28 de octubre de 2022

Desenterrando brujería

 


1.
Estaba parado frente Rosa, la joven delgada, con ojeras y sin luz en su mirada, paciente a la que mi amiga, la Curandera Raquel, estaba atendiendo en su templo espiritual de una brujería que estaba destrozando su vida y la de su familia
 
Miré que reloj de mi teléfono marcaba las 11:05, Raquel me hizo una señal, comenzó a respirar agitadamente y coloqué el ramo de limpia sobre la cabeza de Rosa. Cerré los ojos y busqué la conexión espiritual con el Guía espiritual de la Curandera.
 
Si bien previamente conversamos durante varios minutos sobre lo que haríamos, aún estaba por verse a quién de sus guías canalizaría, lo cual en unos instantes quedó claro.
 
—Bienvenido seas hermano — saludé.
—Y de esa bienvenida recubro tu mente, espíritu y corazón — respondió y sin dar tregua, avisó — vayamos a buscar ese hechizo que atormenta el alma de la pequeña — me ofreció su mano, lo observé y su bellísima luz azul me maravilló una vez más.
 
Sonrió manteniendo su mano extendida, la tomé, mi espíritu se desincorporó y comenzamos a caminar en silencio.
 
2.
Cuando se está ante un guía espiritual de tal importancia, no caben las conversaciones sosas, nada de: “¿Cómo andas las cosas por allá?”, tampoco “¿Qué cuenta el creador?” ni mucho menos “¿Has visto a Jesucristo, le has preguntado cómo se siente reencarnar?”.
 
No hay necesidad de hablar si ellos no lo hacen.
 
3.
—Pequeño mío, no temas ni dudes de lo que atestiguarás en esta alba bendita — se refirió a mi sin ánimos de minimizarme, lo hacía con tono paternalista — verás situaciones que creerás son distintas a las que has vivido, pero son igual a lo que has trabajado espiritualmente antes.
—Benditas tus palabras, hermano, pero no tengo dudas sobre lo que haremos.
 
Sonrió.
 
Caminamos uno al lado de otro, cruzando algo parecido a una zona desértica en la que la tierra agrietada, los arbustos semisecos y los lejanos cerros me hicieron recordar la sierra del estado de Puebla.
 
—Estás débil, pequeño mío — señaló — deberías tratar de dormir mejor.
—Lo intento, pero…
—… piensas demasiado, tratas de entender tantas cosas… a veces todo — me interrumpió — mas debería quedarte claro que lo que criticas de tus hermanos no es asunto tuyo, lo que sucede en tu mundo, lo que ves y oyes, no lo juzgues porque el creador sabe lo que hace y ni tú ni nadie conseguirá concebirlo.
—Sí, pero…
—Todo tiene una razón de ser… hasta lo que llaman maldad requiere un espacio entre ustedes para actuar.
—De acuerdo — cedí, no porque no quisiera discutir, sino porque cuando hablas con un Guía espiritual no solo lo hacen con palabras, sino también con imágenes mentales que te dejan claro a lo que se refieren.
 
4.
Ahora cruzábamos grandes extensiones de cultivos de sorgo bajo lo que podría decirse “un sol inclemente”, sin embargo, no hacía calor ni había molestia en la piel por los rayos, y en consecuencia, tampoco hambre, ni cansancio tras varias horas de marcha. Y quizá lo más interesante: durante todo el trayecto realizado, y el que aún faltaba, atravesamos diversos paisajes con los más variados climas y nunca nos cruzamos con alguna persona, insecto o animal ni vimos edificación humana alguna, todo era exclusivamente vegetación.
 
Eso sí, el color de todo lo que estaba a la vista era diferente a lo que los seres humanos estábamos acostumbrados a ver, tonos que mostraban su verdadera esencia. Estaba en el mundo astral, la vida paralela que la gente no está interesada en percibir por vivir en las obsesiones y egoísmos de la vida diaria.
 
Miré de reojo al Guía y de nuevo quedé maravillado: era un indio corpulento, de más de dos metros de altura, con ropas aborígenes, anteriores a la época prehispánica. Su cabello era largo, su piel morena rojiza y sus facciones completamente refinadas, nada que ver con lo que pintan en los libros de historia escolares para hacernos creer que nuestros ancestros siempre fueron incultos, chaparros, obesos y lampiños.
 
El mestizaje, siempre lo he dicho, fue una putada.
 
