Accedí
reunirme con Arcelia en la “Cafebrería El Péndulo”, ubicada en la colonia Roma,
luego de que me enviara un mail pidiéndome una consulta que tenía que ver con
un fantasma. Desencarnados, mi menú favorito.
Acordamos
día, hora y también compartimos números telefónicos para cualquier contratiempo
que provocaran las inclementes lluvias que se empeñan en joder a los habitantes
de la capital.
Localizada
sobre avenida Álvaro Obregón, una de las que más librerías tienen en la ciudad,
“El Péndulo” destaca por los tres niveles que facilitan comer, echar café o
tomarte unos tragos. Yo prefiero la terraza, la cual es muy agradable durante
las primeras semanas de primavera y durante el otoño, cuando el clima se pone
menos extremoso.
Guardo
buenas anécdotas de esa librería: ahí conocí al mejor escritor de literatura de
terror que tiene México, Bernardo Esquinca (en la foto que compaña este texto),
con quien agarré una gran borrachera. También porque en otra ocasión tuve
oportunidad de decirle a Alberto Chimal, quien como siempre estaba
fanfarroneando en completo estado etílico, que es un fantoche y que el único
libro que le intenté leer me provocó tal náusea que lo dejé a la mitad.
2.
Nos
citamos en la sección de café. Como siempre llegué unos minutos antes, le envié
un whats y para mi sorpresa ya estaba acomodada en una mesa pegada al ventanal
desde donde se aprecia la hermosa avenida. Alzó la mano y me encaminé hacia
ella. La acompañaba otra mujer.
—Hola
Rachid… o Alfredo, ¿cómo quieres que te llame?
—Es
igual — avisé sentándome frente a ellas.
—Soy
Arcelia y ella es Olivia — presentó a su compañera.
Se
acercó una mesera para anotar nuestra orden.
—Un
Garfunkel y una coca fría sin hielo — pedí mientras Arcelia me veía con
curiosidad — deberían probarlo, son la especialidad de la casa.
—Te
haremos caso — dijo Arcelia y solicitó lo mismo para las dos.
Quedamos
en silencio mientras Arcelia seguía escudriñándome.
—Pensé
que eras moreno, de baja estatura, con gorrito blanco, collares, pulseras y esas
cosas que les gusta colgarse a los Santeros.
—Ya
viste que no.
—Eres
un caso curioso, al menos para mí. Has contado en tu blog te gusta leer, cursaste
la universidad, eres de piel blanca, ojos claros y también escritor…
—Vaya,
entonces para ti los Santeros deben ser qué ¿morenos, feos, analfabetos y gente
sin oficio? — la interrumpí — ya me imaginó lo que has de pensar de los cubanos
que han llegado por miles a México y que se dedican a practicar la Osha.
La
mesera llegó con nuestras bebidas y de inmediato se fue.
—Las
y los mexicanos son racistas, ¿sabes?, no aceptan el mosaico multirracial que
compone su sociedad — la miré con dureza — uso el “las” y “los” para verme
políticamente correcto, ¿sabes?
—No
quise ofenderte — señaló Arcelia.
—Nosotras
discriminamos a nadie — terció Olivia en plural, hablando por primera vez.
—¿Sabes
cuál es el principal desplante racista de las y los mexicanos? — las ignoré.
—…
—El
mestizaje.
—No
entiendo — reconoció Arcelia.
—Observa
a las parejas en la calle. Verás que en ellas las mujeres son blancas y los
hombres morenos o viceversa. Es raro que veas a personas con el mismo tono de
piel en plan de novios.
—Lo
digo en serio, no quise faltarte el respeto — repitió.
—Hasta
en las parejas gais o bisexuales vas a notar ese mestizaje, corrijo, racismo, tipos
morenos con blancos o al revés.
—¿Y
las mujeres? — preguntó Olivia en plan provocador.
—En
este país hay más hombres gais que mujeres. Por eso se inventó el estereotipo
de macho mexicano, para ocultar la gran homosexualidad masculina que
caracteriza a esta raza.
—…
—No
pongan esa cara de confusión, si hasta el mismito Emiliano Zapata, el varonil y
bigotón Caudillo del Sur, era bisexual.
—Impresionante…
— dijo Olivia cuando la mesera llegó con nuestros platillos.
—Lo
repito: no quise ofenderte — insistió Arcelia.
—Las
y los mexicanos son tan racistas que si mi esposa llega a una tortillería y
quien la atiende es una mujer morena, lo hace de mala gana — aclaré y comencé a
comer. El fin de semana pasado lo volvimos a vivir.
—¿Ella
es blanca?
—Sí,
de origen árabe, cabello rubio y de ojos amarillos. Es más, en una ocasión tuve
un incidente de tránsito y el tipo del otro auto, que obviamente tuvo la culpa,
me gritó: ¡pareces mexicano!, sí, él era moreno, bajito y traía su auto
desvencijado. Me provocó una sobredosis de risa.
—Tengo
una duda, ¿por qué dices ustedes, ¿qué, no eres mexicano?
