3.
Luego de que el huracán Priscilla y la tormenta Raymond
inundaran al país, dejaran 75 muertos, 65 desaparecidos y varias ciudades arrasadas
por completo en el estado de Veracruz, sin que el gobierno hiciera algo por prevenir
a la población, aquella mañana sabatina de octubre estaba fresca y sin nubes que
impidieran disfrutar de los rayos del sol luego de varios días nublados.
Me gusta la cafetería “Casa di Mahia”, ubicada en
la famosa “Casa de la Araucaria” (fue construida en el año 1902), que además de
tener un estilo neoclásico, mezcla de elegancia y atemporalidad grecoromanas, cuenta
entre sus muros con la “Biblioteca IBBY México”, especializada en literatura infantil
y juvenil.
Gracias a que los mexicanos el fin de semana comienzan
a dar señales de vida hasta después del medio día, el lugar estaba semivacío, así
que no tuve problema en encontrar una mesa en la terraza. Como siempre hago llegué
10 minutos antes de la cita, pero contrario a mi paciencia, decidí ordenar para
dejarle claro a Piedra_de_Limon que su prepotencia no estaba invitada.
Saqué mi libro de “Personajes secundarios”, el cual
había dejado de lado por semanas para devorar “Tumbas sin nombre” y di el primer
sorbo a mi taza de café, más no avancé mucho en la lectura porque en cosa de minutos
volvió la mesera con mi desayuno.
Eran 9:20 y Piedra_de_Limon no daba señales de vida,
así que decidí apurarme con intención de largarme a las 9:30, pero apenas y lo había
decidido llegó y se sentó al otro extremo de la mesa.
Llevaba ropa en extremo holgada, el cabello recogido,
oculto debajo de una gorra e inmensos lentes oscuros, todo para no ser reconocida.
Por si aquello no fuera suficiente, un gorila de unos dos metros se colocó cerca
de nosotros con intención de atemorizar a cualquiera que intentara acercarse.
No se disculpó por la tardanza, soltó un seco hola, llamó a la mesera, pidió un café y
tampoco hizo comentario de por qué me adelanté para desayunar.
Seguí atacando mis huevos con machaca mientras ideaba
como desarmar su altanería.
—Tantos años sin vernos — solté antes de engullir
un bocado.
—¿Te conozco? — exclamó bajando los lentes a la altura
de la nariz para observarme.
—En algún momento nuestras vidas se cruzaron a través
de Luis Rubioles.
—¡Tú! — exclamó colocando con fuerza las manos sobre
la mesa y empujando su silla hacia atrás con los pies, lo que provocó que su guardaespaldas
se acercara para colocarse a mi lado.
—Dile a tu perro guardián que si se mueve un milímetro
más le voy a soltar cierta maldición que su canina estirpe tardará siete generaciones
en depurar — advertí antes de dar un sorbo a mi café.
—Vete a la camioneta, Ramiro. Dile a Marcela que te
venga a sustituir.
—No requieres niñeras — avisé.
—Tratándose de ti no las necesitaré, pero no quiero
que mis fans vengan a interrumpirnos pidiendo
una foto o autógrafo — se justificó.
—No vendrán, yo me encargo de eso.
—Espérame en la entrada — ordenó al gorilón.
—¿Todo bien? — intervino la mesera.
—Sí, sírveme lo mismo que pidió él. Y más café.
—Señor, ¿algo más?
—Un rol de canela, pero sin canela — dije, lo que
la desconcertó — bromita, un panqué de guayaba.
Había conseguido desarmar la soberbia de Piedra_de_Limon.
4.
—Ujule
Rachid, ¿qué significa eso? — interrogó — deberías usar tu nombre de pila,
así la gente sabría si te contacta o no.
—Quítate los lentes — pedí ignorando su
comentario.
—¡Me van a reconocer! — protestó.
—Te dije que me encargaría de eso — dije, tomé el salero, lo destapé, vertí
un copito en mi mano izquierda, con la derecha hice unos signos mientras rezaba
y luego me levanté para esparcirla alrededor de nuestra mesa — listo, te has vuelto invisible — avisé, se despojó
de su disfraz y confirmé que la ferocidad de su mirada seguía intacta.
—¿Dónde has estado estos años alejado de mi vida?
— se quejó — necesito gente como tú para controlar toda la mierda que me rodea.
—Lejos de ti para proteger mi salud mental — solté.
—Tenías fama de muchas cosas en la cultura
subterránea, menos de brujo — decidió cambiar de tema sin ocultar que no entendía
qué quise decir.
—Soy muy paciente, pero suelo reaccionar de manera
poco agradable cuando me llaman “brujo” — advertí.
—Anotado — dijo en el momento en que la mesera llegaba
con su desayuno y mi panqué. Comenzó a comer sin mirarme a los ojos.
