Alguien abre un portal dimensional a
través del cual los espíritus que permanecen en el limbo en encarnan mezclándose
con los vivos y hundiendo la ciudad hacia el inframundo azteca (formado por pirámides
y templos para honrar a la muerte), cuya existencia se mantiene intacta tras
ser sepultadas por construcciones que los conquistadores españoles edificaron creyendo
que con ello borrarían de la historia la cultura mexica.
Lo
anterior podría sonar disparatado, pero no lo es pues en la vida real, por
ejemplo, el ocultista Aleister Crowley abrió en 1917 un portal a través del
cual ingresaron a nuestra dimensión planetaria todo tipo de seres y donde la llegada de desencarnados fue lo de
menos.
Más
volviendo a primer párrafo, esa premisa forma parte del nuevo libro de Bernardo
Esquinca (quien conocí el año pasado en una tertulia literaria y resultó bastante
accesible), titulado “Inframundo”.
La novela parte
de las profecías perdidas de Blas Botello, astrólogo de Hernán Cortés, que tras
5 siglos se hacen realidad con una lucha entre vivos y muertos de la que derivan
subtramas como las librerías de viejo,
el underground del Centro de la
ciudad, viajes en el tiempo y leyendas que por momentos son más atractivas que el
tema central, haciendo que la maestría literaria de Bernardo mostrada en “la
zaga Casasola”), se esfume y haga que la historia naufrague sin llegar a ningún
lado.
Son varias
las debilidades de “Inframundo”, como al abordar fenómenos relacionados con la
presencia de desencarnados en el entorno de los vivos, que si bien son novedosos
para los que no conozcan el tema, la manera de plantearlos quedan en
ocurrencias carentes de credibilidad.
Escasean
los recursos literarios a lo largo del libro, destreza mostrada en obras anteriores,
pero que esta vez se ven limitados al grado de que su narrativa toca los
terrenos insulsos y por momentos lleva a preguntar: ¿estamos leyendo al
Bernardo Esquinca que conocemos?
Redundan ya
en su estilo temas delicados como la misoginia, donde las mujeres tienen un
papel secundario, son débiles, maltratadas, violadas y asesinadas, lo mismo
sucede con la política: si bien la novela “Carne de ataúd” critica al abuso del
poder, aquí los señalamientos son blandengues y usar la restauración de la estatua
de Carlos IV (El Caballito), para
denunciar la corrupción mexicana queda en una infantil metáfora.
Otra reincidencia
es la impunidad con la que triunfa el mal, así como el derrotismo con el que
vive que el personaje central: no porque el lector busque finales felices, sino
porque ya bastante mezquino es el méxico cotidiano como para que le paguemos a
un escritor para recordárnoslo.
Quizá lo
más lamentable (e innecesario), es que al final del libro el autor agregue un
texto explicando que como Casasola quedó atrapado en el méxico del año 1542,
tras viajar en el tiempo, buscará en subsiguientes obras la manera de
regresarlo al presente: en serio?
Una propuesta
interesante que para desgracia de sus lectores se queda en mero intento
(pareciera que lo escribió presionado por su editorial), más no es que
“Inframundo” sea malo, pero comparándolo con el grueso de su obra es un
retroceso en la carrera de su autor.
Bernardo
Esquinca, Inframundo, Editorial Almadía, 232 páginas, 2017
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