14.
Habíamos ido a tomarnos
unos tragos a un bar, o un antro, o un cabaret… o cómo se le puede llamar (sin
que genere rechazo), a un lugar donde venden bebidas alcohólicas, las meseras
atienden ligeras de ropa y el espectáculo consiste en ver mujeres a quienes
alguien les dijo que sabían bailar, lucen vestidos prácticamente grabados a su
cuerpo y cantan con voz de dudosa calidad?
El caso es que en uno de
esos sitios estaba yo hace unos años (sin realmente tener una razón para
hacerlo porque nunca fue ese mi estilo de divertirme), bebiendo
unos tragos en compañía del que se supone era el jefe de toda el área, custodiado a su vez por otros dos de sus
subjefes…
Yo disfrutaba despacio
una cuba… y aclaro eso de la lentitud porque el jefazo tenía fama de cuestionar de
no muy buena manera a su
subalternos cuando los tragos le estropeaban su ya de por sí confundida cabeza,
así que asumí algo así como una actitud preventiva desde el principio… pero
habían pasado las horas (era ya de madrugada) y él no intentaba nada que no
fuera verme hacia los ojos cuando pensaba que estaba distraído, alternando su
mirada hacia el paquete de tres libros nuevos que yo había comprado ese día a
la hora de la comida y que coloqué cerca de mí para que no se me olvidaran…
Al parecer los textos
eran lo que más le llamaba la atención, aunque del único que el jefazo podía ver algo era del que estaba
encima de todos, la portada de "Mother London" del escritor inglés Michael
Moorcock…
En algún punto de la parranda,
cuando se suponía que los comensales ya estaban lo suficientemente mareados por
el alcohol, una especie de maestro de ceremonias hizo el anuncio del
espectáculo “más esperado” por todos, a cargo de algo así como una reina de-no-sé-dónde y que aparte de aparecer
enfundada en un vestido rojo entallado que resaltaba su atractiva figura (habrá
de reconocerlo), cantaría no sé cuántas canciones a ritmo de toda la mezcolanza
de géneros musicales que uno podría imaginarse…
Todo mundo aplaudió, miré
de reojo mis textos (no fuera que algún mesero o mi propio jefe mágicamente los
hiciera desaparecer), revisé la hora en mi reloj, bostecé y comencé a buscar en
mi mente pretextos para retirarme mientras veía ocasionalmente el espectáculo,
pero sin realmente ponerle atención…
La escotada estrella de
la noche dio inicio con el canto y sus cadenciosos bailes, llamando la atención
de todos mientras yo empezaba a sentirme incómodo por la desvelada hora a la
que había llegado ya la parranda, sobre todo porque era un día entre semana y a
la siguiente mañana tendría que llegar al trabajo a las 9 en punto con la
resaca, sino por los tragos bebidos por lo menos cansado por el escaso
descanso…
Entre esas cavilaciones
ni cuenta me di cuando la atracción principal de la variedad terminó de hacer
su decoroso intento de cantar, se despidió y desapareció tras una gruesa
cortina color azul… yo tomé conciencia de ello cuando los exagerados aplausos
de mis vecinos y el repetitivo grito de “otra” me regresaron a la realidad…
Menos de 5 minutos
después la guapa mujer vestida de rojo regresó, tomó el micrófono y comenzó a
cantar un bolero con exagerada sensualidad y extrañamente dio inicio a un lento
acercamiento a nuestra mesa…
La mujer terminó la
pieza, hizo una extraña señal al disc-jockey y este puso la pista de una balada
aún más sensual, al tiempo que ella se encaminó directamente hacia donde yo
estaba sentado, se acomodó en la silla que había dejado vacía uno de los
subjefes por ir al mingitorio, siguió entonando el tema pero ahora directamente
en mi oído y a manera de susurro…
Toda la concurrencia
aplaudía y chiflaba a rabiar, aunque también algunos me recordaban mi origen
materno…
Lo demás sucedió así:
durante el pasaje instrumental de la canción ella se acercó y me dio un
exageradamente (en mi opinión) largo beso en los labios… al alejar un poco su
rostro del mío volteó de reojo hacia la mesa, supongo que en búsqueda de una
botella con bebida fina que manifestara la existencia de dinero que gastar,
pero antes se encontró con mi tres libros, sonrió, me miró de nuevo, regresó su
vista hacia los libros, me besó otra vez aunque ahora apenas y rozó mis labios,
se levantó, cantó las últimas estrofas y se alejó rumbo a su camerino (supongo),
en medio del rabioso aplauso de los asistentes…
Busqué mi cartera
mientras nuestro compañero ocupaba de nuevo su silla, saqué unos billetes, los
puse sobre la mesa y avisé a todos que me iba…
- y eso? - preguntó el jefazo…
- estoy muy cansado – le
dije…
- qué no estás a gusto?
