La vidente
1.
Un par de días después de que publiqué la entrada
anunciando que el mundo espiritual me negaba mi jubilación (a la que en breve explicaré), Karla, una amiga tarotista,
me llamó por teléfono para compartirme la satisfacción que le daba aquella noticia.
—No es divertido — me quejé.
—Jamás intentes dejarnos, de nuevo,
en el oscurantismo — advirtió.
—Cada quien vive su noche — me quejé
— yo tengo la mía y si supieras cuánta flojera me da seguir transitando en ella,
así que imagínate cuando la gente me pide ayuda para entender la suya para que
al final no me hagan caso.
—¿Por qué quieres abandonarnos? —
cuestionó.
—Hay cosas más divertidas que hacer
que publicar textos en un blog que nadie se toma en serio, y, aunque lo dudes, esas cosas me quitan provechosa y
divertidamente varias horas al día… muchas.
—¿Cosas como qué?
—Unas que no te importan — solté
mirando la mitad de la copa de whisky que aún tenía pendiente de beber — ¿qué quieres?
—Tu apoyo en una consulta — aceptó
mi decisión de cambiar de tema.
—No.
—Cabrón.
—Sí, y mucho, ya me conoces…
—¡Yaaaa, párale a tu tren sin
frenos! — protestó.
—Vete al infierno y de pasó
salúdame al “amigo” — le ofrecí un viaje sin boleto de regreso.
—Sí, pero antes de irme te cuento
que esto te va a interesar: mi paciente es una vidente a la que se la está
cargando la chingada — me provocó.
—¿Será tu tía, la fea de la
familia, con la que nadie quiere bailar en las fiestas de quince años,
aniversarios, bodas ni bautizos?
—Cabrón, esa se murió hace seis meses.
—Mierda… cuéntame — caí en la
provocación y en dos minutos me convenció.
2.
Llegué puntual a su departamento,
localizado en la calle Georgia, en la complicada colonia Nápoles… toqué el timbre,
y, extrañamente, lejos de limitarse a usar el interfón para dejarme pasar, salió
a recibirme.
—Ya llegaron — avisó en cuanto me
vio por las rejas del edificio.
—Hablemos primero — pedí mientras
abría la puerta.
Subimos los dos bloques de
escaleras, entramos y en la sala ya estaba sentada una anciana junto a una joven.
Saludé simulando indiferencia (eso tiene una razón y solo la uso cuando la
consulta lo amerita) y seguí a la tarotista rumbo a la habitación donde atendía
a sus pacientes. Una vez ahí le hice un par de advertencias, las cuales escuchó
sin cuestionar y luego preguntó si podíamos empezar.
3.
—Ella es Doña Alba y su nieta Judith
— hizo las presentaciones.
—¿Así que tú eres el vidente que me va a consultar? — dijo la anciana sin
soltar el bastón para ciegos.
—Si no quiere lo podemos parar desde
ya — la reté.
—¡Abuela! — protestó la joven, provocando
que la mujer soltara una risita.
—Ya, ya — dijo manoteando en el aire.
Observé a la vieja y tras ello se
ganó mi simpatía.
4.
—Cuéntame a qué te dedicas — pidió.
—No estamos aquí para hablar del señor
— aclaró su nieta y la mujer soltó otra risita.
—Tal como te dije por teléfono —
intervino Karla mirándome — Doña Alba es vidente… era, ya ha dejado el “oficio”
pero a partir de que se jubiló está enfrentado
algunos problemas de salud.
Escudriñé a la tarotista y no supe
si se estaba burlando de mi, más no era momento de cuestionarla, así que pasé por
alto su insinuación de que la vieja felizmente había recibido permiso de retirarse
de cualquier práctica espiritual… y yo no.
—En concreto: mi abuela está preocupada
porque está perdiendo la vista y quisiera saber el motivo, pues según ella los médicos
hablan solo dicen tonterías, pero sin dar una respuesta que la convenza.
—¿Usted es Doña Alba, la famosa vidente
de ciudad Hidalgo?, la que recomendó a Francisca Zetina para que se encargara del montaje en la finca del “El Encanto”?
—Eres bueno, muchacho.
—¡Mierda! — exclamé controlando
las ganas de largarme de ahí.
—Oye tu palabrita “mierda” no es
un buen augurio — protestó Karla.
—¡Mierda! — repetí por
molestarla.
5.
Durante unos diez minutos Judith hizo
un resumen de la rapidez con la que su abuela había perdido la vista, al grado de
que ahora, se quejaba, solo veía bultos, principalmente tratándose de personas.
