1.
Hace unas semanas el escritor, antropólogo y periodista Héctor de Mauleón publicó un ensayo titulado “Los sicarios adolescentes de la Unión Tepito”, lo cual coincidió un fin de semana donde volví a ver la película “Apocalypto” y terminé de releer “de Teotihuacán a los Aztecas”, de Miguel León Portilla.
Los tres, el ensayo, el texto y la película son un ejemplo de dónde viene y hasta dónde llega la violencia en México siguiendo una línea de tiempo.
Comentando con amistades sobre “Los sicarios adolescentes de la Unión Tepito”, coincidimos con la esencia del texto de Mauleón: ¿cómo es posible que niños de 10 o 12 años, ya convertidos en obedientes sicarios a las órdenes de un cártel de narcotraficantes, pueden arrancarle la piel de la cara a una persona viva, usar elaborados métodos de tortura, matar a familiares frente a sus víctimas, asesinarla y descuartizarla?
Mi respuesta siempre es la misma: porque los mexicanos lo traemos en el ADN, es parte de nuestra involucionada genética… ve lo que hacían los aztecas y los mayas arrancando el corazón a una persona viva, y ahora, siglos después, los delincuentes solo necesitan un pretexto, cualquiera, como la pobreza o el rencor, para activar esa carga genética y asesinar con la misma frialdad.
Me dan la razón.
2.
La historia de las civilizaciones prehispánicas en Mesoamérica estuvo plagada de rituales complejos y de prácticas religiosas arraigadas social y culturalmente, entre las que destacaban los sacrificios humanos, muertes que no por ser parte de ceremonias espirituales finalmente dejaban de ser expresiones de barbarie.
Más allá de la visión sobre el mundo entre los mayas y aztecas, los rituales se llevaban a cabo con un propósito religioso y/o político, guardando relación, en menor medida, con ciclos agrícolas y algunas festividades mundanas. Se cree que sacrificaban hasta 20,000 personas en un año con el fin de hacer pública su conexión con lo divino, lo cual incluía, tras bambalinas, la necesidad de reiterar una posición de poder y legitimidad sobre los pueblos conquistados tras feroces batallas.
Este proceso exigía abnegación, miedo y sumisión de parte de los vencidos, quienes proveían los prisioneros ofrendados a los dioses. Por ello, parte de la ofrenda era presentar estos rituales públicamente, creando un sentimiento colectivo, a manera de manipulación visual, para mantener la cohesión social mediante la cual la religión y las creencias “unían” al pueblo con sus gobernantes.
En la actualidad, siguiendo esa espiral de violencia en las retorcidas cadenas del ADN mexica, los narcotraficantes emplean la violencia y la intimidación para establecer su dominio sobre territorios y centros de población, a través de asesinatos y la tortura, para enviar mensajes que aseguren la obediencia entre la población, lealtad entre los miembros del grupo, el temor entre los rivales (informantes, periodistas, activistas y recién incluyen a influencers y youtubers), dejando claro que están por encima de la legalidad y la moralidad. Por ello es que abandonan cadáveres en lugares públicos, a la vista o embolsados, haciendo patente, además, su desprecio por el gobierno, sus leyes e instituciones.
En los tiempos que corren en méxico, la violencia asociada a los cárteles está manifestando características y similitudes a esos rituales prehispánicos, semejanzas no solo con respecto a los métodos para asesinar, sino también los motivos y el contexto social alrededor de ellos, incorporando cultos y rituales oscuros que en su momento requieren ofrendas, aunque no de cualquier tipo.
3.
Vale la pena recordar que un ejemplo de esa similitud lo dieron “Los Narcosatánicos”, tristemente famosos por razones violentas, quienes, combinando la práctica de Santería, Mayombe, Umbanda y Vudú, secuestraban, torturaban, asesinaban y ofrendaban personas de manera que esos sacrificios tenían la finalidad de defenderse de los enemigos y la policía, y su vez, proteger las remesas de droga que enviaban a Estados Unidos a través de ciertas rutas.
