13 de agosto de 2024

Gais, almas gemelas y fantasmas (1)


1.
Accedí reunirme con Arcelia en la “Cafebrería El Péndulo”, ubicada en la colonia Roma, luego de que me enviara un mail pidiéndome una consulta que tenía que ver con un fantasma. Desencarnados, mi menú favorito.
 
Acordamos día, hora y también compartimos números telefónicos para cualquier contratiempo que provocaran las inclementes lluvias que se empeñan en joder a los habitantes de la capital.
 
Localizada sobre avenida Álvaro Obregón, una de las que más librerías tienen en la ciudad, “El Péndulo” destaca por los tres niveles que facilitan comer, echar café o tomarte unos tragos. Yo prefiero la terraza, la cual es muy agradable durante las primeras semanas de primavera y durante el otoño, cuando el clima se pone menos extremoso.
 
Guardo buenas anécdotas de esa librería: ahí conocí al mejor escritor de literatura de terror que tiene México, Bernardo Esquinca (en la foto que compaña este texto), con quien agarré una gran borrachera. También porque en otra ocasión tuve oportunidad de decirle a Alberto Chimal, quien como siempre estaba fanfarroneando en completo estado etílico, que es un fantoche y que el único libro que le intenté leer me provocó tal náusea que lo dejé a la mitad.
 
2.
Nos citamos en la sección de café. Como siempre llegué unos minutos antes, le envié un whats y para mi sorpresa ya estaba acomodada en una mesa pegada al ventanal desde donde se aprecia la hermosa avenida. Alzó la mano y me encaminé hacia ella. La acompañaba otra mujer.
 
—Hola Rachid… o Alfredo, ¿cómo quieres que te llame?
—Es igual — avisé sentándome frente a ellas.
—Soy Arcelia y ella es Olivia — presentó a su compañera.
 
Se acercó una mesera para anotar nuestra orden.
 
—Un Garfunkel y una coca fría sin hielo — pedí mientras Arcelia me veía con curiosidad — deberían probarlo, son la especialidad de la casa.
—Te haremos caso — dijo Arcelia y solicitó lo mismo para las dos.
 
Quedamos en silencio mientras Arcelia seguía escudriñándome.
 
—Pensé que eras moreno, de baja estatura, con gorrito blanco, collares, pulseras y esas cosas que les gusta colgarse a los Santeros.
—Ya viste que no.
—Eres un caso curioso, al menos para mí. Has contado en tu blog te gusta leer, cursaste la universidad, eres de piel blanca, ojos claros y también escritor…
—Vaya, entonces para ti los Santeros deben ser qué ¿morenos, feos, analfabetos y gente sin oficio? — la interrumpí — ya me imaginó lo que has de pensar de los cubanos que han llegado por miles a México y que se dedican a practicar la Osha.
 
La mesera llegó con nuestras bebidas y de inmediato se fue.
 
—Las y los mexicanos son racistas, ¿sabes?, no aceptan el mosaico multirracial que compone su sociedad — la miré con dureza — uso el “las” y “los” para verme políticamente correcto, ¿sabes?
—No quise ofenderte — señaló Arcelia.
—Nosotras discriminamos a nadie — terció Olivia en plural, hablando por primera vez.
—¿Sabes cuál es el principal desplante racista de las y los mexicanos? — las ignoré.
—…
—El mestizaje.
—No entiendo — reconoció Arcelia.
—Observa a las parejas en la calle. Verás que en ellas las mujeres son blancas y los hombres morenos o viceversa. Es raro que veas a personas con el mismo tono de piel en plan de novios.
—Lo digo en serio, no quise faltarte el respeto — repitió.
—Hasta en las parejas gais o bisexuales vas a notar ese mestizaje, corrijo, racismo, tipos morenos con blancos o al revés.
—¿Y las mujeres? — preguntó Olivia en plan provocador.
—En este país hay más hombres gais que mujeres. Por eso se inventó el estereotipo de macho mexicano, para ocultar la gran homosexualidad masculina que caracteriza a esta raza.
—…
—No pongan esa cara de confusión, si hasta el mismito Emiliano Zapata, el varonil y bigotón Caudillo del Sur, era bisexual.
—Impresionante… — dijo Olivia cuando la mesera llegó con nuestros platillos.
—Lo repito: no quise ofenderte — insistió Arcelia.
—Las y los mexicanos son tan racistas que si mi esposa llega a una tortillería y quien la atiende es una mujer morena, lo hace de mala gana — aclaré y comencé a comer. El fin de semana pasado lo volvimos a vivir.
—¿Ella es blanca?
—Sí, de origen árabe, cabello rubio y de ojos amarillos. Es más, en una ocasión tuve un incidente de tránsito y el tipo del otro auto, que obviamente tuvo la culpa, me gritó: ¡pareces mexicano!, sí, él era moreno, bajito y traía su auto desvencijado. Me provocó una sobredosis de risa.
—Tengo una duda, ¿por qué dices ustedes, ¿qué, no eres mexicano?
—Soy extraterrestre, debiste haberlo leído en mi web: fui enviado en una misión para buscar vida inteligente en este planeta, no la encontré y los cabrones que me mandaron se olvidaron aquí — respondí y me reí.
 