—Soy
extraterrestre, debiste haberlo leído en mi web: fui enviado en una misión para
buscar vida inteligente en este planeta, no la encontré y los cabrones que me mandaron
se olvidaron aquí — respondí y me reí.
3.
—Tengo
hambre — avisé para explicar por qué comía con cierta desesperación
—¿Vienes
de trabajar? — curioseó Olivia tomando sus cubiertos.
—Sí,
tuve que hacer un exorcismo a una bebé de tres meses de edad.
—¡¿Lo
dices en serio?! — preguntó Arcelia abriendo los ojos como plato y sin
atreverse a pinchar su comida.
—Naaá,
bromita. Estaba echado en un sillón de mi casa leyendo “Cuadernos” de Emil
Cioran. Cuando me di cuenta estaba cerca la hora de vernos y no me daba tiempo
de comer.
—¿Cioran?
— cuestionó.
—Mi
filósofo preferido.
—No
lo conozco — dijo Olivia.
—Ya
entendí por qué constantemente cuentas en tu blog que tus amigas te dicen
“cabrón” — se atrevió Arcelia.
—Vaya,
¿tan pronto llegaste a ese capítulo en nuestra incipiente amistad?
—Sí,
me salté el índice y la introducción — contestó y soltó una risita como si su
comentario hubiese sido gracioso.
—¿Y
lo de “cabrón” qué tiene que ver con Cioran? — protesté.
—Por
la manera en que contestas.
—Si
Olivia no lo ha leído, supongo que tú tampoco.
—Nunca,
pero supongo que él y tú tienen un carácter muy parecido — aventuró Arcelia.
—No,
Emil sí era un grandísimo cabrón. Yo nada más trato de sobrevivir ante la
rapiña espiritual. Ya que estamos en una librería búscate “Desgarradura”:
después de leerlo tu vida no será la misma. Por cierto, se va a enfriar tu
comida — señalé con el tenedor su plato.
—Creo
que ya has escrito sobre Cioran en tu blog — dijo Olivia.
—Quizá…
—Hemos
leído casi todo lo que has publicado — presumió Arcelia.
—“Casi”
suena poco claro.
—Sí,
porque las entradas de literatura o música no me llaman la atención, aunque
seguramente ya los leyó Olivia. Le gusta todo lo que se refiere a cultura.
—¿Y
los de cine?
—Tampoco
— aceptó Arcelia.
4.
Mientras
comíamos Arcelia hizo varios comentarios sobre mis libros “Mi vida con los
muertos” y “Muertero”. Todos positivos, lo cual agradecí varias veces y le
aclaré algunas dudas, sin embargo, aquello me resultó contradictorio porque
dijo que no le interesaba la literatura. Como fuera, pasaban los minutos y ninguna
de las dos daba señales de plantearme el “problema” por el cual pidieron verme.
5.
Observé
a Arcelia, una cuarentona que trabajaba como secretaria en una empresa que se
caracterizaba por maltratar a sus empleados, de acuerdo a mi videncia, pero
detrás de su fachada de mujer resuelta, por las noches, en la soledad de su
cama, renegaba de su vida. No era fea, pero tampoco guapa. Olivia tenía muchas
similitudes con ella, y si no fuera porque sus rasgos eran por completo
diferentes, podría asegurar que eran hermanas. Ambas vestían bien, lo que
dejaba entrever que contaban con buenos ingresos.
—¿Entonces
eres vidente? — aventuró Olivia con tono chocante.
—Mierda,
creí que ya lo sabías y por eso querían verme.
—¿Sabes?
tu “mierda” y tu “vaya” suenan demasiado…
—Arcelia,
si terminas la frase me voy — le advertí — mi mierda y mi vaya no tienen
nada de sensual.
—…
—No
tengo por qué demostrártelo, Olivia, pero mi deporte favorito es tapar la boca
a los incrédulos: Arcelia, traes en tu bolso un ejemplar de “Muertero” porque me
vas a pedir te lo dedique; Olivia, te da miedo lo que hago, así que le pediste
a tu amiga que me contactara porque quieres que le da luz a tu padre, que murió
hace tres meses con 16 días. Finalmente, ustedes son novias y su verdadera
intención de reunirse conmigo es preguntarme si son almas gemelas.
—¿Ves
por qué te dije que Rachid me daba miedo? — dijo Olivia dándole un leve codazo
a su amiga.
—Empecemos
por lo complicado: dame tu ejemplar de “Muertero” para la dedicatoria — pedí a Arcelia
mientras sacaba la pluma que me regaló mi amigo Alejandro (y que siempre
cargo), quien al entregármela avisó que era para que firmara ejemplares de mis
libros.
Contrario
a lo que solía hacer, le escribí un brevísimo cuento en la página donde viene
el título del libro, mientras las dos mujeres me observaban intrigadas. Devolví
el texto a Arcelia y me quedé observando a Olivia.
—¿Qué
hay con lo de tu padre?
2 comentarios:
Y que paso? Así se fueron?
hola lis, ese tema consta de tres partes, esta fue la primera... ya se ha publicado hoy la segunda... suerte...
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