1.
Este miércoles fue el primer
aniversario luctuoso de mi padre. Obvié participar en las celebraciones familiares y opté por pagar una misa en una iglesia
cercana a mi casa: fueron pocos los invitados y ninguno los asistentes, aunque
no lo tomé a mal pues sé que cada quien tiene asuntos más importantes que
considerar a los muertos ajenos (disculpen la ironía).
Me gusta esa iglesia (ubicada en
el viejo Mixcoac): no parece catedral ni carga siglos encima, es discreta,
tranquila, y contrario a demás templos que he conocido a lo largo de mi vida,
su ambiente no está saturado del dolor, rabia, quejas, tristeza y rencor que
suele provocar la falta de respuestas de la religión ante el (existencial)
dolor humano y que con facilidad se encuentra impregnada en los muros de otros
templos.
Llegué 15 minutos antes de las
siete y pude disfrutar de su vaciedad (para los que desconozcan los oscuros
secretos que encierran las iglesias, recomiendo leer “El Misterio de las
Catedrales” del enigmático Fulcanelli), así que cuando comenzaron a llegar los
feligreses ya había quedado satisfecha mi obsesión por el silencio etéreo (sic).
2.
El sacerdote que suele oficiar a
esa hora es un hombre joven y obeso en exceso, de ahí que acostumbre a
celebrarlas sentado. La ceremonia transcurrió sin contratiempos salvo por su
inmensa estupidez: las dos veces que citó a mi padre lo hizo mal y tuve que
recurrir al secreto que me enseñó un viejo exorcista (ya fallecido), para
modificar el sentido esotérico de una misa para que cumpliera con el cometido
de dar un poco más de luz a mi antepasado.
Una vez que todo terminó, decidí
extrañamente quedarme unos minutos más por si llegaba algún invitado retrasado
por el tráfico o la lejanía, cosa que si bien no sucedió, sí me permitió ver
cuando el cura se plantó al pie del presbiterio y dirigió su mirada hacia donde
me encontraba sentado.
Así estuvo algunos minutos que me
hicieron sentir incómodo (aunque tampoco puedo afirmar que me observara
directamente), desagrado que se acrecentó cuando ligeramente detrás de él se
paró el anciano que desempeña funciones de acólito (desde que comenzaron las
acusaciones de pedofilia en contra del Vaticano, ya son pocos los niños que se
desarrollan como monagillos), para imitarlo.
Instantes después una sombra con
forma de perro (o lobo o coyote, a saber exactamente qué animal), salió detrás
de la sotana color blanco con estola morada, y comenzó a merodear por los
asientos hasta que tomó el pasillo principal y se dirigió hacia el fondo de la
nave.
No voy a negar que aquello me
inquietó, sobre todo cuando “el animal” llegó hasta donde yo estaba sentado y
sin más “se esfumó” entre las delgadas juntas de las losas de mármol blanco. Lo
peor: cuando levante la mirada hacia el presbiterio el cura y su acólito habían
desaparecido. Decidí salir de la iglesia.
3.
Llegué a mi casa, revisé algunos
correos y decidí leer, conforme avanzaba la lectura una extraña fiebre comenzó
a invadirme sin algún síntoma más. Cerca de las diez de la noche mi esposa
llamó para disculparse por no poder escaparse de las garras de su perversa y
retorcida jefa y avisó que tardaría un poco más en llegar; expliqué lo de la
fiebre y le anuncié que me iría acostar en ese momento.
La noche transcurrió entre la
fiebre y extraños sueños (de los que no recuerdo nada), que poco a poco fueron
desapareciendo. A la mañana siguiente comenté con mi esposa lo sucedido en la
iglesia.
- no tiene nada de especial –
dijo sin darle mayor atención – los curas no son lo que parecen.
- ya lo sé, pero si bien sabemos
enfrentar muertos oscuros, nunca nos enseñaron a pelear con demonios – me quejé
y ella soltó una carcajada.
2 comentarios:
Buen día te de el Creador.
Para las personas que tienen tus dones, debe ser toda una odisea VER todos espectros, espíritus, demonios y/o entes.
Creo que hasta al mas osado se le enchinaría la piel y no podría estar solo más.
Un abrazo Hermano.
Saludos.
nsala malekum hermano... qué te puedo decir?... uno se acostumbra a todo menos a no comer, jajajaja, un abrazo...
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