3.
—Tengo hambre — avisé para explicar por qué comía con cierta desesperación
—¿Vienes de trabajar? — curioseó Olivia tomando sus cubiertos.
—Sí, tuve que hacer un exorcismo a una bebé de tres meses de edad.
—¡¿Lo dices en serio?! — preguntó Arcelia abriendo los ojos como plato y sin atreverse a pinchar su comida.
—Naaá, bromita. Estaba echado en un sillón de mi casa leyendo “Cuadernos” de Emil Cioran. Cuando me di cuenta estaba cerca la hora de vernos y no me daba tiempo de comer.
—¿Cioran? — cuestionó.
—Mi filósofo preferido.
—No lo conozco — dijo Olivia.
—Ya entendí por qué constantemente cuentas en tu blog que tus amigas te dicen “cabrón” — se atrevió Arcelia.
—Vaya, ¿tan pronto llegaste a ese capítulo en nuestra incipiente amistad?
—Sí, me salté el índice y la introducción — contestó y soltó una risita como si su comentario hubiese sido gracioso.
—¿Y lo de “cabrón” qué tiene que ver con Cioran? — protesté.
—Por la manera en que contestas.
—Si Olivia no lo ha leído, supongo que tú tampoco.
—Nunca, pero supongo que él y tú tienen un carácter muy parecido — aventuró Arcelia.
—No, Emil sí era un grandísimo cabrón. Yo nada más trato de sobrevivir ante la rapiña espiritual. Ya que estamos en una librería búscate “Desgarradura”: después de leerlo tu vida no será la misma. Por cierto, se va a enfriar tu comida — señalé con el tenedor su plato.
—Creo que ya has escrito sobre Cioran en tu blog — dijo Olivia.
—Quizá…
—Hemos leído casi todo lo que has publicado — presumió Arcelia.
—“Casi” suena poco claro.
—Sí, porque las entradas de literatura o música no me llaman la atención, aunque seguramente ya los leyó Olivia. Le gusta todo lo que se refiere a cultura.
—¿Y los de cine?
—Tampoco — aceptó Arcelia.
 
4.
Mientras comíamos Arcelia hizo varios comentarios sobre mis libros “Mi vida con los muertos” y “Muertero”. Todos positivos, lo cual agradecí varias veces y le aclaré algunas dudas, sin embargo, aquello me resultó contradictorio porque dijo que no le interesaba la literatura. Como fuera, pasaban los minutos y ninguna de las dos daba señales de plantearme el “problema” por el cual pidieron verme.
 
5.
Observé a Arcelia, una cuarentona que trabajaba como secretaria en una empresa que se caracterizaba por maltratar a sus empleados, de acuerdo a mi videncia, pero detrás de su fachada de mujer resuelta, por las noches, en la soledad de su cama, renegaba de su vida. No era fea, pero tampoco guapa. Olivia tenía muchas similitudes con ella, y si no fuera porque sus rasgos eran por completo diferentes, podría asegurar que eran hermanas. Ambas vestían bien, lo que dejaba entrever que contaban con buenos ingresos.
 
—¿Entonces eres vidente? — aventuró Olivia con tono chocante.
—Mierda, creí que ya lo sabías y por eso querían verme.
—¿Sabes? tu “mierda” y tu “vaya” suenan demasiado…
—Arcelia, si terminas la frase me voy — le advertí — mi mierda y mi vaya no tienen nada de sensual.
—…
—No tengo por qué demostrártelo, Olivia, pero mi deporte favorito es tapar la boca a los incrédulos: Arcelia, traes en tu bolso un ejemplar de “Muertero” porque me vas a pedir te lo dedique; Olivia, te da miedo lo que hago, así que le pediste a tu amiga que me contactara porque quieres que le da luz a tu padre, que murió hace tres meses con 16 días. Finalmente, ustedes son novias y su verdadera intención de reunirse conmigo es preguntarme si son almas gemelas.
—¿Ves por qué te dije que Rachid me daba miedo? — dijo Olivia dándole un leve codazo a su amiga.
—Empecemos por lo complicado: dame tu ejemplar de “Muertero” para la dedicatoria — pedí a Arcelia mientras sacaba la pluma que me regaló mi amigo Alejandro (y que siempre cargo), quien al entregármela avisó que era para que firmara ejemplares de mis libros.
 
Contrario a lo que solía hacer, le escribí un brevísimo cuento en la página donde viene el título del libro, mientras las dos mujeres me observaban intrigadas. Devolví el texto a Arcelia y me quedé observando a Olivia.
—¿Qué hay con lo de tu padre?

2 comentarios:

Lis dijo...

Y que paso? Así se fueron?

ujule rachid dijo...

hola lis, ese tema consta de tres partes, esta fue la primera... ya se ha publicado hoy la segunda... suerte...