Así como en su momento, por ejemplo, para ambas etnias prehispánicas era importante sacar de la víctima el corazón aun palpitando, como parte de la ofrenda a los dioses, para los narcosatánicos la columna vertebral de sus mártires simbolizaba el refuerzo para apuntalar sus actividades delictivas.
4.
Las similitudes entre los sacrificios en las culturas mayas, aztecas y los cárteles abundan: como ya se señaló los dos grupos cuentan con complejas estructuras jerárquicas y sociales, de ahí que estás últimas contemplaran las ofrendas humanas en lugares públicos, una experiencia que podía infundir miedo y/o fascinación, de tal manera que se convertían en un modo de vida para los pueblos (de ahí que los mexicanos sean morbosos y obsesionados con la nota roja); mientras que los narcos dejan cadáveres colgando de puentes o árboles y cabezas humanas en plazas públicas, frente a oficinas de gobierno, escuelas o sobre carreteras.
Si bien hay quienes rechazan el canibalismo en los ceremoniales aztecas y mayas, existen suficientes estudios y pruebas para confirmarlo, y lo mismo sucede con los cabecillas de los cárteles, quienes dan pistas de su práctica con el descuartizamiento de sus rivales, simulándolo, como parte de sus actividades criminales, con la extirpación de órganos humanos para su venta en el mercado negro.
En el caso de los mayas y aztecas, la élite religiosa y política, encabezadas por un Tlaotani y un Halach Uinic respectivamente, decidían quién sería sacrificado, dictaban las normas que regulaban el comportamiento y las actividades humanas para mantener el orden (en su beneficio) y establecían tributos que ponían de manifiesto su poder; mientras que, en el medio del narco sus líderes también tienen un estatus de autoridad, deciden quién será ejecutado, dictan reglas (una de las más importantes es entender que la única forma de escapar de la delincuencia es salir “con los pies por delante”), establecen sistemas de extorsión e imponen preceptos de su muy personal estilo de ver la vida.
Ambas etnias/grupos comparten la idea de una causa de fuerza mayor que justifica la violencia: para mayas y aztecas apaciguar a los dioses, garantizar la sobrevivencia de su pueblo para asegurar la continuidad del orden social y dejar clara la manera en que entendían la vida y la muerte; para los delincuentes vivir rodeados de lujos, conservar el control territorial, sobrevivir en un ambiente de competencia, mantener el orden, proteger el negocio y, en algunos casos, obtener el respaldo de fuerzas sobrenaturales para perpetuar su dominio.
5.
Cualquiera que quiera pensar que los rituales prehispánicos se limitaban a extraer el corazón, están equivocados. Aquellos que serían inmolados en tierras aztecas, por ejemplo, se les imponía ayuno, abstinencia sexual, reclusión, vigilia, efusiones de sangre y la toma de tabaco mesclado con sal, incluyendo estudio obligatorio sobre la personalidad del dios ante el que serían sacrificados para entender por qué su vida sería ofrendada. Al momento del sacrificio, que podría tardar meses, no se realizaba si el sacrificante o sacerdote hubiese padecido alguna tristeza o contrariedad.
En el mundo del narcotráfico también se prepara a sus miembros, aunque de una manera violenta: al llegar a los campos de entrenamiento a los novatos se les desnuda, los mojan y obligan coger las terminales de baterías de coche para quemar un localizador si lo llevan enterrado en el cuerpo, se les moja y deja a la intemperie, desnudos, toda la noche y se les instruye en el manejo de pistolas, metralletas y lanzacohetes. Si alguna persona no cumple con la disciplina, se le asesina y al resto de los novatos se les obliga a comer su cuerpo bajo la creencia de que “si no hay cadáver, no hay delito que perseguir”.
En cualquiera de los dos casos, a los prisioneros y/o sicarios principiantes, con sus particularidades, simplemente se les prepara para morir.
