó Cristina con una voz chillona.
—Ha hecho “mucho ruido” buscando a su hija — dije.
—Si usted tiene hijos, seguro lo entenderá: estaría haciendo lo mismo… o quizá no tanto, porque usted es vidente y seguro ya la habría encontrado.
—¿Dónde desapareció su hija? — pregunté tratando de evitar a saber qué diablos, porque había algo en la mujer que no me gustaba. La mesera llegó con nuestro servicio en el momento en que descubrí que la mujer me desagradaba.
 
5.
Cristina era robusta, con un cuerpo que desbordaba en curvas excesivas y una piel que vibraba con cada movimiento. Vestía prendas coloridas y un tanto ajustadas que resaltaban su sobrepeso, mas su actitud era de alguien que no parecía preocuparle la opinión ajena.
 
No era solo su aspecto físico lo que la hacía destacar, sino su carácter: a leguas se notaba que era imprudente, poseedora de una lengua afilada y con capacidad para expresar su opinión sin filtros. Cuando algo no le gustaba, seguro lo decía abiertamente.
 
Si bien algunos como yo encontrarían su actitud irritante, otros quizá la admiraban por su sinceridad y por tener claro lo que buscaba: encontrar a su hija con vida.
 
6.
—Vivimos en Nuevo León y…
—Cristina: yo no pregunté dónde vives ni tu lugar de origen. Está claro que vienes de allá por el tono con el que hablas. Yo quiero saber exactamente en dónde se esfumó tu hija — comencé a tutearla.
—No lo distraigas, ya está usando su videncia. Así se trabaja en los ambientes esotéricos — explicó Maura, cuya palabra “esotéricos” estuvo a punto de provocarme un ataque de risa.
—En la colonia Héroes de Capellanía. Mi niña regresaba de la secundaria en la noche y según los testigos que presenciaron su secuestro, una camioneta se detuvo de golpe, bajaron dos tipos, la obligaron a subir y se fueron con rumbo desconocido — insistió en contar sobre temas que no pregunté.
—Ese es un barrio peligroso.
—Es una colonia humilde — me corrigió belicosa.
 
Me quedé observándola y ella también me miró, aunque con actitud retadora. Tomé el primer sorbo a mi taza de café y me agradó su sabor.
 
—Está por terminar la secundaria. Tiene excelentes calificaciones. Mi padre, su abuelo, es viudo... bueno, mi madre murió hace años y él vive con otra mujer, pero le prometió que, si terminaba con buen promedio la secundaria, le pagaría el bachillerato en una escuela particular.
—... — guardé silencio, no sólo porque yo no la había pedido mayor información sobre su hija, sino porque Cristina estaba tratando de manipularme.
—Cualquier cosa más que quieras saber sobre dónde y cómo se la llevaron, está en el expediente — avisó ante mi indiferencia, sacando de un gran bolso de piel un folder repleto de papeles, el cual puso frente a mí — aunque no entiendo por qué tendrías que hacerme preguntas si Maura me dijo que eras vidente y todo lo sabes.
—¿Dónde la conociste? — pregunté a mi amiga, irritado, sin mirar siquiera el legajo de papeles.
—Yo estaba llorando afuera de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y Maura se acercó para saber qué me sucedía— se entrometió Cristina — fui a que me explicaran por qué no han enviado una recomendación al Programa Especial de Personas Desaparecidas de Nuevo León, pero solo me dieron evasivas y me mandaron a las oficinas de Periférico…
—Iba caminado por avenida Universidad cuando la vi, me contó su caso y le dije que podías ayudarla a saber el paradero de su hija — intervino Maura.
—Cristina, ¿has consultado a otras personas con dones para saber sobre tu niña? — pregunté y probé el pastel, cuyo sabor también me gustó.
—No… — dijo con voz apenas audible.


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