– preguntó uno de los subjefes al tiempo que recargaba retadoramente sus brazos
sobre mi libros…
- sí, pero también ya
estoy cansado - repetí…
- pero si estamos
tomando tranquilos – señaló el jefazo con una frase que siempre he calificado
de incoherente cuando se está a media borrachera…
- claro, estamos muy
contentos – le di la razón, porque efectivamente hasta ese momento todo había
transcurrido con tranquilidad – pero ya tomé lo suficiente…
- te vas a cortar? – dijo en tono retador
el otro de los subjefes…
- tampoco debo quedarme
porque se te da la gana… o sí? – pregunté en el mismo plan desafiante…
- déjalo que se vaya –
dijo el jefazo con una mueca que extrañamente no
alcance a entender…
- te vas porque quieres
– dijo el otro subjefe al tiempo que quitaba sus brazos de mi libros…
- estoy muy cansado –
repetí, me puse de pie, con un movimiento de cabeza señalé los billetes que
había dejado, tomé mis libros, solté un “nos vemos mañana” y me dirigí a la
salida… pero antes de conseguir la escapatoria escuché a mis espaldas un
“maricón” lleno de desprecio…
Una vez en la calle un
taxi que estaba estacionado a las puertas del antro me ofreció sus servicios,
pero desconfiado lo rechacé… caminé un par de calles hacia la izquierda hasta
llegar a una gran avenida y en menos de 5 minutos tomé un libre, me acomodé en
el asiento trasero, informé el destino, puse mis libros sobre el asiento y
decidí que no pensaba establecer conversación alguna con el chófer… pero él
tenía otro plan: tras unos 5 minutos de trayecto interrumpió mi silencio…
- no se complique la
vida, joven: todas las mujeres son iguales – supongo que soltó la frase tras
ver a través de su espejo retrovisor mi rostro manifestando un no-sé-qué en mi
estado de ánimo…
- el que todas las damas
sean o no iguales es lo de menos – dije mientras recordaba el entallado y
escotado vestido rojo de la hermosa cantante – el verdadero problema es que
todos los borrachos siempre terminan haciendo los mismo…
- o sea que qué? –
preguntó el taxista divertido…
- comportarse como viles
pendejos – le respondí al tiempo que agarraba mis libros, los ponía sobre mis
piernas y clavaba la mirada hacia la calle a través de la ventanilla… el
taxista decidió imitar mi silencio…
15.
Definida como noveleta, “La Tumba” del
escritor José Agustín, es un libro considerado un parte aguas dentro de la
literatura mexicana…
Publicado en el año de
1964 el texto está catalogado como piedra angular de lo que después se
conocería como Literatura de la onda,
movimiento que se caracterizó no sólo por el desenfadado estilo de su autor,
sino porque surge en un momento social en el que la censura, la hipocresía y la
mojigatería formaban una especie de ley universal que condenaba a la juventud a
un estado de marginación absoluta…
Así, tras una especie de
parricidio intelectual contra su mentor Juan José Arreola, del cual él mismo se
arrepentiría años después, José Agustín y “La Tumba” abren el camino para que
Gustavo Sainz y Parménides García Saldaña publiquen también legendarios textos
que terminaron por impulsar en definitiva esta revolución cultural…
Por ello todo aquel que
se precie de ser un buen cazador de libros sabe que contar con un ejemplar de
la “La Tumba” correspondiente a la edición publicada por ese extraño caso que
fue la Editorial Novaro en las letras mexicanas (por aquello de atreverse a
inaugurar un concepto tan ambiguo como la mal llamada literatura juvenil),
tiene en sus mano una verdadera joya…
Pero José Agustín cuenta
con más libros, algunos muchos mejores en términos literarios que “La Tumba”,
pues conforme pasaron los años consolidó un estilo narrativo que finalmente le
llevó a ocupar un lugar fundamental dentro de la literatura mexicana, con
textos como De perfil, Cerca del fuego, Dos horas de sol, La Contracultura en
México y muchos más, incursionando a su vez en los más variados ámbitos culturales como el cine, la música, la
televisión y el ensayo...
