1.
Mi esposa quedó de ir a tomar un café con V,
una Santera hija de Obatalá a la que no soporto, mas su cita coincidió con una
invitación que me hizo un Mayombero para vernos y platicar, por lo que le
propuse el mismo centro comercial (Plaza Ermita Iztapalapa), al que iría mi
mujer con su amiga: era 2 de noviembre.
B fue de las primeras “amistades” que hice tras
montar el blog Basurero de almas, luego de que me mandó un mail planteando ciertas
dudas, mismas que ofrecí responderle en una cafetería, conversación tras la
cual seguimos en contacto y con el tiempo lo fui incorporando al círculo de
religiosos con los que convivía en aquel entonces.
Por iniciativa suya comenzó a consultarse
con un Babalowo del grupo, quien le entregó una dudosa Mano de Orunla (que él defendía
a capa y espada) y con el tiempo lo rayó con un amigo que por desgracia le fundamentó perfectamente su Nganga. Se supone que B
tenía camino en la Osha, pero desconozco el motivo por el cual no ha coronado.
A mi esposa nunca le cayó bien B... y a mí
tampoco me convencía que rondara en mi vida, pero dado que en un Itá se me
manda a “tolerar” a la gente difícil, tuve contacto con él varios años al grado
de que ha sido de las pocas personas a quienes, irónico, he dejado entrar a mi
casa.
Varios detalles de B no me gustaban: era un
lambiscón profesional, halagos que rayaban en la declaración de amor (algo
contradictorio pues era Palero, pero dadas las modas en méxico ahora se raya a los
gays), además era indiscreto, obsesivo, pendenciero, vanidoso (al final hijo de
Oshun), no duraba en sus trabajos, el subconsciente lo traicionaba y me trataba
como si fuera su padre y había acumulado tres divorcios, lo que le hacía
padecer sobredosis de odio contra todo.
Como sea, con videncia me quedó claro que
era gay de clóset… y de los obsesivos. Sí, pero Orunmila pedía “ser tolerante
con la gente difícil”.
2.
- B quiere verme – comenté con mi esposa…
- ¿y ahora qué busca? – cuestionó con la
eterna irritación que le causa oír su nombre.
- chingar – aseveré – escribe seguido por
el whats o llama por teléfono para insistir que lo reciba en la casa.
- ¿a qué quiere venir? – inquirió.
- a chingar – repetí – de él jamás se puede
esperar algo bueno… pero si piensa que lo dejaré entrar está pendejo.
3.
Llegamos luego de lidiar con el tráfico y
ser atormentados por el seco calor del verano. Tras estacionar el auto mi
esposa se encaminó a “Cafetería Sole” y yo al “Café Chic”, donde cada uno había
programado su cita, quedándonos de ver tres horas después.
Llegué 15 minutos tarde y B ya estaba ahí,
acomodado en una mesa para vigilar la entrada y montar su cara de desprecio (por
mi retraso), en cuanto me viera aparecer.
- lo siento – ofrecí – pero el tráfico es
un desmadre…
- exageras – escupió.
- no lo hago – señalé sentándome frente a
él – llegar a esta Plaza es de lo más complicado.
- por afirmar
que el tráfico es difícil tus padrinos los quieren matar a ti y a tu esposa –
insistió belicoso – esa manera de pensar en la que a todo le encuentras el lado
negativo es por lo que ustedes no “levantan”.
Habría pasado de su comentario si no
hubiera incluido a mi esposa (quién en días pasados vivió un conato –más- de
accidente), pero expresarse con esa simpleza de las brujerías que esos cabrones
hacían para asesinarnos, sabiendo cómo nos las veíamos para salvarnos de cada
intento, me sonó a festiva ofensa.
- ¡ándate a la mierda, pendejo! – le grité
poniéndome de pie, lo que le asustó, se echó hacia atrás y cobarde se cubrió la
cara con las manos. Salí de la cafetería cuando la mesera llegaba a tomar la
orden.
Mientras me alejaba por uno de los pasillos
de la plaza, evitando a la gente que salía de las tiendas tras hacer alguna
compra, recordé el gusto de B por la venganza con su Nganga, por lo que invoqué
a mi muerto y le pedí se hiciera cargo de cualquier pendejada que cruzara por
su cabeza.