—Ya, suéltalo — pedí.
—Sí que eres vidente, según dices en tu blog; me queda claro que nadie puede guardar secretos
estando a tu lado.
—No te creas, solo uso la videncia cuando es necesario.
Me evita desilusiones, pero ya, dilo.
—¿Cómo murió Luis Rubioles?
—Deberías hacer la pregunta correcta — advertí.
—Está bien, lo sé, de un infarto mientras leía en
la sala de la casa de su madre, ¿sabías que estaba enfermo?
—Él me confesó que tenía problemas de salud, pero
no entró en detalles.
—Su cuerpo era una fábrica de coágulos de sangre,
pero en lugar de tomar anticoagulantes prefería aspirar cocaína y beber whisky.
—Una pésima combinación si tienes problemas en la
sangre.
—Fue una actitud estúpida tratándose de una
persona culta e inteligente, pero mi pregunta iba enfocada a que… — señaló, pero
no completó la frase.
—¿Quieres saber si cuando estaba muriendo pensó en
ti?
—Sí… — levantó finalmente la vista de su plato para mirarme.
—Deja a los muertos en paz — sugerí.
5.
—¿Viste el video?
—Sí… y pude constatar que sigues siendo una fría calculadora
a la que le gusta tener la última palabra en todo.
—Soy un negocio. Mi nombre, mi físico, mis canciones
y hasta mis guitarras generan dinero y dan trabajo a varias personas.
—Desde que estabas en “Nunca al norte” querías mangonear
todo, tan así que no te importó que Luis fuera el fundador y líder de la banda
y, que, por tu egoísmo, provocaste que dejaran de tocar durante dos años.
—Siempre supe lo que quería — señaló sin dejar de
comer.
—Sí, ser famosa, así que dejemos de lado ese tema
porque ya lo conseguiste. ¿Por qué querías que viera ese video?
—Juan Vendeta…
—¿Qué tiene?
—Ese concierto fue uno de los últimos que ofrecí para
promocionar mi disco “No duele”. Como viste, era mi mano derecha.
—¿Era?
—Terminando la gira se fue de mi banda. Es complicado
de explicar.
—“Mí, mí, mí… yo, yo, yo” — ironicé — tienes un
ego repugnante.
—Ya te expliqué: soy una marca y...
—Deja de mariposear a mi alrededor como si fuera
una flor de lavanda, tuvimos muchas parrandas hace años, como para que me salgas
con rodeos llenos de charros creyéndose vaqueros.
—Ya, párale.
Y, por cierto, antes de continuar te voy a pedir silencio sobre los nombres de quienes
participamos en esta historia.
—Lo tendrás.
—Gracias. Luego de mi exitoso concierto en la
Plaza de España, en Madrid, nos fuimos de juerga y en algún momento Vendeta se me
acercó y confesó que estaba enamorado de mí.
—Lo compadezco — me burlé.
—Tuve que ser sincera — siguió tras mirarme con
dureza: al parecer mis “bromas” le dolían — él sabía que había tenido una relación
tormentosa con Ronaldo, mi ex pareja y que por joderme me demandó para obtener la
custodia de nuestra hija, lo cual consiguió sobornando a los jueces, pero también
tenía conocimiento que con el paso del tiempo Ronaldo y yo nos habíamos reconciliado...
justo antes de comenzar la gira.
—Voy confirmando lo que vi en el video.
—Déjame terminar. Le agradecí que se fijara en mí
en ese sentido, pero…
—Ya sé, te hiciste pasar por la Madre Teresa de Calcuta.
—Oye, ¿siempre eres así de ponzoñoso en tus consultas?
—No, solo cuando me reencuentro con personas que
en su momento me dieron una puñalada por la espalda.
—¿Cuál es tu tema?
—¿Recuerdas "La cuadrilla de la
langosta"? Fue el proyecto literario del que me echaron después de que
afirmaste que, por haber sido mi amante, yo tendría conflictos de interes con
dos de sus escritores, uno de ellos examante tuyo.
—Lo mencioné en tono de broma durante una fiesta,
pero alguien se tomó mis palabras muy en serio.
—Itzel…
—Sí, una habladora a tiempo completo; de todos
modos, ya tendrías que haberlo superado.
—Lo superé, pero no está olvidado. Son calumnias
que deben permanecer frescas para evitar que se repitan por si el pasado llama
a la puerta.
—Siempre afirmé que eras un cabrón. Y el problema
con hombres como tú es que están hechos de historias extrañas que les enmarañan
las ideas.
—No, solo soy un ser humano que va detrás del error
de las personas, esperando que paguen las consecuencias para echárselos en cara.
—¿A qué te refieres?
—Continúa — la ignoré.
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