De lo anteriormente
escrito se podrá concluir que conozco a la perfección su obra literaria, la
cual tuve oportunidad de leer completa e incluso establecer una cierta
comunicación con él, que si bien no puedo presumir de amistad, sí puedo
confesar que me permitió pasar algunos ratos agradables con su compañía…
Hasta que…
Por alguna razón mi
amigo I, a quien conozco desde hace muchos años, un día se despertó y decidió
que iba a vender parte de su muy envidiada colección de libros… y tuvo el buen
tino de considerarme dentro de los primeros a quienes avisó para que escogiera
con calma los textos que yo quisiera…
Aquella tarde que llegué
a casa de I y negocié el precio del paquete de libros que decidí adquirir,
entre los que se encontraba un ejemplar un poco desgastado de la primera
edición de “La Tumba”, compramos además unas cervezas, las cervezas se
transformaron en una botella de ron y todo terminó en que al regresar a mi casa
dejé olvidados los textos seleccionados y que diligente le pagué…
Un par de días después
le llamé por teléfono a I para recordarle que aún tenía “mis ahora” ya libros,
los cuales acordamos me entregaría precisamente esa tarde en Ciudad
Universitaria, durante un evento por el aniversario de la publicación de la
novela De perfil en el que estaría presente el propio José Agustín…
Como buen caballero que
antes era I, llegó puntual a nuestra cita (una media hora antes de la
tertulia)… yo también lo hice en compañía de mi amiga E, a quien me había
encontrado en el metro… me entregó mis preciadas adquisiciones y los tres procedimos
a entrar al atiborrado auditorio que esperaba con ansia al legendario
escritor…
Una vez terminada su
presentación y las de los demás expositores, se procedió a establecer un orden
para que aquellos que llevaban algunos ejemplares de sus libros, pudieran
acercarse a José Agustín para cruzar un par de palabras con él y sacarle de
paso el famoso autógrafo en alguna de las páginas… o hasta la foto…
Yo me entretuve
platicando con varias amistades con las que coincidí, haciendo tiempo a
propósito para que el respetable público fuera desalojando el auditorio y poder
acercarme a saludar a José Agustín con calma, cosa que conseguí más o menos una
hora después…
Una vez que me acerqué
al estrado donde se encontraba el escritor, y tras saludarnos diplomáticamente
intercambiamos algunos comentarios, hicimos algunas bromas y en ese momento
recordé que llevaba en entre mis libros un ejemplar de “La Tumba”, así que me
dispuse a sacarlo para que me plasmara una dedicatoria, pero al entregárselo y
pedirle pusiera su rúbrica sus ojos brillaron por la sorpresa…
- lo tienes!!! – exclamó
José Agustín…
- pues sí – dije
tratando de sonar modesto…
- esta edición ya no
existe – afirmó…
- creo que ya no –
coincidí…
- regálamelo – dijo
afianzándolo con fuerza entre sus manos…
- cómo crees? –
protesté…
- es que ni si quiera yo
me quedé con un ejemplar de estos – trató de justificarse el escritor y agregó
- véndemelo…
- mejor ponme una
dedicatoria en la primera página – pedí tratando de cambiar el tema…
José Agustín clavó su mirada
en la mía y supongo que en mis ojos vio la determinación de no deshacerme de
tan preciado ejemplar, así que educadamente me lo regresó…
- no creo que sea
conveniente que deprecies el valor de este libro con un garabato – dijo el
escritor con cierta acritud – mejor conserva íntegra esta edición…
Recibí el libro al
tiempo que I y E se pararon a mi lado en el momento en que José Agustín y yo
cruzamos miradas en silencio… ellos saludaron al escritor y este les regresó la
atención con su jovial sonrisa… E le entregó un ejemplar de su novela “De
perfil”, le pidió se lo dedicará y este lo hizo con su amabilidad de siempre…
finalmente nos despedimos entre todos con un apretón de manos…
La siguiente y última
vez que vi a José Agustín en público fue en una tertulia literaria donde
compartía pódium con Vicente Leñero, Elena Poniatowska y mi aún amigo carlos martínez Rentería… llegué acompañado de
mi hija que en aquel entonces tenía 5 años y contrario a lo que yo solía hacer,
esa vez no me acerqué a saludar a ninguno de los ponentes…
El lugar estaba repleto
y mi hija insistía en ir a corretear por ahí, así que le dije que se fijara muy
bien en donde me iba yo a quedar esperándola para que fuera y viniera sin
miedo… volteó hacia todos lados, ubicó que estaba yo parado en la única puerta que
tenía el pequeño auditorio para salir y entrar y desapareció… a los 5 minutos
regresó a confirmar que yo siguiera ahí y se fue… a los 10 minutos hizo lo
mismo: me vio y se alejó… y la próxima vez que la vi fue jugueteando con la
pequeña pelota de hule con la que había llegado, detrás de José Agustín, en el
momento en que daba inicio a su charla…
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