Seguí caminando hasta que llegué ante un
complejo de cines en el que en una de sus salas se exhibía la perturbadora “Ex
Machina”, del escritor y director Alex Garland: consulté la hora y calculé que
bien podía entrar a verla y salir para encontrarme a tiempo con mi esposa. Entré.
4.
Me acomodé en los asientos centrales (obvié
las golosinas pues aún estaba molesto por las pendejadas de B), y en un
principio la penumbra y el aire acondicionado de la sala, además de la falta de
cinéfilos, me inspiró cierta paz.
Cerré los ojos para terminar de relajarme mientras
comenzaba la proyección, por lo que no percibí el momento en que un niño se
sentó en la fila de adelante, a tres lugares a la derecha del mío, ni mucho
menos en dónde podría estar el adulto que le acompañaría para ver una película
no apta para menores: aquello me pareció incorrecto, pero elegí no meterme en
asuntos ajenos luego de lo sucedido con B: los reveses (primero el tráfico y
luego el pendejo de B), son señales del mundo espiritual de que las cosas
pueden empeorar. Sentí frío.
Al poco llegó un hombre y se sentó a lado
del niño (le calculé 9 años), se apagaron las luces, cerré de nuevo los ojos e
intenté olvidarme de ellos, más fue imposible: se proyectaron las primeras
imágenes en la pantalla, el adulto comenzó a llorar y el niño a murmurar
mientras ambos se ignoraban.
La película avanzó, el frío se intensificó y
de pronto escuché el típico hablar pausado y hueco de los desencarnados, con
tono infantil, al tiempo que el niño volteaba hacia donde me encontraba.
- aquí fue… – dijo mentalmente (la manera
común de los desencarnados para comunicarse conmigo), buscando mi mirada y mientras
el llanto del adulto se desbordaba.
- ¡mierda, eres un desencarnado! – me quejé
– y él es tu padre...
- … más o menos a esta hora la bala entró
por la parte de atrás de mi cabeza, de lado izquierdo, y…
- no me interesa – dije, me puse de pie y salí
molesto: no era mi día.
5.
De vuelta a los pasillos de la plaza opté
por buscar “Sanborns” (tiendas con farmacia, pan, perfumería, dulcería, electrónicos,
restaurant y hasta bar), para curiosear en su sección de libros: si bien son comerciales,
sirve para darse una idea de por dónde van los tiros con las editoras que
monopolizan la literatura en español.
Mientras hojeaba libros me rondó la cabeza
no la presencia del pequeño desencarnado, ni la del adulto chillando a su lado,
sino el origen de la llegada de ambos
al cine (en una fecha en que se festeja a los muertos en méxico), tomando en
cuenta lo que me dijo el niño, “más o
menos a esta hora la bala entró por la parte de atrás de mi cabeza”: algo
me hacía ruido, era una noticia de la
que trataba de acordarme, pero sin conseguirlo.
Deseché la opción de seguir perdiendo el
tiempo, entré a la cafetería y conecté mi teléfono a su red para comenzar mi
búsqueda en san google, misma que me
arrojó 14,000 resultados: mierda, el desencarnado era HC y nunca supo quién lo
mató, por eso sigue ahí... y su padre no lo ayuda mucho lloriqueando cada año
en su aniversario luctuoso.
En ese momento entró un mensaje en el
whats: era mi esposa y me pedía le llamara por teléfono.
6.
Durante el trayecto de regreso a nuestra
casa, ella me explicó.
- V estaba insoportable con su Osa-obara,
por eso te pedí me llamaras y dijeras que habías llegado antes a recogerme: no
podría haber aguantado un minuto más con su inestabilidad – explicó
- ya lo sabemos: sus maromas obataleras la hacen insoportable.
Luego me preguntó por mi café con B, le
expliqué lo sucedido, le dije que me había dado el pretexto para bloquearlo (en
mis correos y las redes) y cortar de tajo cualquier intento de contactarme en
el futuro, le conté lo del desencarnado en el cine y rematé con mi
descubrimiento de su origen en internet.
- ¿HC? – quiso saber más – me suena el
nombre…
- olvídalo – pedí – pinche día…
* se trata del
famoso caso de un niño de 10 años asesinado de un disparo en la cabeza, en el
complejo de Cinépolis de Plaza Ermita, el 2 de noviembre de 2012… los
interesados por el detalle pueden consultarlos en la web.