—Seguramente te preguntas, pequeño mío, por qué tenemos que venir desde la choza de la presencia hasta acá a buscar eso que ustedes llaman brujería, cuando podríamos localizarlo con tu videncia y desactivarlo con las artes que nos ha transmitido el Maestro.
—Me lo cuestiono, sí — reconocí.
—Cuando descubres con clarividencia dónde está el trabajo negro, en ese momento pones en alerta a los vigilantes de que vas a deshacerlo, de ahí que en ocasiones los rompimientos no funcionen o que tras deshacer uno de esos hechizos se active otro.
—Entiendo.
—En este tipo de batallas, pequeño mío, el general, cómo lo llamarían ustedes para explicar, está a la espera de que el enemigo llegue surcando los aires, por eso caminamos. ¿Está claro?
—Entiendo — acepté de nuevo.
 
Luego de un largo tramo en silencio, el Guía señaló.
 
—Te noto maravillado — dijo ante mi asombro por la belleza de los paisajes en los que incursionábamos.
—Son hermosos.
—¿Cuándo fue la última vez que tus pasos transitaron por los 7 mundos espirituales? — me interrogó.
—Hace mucho… iba de la mano de Felipe. Yo aún era niño.
—Claro, el Curandero — dijo con una mezcla de ternura y respeto, para luego avisar — algún día conocerás los 10 cielos… tus ojos quedarán atónitos.
 
5.
Cruzamos un llano y llegamos a la entrada de una tupida selva. Sin darme cuenta cómo llegó, pero a lado del guía ya se encontraba un gran perro color negro en actitud alerta.
 
—Invoca a tu explorador — pidió.
—¿Es necesario? — cuestioné.
 
El guía se giró hacia donde yo estaba de pie y me miró con ternura.
 
—Sé que nunca lo has usado, pero ha llegado la hora — señaló.
—No lo necesito — respondí con la mayor de las humildades.
—Los perros, al igual que todos los animales, tienen una función.
—Sí, hacer estúpidos a sus dueños.
—Me refiero a un papel, pequeño mío, una encomienda en el mundo espiritual… por alguna razón tú tienes uno.
—Si estás de acuerdo, usaré el explorador que me fue entregado hace poco — propuse.
 
El indígena asintió sin borrar la sonrisa amable de sus labios. Levanté el brazo derecho, solté un suave silbido y de inmediato se materializó la inmensa ave.
 
Observé al perro. Era hermoso y de una raza que no pude identificar (bueno, tampoco es que me interesen esos jodidos animales). Me quedó claro que al ser un explorador espiritual nunca la adivinaría. Cómo sea, se mantenía erguido y se comportaba seguro, con la cabeza y las orejas levantadas, nada de las actitudes sosas de los perros vulgares, quienes brincan como de un lado a otro y mueven el culo para llamar la atención de su dueño. Este era un ejemplar único.
 
Mientras lo contemplaba el Guía hacía lo mismo con mi explorador, quien blandía ocasionalmente sus alas, como si se las mostrara, no para presumirlas, sino para recibir su aprobación.
 
—Me lo dio tu hermano — aclaré.
—Lo sé, es especial… impone — dijo, sonrió satisfecho y avisó — empecemos.
 
El guía hizo un leve chasquido con la lengua y el perro se lanzó hacia la maleza, de inmediato hice un silbido diferente y mi ave lo siguió aleteando silencioso.
 
—En 60 latidos iremos tras de ellos, pequeño — avisó — tendrás 180 más para entrar y sacar la maldad. No la vas a romper, no la vas a deshacer: la vas a tomar con la mano izquierda, la colocarás dentro del macuto de yute, te lo cuelgas en la espalda y saldrás sin mirar hacia atrás, aunque oigas ruidos, te llamen por tu nombre o escuches una voz conocida — explicó, tras lo cual me entregó algo parecido a un morral.
—Entendido.
 
6.
Nos adentramos, caminando sin prisas, entre árboles y matorrales, entre los que identifiqué cambray, jagua, ceiba, palma, caoba y caucho, así como arbustos y otras plantas, mas a cada paso la luz del sol se dilataba hasta que en algún punto parecía había anochecido, sin embargo, la luz que irradiaban nuestros exploradores marcaban claramente el camino a seguir.
 
