24 de mayo de 2021

Una vergüenza lo que sucede en la UNAM

 


Soy egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), institución académica llamada popularmente “La máxima casa de estudios” del país, y considerada una de las mejores de América Latina, insisto, dicen.
 
Acerca de haber estudiado en la UNAM, existe un insoportable chauvinismo que suelo comparar con el delirio futbolero: sus egresados exacerban hasta la náusea el emblema universitario con mil y un pretextos, mismos que no enlistaré, ciñéndome al fanatismo con que rigen su vida, sin cortar el cordón umbilical que los liga a una etapa de su vida (ser estudiante), a algo que dio mucho, sí, sobre todo a nivel intelectual, pero que ya fue, es pasado.
 
Me iré un poco atrás para poder entrar al tema, en concreto a mi época universitaria, donde me di gusto comprando ediciones, a un precio regalado, de libros que no siempre tenían que ver con mi carrera y sí sobre temas que uno ni se imagina.
 
Sobre aquellas adquisiciones han pasado muchos años, pero destacan los clásicos rusos que la UNAM editaba, y que vendía en las librerías que tenían montadas en todas las facultades, y que me abrieron los ojos hacia una corriente literaria cuya riqueza es infinita.
 
Así, conservo “Un héroe de nuestro tiempo” de Mijail Lermontov, “La hija del capitán” de Alexander Pushkin, “Pequeña antología de cuatro poetas rusos” de Tatiana Bubnova y el necesario "Los señores Golovliov" de Saltikov-Schedrín, lecturas que cambiaron mi forma de vincularme con las letras, y a los que sólo pondría un pero: su calidad de impresión.
 
Sigamos: la Dirección de Literatura, encargada del programa editorial de la UNAM, fue creada el 3 de marzo de 1986, como parte del proceso de una reestructuración que luego se convirtió en la  actual Coordinación de Difusión Cultural.
 
Tras varios años, la Dirección de Literatura mantiene su plausible labor, pero bajo una perspectiva anacrónica, traza que de no corregirse seguirá beneficiando sólo “a los amigos”. Me explico: su servidor recibe desde hace años, vía mail, boletines sobre noticias de literatura, tanto de editoriales, revistas e instituciones educativas. Mi última inscripción fue, precisamente, al boletín de la UNAM.
 
Gracias a ello descubrí que sus ediciones, en libros y revistas, como la serie “Material de Lectura” o la revista “Punto de partida”, no han cambiado de material ni de diseño desde hace más de 40 años. Algunos pensarán que lo importante es el contenido, pero a esto le sigue algo más grave: pone de manifiesto la vigencia del amiguismo discrecional con el que se promueve autores como inve$tigadore$, académico$ e instructore$ de tallere$, con $u$ re$pectivo$ beneficio$.
 
Esos amigos, por desgracia, se han enquistado institucionalmente y han generado cofradías donde se publican unos a los otros, como AnaMari Gomís, Vicente Quirarte, Beatriz Espejo, Mauricio Beuchot, Margo Glantz, Guillermo Sheridan, Vicente Quirarte, Elsa Cross, o los nuevos protegidos: Alberto Chimal, Silvia Eugenia Castillero o Adrián Curiel.
 
Veamos al caso de Elsa Cross: ¿la conocen? ¿han oído su nombre con la familiaridad que Octavio Paz, Rosario Castellanos, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Elena Poniatowska, Juan Villoro, Amparo Dávila o  Sergio Pitol? Pues se trata de una académica, que aparte de poeta, ve su “trabajo” eternamente publicado, dirige talleres, obtiene becas y recibe un premio tras otro.
 
Siendo objetivos, y en tiempos de crisis económica, sobre todo por el desprecio del actual gobierno a la cultura, sabemos que no hay presupuesto para ampliar la cobertura cultural, sí, pero ¿cuántas becas, premios y salarios de la UNAM podrían canalizarse en democratizar su línea editorial (desapolillando ese innecesario paraíso), para hacer frente, por ejemplo, a los monopolios literarios como “Editorial Planeta”, “Penguin Random House” y “Editorial Santillana”, tal como ha hecho la editorial, también mexicana, “Fondo de cultura económica”?
 
Ante esta inmundicia amiguera es injusto que la UNAM clame por la falta de espacios para promover la lectura y se queje del desinterés por la literatura, cuando ellos son parte del problema y reproducen, con escalofriante fidelidad, lo que ocurre en cualquier oficina de gobierno e iniciativa privada, donde el favoritismo, el amiguismo, chantajes, intercambios sexuales, nepotismo, patronato y la amenaza están por encima de la calidad y la honestidad.
 
Siempre lo he dicho y con lo que sucede en la UNAM se confirma: un libro, obra de teatro, cd, escultura, invento y pintura expuestos en una marquesina no están ahí porque calidad, sino por a saber por qué pactos en lo oscurito.
 
Así, vale la pena preguntarse: ¿cuántas verdaderas obras de arte han quedado en el anonimato por esta perversa manera de anteponer el interés personal y/o las bajas pasiones a cualquier decisión? o quizá haya algo peor: ¿lo que en la actualidad llamamos “cultura”, en méxico, concretamente en la UNAM, podría ser diferente si no hubiera alguien empeñado en tenernos hundidos en la ignorancia, a costa de tener en un pedestal a “los grandes amigos”?
 
Una vergüenza lo que sucede en la UNAM, en general, y en la Dirección de Literatura, en particular… una cortedad que salta a simple vista, y por lo mismo, alguien debe corregir. ¿Acaso el actual director de la Coordinación de Difusión Cultural, el ególatra-maniaco Jorge Volpi, se atrevería a poner en orden? Ya demostró que no: ahora sus amigos son los nuevos preferidos tal como ha sucedido con las anteriores administraciones.
 
Sí, una vergüenza.


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