La miré durante un par de minutos,
solté un quejoso “juumm” y pedí a mi amiga me regalara una taza de café. Se puso
de pie, preguntó a las dos mujeres si querían beber algo, se negaron y salió de
la habitación.
—¿Me vas a decir la verdad? — me cuestionó
la vieja.
—Sí, en cuanto regrese Karla… ustedes
son sus pacientes y creo que por ética debe escuchar lo que voy a explicarles.
—Tienes miedo — me retó.
—Es por respeto — reiteré.
—Cabrón — protestó.
—¡Abuela! — la regañó su nieta.
—Está bien — la tranquilicé — aunque
no lo creas, no se lo tomo a mal, incluso la entiendo… es más, tu abuela es muy
agradable.
—Cabrón — repitió y sonrió — en
mis tiempos yo era tratada como una reina
y no había este tipo de consideraciones pedorras.
¿Sabes a cuántos secretarios de estado, o a gente de la farándula, o
deportistas, o militares hacía yo esperar, durante horas, antes de atenderlos,
para que les quedara claro “quién mandaba”?
—No hay “sus tiempos “, Doña
Alba, ni “mis tiempos”, se trata de un principio fundamental que me enseñó el
Curandero Felipe: respeto.
—¿Tú qué diablos sabes de ese gran señor? — cuestionó.
—Todo, era mi tío, así que con el
respeto que usted se merece como mujer, y sobre todo, por su leyenda, no quiera
sobarme los cojones.
—Eres un grosero — se quejó.
—No, luego de la condena del mundo espiritual a seguir
atendiendo necedades, me estoy haciendo muy práctico.
6.
—El asunto es sencillo — acaparé
la atención de todas tras dar un sorbo a mi taza — su fama como vidente era grande,
yo llegué a escuchar historias sobre la certeza de sus revelaciones, pero justamente
usted cometió el error de usar permanentemente
su videncia, día y noche, incluso mientras dormía, por lo que no dejó que los síntomas
del glaucoma que la aqueja se manifestaran, por decirlo así, de manera física.
—No es diabética — avisó Judith, haciendo
que la vieja le tocara con autoridad la pierna para que me dejara hablar.
—Lo sé, pero su glaucoma fue... digamos…
es una enfermedad de origen natural. No hay brujería, ni maldición, ni problema
mayor que no se esté manifestado ahora que ya no usa sus dones para ver, lo que la dejó a expensas “del
sentido” de la vista.
—¿Por qué los médicos no dan un diagnostico confiable? — se quejó la nieta.
—Doña Alba aún tiene a sus guardianes,
y ellos actúan protegiéndola creyendo que toman las decisiones correctas, ¿me explico?
—No — dijo la nieta.
—No — la secundó Karla.
—Sí — dijo la anciana.
—¿Te suena lógico, abuela? — la cuestionó
Judith sin disimular que le urgía terminar con la sesión.
La vieja no dijo nada, fijó su vista
en mi (quizá acostumbrada a usar su videncia, trató de ver algo) y tras un rato
afirmó, con la cabeza, quiero creer, resignada.
Después de aquello hice énfasis en
algunos aspectos, pero más que nada para tranquilizar a la mujer, porque creo que
la respuesta estaba clara.
—No sé qué opinen, pero me suena lógica
la explicación — dijo Karla.
—Lo importante es que usted acepte
su nueva condición física y aprenda a convivir con ella — sugerí — usted ha visto
muchas cosas en la vida terrenal y en la inmaterial, así que debe percibir lo
que actualmente le sucede como un descanso ante tantos sucesos extraños que presenció.
—No hay vuelta atrás en eso de la
“jubilación espiritual” — aceptó la vieja con cierto arrepentimiento.
—Tampoco haga drama — sugerí — aún
tiene un par de guías espirituales que le ayudan a tomar decisiones en la vida.
Aprovéchelos.
—Cabrón — dijo, sonrió satisfecha
y fue cuando su nieta la apresuró, de nuevo, incorporándose de la silla, para insinuar
que era la hora de volver a su casa.
7.
—¡Eso fue rápido! — exclamó la tarotista,
emocionada, una vez que se fueron.
—Casi… no sé hasta qué punto, si
la hubieses consultado con tarot —planteé — hubiese quedado ella satisfecha… o todo
tan claro.
—Deja de estar chingando — se
quejó — bien sabes quién soy, así como sé hasta dónde tú eres capaz de llegar.
—Ándate al carajo — me burlé.
—Me impresiona cómo tras varios
años de muerto, el Curandero Felipe sigue siendo una referencia — confesó — y
sin que tú te lo propongas.
—Así son las leyendas.
