Si bien lo mío no
es involucrarme con demonios, como Curandero y Espiritualista no me quedó más
remedio que enterarme del tema a través de mis padrinos, pero sobre todo por el
Curandero Felipe.
Gente cercana me ha
contado de una mayor presencia de ellos en nuestro plano, sobre todo derivado
del tema del COVID19, donde los desencarnados se han incrementado en nuestro
planeta de manera alarmante (https://basurerodealmas.blogspot.com/2020/10/el–covid–rompio–el–equilibrio–entre.html).
El tema de esta entrada
son los demonios, pero no del Diablo que imaginamos de color rojo, alto, con
cuernos, patas cabrías, rabo, trinche y musculoso, muy a lo fitness. No, me
referiré a sus representantes, quienes habitan entre nosotros desde tiempos inmemorables
y buscan orillarnos al pecado (perdón
por la ironía).
Muchas experiencias
me han compartido angelólogos, sanadores, curas,
babalowos, mayomberos, reikistas, chamanes, espiritualistas, santeros,
curanderos, terapistas, espiritistas o amistades, quienes han coincidido en lo
que llaman una “desagradable vivencia”, en la cual hizo acto de presencia un demonio.
Nunca dudé ni
negué que ello pudiera ocurrir, pues mi quehacer espiritual siempre me da más sorpresas
de las que haya vivido antes, más no había presenciado una vivencia personal de
ese tipo… hasta hace unos días.
Lo que aparentemente sucedió
DO llevaba
semanas deprimida por problemas con sus vecinos que la tenían sin dormir y que
comenzaban a pasarle ya la factura a su salud. Es angelóloga
y canalizadora, por lo que llamó mi atención que hablara casi a diario con mi
esposa para desahogar sus penas. Y lo menciono porque yo no entendía por qué lo
que ella llama “sus seres de luz” no le ayudaban, así que en un desplante
empático sugerí que la lleváramos con H.
No daré detalles
sobre los dones de H, un poco por respeto (y mucho por precaución, por aquello
de mis enemigos y con los que H siempre me ayuda a lidiar), más aclararé que es
de lo mejor que hay en méxico.
DO aceptó y nos
pusimos de acuerdo para vernos el sábado, cita a la que llegó puntual (en mi
casa), esa fresca y nublada mañana, y de ahí nos transportamos en mi auto al
norte de la ciudad. Conocedor de que a mi amiga le “asusta” la practica
muertera, desde hace años omito comentar el tema, pero a cambio debo escuchar
pacientemente sus soliloquios sobre sus aventuras con sus alados angelitos.
Ya ahí, H nos sugirió
hacernos un despojo a mi esposa y a mí, por lo que luego de una hora salimos con
DO sin ocultar su felicidad por lo bien que se sentía y prometiendo regresar
hasta que solucionar su problema.
Compramos material esotérico
en un mercado cercano y emprendimos el regreso, mas durante el trayecto mi
esposa pidió pasar a la compañía telefónica para arreglar un asunto de su
madre: “ya valió madres”, me dije tras sentir un calosfrío en la espalda, mas
no dije nada.
El tráfico fue
fluido hasta llegar al edificio de la telefónica, ubicado en un barrio inseguro
y de conflictivo tránsito vehicular, el cual conozco por tener ahí amigos Santeros
y Curanderos. Mi esposa bajó del auto, di un par de vueltas buscando un lugar
para estacionarme, mas no lo encontré, así que lo coloqué en doble fila al
igual que docenas lo hacían.
Conversaba con DO
cuando el auto que estaba estacionado detrás de mí se alejó rápidamente luego
de que un coche gris se detuviera a su lado, algo que después hizo también
conmigo haciendo sonar su claxon, pegado a él de tal manera, que vendedores
ambulantes y transeúntes se juntaron para ver que sucedía.
–te están tocando la
bocina – dijo DO.
–no creo – dije
tras voltear discretamente y ver la parte delantera del coche estaba a la
altura de mi ventanilla, lo que dejaba la del conductor a la altura de donde ella
estaba sentada.
–es contigo… –
insistió asustada, mas la ignoré.