Hace unas semanas el escritor, antropólogo y periodista Héctor de Mauleón publicó un ensayo titulado “Los sicarios adolescentes de la Unión Tepito”, lo cual coincidió un fin de semana donde volví a ver la película “Apocalypto” y terminé de releer “de Teotihuacán a los Aztecas”, de Miguel León Portilla.
Los tres, el ensayo, el texto y la película son un ejemplo de dónde viene y hasta dónde llega la violencia en México siguiendo una línea de tiempo.
Comentando con amistades sobre “Los sicarios adolescentes de la Unión Tepito”, coincidimos con la esencia del texto de Mauleón: ¿cómo es posible que niños de 10 o 12 años, ya convertidos en obedientes sicarios a las órdenes de un cártel de narcotraficantes, pueden arrancarle la piel de la cara a una persona viva, usar elaborados métodos de tortura, matar a familiares frente a sus víctimas, asesinarla y descuartizarla?
Mi respuesta siempre es la misma: porque los mexicanos lo traemos en el ADN, es parte de nuestra involucionada genética… ve lo que hacían los aztecas y los mayas arrancando el corazón a una persona viva, y ahora, siglos después, los delincuentes solo necesitan un pretexto, cualquiera, como la pobreza o el rencor, para activar esa carga genética y asesinar con la misma frialdad.
Me dan la razón.
2.
La historia de las civilizaciones prehispánicas en Mesoamérica estuvo plagada de rituales complejos y de prácticas religiosas arraigadas social y culturalmente, entre las que destacaban los sacrificios humanos, muertes que no por ser parte de ceremonias espirituales finalmente dejaban de ser expresiones de barbarie.
Más allá de la visión sobre el mundo entre los mayas y aztecas, los rituales se llevaban a cabo con un propósito religioso y/o político, guardando relación, en menor medida, con ciclos agrícolas y algunas festividades mundanas. Se cree que sacrificaban hasta 20,000 personas en un año con el fin de hacer pública su conexión con lo divino, lo cual incluía, tras bambalinas, la necesidad de reiterar una posición de poder y legitimidad sobre los pueblos conquistados tras feroces batallas.
Este proceso exigía abnegación, miedo y sumisión de parte de los vencidos, quienes proveían los prisioneros ofrendados a los dioses. Por ello, parte de la ofrenda era presentar estos rituales públicamente, creando un sentimiento colectivo, a manera de manipulación visual, para mantener la cohesión social mediante la cual la religión y las creencias “unían” al pueblo con sus gobernantes.
En la actualidad, siguiendo esa espiral de violencia en las retorcidas cadenas del ADN mexica, los narcotraficantes emplean la violencia y la intimidación para establecer su dominio sobre territorios y centros de población, a través de asesinatos y la tortura, para enviar mensajes que aseguren la obediencia entre la población, lealtad entre los miembros del grupo, el temor entre los rivales (informantes, periodistas, activistas y recién incluyen a influencers y youtubers), dejando claro que están por encima de la legalidad y la moralidad. Por ello es que abandonan cadáveres en lugares públicos, a la vista o embolsados, haciendo patente, además, su desprecio por el gobierno, sus leyes e instituciones.
En los tiempos que corren en méxico, la violencia asociada a los cárteles está manifestando características y similitudes a esos rituales prehispánicos, semejanzas no solo con respecto a los métodos para asesinar, sino también los motivos y el contexto social alrededor de ellos, incorporando cultos y rituales oscuros que en su momento requieren ofrendas, aunque no de cualquier tipo.
3.
Vale la pena recordar que un ejemplo de esa similitud lo dieron “Los Narcosatánicos”, tristemente famosos por razones violentas, quienes, combinando la práctica de Santería, Mayombe, Umbanda y Vudú, secuestraban, torturaban, asesinaban y ofrendaban personas de manera que esos sacrificios tenían la finalidad de defenderse de los enemigos y la policía, y su vez, proteger las remesas de droga que enviaban a Estados Unidos a través de ciertas rutas.