—¿No le dijiste todo a Doña Alba?
— me miró con suspicacia, tras poner sus ojos en blanco, viendo al techo, para finalmente
mirarme con reproche.
—¿Para qué? — levanté los hombros.
—Dime, ¿qué te guardaste, cabrón?
— cuestionó.
—Es vieja, ¿por qué atormentar el
último tramo de su manipuladora existencia?
—Cuenta, ¿ya se va a morir? — preguntó
alarmada.
—No, aún le falta purgar — dije tras soltar una carcajada pues
a Karla el tema de la muerte le incomoda — pero aparte de ver bastantes cosas, la
ella abusó de sus dones para cobrar dinero, mucho, y manipular secretos que… bueno,
incitaron desenlaces que provocaron que ciertas personas vivieran desprestigiadas
el resto de su vida, muchas humillaciones, encarcelamientos injustos y… mierda…
a tú sabes cómo es esto.
—Mira, tan encantadora que se veía
la viejita.
—La mayoría de los ancianos parecen
agradables, la longevidad inspira ternura, respeto o desprecio, depende de los
cargos de conciencia de cada quien, pero a veces, detrás de las canas, arrugas y
decrepitud se esconden historias llenas de crueldad, prepotencia y maldad.
—Eso ya no es asunto mío — quiso da
por zanjado el tema — tú cada vez te pones más místico y por eso tus lectores
te mandan a la chingada y no compran tus libros.
—No vivo de ti ni de nadie, sino
de mi trabajo cotidiano, en una oficina de gobierno, en el sector medio
ambiente, que atesora un terrorífico catálogo de mezquindades humanas mexicanas
— me burlé — el día que la gente entienda que a toda acción, una reacción, que
NO debe escupir al cielo, que el mundo espiritual y los dones NO son un
negocio, ni un apostolado, sino un karma, dejarán de saturar mis mails llenos
de preguntas pendejas.
—Grosero.
—Recuerda, y me canso de
repetirlo, en mi última consulta ante Orunla me advirtió: “usted siempre diga
la verdad, aunque se quede solo”, y si a eso le agregas que mi signo zodiacal
es Acuario, además de mi recóndito autismo, entonces deberías entender que tu
opinión, y muchas más, casi todas, me valen el humo de una fumada.
—Cabrón — acusó.
—Lo que sea… volvamos a la
vejeta: ¿quién le hará pagar el abuso material de los dones? su nieta — cuestioné
— ¿viste su urgencia por irse?
—Ahora que lo mencionas…
—La vieja tiene mucho dinero tras
todo lo que abusó de su don… Judith no está con ella porque sea buena persona, sino
porque se está frotando las manos con la herencia que cree que recibirá, pero antes...
—Ya entendí la prisa: la chamaca no
quería que usaras tu videncia para saber sus intenciones —aceptó — por eso tus advertencias
antes de empezar de quedarme callada: ya sabías de qué iba todo.
—Lo vi desde que llegué, pero no adelantaría
nada: la nieta debe cumplir con su función para que Doña Alba purgue karma antes
de pasar a mejor vida.
—Impresionante —concluyó Karla.
—El mundo espiritual es cabrón… —
me quejé.
—Blasfemo — se quejó.
—… y muchas veces los dones no siempre
ayudan — la ignoré.
—No entiendo.
—Una consulta no solo debe “diagnosticar”
la situación del astral de la persona en el momento actual, ni las causas, debe
irse al origen del problema, pero también a las consecuencias.
—¿Acaso causas y origen no son lo
mismo?
—Mierda, ni si quiera
cuestionaste el tema de las consecuencias
— protesté.
—Cabrón.
—Ya me aburriste, mejor pídeme un
taxi — solicité — no traje auto… tu colonia es un desmadre para encontrar un lugar
donde estacionarse.
—¡Cabrón! — exclamó entre risas —
siempre haciéndote el interesante — agregó mientras cogía su celular para
contratar el servicio.
3 comentarios:
leer eso me da nostalgia, recordaba mi ex-padrino ibae.... tánto sacrificio a los Orishas para nada, terminar muriendo por uno de ellos. siempre me preguntaba porque en ese ILE habían tantos enfermos y ya ves... para cobrar mas por el ebbo y las consultas.. básicamente mantienen los ahijados embrujados y enfermos para seguir lucrando de ellos.
Una pregunta un babalawo puede rayarse en palo y recibir prenda por palo?
hola anónimo, ifa y palo son tierras religiosas diferentes, así que no, un babalowo no puede recibir prenda, pero para eso tienen un atributo especial para rendirle culto a eggun y se llama orun... suerte...
Publicar un comentario