Finalmente llegamos a un claro que era iluminado perfectamente por la energía del perro y mi ave, como si arriba de él hubiera un inmenso reflector. Ambos animales nos observaron, el Guía siguió al suyo mientras el mío marcaba mi camino, hacia docenas de árboles y palmeras que ante mis ojos se transformaron en un antiquísimo cementerio.
 
Llegué a la entrada, empujé una deformada verja para entrar y a partir de ese momento tenía tres minutos para cumplir con mi parte. Comencé a trotar, siguiendo a mi ave, quien no tardó en encontrar la catacumba donde estaba enterrada la brujería, lo vi de lejos escarbando con las garras en el suelo, así que cuando llegué lo único que tuve que hacer fue meter la mano, sacar una caja, supongo de madera, envuelta en un paño negro; la metí en la mochila, me la colgué a la espalda y salí trotando de nuevo, en realidad corriendo, preocupado por el tiempo que disponía, siguiendo a mi explorador y mientras a mis espaldas, obviamente, escuchaba una inconfundible voz femenina gritando mi nombre.
 
7.
Cuando volví al claro el Guía espiritual ya estaba ahí esperándome y sonriendo. Iniciamos el regreso sin decir nada. No me hizo preguntas y yo tampoco lo interrogué sobre lo que él hizo ni realicé comentarios sobre lo mío. Contrario a lo sucedido antes, conforme avanzamos los rayos del sol conseguían penetrar de nuevo el follaje de los árboles, por lo que no tardamos en salir de la jungla.
 
Conforme caminamos nuestros respectivos exploradores se fueron diluyendo. Finalmente volvimos a la zona desértica, donde al llegar al pie de un monte el Guía me pidió la mochila, la cual apenas y recibió la dejó caer en un profundo agujero que al parecer alguien había excavado exprofeso para enterrar la brujería, todo esto sin que nos detuviéramos.
 
Un rato después, tras desandar el camino recorrido, estábamos de regreso en el templo de Raquel, con ella en la misma posición. El guía entró a su cuerpo, mi amiga se puso de pie, aún en trance, con Rosa frente a mi y el ramo de limpia a sus pies.
 
Posteriormente entregué a Raquel diversos materiales, conforme los pedía el Guía, para que continuara con la sanación. Una vez que terminó pidió mi presencia.
 
—Pequeño mío, recuerda nuestra conversación: deja de tratar de entender la forma en la que el creador edificó este planeta y las verdaderas leyes con las que se rige la convivencia entre sus habitantes.
—Sí, hermano.
—Pon tus manos juntas y extendidas frente a mi — pidió, me entregó tres dones, dejó uno más para Raquel (el cual yo debía colocar en su cabeza en cuanto recobrara la conciencia) y se despidió.
—Bendita tu caridad, hermano — respondí cumpliendo con el protocolo espiritual — Luz y progreso para tus caminos.
 
Raquel salió del trance, suspiró, recargó el peso de su cuerpo en la orilla del alar, se me quedó viendo, obviamente cansada, pero dijo lo mismo acerca de mi.
 
—Calculo que fueron unas 3 horas las que estuvimos trabajando astralmente — comenté.
—Para nada — intervino Rosa — no fueron más de 5 minutos.
 
Se veía rejuvenecida, sonreía y su astral brillaba de nuevo. Pagó su consulta, se despidió y salió alegremente del templo. Raquel me observó e insistió en que me veía realmente agotado.
 
—Deberías verte en un espejo — me burlé.
—Cuéntame con detalle qué sucedió — pidió sentándose en una silla y señalando otra para que yo hiciera lo mismo.

4 comentarios:

Raul dijo...

Precioso el relato. Muy interesante la descripción del mundo espiritual que haces acompañado del guía indio americano. Yo tengo uno conmigo y doy fe de que son absolutamente increíbles y trascendentales. Saludos.

Anónimo dijo...

La voz femenina inconfundible a qué mujer se refiere?

ujule rachid dijo...

hola anónimo, la voz de un desencarnado simulando ser la voz de mi fallecida madre,suerte

Anónimo dijo...

Si es verdad, yo tengo visiones donde estoy en un cementerio enterrada con mis hijos, veo la tumba y se cómo me colocaron, aunque se los he dicho a las personas que me han ayudado, espiritualmente siento que no están preparadas para esto, de hecho he visto como está un hombre custodiando esa tumba , cuando trato de salir de ahí todo es peor