Así como en su momento, por ejemplo, para ambas etnias prehispánicas era importante sacar de la víctima el corazón aun palpitando, como parte de la ofrenda a los dioses, para los narcosatánicos la columna vertebral de sus mártires simbolizaba el refuerzo para apuntalar sus actividades delictivas.
4.
Las similitudes entre los sacrificios en las culturas mayas, aztecas y los cárteles abundan: como ya se señaló los dos grupos cuentan con complejas estructuras jerárquicas y sociales, de ahí que estás últimas contemplaran las ofrendas humanas en lugares públicos, una experiencia que podía infundir miedo y/o fascinación, de tal manera que se convertían en un modo de vida para los pueblos (de ahí que los mexicanos sean morbosos y obsesionados con la nota roja); mientras que los narcos dejan cadáveres colgando de puentes o árboles y cabezas humanas en plazas públicas, frente a oficinas de gobierno, escuelas o sobre carreteras.
Si bien hay quienes rechazan el canibalismo en los ceremoniales aztecas y mayas, existen suficientes estudios y pruebas para confirmarlo, y lo mismo sucede con los cabecillas de los cárteles, quienes dan pistas de su práctica con el descuartizamiento de sus rivales, simulándolo, como parte de sus actividades criminales, con la extirpación de órganos humanos para su venta en el mercado negro.
En el caso de los mayas y aztecas, la élite religiosa y política, encabezadas por un Tlaotani y un Halach Uinic respectivamente, decidían quién sería sacrificado, dictaban las normas que regulaban el comportamiento y las actividades humanas para mantener el orden (en su beneficio) y establecían tributos que ponían de manifiesto su poder; mientras que, en el medio del narco sus líderes también tienen un estatus de autoridad, deciden quién será ejecutado, dictan reglas (una de las más importantes es entender que la única forma de escapar de la delincuencia es salir “con los pies por delante”), establecen sistemas de extorsión e imponen preceptos de su muy personal estilo de ver la vida.
Ambas etnias/grupos comparten la idea de una causa de fuerza mayor que justifica la violencia: para mayas y aztecas apaciguar a los dioses, garantizar la sobrevivencia de su pueblo para asegurar la continuidad del orden social y dejar clara la manera en que entendían la vida y la muerte; para los delincuentes vivir rodeados de lujos, conservar el control territorial, sobrevivir en un ambiente de competencia, mantener el orden, proteger el negocio y, en algunos casos, obtener el respaldo de fuerzas sobrenaturales para perpetuar su dominio.
5.
Cualquiera que quiera pensar que los rituales prehispánicos se limitaban a extraer el corazón, están equivocados. Aquellos que serían inmolados en tierras aztecas, por ejemplo, se les imponía ayuno, abstinencia sexual, reclusión, vigilia, efusiones de sangre y la toma de tabaco mesclado con sal, incluyendo estudio obligatorio sobre la personalidad del dios ante el que serían sacrificados para entender por qué su vida sería ofrendada. Al momento del sacrificio, que podría tardar meses, no se realizaba si el sacrificante o sacerdote hubiese padecido alguna tristeza o contrariedad.
En el mundo del narcotráfico también se prepara a sus miembros, aunque de una manera violenta: al llegar a los campos de entrenamiento a los novatos se les desnuda, los mojan y obligan coger las terminales de baterías de coche para quemar un localizador si lo llevan enterrado en el cuerpo, se les moja y deja a la intemperie, desnudos, toda la noche y se les instruye en el manejo de pistolas, metralletas y lanzacohetes. Si alguna persona no cumple con la disciplina, se le asesina y al resto de los novatos se les obliga a comer su cuerpo bajo la creencia de que “si no hay cadáver, no hay delito que perseguir”.
En cualquiera de los dos casos, a los prisioneros y/o sicarios principiantes, con sus particularidades, simplemente se les prepara para morir.
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