El escándalo siguió
hasta que un vendedor se detuvo frente a mi auto y me miró con odio, lo que me
irritó y casi provoca que le hiciera una señal con el dedo, más la prudencia se
impuso, bajé el vidrió y decidí encarar al tipo que claxoneaba, más como no
estaba exactamente frente a mi tuve que asomar la cabeza para verlo y me
encontré con un joven, visiblemente drogado, que al verme estiró el brazo hacia
el asiento, tomó una pistola y me apuntó.
–¡ave maría
purísima! – exclamó DO aterrorizada – te conoce y ha venido a matarte – agregó
estúpidamente.
El pistolero y yo
cruzamos miradas, más le irritó la manera impasible* en que yo lo veía, así que
amartilló el arma mientras sonreía burlón.
–¡a la verga! – me
gritó mientras yo medía la situación: no podía bajarme de mi auto para
encararlo pues el suyo estaba pegado a mi portezuela, y si lo hacía por el lado
del copiloto perdería valioso tiempo en aprovechar el factor sorpresa.
Lo miré de nuevo y
por su expresión concluí que más valía irme.
–¡a la verga, puto!
– repitió mientras recordaba las veces que escuché esa frase, con una pistola
apuntando a mi cabeza, mientras viví en Los Ángeles, situación a la que mi
reacción siempre fue permanecer inmutable.
Encendí el motor,
calculé el espacio que había entre su auto y el que tenía delante, y concluí
que no podía maniobrar: me eché en reversa, erróneamente el matón también, sin
dudar metí el acelerador y salí aprovechando el espació formado entre dos
coches que circulaban sobre la avenida.
Lo que siguió fue
una persecución mientras mi amiga lanzaba oraciones y yo evitaba ser alcanzado
por el pistolero, hasta que en algún punto salió de una bocacalle una camioneta
con soldados de la Guardia nacional.
– ¡alcánzalos! – gritó
DO, lo que acabó con mi paciencia.
–cállate y sigue
rezando – le ordené mas al oírla me inspiró ternura su ingenuidad, pues desde
que empezó la persecución comencé con mis invocaciones al mundo espiritual.
El acoso siguió
hasta que la luz roja de un semáforo nos detuvo. Paré el coche a varios metros
de distancia de mi perseguidor, dejando una gran distancia entre nosotros y de
lado izquierdo de la calle, en donde las únicas opciones eran girar hacia ese
lado en la esquina o seguir derecho.
– ¡adelántate! – ordenó
DO pensando que ello me daría ventaja, pero la ignoré pues nos colocaría de
nuevo frente a él y con la posibilidad que nos cerrara el paso apenas
avanzáramos.
Esperé y cuando el
semáforo cambió a luz verde no avancé y los autos que estaban detrás de nuestro
acosador comenzaron a apresurarlo tocando el claxon: aquello funcionó como lo
esperaba y el que nos perseguía dio vuelta a la izquierda pensando que yo haría
lo mismo, se pusieron dos coches detrás de él evitando que pudiera echarse en
reversa, si lo intentaba, arranqué girando el volante hasta quedar del lado
derecho de la avenida y seguí de frente a toda velocidad.
No había manera de
que nos siguiera, pero faltaba lo más delicado: regresar por mi esposa al mismo
sitio donde comenzó todo. Marqué a su celular y a la tercera llamada contestó.
– casi termino… –
dijo sin más.
– nos está
persiguiendo un tipo armado – advertí – en cuanto vayas a salir del edificio
avísame, pero camina hacia el frente, a la esquina, te veo en el semáforo… te
subes rápido.
Así lo hicimos, la
recogí y salimos sin mayor complicación de aquella zona.
continuará…
*
no piense el lector que esa inmutabilidad es resultado de valentía, es
simplemente costumbre de estar a punto de perder la vida desde niño, incontables
veces y en las más variadas circunstancias.
continuará…
2 comentarios:
Espero estés muy bien, al igual que los tuyos.
Escalofriante, sin palabras.
Solamente... Cuídense mucho.
Espero estés muy bien, al igual que los tuyos.
Escalofriante, sin palabras.
Solamente... Cuídense mucho.
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